Visita papal a Suramérica: Francisco se reunió con Correa tras ofrecer una misa ante 800 mil personas en Guayaquil

Visita papal a Suramérica: Francisco se reunió con Correa tras ofrecer una misa ante 800 mil personas en Guayaquil
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El papa Francisco mantuvo una reunión privada con el jefe de Estado de Ecuador, Rafael Correa, en el palacio de Carondelet, sede del Ejecutivo, hasta donde se trasladó a su llegada de Guayaquil.

Tras bajar del modesto automóvil en el que llegó a Quito desde el aeropuerto y ser recibido por Correa, el sumo pontífice se acercó a uno de los balcones del palacio de Carondelet, desde donde saludó y bendijo a los fieles que lo vitoreaban desde la Plaza de la Independencia.

Las cámaras ofrecieron imágenes del ingreso del papa a la casa de Gobierno acompañado, entre otros, de su anfitrión, quien le enseñaba las decoraciones hechas con flores en honor a la visita, mientras músicos y cantantes interpretaban una melodía que le daba la bienvenida.

Inmediatamente, el papa y Correa mantuvieron una reunión a puerta cerrada durante la visita de cortesía de Francisco, mientras en los exteriores de Carondelet los ciudadanos quedaron en la Plaza de la Independencia a la espera de la salida del sumo pontífice.
Durante el encuentro, que duró unos 35 minutos, el papa regaló a Correa un mosaico de la Virgen con el Niño, una reproducción, elaborada en la fábrica de mosaicos del Vaticano, de la imagen venerada en la Capilla del Santísimo Sacramento en la Basílica de San Pablo extramuros.

Finalizada la reunión, el Papa y Correa se asomaron de nuevo al balcón y saludaron a los fieles y seguidores reunidos en la plaza y después, Francisco dedicó unos minutos a saludar a los miembros del gabinete de ministros, a religiosas y a empleados del palacio.
Desde Carondelet, el papa Bergoglio se dirigió a pie a visitar la vecina catedral metropolitana, última actividad de este lunes en su agenda

En tanto, en unas breves palabras durante su despedida de Carondelet el papa instó al pueblo a que «no hay diferencias»
«Les voy a dar la bendición para cada uno de ustedes y para sus familias para todos los seres queridos y para este gran y noble pueblo ecuatoriano», comenzó el papa, que no pronunció un mensaje que había preparado.

Y continuó: «para que no haya diferencias, que no haya excluidos, que no haya gente que se descarte y todos sean hermanos, que se incluyan a todos y no haya ninguno que esté fuera grande nación ecuatoriana».

El papa después les pidió que rezarán un Ave María antes de impartirles la bendición y se despidió con el habitual: «Recen por mí. Buenas noches y hasta mañana».

Este fue el último acto del segundo día de su viaje en Ecuador y tras el que volvió a la nunciatura, donde cientos de personas le estaban esperando en su exterior.

El Diario

Decenas de miles de fieles tuvieron un encuentro de fe junto a Francisco en Guayaquil

Pese a una grave enfermedad que le aqueja, Katherine Villacrés y su esposo Daniel Alejandro llegaron en la madrugada de este lunes al campo eucarístico del parque Samanes de esta ciudad portuaria para pedir por su salud, por intermedio del papa Francisco.

No les importó la espera, el frío de la madrugada, ni la alta temperatura de la mañana siguiente. El propósito era estar cerca al pontífice y rezar por su familia, esa familia a la que pidió proteger el Papa en su misa campal, que celebró ante unas 800.000 personas en esta urbe porteña, según las últimas estimaciones divulgadas por el ministro del Interio, José Serrano.

Al igual que la de Villacrés, otras decenas de miles de familias llegaron al campo eucarístico para expresar su devoción y su alegría por tener el privilegio de escuchar a pocos metros la palabra del máximo representante de la Iglesia católica.

Hugo Lema llegó desde la provincia de Chimborazo (centro andino) con un grupo de fieles y acampó en el parque Samanes, a la espera de su ansiado encuentro con Francisco.

«Admiro la sencillez del papa y de su infinito amor por los menos favorecidos, por eso quería recibir su bendición», expresó el feligrés, de 24 años, oriundo del cantón Alausí.

Por las 16 pantallas gigantes que instaló el gobierno en el campo eucarístico, los miles de feligreses se enteraron de cada detalle de la visita papal a esta ciudad, la más poblada de Ecuador con 2,6 millones de habitantes.

Cuando el papa pisó suelo guayaquileño en la Base Aérea Simón Bolívar procedente de Quito, los asistentes estallaron en júbilo. «Francisco amigo», corearon los seguidores católicos.

Allí, el Papa fue recibido por el vicepresidente de la República, Jorge Glas, entre otras autoridades locales y nacionales. Los balcones de las casas aledañas a la base se engalanaron con motivos alusivos a Francisco.

La ansiedad y el calor, mientras tanto, causaron estragos en algunas personas en Samanes, quienes fueron rápidamente atendidas por paramédicos de la Cruz Roja, que se apostaron en cada uno de los 32 bloques en que fue organizado el predio eucarístico.

Luego de visitar el Santuario de la Divina Misericordia, ubicado a 26 kilómetros al oeste del centro urbano guayaquileño, el pontífice se encaminó, en el sencillo auto Fiat asignado para sus recorridos en Ecuador, rumbo al parque Samanes, en el norte de la ciudad.

En su trayecto, Francisco recibió el cariño de los guayaquileños que viven en barrios aledaños que se volcaron a los costados de las avenidas por donde pasó la caravana papal. Esos detalles fueron atestiguados por la feligresía ubicada en Samanes.

Después de un recorrido de unos 20 minutos, el momento esperado por los cientos de miles de personas llegó a su fin. Francisco ya no fue observado por una pantalla sino que fue visto en persona abordo del papamóvil.

En el templete, lo recibieron autoridades eclesiásticas y el coro ofreció unas notas melodiosas que llenaron de emoción a la gente.

En la misa, Francisco puso énfasis en la protección a la familia. «La familia constituye la gran riqueza social que otra institución no puede sustituir», expresó el pontífice.

Emilio Piedra, un católico del sector de Las Orquídeas, no dejaba de orar mientras en la ceremonia se ofrecía la comunión a la multitud. Una repentina ventisca refrescaba de vez en cuando el ánimo de las personas.

Finalmente, después de 87 minutos, el Papa pronunció sus últimas palabras: “Rezo por las familias de cada uno de ustedes, les pido que no se olviden de rezar por mí. Hasta la vuelta”.

La emoción invadió a muchos de los feligreses, algunos de los cuales intentaron acercarse al papamóvil para darle un agradecimiento por su presencia en Ecuador y un “hasta pronto” al primer papa latinoamericano de la historia, el argentino Jorge Mario Bergoglio.

Después de la misa, los cientos de miles de feligreses salieron ordenados, gracias al operativo que implementaron los cerca de 8.000 integrantes de las fuerzas del orden y del voluntariado.

“El papa nos deja una maravillosa reflexión para cuidar y proteger lo más valioso que es la familia”, expresó Stalin Cando, quien llegó junto a su esposa y se retiró caminando a su vivienda ubicada en un barrio residencial del norte.

El padre Ángel Villamizar, párroco de la iglesia del Cristo del Consuelo, se mostró emocionado por la oportunidad de haber compartido junto al santo padre y la comunidad católica guayaquileña.

El sacerdote fue protagonista junto a cientos de fieles de una procesión la víspera de la misa con la imagen del Cristo del Consuelo, símbolo emblemático de la devoción católica local, que fue colocado en el templete cerca del sumo pontífice.

Francisco posteriormente se dirigió a un almuerzo y encuentro privado con la comunidad jesuita, a la que pertenece, en el colegio Javier. Allí saludó con el padre Paquito, Francisco Cortés, un religioso de 91 años y amigo personal al que Jorge Bergoglio conoció en la década de los ochenta.

Luego, se dirigió a la base área local, no sin antes despedirse de los feligreses que se apostaron nuevamente en las avenidas para decirle «Gracias Francisco».

Andes

«En la familia los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos», dijo el papa Francisco en Guayaquil

Rezar y valorar la familia fue el mensaje central de la homilía que dio este lunes el papa Francisco en Guayaquil, en la primera misa que celebró en Ecuador. Desde el templete del parque Samanes (norte) reflexionó sobre el pasaje del Evangelio de San Juan en el que se cuenta el milagro de Jesús en las bodas de Caná.

Aquí el texto de su mensaje:

El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» le dijo y la referencia a «la hora» se comprenderá, después en los relatos de la Pasión. Está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino».

Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos y en amores alegres. Demos un lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista. Hagamos con ella, ahora, el itinerario de Caná.

María está atenta, atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace «ser hacia» los otros, tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar, la mala preparación de las bodas y como está atenta con su discreción se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida.

Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, de las enfermedades, de situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está, atenta y solícita.

Es lindo escuchar esto, María es Madre, ¿se animan a decirlo todos juntos conmigo? ¡Vamos!: María es Madre. Otra vez: María es Madre, otra vez: María es Madre. Pero María, en ese momento que se percata que falta el vino acude con confianza a Jesús, esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la «hora» de Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz.

Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón, a su Hijo, Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios.

Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo techo y que comparte la vida y está necesitado.

Y finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos, por amor, servidores unos de otros.

En el seno de la familia, nadie es descartado, todos valen lo mismo, me acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron: ¿A cuál de sus cinco hijos (nosotros somos cinco hermanos), a cuál de sus cinco hijos quería más? Y ella dijo: “como los dedos, si me pinchan este, me duele lo mismo que si me pinchan este una madre quiere a sus hijos como son y en una familia los hermanos se quieren como son nadie es descartado, allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño y nos peleamos, porque en toda familia hay peleas el problema es después pedir perdón.

Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213).

La familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí mientras se puede, la familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos.

En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos, estos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de todos. La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina.

En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios. Y en la familia y de esto todos somos testigos los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar: el vino nuevo ese vino tan nuevo que dice el Mayordomo en las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado, nacen de lo peorcito porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20).

Y en la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, el agua de las tinajas, nos escandalice o espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en milagro.

La familia hoy necesita de este milagro. Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir.

Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en la esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo.

Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir. Murmúrenselo cada uno en su corazón: El mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados. Tené Paciencia, tené esperanza, Hacé como María, rezá actuá, abrí tu corazón, porque el mejor vino va a venir.

Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas. Como María nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga», lo que Él nos diga y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de ser familia, el gozo de vivir en familia. Que así sea

El Universo

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