Grecia en clave latinoamericana – Por Alfredo Serrano Mancilla
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Durante el siglo XXI, algunos países de América Latina han demostrado que no basta con participar. En política, lo fundamental es ganar aunque no a cualquier precio. La disputa es condición necesaria pero no suficiente. Lo del espíritu olímpico, pues eso, que sea para las olimpiadas. Pero no cabe en la política. Cambiar las cosas exige ir ganando en el mayor número de batallas. América Latina cambió su historia así, ganando elecciones, volviendo a ganar, ganando en cada negociación a pesar que se estuviera próximo el precipicio. Chávez ganó muchas veces (4 veces consecutivas desde 1998; Maduro, 1); lo mismo Evo Morales (3); Rafael Correa en Ecuador (3); los Kirchner en Argentina (3); Lula (2) y Dilma (2) en Brasil. Ganaron; aprendieron a ganar a pesar de las adversidades, tanto aquellas que surgen en los inicios como esas otras que surgen desde el propio desgaste de gobernar.
Además, todos ellos ganaron arriesgando, cediendo lo mínimo, alejándose lo justo de aquellos principios por los que consiguieron el respaldo necesario mayoritario para ganar. Apenas cedieron a presiones ni chantajes; fueron pragmáticos pero no en el sentido dominante. Lo fueron a contracorriente. Correa y los Kirchner reestructuraron su deuda a pesar de todas las amenazas internacionales; Chávez sorteó un golpe de estado (más un paro petrolero); Evo renegoció los contratos petroleros soportando que las grandes transnacionales amenazasen con irse del país. Ninguna de estas apuestas supuso un camino de rosas. Y de ahí precisamente la importancia de este arte de ganar que sirve para cambiar, para constituir esta época ganada a favor de las mayorías.
Estos procesos de cambio en América Latina fueron capaces de construir mayorías no desde una fabrica de marketing político, sino que lo hicieron con la política por delante. No vaciaron en ningún momento el proyecto político en favor de lograr un consenso apenas sin contenido. Fue todo lo contrario; fueron constituyéndose a base de valentía política sin moverse excesivamente de la línea política que los llevo a tener el respaldo de las mayorías. No cayeron en los errores de buena parte de la izquierda tradicional europea que únicamente sintoniza con una minoría. Pero tampoco frivolizaron con esto de ganar a cualquier precio ni con cualquier relato. Se gana para cambiar las cosas. He aquí la importancia de las líneas gruesas innegociables que permiten que el día después de ganar, la victoria tenga el significado político deseado a favor de la transformación.
Una máxima para estos procesos es que tampoco confundieron lo de ganar con el consuelo de una derrota por la mínima. No vale ser derrotado por la mínima; ni en votos ni tampoco en la negociación a pesar de tener los votos suficientes. Este sí que es un nuevo sello de identidad que caracteriza el cambio de época que se vive en buena parte del continente latinoamericano. La mayoría social se ha apropiado de un sentimiento elemental para seguir peleando contra-hegemónicamente: creer en ganar, en que sí se puede vencer a pesar de todo lo que digan el FMI, las agencias de calificación de riesgo norteamericana, Obama y sus órdenes ejecutivas, el Partido Popular de España y los medios dominantes.
Pero ganar significa ganar y no perder en el último minuto y por un penalti injusto. Ese es un gran aprendizaje de esta década ganada latinoamericana. No hay buen sabor de boca político si al final se es derrotado como por ejemplo ha sucedido en el caso griego en la zona euro. En este caso, la victoria no tiene cabida, se mire como se mire. Esa orgullosa alusión a un “al menos luchó” es reflejo de dignidad del pueblo griego y su Presidente. Lo han intentado cuando todo estaba en su contra. Pero a pesar de ello, lo ocurrido en Grecia no puede ser considerado como una victoria. Ni sirve conformarse con la excusa del “al menos se intentó”. Es una derrota en toda regla por mucho que duela asumirlo. Y es doloroso porque se jugó a ganar; porque se ganó en el primer round (elecciones enero 2015), y también en segundo (referéndum), pero se perdió a la tercera, en la definitiva. Las dos victorias anteriores no han de ser minusvaloradas porque tienen un alto valor político. Y sin embargo, a la hora de la verdad, se perdió. Se perdió seguramente porque el órdago griego tuvo una limitación: no se concebía realmente la salida del euro. Y es que en la zona euro, Grecia juega por adelantado como perdedora. Lo cual no significa que afuera sea todo sencillo. Salir del euro tiene un alto coste porque supondría anticipar una devaluación que seguramente condenaría a la salida inminente de todo el capital foráneo de tierras griegas. No obstante, como así afirman Krugman, Stiglitz, Galbraith y Lapavitsas, “estar afuera al menos permite interrogantes que adentro no existen”. Lo último ha sido la renuncia de Tsipras, que bien puede ser valorado como positivo porque su dimisión evita que sea el pueblo quien dimita; pero también tiene otro lado negativo porque la troika logra impugnar el pasado resultado electoral de un pueblo que ya se había pronunciado en contra de un modelo económico injusto.
Volvamos al principio. La clave es buscar la victoria y obtenerla. Y la victoria significa ganar de verdad, y no quedarse con la mejor opción entre las peores opciones posibles. Lo que ha cambiado en América Latina, en comparación con Europa, es precisamente que no se aceptan los premios de consolación como victoria. Se aprendió a ganar. No vale la medalla de plata. Ni se buscan excusas cuando no se gana. En esto estriba una de las principales diferencias entre la periferia europea emergente rebelada contra la Europa de Alemania y buena parte de América Latina. Es preciso tanto ganar para acometer el cambio como ejecutar las políticas del cambio para volver a ganar. Pero también es importante cómo se gana; no es lo mismo ganar que ganar alejándote de tu proyecto político. Lo segundo abona el terreno para lo que viene el día después del triunfo electoral. Este es el circulo virtuoso forjado en los procesos de cambio en América Latina: ganan y siguen ganando, y lo hacen sin renunciar a cambiar las cosas. Ojalá este viento algún día sea el mismo que sople por el Sur de Europa.
Alfredo Serrano Mancilla. Posdoctor en Economía, director del Centro Estratégico Latinoamericano de Gepolítica