Grabar en nuestras conciencias – Duario ABC Color, Paraguay

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Tras la memorable visita del papa Francisco al Paraguay que conmovió a multitudes, es de desear que sus sensatas exhortaciones sean oídas y que tengan el mismo saludable efecto que en su día tuvieron las de Juan Pablo II. Si así fuera, podría pensarse en un Paraguay mejor, en el que los conflictos sean superados por los actores políticos y sociales mediante el diálogo, caracterizado por el común amor a la patria, donde la solidaridad reemplace al egoísmo, y la corrupción sea combatida allí donde se la encuentre.

Es necesario, por lo tanto, que todos nos empeñemos en forjar ese país fraterno que deseamos, en el que no se excluya la diversidad de ideas y de condiciones sociales. Sí hay que prestar una especial atención a los pobres, atención que sea para incluirlos en el desarrollo económico, no para usarlos para imponer banderías políticas o ideológicas.

El ilustre visitante hizo muy bien en poner el dedo en la llaga de la corrupción, que tanto daño moral y material nos causa. Sus principales víctimas son justamente los pobres, a quienes, entre otros perjuicios, priva del acceso a una buena atención sanitaria y a una educación pública de calidad, condenándolos así a la marginación permanente. A poco de su llegada, y en presencia del presidente Horacio Cartes, el Papa dijo que “el amor tiene que ser el impulso para crecer cada día más en gestiones transparentes y en luchar impetuosamente contra la corrupción”.

El Santo Padre también pidió que “no haya más víctimas de la violencia, la corrupción o el narcotráfico”. En el encuentro con los representantes de la sociedad civil, el Sumo Pontífice comparó la corrupción con una “gangrena”, una metáfora que no puede ser más certera para aludir al estrago que causa este mal en nuestra sociedad.

En este sentido, no basta con que los medios de prensa denuncien a menudo escandalosos latrocinios, si sus autores no son apartados de sus cargos, juzgados y enviados a la cárcel. La mayoría de los ladrones sigue deshonrando impunemente la función pública, y hasta intentan hacerse pasar por buenos cristianos. Aparte de empobrecer a la población, este flagelo nos envilece. Por eso, el Sumo Pontífice tuvo razón al señalar que “el pueblo debe desterrar la corrupción si quiere mantener su dignidad”.

El Santo Padre puso también énfasis en la necesidad del diálogo, en busca del bien común. Hay que intercambiar opiniones sin presumir que el otro está siempre equivocado, ya que mediante el diálogo se puede llegar a la “unidad, que es superior al conflicto”, y que no es sinónimo de la “uniformidad, que nos anula”, como bien lo señaló. Aclaró muy acertadamente que el diálogo no exige renunciar a la propia identidad, sino que más bien la presupone.

Como declaró el Papa, “dialogar no es negociar” para conseguir alguna ventaja, como acostumbran a hacer nuestros políticos; para estos, el diálogo no suele ser más que una componenda, en la que no cuenta el interés general sino el particular o el sectario. Hay que hablar con todos, dentro y fuera de las propias organizaciones, sobre todo cuando se ejercen los más altos cargos en el Gobierno. Es de esperar, entonces, que, tras haber escuchado al Jefe de Estado del Vaticano, Horacio Cartes, por ejemplo, cambie aquella actitud que en un mitin realizado hace poco en Caazapá lo llevó a decir que él no habla con los intendentes que no sean colorados, fomentando inconscientemente así el fanatismo político que tanto dolor causó a lo largo de nuestra historia.

En cuanto a la solidaridad, propia del amor al prójimo predicado por Jesús, ella debe hacerse sentir hacia todos aquellos que están pasando por un momento difícil. Sin ella no hay fe, según nos recordó el Papa, o como dice la Biblia: “no hay fe sin obras”. Debemos, por lo tanto, ayudarnos los unos a los otros para tener un Paraguay fraterno. Hay que dar la mano al necesitado y “respetar al pobre, en vez de usarlo como objeto para lavar nuestras culpas”, como pidió el ilustre visitante. En nuestro país, la solidaridad, que es un deber moral, suele ser mal entendida, tanto por quienes la practican como por quienes la reciben. En otros términos, los subsidios –limosnas estatales– no deben tener un carácter permanente ni indiscriminado, porque generan la dependencia o hasta el parasitismo, contrariando la dignidad humana. Bien se sabe que enseñar a pescar es mejor que repartir pescados: los menos favorecidos deben ser auxiliados, pero, sobre todo, deben ser capacitados para poder elevar su nivel de vida gracias a su esfuerzo personal. Esta es la verdadera solidaridad.

Son preciosas las verdades que nos recordó el papa Francisco en esta breve visita. Ojalá echen raíces en las conciencias de los gobernantes y los gobernados de nuestro país.

ABC Color

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