«Hoy como ayer, inventamos o erramos». Capítulo del libro «Lo que Chávez sembró. Testimonios desde el socialismo comunal» (Editorial Sudestada), del escritor franco-argentino Marco Teruggi

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Hoy como ayer, inventamos o erramos.

Se dicen muchas cosas de Petare. Que es el barrio más grande del continente, que sus cerros superpoblados son guaridas de malandros, que criarse allí no es tarea fácil, que la pobreza sale de una casa para entrar en otra. Y más, imaginarios, mitos y algunas verdades siempre negativas.

Sin embargo, poco se dice de una realidad que allí viene creciendo, desde abajo, obstinada: hombres y mujeres que día a día se organizan para arraigar los cimientos, tal vez principales, del socialismo venezolano: las comunas. Un trabajo que permitió, numéricamente hablando, que entre octubre y diciembre se registraran las ocho comunas existentes en Petare.

Tampoco se habla de la emergencia, tímida pero certera, de una economía comunal. Sí, en el lugar donde fueron arrojadas decenas de miles de personas producto de décadas de migraciones campesinas, donde la falta de empleo y la exclusión fueron el cielo de cada día, allí crece. En ese preciso territorio, resultante de un modelo económico, político y social impuesto que dio lugar a la “Venezuela violenta”, al decir del economista Orlando Araujo, se comienzan a dar pasos para intentar revertir la pesada herencia de improductividad dejada por una burguesía rentista.

Para descubrirlo no es necesario internarse cerro arriba. A pocas cuadras del metro, sobre la avenida principal de La Urbina –un sector de clase media– se encuentra el enclave socioproductivo “Aguerrido Tamanaco”, organizado por la comuna que porta ese mismo nombre y que es conformada por trece Consejos Comunales. Los comuneros y comuneras eligieron ese lugar por su ubicación geográfica estratégica; por ser, como dicen, una arteria vial.

Allí funcionan tres Empresas de Propiedad Social Directa (EPSD). Tres de las 1.186 registradas hasta la fecha en Venezuela. Una es una arepera, la otra produce bolsas ecológicas, y la última es una textil que hace principalmente chemises (chombas) y uniformes. La primera está en vías de remodelación de cara a transformarse en un centro gastronómico. Las otras dos están en funcionamiento desde 2012. Dentro de ellas trabajan los protagonistas de esta revolución, con certezas y preguntas en sus manos.

Los tres proyectos nacieron de una discusión colectiva dentro de los Consejos Comunales. ¿Qué hacía falta? ¿Cómo organizarlo? El telón de fondo que atravesó el debate fue la certeza de que era –y sigue siendo– necesario avanzar en “generar las condiciones para la autosustentabilidad de las comunidades”. Que eso pasa en parte por desarrollar una economía propia, “no depender siempre del Estado”.

Pero también del análisis de la situación nacional. “Una revolución política tiene que ir de la mano de una revolución económica. No son las empresas ni los capitalistas los que van a desarrollar el potencial productivo que tiene Venezuela. Son las comunidades enmarcadas en territorios, desarrollando sus potencialidades”, cuenta Daniel Brito, vocero de “Aguerrido Tamanaco”, quien concibe las comunas como “la avanzada de la revolución”.

“Dimos un debate acerca de cómo nos proyectábamos hacia nuestras comunidades –explica Dámaso Álvarez, vocero de la EPSD de bolsas ecológicas–. Una empresa con fines docentes, educacionales, para concientizar sobre el producto ecológico”. El objetivo central del proyecto, además del saneamiento ambiental, fue crear para la comunidad “una fuente de empleo estable, segura, con todas las garantías que corresponden”. Dámaso es uno de los siete trabajadores que diariamente producen bolsas de diferentes tamaños, colores y usos. El proyecto ambiciona ampliar los productos hechos de material ecológico, afirma, bajo la mirada de Gioconda Fernández, trabajadora de la textil, situada a unos pocos metros de ahí. Entre todos quieren hacer un “gran centro de economía comunal”. Dentro del edificio quedan todavía espacios sin utilizar. Para proyectarlo se reunirán junto a otras dos comunas y cinco colectivos.

Gioconda da vida al taller junto a ocho personas más. Ella trabajó durante 17 años en empresas privadas. “Aquí estoy en lo que me gusta, nosotras mismas somos las dueñas, no tenemos presión de jefe, compramos las telas, sabemos cuánto nos cuestan los hilos, los botones, todo. Hay una diferencia del cielo a la tierra”, explica.

Si bien el horario acordado es de 8 de la mañana a 4 de la tarde, “es trabajo comunitario donde no hay horario definido, si se tienen compromisos que hacer se puede venir antes, quedarse más, el fin de semana, lo importante es lograr el objetivo que es prestar el servicio a la comunidad”, dice luego Yolanda Cortés. Ella forma parte de la empresa social de bolsas ecológicas. Al hablar deja ver que todos son parte de un mismo proyecto.

En estos espacios de producción se está creando empleo –estable, seguro, como decía Dámaso–, pero también un nuevo modelo de trabajo. De a poco, con tropiezos, sucede que los trabajadores dan pasos para desmontar las lógicas del capital. Así, por ejemplo, eliminaron la figura del patrón y fomentan la participación por igual de todos los integrantes en las tomas de decisión. Sí, allí en Petare. “Es un mundo nuevo, estamos inventando”, dice Gioconda.

Avanzaron también en otro aspecto central: ambos talleres aportan cada año un monto a sus comunidades. Entre el 6 y el 10 por ciento del excedente de lo producido. Una apropiación colectiva y ya no individual. Por eso Yolanda puede decir: “Aquí hay una parte que aportamos anualmente a la comunidad para solventar cualquier necesidad que haya como un arreglo de una filtración, de las calles. Y también aquí tengo mi dignificación laboral”. Ella es parte de un proyecto integral, político y económico, que se desarrolla en un mismo espacio territorial: la comuna.

Pero estas experiencias de economía comunal no se desarrollan en el vacío, sino en este ecosistema económico, que si bien está en transición hacia el socialismo, todavía sigue regido por el modelo capitalista y rentista. Solo el Estado, y la misma comunidad, prestan ayuda a los comuneros en su marcha. Casi todos los demás actores se oponen, y sobre todo en La Urbina que, explica Dámaso, es “un ambiente hostil”, debido a la gran cantidad de empresas que allí hacen vida.

Esto significa, siguiendo a Dámaso –quien explica el camino de la mercancía comunal–, que una de las dificultades mayores está en la venta. “El Estado nos proveyó de los recursos, del espacio, nos ha dado asesoría, orientación –todavía nos falta porque la formación nunca termina–, y si el Estado nos dio todos estos beneficios, el primer benefactor debería ser él”.

Otra opción sería venderle a empresas privadas, pero esa no es una posibilidad que contemplan. “Queremos que nuestro producto no caiga en manos del capitalista porque vamos a ser una especie de tontos útiles, porque nosotros nos regimos por las normativas de la ley de economía comunal para abaratar los costos, y entonces va a venir un señor del capitalismo a comprarnos un producto hecho con tanto esfuerzo y sacrificio a un precio económico, y le va a sacar los provechos”. El Estado aparece como el único que puede comprar las cantidades que precisa vender la empresa.

La demanda, entonces. Dámaso cuenta que también venden los productos a la comunidad, a las escuelas, por ejemplo. Así también la textilera les vende uniformes a mototaxistas, charcuterías, universidades, y pone sus productos en venta en la avenida principal de La Urbina. Pero no es suficiente por el momento. Por eso la capacidad instalada de la EPS de bolsas ecológicas es para 25 personas y se encuentran trabajando cotidianamente siete –más cinco que participan cuando existen pedidos grandes–, y la del textil es de veinte y trabajan nueve. Porque los sueldos son en base a la producción, ligada directamente a la venta, es decir a los pedidos. Y los sueldos deben ser dignos, representativos del trabajo realizado.

Y a esa dificultad –que es a su vez una tensión ya que se requiere que compre el Estado, de quien se busca la autonomía– se agrega la de los insumos. La tela piqué, que se necesita para confeccionar las chemises, aumentó en dos años de 89 a 600 bolívares por kilo. Así también la friselina, con la cual se hacen las bolsas ecológicas: pasó de 6,50 a 40 bolívares. Esto es un incremento del 674 por ciento en el primer caso y de 615 por ciento en el segundo. Y se deben sumar los precios del hilo (de 18 a 80 bolívares), que además resulta difícil de conseguir.

“¿A cuánto voy a vender la chemise? ¿La gente me la va a comprar? Esta gente está especulando pero yo cómo voy a hacer, ¿la voy a vender como a 400, 500? Es una exageración. ¿No la hago? ¿Entonces?”. El sistema en el cual se desenvuelve la economía comunal es el del capitalismo que se ha desarrollado históricamente en Venezuela: “Aún se importa del exterior un alto porcentaje de las materias primas que requiere la industria interna”, escribía Orlando Araujo en 1968. Las telas de estas dos EPSD son importadas de Argentina, Brasil, Uruguay, Perú y Colombia. Dámaso también lo ha entendido: “Necesitamos que se hagan empresas proveedoras de materias primas, así tenemos las dos manos, la materia prima y el procesamiento”.

Dificultades, entonces. Varias. A veces crecientes como en estos últimos meses debido a la guerra económica llevada adelante por los sectores antes dominantes, hoy relegados políticamente, en parte expropiados. Pero los comuneros y comuneras de Petare se han propuesto construir nuevos vínculos humanos, recuperar valores como la solidaridad, el bien colectivo, dimensiones a veces olvidadas por obligación en una realidad signada por trayectorias de vida violentas. También reconstruir la cultura del trabajo productivo, y hacerlo de manera organizada. “Nosotros queremos cambiar tanto las condiciones materiales como espirituales”. Daniel lo sabe. Todos allí lo saben. Por eso avanzan y avanzan.

Porque de eso se trata al fin. De la capacidad creadora del pueblo. La que enseña, por ejemplo, que los cerros, que para muchos son sinónimo de tierra perdida, pueden ser uno de los espacios donde la revolución se profundice, avance en revertir la herencia de una economía hecha por y para pocos. Porque no sucede solo en Petare. Ellos son una puntada de un proyecto, de una red que debe ir “como una gigantesca telaraña cubriendo el territorio”, al decir de Hugo Chávez. Puntada, entonces. Sí. Creciendo de la mano de un sujeto colectivo que se hace y rehace; que, como Gioconda, aprendió cómo se puede: inventando.

http://www.revistasudestada.com.ar/edicion/225/lo-que-chavez-sembro-testimonios-desde-el-socialismo-comunal/


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