El destape de Chile y la vergüenza del golpe – Por Guillermo Tejeda
Al conmemorar los 40 años del Golpe de Estado que dio paso a la dictadura de Pinochet y sus codictadores Mendoza, Merino, Leigh y Matthei, nos hemos dado cuenta de que en la percepción nacional, en el imaginario, ha ocurrido un cambio de proporciones.
El relato binominal de dos países enfrentados que deben disculparse mutuamente y olvidar sus diferencias ha caído pulverizado bajo las imágenes televisivas, los testimonios personales, los comentarios en las redes sociales, el destape, en fin, de los corazones que ciertamente existen bajo el siempre cauteloso envoltorio de nuestro ser de chilenos. Tantos nos han pegado y de tantos lados distintos, que hemos aprendido a no decir, a no sentir, a no ser.
El fenómeno del cambio ante el Golpe de Estado se percibe en el vocabulario –¿eres capaz, Sebastiancillo, de pronunciar las palabra dictadura, bajo la cual prosperaste? –, y se percibe también en el rating que han alcanzado emisiones emblemáticas como las de Chilevisión, específicamente “Las imágenes prohibidas” o “Ecos del Desierto” de Andrés Wood.
Yo conocí a Carlos Berger, trabajé amigablemente con él más de un año en la oscura pero empeñosa revista Ramona, y me quedan siempre vivas sus pupilas, su sonrisa, intentando aguantar él las ocurrencias ciertamente poco ortodoxas de los más revoltosos de entonces, y supe de su suerte atroz.
Verlo en película me hizo sentir de alguna manera que la odisea de Carmen Hertz y la tragedia de Carlos pertenecen a la realidad, no a algo raro mío escondido y subterráneo. Los medios de comunicación tienen entre sus funciones la de convencernos que no estamos mal de la cabeza, que la realidad es la realidad, que lo que yo vi está en pantalla. En este tema, es primera vez en malditos cuarenta años que ocurre algo semejante. Vergüenza para todos los gusanos que han estado a cargo de frenar la verdad en las televisiones y en los medios y en esas cosas.
Hoy enfrentados a una nueva realidad. Parece haber convicción profunda de que el Golpe fue una masacre inhumana, que la dictadura fue eso, una dictadura, y que esas cosas de Pinochet y sus secuaces, más allá de contextos o anti contextos, la gente decente no las hace. Tenemos a nueve senadores que fueron altos cargos de la dictadura, y ahí están muy contentos, cobrando mucho al mes, disfrutando de la democracia a la cual critican después de haberle sacado el jugo a la dictadura. Vergüenza.
Uno encuentra un poco raros quizá las disculpas o peticiones de perdón de Hernán Larraín o Escalona u Oscar Guillermo Garretón, pero esos gestos han abierto puertas y ventanas a multitud de pequeños o grandes testimonios, personas que por fin, este año, hace unos días, se han sentido con la entereza suficiente como para contar de los abusos y atropellos incalificables que sufrieron a manos de personal adscrito a nuestras propias Fuerzas Armadas, eso es lo peor.
A Patricio Bañados le tiraron basura en su puerta durante diez años, por ser el rostro de la campaña del NO. Votamos NO, llegó la democracia, y mientras íbamos al mall o a la feria libre, según quien, Bañados recogía callado esa basura. Adicionalmente trataron de atropellarlo. Pamela Jiles reventó la farándula hablando de las torturas que sufrió a los 16 años. Eugenio Tironi habló de su desconcierto militante en aquel día atroz. Algunos, de su mamá. De sus hijos. De su papá.
Este año ha sido el año del reemplazo de un relato binominal del Golpe por una multitud humana de relatos personales.
Es como si el Golpe hubiera estado reservado hasta ahora, o para los tensos rostros militares de bigote y gafas negras con sobrevuelo de banderas chilenas, o para los encapuchados puño en alto haciendo de la periferia un espectáculo molotov de última generación.
Ocurre que al medio de esos dos extremos que tanto le interesan a los promotores del Golpe, y que tanto le gustan a los periodistas internacionales que maquetean una y otra vez, por pereza, nuestra imagen y nuestra realidad, en el centro vivo y movedizo del país hay millones de seres humanos, nosotros, cada uno de los cuales rumia desde hace más o menos años unas experiencias, unas convicciones provisionales, algo que supo sobre el Golpe o sobre la tortura, cosas que vio, que atisbó, al margen de la televisión binominalizada, de los programas de conversación política binominalizados. Un pariente que desapareció. Una tía allanada. Unos primos que se fueron a Suecia. Una mueca rara del papá o el amigo al explicar las cosas.
Quizá sea un factor relevante de esta polinominalización del Golpe, de esta apertura de los relatos, la actitud desenfadada de los estudiantes en lucha en contra del lucro, pecado por cierto duopólico. Marco sembró la semilla inicial, aró la tierra, se atrevió a denunciar los vicios acomodaticios de la Concertación. Le han seguido Camila, lamentablemente adscrita hoy al meta relato maqueteado de los comunistas históricos, o Giorgio, o algunos otros.
No es fácil acoger y contener estados de opinión reales en una sociedad controlada por pocos grupos económicos, donde las fuentes de trabajo de los intelectuales y de los periodistas dependen precisamente de aquellos a quienes debieran denunciar. Así, nos hemos contentado muchos años con la desagradable dicotomía de: miento o callo, luego existo; o bien digo lo que me sale de la entraña pero debo vivir en la triste periferia, lejos de los malls y de las vacaciones en Punta Cana. Pues ocurre quizá que los chilenos en el fondo queremos decir la verdad y queremos ir al mall.
Puede que las redes sociales, que nos muestran a las personas más cercanas de lo que el maqueteo de los medios nos permiten, hayan hecho lo suyo. Quizá la globalización ha ido haciendo de Chile algo menos parecido a una isla.
El caso es que estamos hoy enfrentados a una nueva realidad. Parece haber convicción profunda de que el Golpe fue una masacre inhumana, que la dictadura fue eso, una dictadura, y que esas cosas de Pinochet y sus secuaces, más allá de contextos o anti contextos, la gente decente no las hace.
Tenemos a nueve senadores que fueron altos cargos de la dictadura, y ahí están muy contentos, cobrando mucho al mes, disfrutando de la democracia a la cual critican después de haberle sacado el jugo a la dictadura. Vergüenza. La candidata de la derecha es hija de un codictador, a quien ama y respeta como corresponde. Varios ministros fueron también aplicados artífices del régimen repugnante de Pinochet, y aunque duerman bien, en la oscuridad de sus habitaciones supura la sangre.
¿Cuál es el camino? ¿Cuál es la vía?
El día a día es sabio y nos muestra qué hacer en cada oportunidad. Piñera tuvo, por días, la oportunidad de decir las cosas con voz firme y clara, estuvo a punto, pero se quedó a medias, prisionero de la manía de empatar y hacer negocio. Se elevó a una altura media, de unos ochenta centímetros más o menos. La reconciliación que buscan los pecadores tiene como objeto borrar su culpa, y no estar cerca del otro. Si quisieran hacerlo, es muy sencillo, bastaría con acercarse y escuchar. Pero no lo han hecho. Hay tantos relatos. Estamos llenos de historias.
El lugar de dos visiones de Allende hay, en verdad, seis, o veintinueve, o infinitas. En vez de dos posiciones respecto del Golpe y por mucho que tuerzan las preguntas, hay una mayoritaria: que esas cosas no debieran ocurrir. En vez de dos posturas respecto a la dictadura, hay una abrumadora, que ese período es una vergüenza atroz, y desde ese rechazo a la salvajada institucionalizada y con presupuesto fiscal, hay por cierto diversas ópticas, distintas visiones de contexto.
Para unos, la dictadura fue el mundo del no poder salir en la noche, de la asfixia discotequera y glamorososa. Para otros, el aislamiento planetario. Para los de más allá, la pequeñez de las bibliotecas, la rigidez de la enseñanza. Para los más valientes, el tiempo de la resistencia y de la lucha heroica. Para muchos, la falta instintiva de libertad no ya respecto de los demás, sino respecto de uno mismo, de lo que puede cada cual buenamente permitirse. Esa indignidad.
Todas las visiones de nuestro revuelto pasado son legítimas, porque son visiones, porque alguien en determinado momento vio algo y se formó convicciones respecto de ello. Lo que hoy nos canta dulcemente al oído es la intuición de que aquella tolerancia, esa variedad, son finalmente nuestras, y que a partir de ahora estaremos más cerca de la realidad y de su riqueza, y seremos más fieles a nuestra condición humana libre y creadora, lejos de ataduras binominales, muy lejos de historias oficiales o contra oficiales.
http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/09/13/el-destape-de-chile-y-la-verguenza-del-golpe/