José Mujica, expresidente de Uruguay: «América Latina está suturando las enormes desigualdades que tiene adentro»

342

En una conversación informal y espontánea con Radio Francia Internacional, el expresidente José Mujica habló de su concepción del mundo y del poder, al otro extremo de lo que él califica de «contrabando feudal y monárquico que han metido en las presidencias contemporáneas». Reveló que al único a quien consultó antes de recibir en Uruguay a presos de Guantánamo fue a Raúl Castro, se refiere a su experiencia y desvela algunos de los mecanismos que lo condujeron a obtener ciertos objetivos concretos y a inscribir a Uruguay en la dinámica internacional contemporánea.

Al término de su mandato, ¿cómo se siente? ¿Tiene la sensación de haber cumplido una misión?

Vivir es superar cosas que quedan atrás y tener otras por delante. Yo soy un militante, un viejo militante. Por lo tanto, más bien concibo la vida como una militancia. Esta fue una etapa pero sigo militando. Mientras continúe la vida, seguiré militando, porque es una forma de vida. Esto puede sorprender, pero yo no me había planteado ser presidente ni cosa que se le parezca hasta hace pocos años. Ni me había pasado por la cabeza. Lo que siempre estuvo dentro de mi cabeza es que, pasara lo que pasara, yo iba a seguir militando en el sentido de luchar por los cambios sociales, las mejoras… Y si tuve años de soledad en el calabozo, muy duros, siempre pensé que al salir seguiría militando. Mi apellido es vasco. No sé si tengo algo de vasco, pero soy terco.

¿Pensó que había podido cumplir las metas que se había trazado?

Cumplí algunas cosas. Hay una imagen de la presidencia que yo no acompañé nunca. Traté de sembrar una imagen lo más republicana posible, en el sentido de que un presidente no es distinto de cualquier ser humano y que, como tal, hay que considerarlo y verlo. Yo no comparto ese contrabando feudal y monárquico que han metido en las presidencias contemporáneas. Y eso creo haberlo logrado. Bastante. Del punto de vista del quehacer, hay menos pobres y menos indigentes. Del punto de vista de lo que falta, es lamentable que queden pobres y algunos indigentes. En un país que tiene recursos, no se justifica que eso exista. Tenemos una enseñanza demasiado vocinglera y se ha podido multiplicar algo en lo tecnológico, pero no lo suficiente.

Usted tuvo un papel en el deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Ha dicho que solo aportó un « grano de arena ». ¿Cuál fue su participación en este acercamiento?

Cuando estuve con Obama (en mayo de 2014), le expuse lo que es Cuba hoy, la situación cubana, que yo veía como insostenible. El me pidió que intercediera por el estado de salud de un prisionero norteamericano que estaba en Cuba. Hablé de eso con Raúl Castro. Transmití el mensaje. A esas alturas  – después lo supe –  ya estaban negociando. En Cartagena, durante un encuentro al que asistía Obama, también insistí en que necesitábamos ver a Cuba en la Interamericana. Yo dije, casi poéticamente, «la bandera de la estrella solitaria». Y Obama registró. Y también cuando los Estados Unidos me pidieron que acogiera a algunos de los presos de Guantánamo, el único a quien consulté en este mundo fue a Raúl Castro porque, aunque Guantánamo no esté bajo jurisdicción cubana, yo considero que es territorio cubano. Y Raúl Castro me dijo: «¡Adelante!». Esa fue la forma concreta en que intenté ayudar.

¿Qué siente al ver el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos ?

El tiempo es un gentil hombre e inevitablemente trae mudanzas. No hay un Estados Unidos, hay varios. Hay un Estados Unidos imperial, dispuesto a aplastar a cualquiera, y los latinoamericanos conocemos la historia. Pero entre los otros que hay , está el Estados Unidos universitario, el que determinó la derrota en Vietnam. Porque, en gran parte, lo que pasó en Vietnam fue consecuencia de la resistencia que había en el mundo universitario americano. No debemos cometer el error de meter todo en la misma bolsa y pensar que todo es lo mismo. No. No todo es lo mismo. Hay diferencias, porque de lo contrario no podríamos tener eventuales aliados de futuro.

En un momento en que la presencia de China es cada vez más fuerte en América Latina, como principal comprador, salimos a buscar un platillo compensador en Europa, pero Europa está ocupada en otras tareas, no nos da pelota. En el mundo en que vivimos, tenemos que tener la inteligencia de manejar ciertas interdependencias para asegurar nuestra independencia. Si el abrazo chino es muy fuerte, necesito sacar una manito pa’ fuera pa’ que el abrazo no sea tan fuerte . Y eso puede ser Europa o puede ser Estados Unidos. Pero ni me tengo que casar con Europa ni me tengo que casar con Estados Unidos, ni me voy a casar con China. Los tengo que soportar, que es una cosa distinta (risas). Y no debemos olvidar que, en los próximos 25 años, Estados Unidos va a ser el país hispanoparlante más grande del mundo, gracias al vientre de las mujeres latinoamericanas que los están de a poco colonizando (risas).

Usted se reunió con el Papa Francisco en 2013 y ha dicho que es una persona muy abierta. ¿Ni con un Papa así ha pensado en ser católico?

Realmente, aun cuando me voy aproximando a la muerte por proceso biológico, no puedo creer en Dios. Pero me gustaría creer porque una de las lecciones que el sufrimiento me enseñó – estuve herido en un hospital militar y vi gente morir – fue percibir que la religión ayuda a morir bien a quien cree. Es un hermoso servicio. Yo no creo, pero tengo un enorme respeto por el mundo de la religión.

¿Cómo ve el devenir de América Latina ?

Creo, en primer lugar, que América Latina está suturando las enormes desigualdades que tiene adentro. Es un continente pavorosamente desigual y está viviendo un proceso de atemperar globalmente esa desigualdad. Segundo: está recreando una identidad común como nunca tuvo. La duda es si eso se profundiza y se mantiene, o dura un tiempo y retrocede. No sé. Quisiera que durara en el tiempo. Antes mirábamos a Europa, mirábamos a Estados Unidos, y entre nosotros ni nos mirábamos. Ahora, por primera vez, nos miramos. Y no es porque todos seamos de izquierda y pensemos igual, no. Esto ocurre con las variantes de izquierda y de centro y centro derecha. Porque en eso estoy incluyendo al presidente de Colombia, al expresidente de Chile, es mucho más general. Si logramos trascender esto y que se transforme en una riqueza contable, habremos avanzado siete leguas.

Usted sostiene que la ley sobre el cannabis no es liberal. ¿Por qué ?

Es una ley represiva, curiosamente. Parece liberal, pero es represiva contra el tráfico de drogas. Es una medida que intenta quitarle el mercado a los traficantes. Dejarlos sin negocio. La idea es la siguiente: hace 70 años que reprimimos y reprimimos cada vez más. Y como seguimos fracasando, entendemos que no podemos seguir haciendo siempre lo mismo. Tenemos que enfrentar ese problema desde otro ángulo. Y nos inspiramos en la lucha de ideas de Friedman (Milton Friedman, Premio Nóbel de Economía en 1976, liberal y defensor del libre mercado). Friedman, sapo de otro pozo, con quien no tenemos nada que ver desde el punto de vista ideológico, hizo un análisis demoledor sobre la política del gobierno norteamericano en relación a las drogas, encarando el fenómeno como un mercado.

Tuvimos la idea de que valía la pena cambiar de rumbo y fue lo que ensayamos. Partimos de la siguiente patología: hay cerca de 150.000 consumidores de marihuana en Uruguay. A nosotros no nos gusta la marihuana ni decimos que sea buena, ni todo eso que dicen. No. Ningún vicio es bueno, solo el del amor. Los demás, tabaco, alcohol, no. Pero hay un hecho: hay una población que consume. Si la dejamos al mundo clandestino estamos dando un regalo al narcotráfico. Entonces pensamos abordar eso como un fenómeno de mercado. Vamos a garantizar una dosis y un método para comprarla. Si vemos que el individuo tiende a consumir demasiado, es que estamos ante un enfermo, entonces podemos intervenir o tratar. Es lo mismo que el alcohol. Si yo tomo dos o tres dosis por día tal vez no sea bueno, pero si me tomo una botella soy un alcohólico que necesita ser internado. Es lo mismo con la marihuana. Apuntamos a eso, a dejar al narcotráfico sin negocio. Sabemos que es complicado y difícil, pero no tenemos duda de la necesidad de cambiar de método porque hasta ahora hemos sufrido un estupendo fracaso.

Su mandato termina y la ley aún no ha sido aplicada. ¿Qué ha pasado, por qué tanta demora?

¡Ah! Porque tenemos que cultivar, conseguir las variedades, identificarlas. Porque queremos plantar clones. ¿Por qué queremos plantar clones? Porque no queremos que lo que producimos vaya a parar a otro país y para eso tenemos que certificar. Tenemos que dar garantías sobre su identidad. Y por lo tanto tenemos que administrar clones, cuyo material genético es siempre el mismo. El problema no es simple. Tiene dificultades técnicas. Resolver esas dificultades costó mucho porque tuvimos que hacer gambetas con el sistema jurídico internacional de algún país para poder traer material, porque las leyes de ese país permiten vender a las personas pero no permiten exportar.

En relación con su gobierno, los uruguayos reconocen que usted «puso a Uruguay en el mapa». ¿Considera que su legado internacional es haber puesto al país en el escenario mundial para que Uruguay adquiriese notoriedad?

No me lo propuse deliberadamente. Lo que sí me propuse fue el ejercicio de algo que podría llamarse «diplomacia presidencial». Y eso me permitió cosas. Fui a hablar con Obama y conseguí que la naranja uruguaya entrara a los Estados Unidos. Hace 18 años que queríamos vender naranja a los Estados Unidos y no lo lográbamos. Eso es fundamental para algunas regiones de Uruguay. Con la carne de cordero fue igual. ¿Y por qué? Porque yo le dije: «recibo a algunos presos de Guantánamo». Es difícil que después, cuando usted va a pedir algo, le digan que no. ¿Entiende? Si ese trabajo sirvió para poner a Uruguay en el mundo, sí, lo hice. Pero no fue intencional.

Y su estilo de vida, ¿es un mensaje político?

Es una manera de ver la vida. Yo defino que la libertad humana, desde el punto de vista individual, es tener tiempo para gastar en las cosas que a uno lo gratifican. Soy enemigo de la sociedad de consumo. Soy amigo de la sobriedad, de vivir con poco, pero no porque sea un asceta solitario. ¡No! Poca atadura material me garantiza tener tiempo para dedicarlo a las cosas que me realizan. Si me complico la vida y tengo un caserón, y estoy desesperado por el servicio y tengo varios carros, tengo que preocuparme por todo eso. ¡No! Entonces, soy pródigo en libertad y desprendido de las cosas materiales. Pocas cosas materiales. No quiero que me esclavicen. Es como el guerillero que tiene que andar a pie. Si piensa que necesita de esto, de aquello y de lo de más allá, se echa encima un peso de 100 kilos y no puede caminar. Tiene que acostumbrarse a caminar y a vivir con poco porque si no, el peso de las cosas que carga lo sepulta. ¡Siempre andamos en guerrilla en la vida!

¿Qué pasó con su proyecto de adoptar 30 o 40 niños pobres cuando terminase su mandato?

Estoy fundando una escuela para eso. Una escuela de cultivadores de hortalizas. No es una escuela agraria. Tendrá una especialidad: la producción de verduras. Porque si seguimos así, vamos a terminar importando la ensalada de frutas de China (risas). Yo soy campesino. Tal vez sea una proyección de eso. Serán jóvenes para trabajar y aprender ese oficio. Va a comenzar ahora en marzo y después va a ir creciendo.

Con la visión de hoy, después de haber estado en el poder, ¿qué es posible cambiar? De aquella revolución utópica que pretendía cambiar el mundo, ¿qué revolución es posible?

Algunos como yo piensan que es posible construir un mundo mejor. Pero es posible que ese mundo mejor sea un camino constante. El principio y el fin, eso de que las cosas tienen que comenzar y terminar, puede ser una idea de nuestra cabeza humana que necesita principio y fin. Pero es probable que lo único que exista es el camino.

¿La revolución es el camino?

Es el camino.

Espectador

Más notas sobre el tema