Otra vez sobre «el fin del ciclo progresista» – Por Ángel Guerra Cabrera

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El mes pasado en mi artículo «El presunto fin del ciclo progresista» (La Jornada, 20/8) anunciaba que volvería sobre el tema. Ya es momento de hacerlo pues varios autores han planteado lo mismo, con ricos argumentos, en semanas posteriores: no hay asidero en la realidad social y política para diagnosticar tal fin de ciclo, aunque sí hay una nueva situación que requiere nuevas propuestas y acciones. Entre ellos, Katu Arkonada, Emir Sader, Aram Aharonian y Alfredo Serrano Mancilla.

Entonces enlisté sintéticamente los fenómenos de que se han agarrado los analistas de derecha y, más recientemente, otros de izquierda o así autoproclamados, para vaticinar la debacle de los gobiernos independientes o posneoliberales. Los primeros porque los odian y sirven a fuerzas imperialistas y oligárquicas que hacen todo por derrocarlos porque afectan o amenazan sus intereses, los segundos porque no hallan cómo encajarlos en sus rígidos esquemas «emancipatorios».

Mencioné la muy sensible desaparición de Hugo Chávez, que implicó una disminución del ímpetu ofensivo en el estratégico proceso de unidad e integración regional. A lo que se añadió la profundización de la crisis económica capitalista, que ha llevado a la caída del precio de las materias primas y, por consiguiente, a una afectación a las posibilidades de mantener en los mismos niveles, o de incrementar, los fondos dedicados a programas sociales y a inversión pública por los gobiernos que se han alejado del neoliberalismo. Es innegable que, a diferencia de lo que ocurre en las naciones cuyos líderes continúan apegados a esa fórmula suicida, dichos programas han hecho disminuir sensiblemente la pobreza, creado cientos de miles de puestos de trabajo, elevado apreciablemente el poder adquisitivo de sus poblaciones, así como los índices de educación salud y seguridad social.

Por otro lado, la feroz contraofensiva imperialista-oligárquica contra los gobiernos posneoliberales ha ocasionado una disminución en el avance de las políticas de unidad e integración latino-caribeña, puesto que unidos a la caída de los ingresos en divisas, los han forzado a una mayor concentración de sus esfuerzos en la política interna para contrarrestarlos.

Sin embargo, no por ello han dejado de funcionar los mecanismos de unidad e integración. Nacidos al margen de Estados Unidos y Canadá, ni siquiera existían hace 11 años cuando se creó en La Habana la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, 2004), que entonces agrupaba sólo a Cuba y Venezuela y hoy cuenta con 12 estados miembros, incluidos Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Un año después se fundó Petrocaribe, que agrupa ya a 18 países.

En los años sucesivos surgieron la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur, 2007) y la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac, 2011), aunque las simientes de ambos datan de años antes. La emergencia de estas estructuras –que vinieron a unir esfuerzos con las ya existentes Comunidad del Caribe (Caricom,1973) y Mercosur (1991)– constituye un hecho de enorme relevancia histórica, sobre todo después de la derrota del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA, 2005) en Mar del Plata. De haber logrado Washington su imposición habría significado una crónica postración económica y social de nuestra región, como le está sucediendo a México a consecuencia del TLCAN (1994).

Pero hay un dato fundamental que por sí mismo desmiente el supuesto fin del ciclo progresista y es el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Este acontecimiento se debe, en primer lugar, al heroísmo y las realizaciones del pueblo cubano en más de cinco décadas de bloqueo de Estados Unidos –que aún no finaliza– y a la consecuencia de sus líderes, como apuntó la presidenta Cristina Fernández en la pasada Cumbre de las Américas. Pero no habría ocurrido si, además, gracias al «ciclo progresista» no hubiera surgido en América Latina y el Caribe una clara situación de mayor soberanía, independencia y unidad. Todos los gobiernos de esta región exigieron en los últimos años a Estados Unidos el levantamiento del bloqueo y el restablecimiento de relaciones con Cuba, lo que ha sido reconocido explícitamente por el secretario de Estado John Kerry.

En la próxima entrega me referiré, en la reducida extensión que permite este espacio, a los trabajos de los autores mencionados al principio, en particular al de Katu Arkonada, el más propositivo de ellos.

Ángel Guerra Cabrera. Periodista mexicano. Colaborador de La Jornada. Profesor en Casa Lamm.

La Jornada

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