El derecho a la felicidad: nuestra deuda con la comunidad gay (México) – Por Cecilia Soto
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
¿Cómo nos va en México con la deuda que tenemos para respetar los derechos humanos de aquellos mexicanos que se identifican con la diversidad sexual?
¿Cuántas generaciones han sido necesarias para que usted y yo estemos vivos? Si calculamos 25 años por generación biológica, fueron necesarias 80 generaciones, a partir del año del nacimiento de Cristo, y 400 generaciones a partir de la invención del fuego y la agricultura, hace 10 mil años; y podemos seguir haciendo la cuenta hasta llegar a las miles y cientos de miles de generaciones que hicieron posible el milagro de vivir. Pues sólo por estadística, le puedo asegurar que en esas decenas y centenas de generaciones ha habido en su familia y en la mía de todo: africanos, árabes, judíos, indígenas, españoles, raptos, botín de guerra, madres solteras, piratas, traficantes, religiosos, monogamia, poligamia y, sin duda alguna, homosexuales y hasta bisexuales.
Con ello quiero decir que en toda familia ha habido, históricamente, alguna, poca o mucha “indecencia”. Esto me pasó por la mente cuando vi El código enigma, la película sobre el matemático inglés Alan Turing, nominada al Oscar pero que seguramente no lo ganó. Turing, considerado el padre de la computación moderna, fue condenado en 1952 por “indecencia descarada” (gross indecency) por sostener una relación homosexual. Se le condenó a castración química. En términos prácticos, se le obligó a tomar hormonas femeninas por un año (por lo que sus senos crecieron) para que perdiera su libido. Un año después, en 1954, Turing se suicidó, aunque aún se investiga un posible asesinato por parte de las fuerzas de seguridad británicas. Tenía 42 años y era un genio.
Se habla de la cultura como el poder suave de gobiernos y grupos de influencia. Pero en el caso del cine, yo enfatizaría el primer término: un poder transformador de gran eficacia. Salí estremecida de la sala de cine, confrontada súbitamente con la carga del dolor de millones de seres humanos a los que por siglos se les negó el respeto y el derecho a amar libremente y a ser felices. En el caso de Turing se agrega otro factor paradójico: el científico británico fue el alma del equipo que logró descifrar los mensajes alemanes durante la Segunda Guerra. Los historiadores calculan que, gracias a la información que su equipo consiguió descifrar, la guerra logró acortarse dos años y Hitler no alcanzó a usar el poderoso armamento que preparaba contra los aliados. De tal manera que Turing jugó un papel central en la derrota de un poder, los nazis, que perseguía y mandaba a los campos de concentración a los homosexuales como él, sólo para ser condenado por su homosexualidad al terminar la guerra por el gobierno con el que colaboró para derrotar a Hitler.
Apenas diez años antes de la revolución de los Beatles y los Rolling Stones, Alan Turing murió víctima de tratos crueles e inhumanos. En 2009 el entonces primer ministro Gordon Brown pidió disculpas públicas por la condena a Turing. Pero en 2011, el gobierno se negó a otorgar un perdón oficial, basado en que la condena “había sido bien aplicada, según las leyes de la época”. Quienes promovían homenajes y esculturas para honrar a Turing no conseguían financiamiento de las grandes compañías tecnológicas por la condena que pesaba sobre su nombre. No fue sino hasta diciembre de 2013, y después de una ruidosa campaña de científicos y personalidades, que la reina Isabel II otorgó un perdón oficial. Con todo, todavía hay 50 mil nombres de ciudadanos de Reino Unido que fueron condenados por “indecencia” y aún no se les reivindica.
¿Cómo nos va en México con la deuda que tenemos para respetar los derechos humanos de aquellos mexicanos que se identifican con la diversidad sexual? Como en tantas cosas fundamentales para el fortalecimiento de la vida democrática: hay un abismo entre lo ordenado en la Constitución, gracias a las reformas del artículo primero, y su aplicación en la vida cotidiana. El actual gobierno federal ha recuperado terreno que se perdió durante el gobierno de Felipe Calderón: hay una campaña oficial para el turismo gay internacional. Se recuperó el nombre con el que se conoce internacionalmente al Día Nacional de la Lucha contra la Homofobia; y la Secretaría de Relaciones Exteriores avanza en el reconocimiento oficial de los cónyuges de los diplomáticos gays que ya se reconocen como tales. Las instituciones de salud pública ya reconocen los derechos de los cónyuges o concubinos de matrimonios o parejas del mismo sexo, pero todavía hay mucho por hacer.
Antes que nada, recordarles perentoriamente a las entidades federativas que una sentencia de la Suprema Corte las obliga a homologar sus constituciones y leyes locales, con la reforma al artículo primero constitucional, que prohíbe la discriminación por preferencias sexuales, y que, por tanto, le reconoce a cada uno de los mexicanos, todos los derechos humanos, incluyendo el de amar a quien se les dé la gana. Pero son excepciones las entidades que reconocen el matrimonio entre personas del mismo sexo: sólo la Ciudad de México, Quintana Roo y Coahuila. En otras entidades las parejas gays tienen que pasar por el tortuoso camino de solicitar la autorización, ver negada su solicitud y emprender un juicio, hasta conseguir cinco admisiones y, con ello, lograr la jurisprudencia que permita el cambio legal.
Mirémonos en el espejo que nos devuelve el trato cruel e inhumano a Turing en la Inglaterra de la posguerra. No existe ya la brutalidad de la castración química, pero la discriminación, la falta de respeto y empatía siguen siendo causa de sufrimiento innecesario. Por lo pronto, me verá en la marcha del 17 de mayo; espero ver ahí a Miguel Ángel Mancera y a los dirigentes de los principales partidos. Ello será fundamental para mi voto. Nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog