«Unidad latinoamericana, un necesario proyecto histórico». Análisis de la brasileña Mónica Bruckmann, investigadora de la Universidad Federal de Río de Janeiro/ Unesco, en el que evalúa en clave histórica los distintos proyectos integracionistas en pugna en la región y sus vínculos con un escenario mundial en proceso de cambio
La coyuntura latinoamericana contemporánea está marcada por grandes avances en los proyectos y procesos de integración regional. Nunca antes en la historia, la región tuvo una densidad diplomática tan dinámica y un conjunto tan amplio y diverso de mecanismos de intercambio y acción política conjunta. A la dinámica compleja de integración de las naciones, acompaña también la integración de los pueblos y de los movimientos populares, con un creciente poder de presión social y participación en la elaboración de políticas públicas que reflejan la afirmación del movimiento democrático. En este contexto, un principio que adquiere cada vez mayor centralidad es de la soberanía como la capacidad de autodeterminación de los Estados, de las naciones, de los pueblos y de las comunidades.
El debate actual en torno de la integración regional y sus perspectivas tiene fuertes antecedentes que muestran la profundidad de la unidad latinoamericana como proyecto histórico. Sin detenernos en un desarrollo más extenso de estos antecedentes, buscamos presentar algunos ejemplos de lo que constituyen las bases doctrinarias del actual proceso de integración regional. Este enfoque muestra, sobre todo, los límites de un intento de convertir este proceso de integración en un simple intercambio comercial.
Dos polos. La geopolítica de la integración regional latinoamericana está profundamente signada por la disputa entre el proyecto hegemónico de Estados Unidos –expresado en una estrategia compleja de dominación y apropiación de recursos naturales considerados “vitales”, lo que convierte el acceso a estos recursos en un asunto de “seguridad nacional”– y los procesos de integración regional herederos de las luchas continentales por la independencia durante el siglo XIX, que encuentran en la renovación del bolivarianismo una afirmación soberana que ha avanzado y se ha profundizado durante los últimos años.
Sin embargo, el fortalecimiento de la integración regional exige una nueva visión estratégica elaborada a partir de una amplia discusión sobre la dinámica y las tendencias del sistema mundial, la emergencia de nuevas potencias a nivel global, el desarrollo de una visión geopolítica que articule los intereses en juego y la conformación de nuevas territorialidades a partir de una amplio movimiento social de “abajo hacia arriba”. Este momento de elaboración del pensamiento regional tiene como desafíos la construcción de una estrategia de reapropiación social de los recursos naturales y su gestión económica y científica, lo que exige una rediscusión profunda de la propia noción de desarrollo, del concepto mismo de soberanía y de la posición de América latina en la geopolítica mundial.
El análisis de las diversas dimensiones que implica la disputa global por los recursos naturales considerados estratégicos, requiere un balance de la historia mundial reciente que tiene en la emergencia de China en el sistema mundial, un aspecto fundamental. La nueva centralidad de China en la economía y política mundial nos conduce a destacar la importancia del enfoque de larga duración (desde la perspectiva Braudeliana) y de los procesos civilizatorios en la construcción de los instrumentos teórico-metodológicos para el análisis de la coyuntura. En este contexto, y desde un enfoque que se esfuerza en capturar la complejidad del mundo contemporáneo, la cuestión estratégica trasciende ampliamente el marco de la política de seguridad y de la defensa nacional, para insertase en el análisis de los procesos históricos de larga duración y de la dimensión civilizatoria de las visiones estratégicas.
América latina tiene, en relación a China, la oportunidad histórica de desarrollar una cooperación estratégica de largo plazo, orientada a romper la relación de dependencia que marcó su inserción en el sistema mundial. Cabe a la región aprovechar esta oportunidad o reproducir la lógica de la dependencia y la dinámica de exportación de materias primas de bajo valor agregado, que tiene como base la lógica del llamado extractivismo, que ajeno a cualquier proyecto nacional, restringe nuestro horizonte económico a los intereses de las economías centrales y de las empresas transnacionales que se constituyen en agentes económicos de estos intereses.
Hegemonía: unipolar o compartida. Durante la última década, el debate teórico y político estuvo profundamente marcado por la crisis de la hegemonía unipolar y por la configuración de un espacio global con hegemonía compartida, o multipolar. La creciente importancia económica y política de las potencias emergentes, los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y, recientemente, Sudáfrica), colocan elementos nuevos para pensar la dinámica económica y política de un mundo multipolar, donde los procesos y proyectos de integración regional se conviertan en mecanismos necesarios para la compartimentación del poder mundial y regional y para el fortalecimiento de los proyectos de desarrollo desde y para el Sur.
La colaboración sur-sur encuentra su inspiración más profunda en la afirmación de la lucha anticolonial del tercer mundo y en el surgimiento de los países No Alineados. La Conferencia de Bandung, celebrada en abril de 1955, significó uno de los momentos más importantes de este proceso. Esta reunión, en la que participaron 23 países asiáticos y 5 africanos, se sustentó en los principios de la lucha anticolonial y antiimperialista, elaborando un amplio llamado de autodeterminación y desarrollo de los pueblos basado en la solidaridad y cooperación económica y cultural y buscando crear un espacio político independiente en relación a los bloques militares y la confrontación entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante el periodo de la Guerra Fría. El foco principal estaba puesto en las luchas nacionales por la independencia, la erradicación de la pobreza y el desarrollo económico, a través de organizaciones regionales y políticas económicas de cooperación entre los países del tercer mundo.
El espíritu de Bandung permitió crear un amplio consenso entre los principales líderes y los pueblos de Asia, África y América latina en relación con la afirmación de la paz y los principios de coexistencia pacífica, en un momento en que el mundo vivía una situación de extrema tensión y amenaza de guerra: la invasión a Guatemala organizada por Estados Unidos para derrocar al presidente Jacobo Árbenz, el desplazamiento de la Séptima Flota de Estados Unidos hacia el mar de China, la sustitución de las tropas francesas por estadounidenses en la región sur de Vietnam, después de la derrota francesa en Dien Bien Phu en 1954 y la guerra de Corea (1950-1953).
El Movimiento de los No Alineados dio contenido diplomático, dentro de las Naciones Unidas, a sus líneas de acción. Bajo influencia latinoamericana se crea la United Nations Conference on Trade and Development-Unctad. Surgen también expresiones radicales de la lucha política revolucionaria, como la organización Trilateral, que se crea en La Habana, en 1973. La emergencia de gobiernos como el de Velasco Alvarado en Perú, Juan José Torres en Bolivia, Omar Torrijos en Panamá, Salvador Allende en Chile, y el regreso de Perón en Argentina, conducen a iniciativas estatales que se expresan en la transformación de la Alalc en Aladi (Asociación Latinoamericana de Integración). Se crea también el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA) en 1975, destinado al estudio de la integración regional y a la formulación de sus políticas. Sin embargo, la organización interestatal más fuerte se crea en 1960 con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). En este mismo momento, la votación de la “Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados”, en 1972, promovida por el presidente mexicano Luis Echeverría, consagra los principios del no alineamiento en las Naciones Unidas.
Son varias las iniciativas internacionales que forman parte de esta ofensiva del tercer mundo, que tiene en la victoria de la revolución vietnamita y la liberación de Laos y Camboya una epopeya de la lucha antiimperialista mundial. La respuesta del centro imperial a esta ofensiva se empieza a articular en torno a la formación de la Comisión Trilateral (Trilateral Commission) en 1973, que reúne Estados Unidos, Europa y Japón en una estrategia de recuperación de poder mundial. Esta estrategia alcanzará sus resultados en la década de 1980, durante los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y se expresa en el establecimiento de la hegemonía del pensamiento único que logra, incluso, transformar el Glasnost y la Perestroika, iniciadas por los soviéticos, en la disolución de la Unión Soviética.
Durante la década de 1990 se inician fuertes movimientos de reestructuración de la ofensiva de los gobiernos y movimientos del tercer mundo, que tiene en el éxito económico de China e India y, en parte, de Brasil a inicios del siglo XXI, una búsqueda de formas institucionales que expresan esta nueva situación.
Si en la década de 1970 se creó el Grupo de los 7 principales países desarrollados, en la década del 2000, además de la incorporación de Rusia, se incluyen también varios países emergentes conformando el grupo de los 20. Se consagra así el principio de la hegemonía compartida como sucesor de los desastres causados por la política del unilateralismo que se impuso con el gobierno de Bush hijo.
El legado histórico de las luchas del tercer mundo se revela de gran utilidad para una estrategia de afirmación de un sistema multipolar y para orientar, desde el punto de vista estratégico, el proceso de integración latinoamericana y su impacto en la geopolítica mundial contemporánea.
En números
1300
Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica son, nominalmente, cinco, pero su población supera los 1300 millones de habitantes, conformando uno de los mercados más extensos del planeta, con economías acordes con su volumen.
Diez razones de los No Alineados
Los cinco principios de coexistencia pacífica, propuestos por el primer ministro chino Chou En-lai y ratificados por el premier hindú Jawaharlal Neru en 1954: no agresión, no intervención en los asuntos internos de otros Estados, igualdad y ventajas mutuas y coexistencia pacífica, fueron asumidos por la Conferencia de Bandung, en 1955, como parte de los diez principios generales, que incluían conceptos fundamentales:
El respeto a los derechos fundamentales de acuerdo a la Carta de la ONU de 1948.
Respeto a la soberanía y la integridad territorial de todas las naciones.
Reconocimiento de la igualdad de todas las razas y naciones, sin importar el tamaño.
No intervención y no injerencia en los asuntos internos de otros países.
Respeto a los derechos de cada nación a defenderse, individual o colectivamente de acuerdo a la Carta de la ONU.
Rechazo a participar de los preparativos de defensa destinados a servir a los intereses particulares de las superpotencias.
Abstención de todo acto o amenaza de agresión o empleo de fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de otros países.
Solución pacífica de los conflictos internacionales, de acuerdo a la Carta de la ONU.
Estímulo a los intereses mutuos de cooperación.
Respeto a la Justicia y obligaciones internacionales.
Avances orgánicos
La unidad continental. En este mismo momento América latina vive un proceso a través del cual la diplomacia regional adquiere una densidad hasta entonces desconocida. Un conjunto de nuevas articulaciones se traducen en instituciones subregionales, regionales y continentales, que transforman el proceso de integración en una compleja realidad que involucra a jefes de Estado, ministerios de Relaciones Exteriores y varias otras agencias nacionales, lo que al mismo tiempo está acompañado de un proceso de integración de los pueblos y de los movimientos sociales, incluyendo los sindicatos y los movimientos campesinos y estudiantiles que ya tenían una cierta tradición de integración regional.
En el plano de las ciencias sociales, se desarrolló un proceso creciente de integración regional con nuevas instituciones de estudio, universidades y redes académicas que permiten avanzar hacia el estudio de la problemática regional, fortaleciendo una visión de conjunto. Tal vez algunos de los ejemplos más notables de este proceso sean el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), cuya primera sesión se realizó en Lima, en 1968; o la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), que se crea en 1954, en Chile, y luego se amplía hacia Argentina, México, Brasil, Ecuador y América Central.
En el ámbito de la investigación se crearon, después de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (Celade), en Chile (1957); la Escolatina, en el área de economía (Chile); el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (Ilpes); la Maestría Latinoamericana de Administración Pública de la Fundación Getúlio Vargas, en Brasil; el Consejo Superior Universitario Centro Americano (Csuca), que coordina las universidades de esta subregión; la Coordinación de Universidades del Cono Sur y, más recientemente, el Foro Universitario del Mercosur (Fomerco) y la Universidad de Integración Latinoamericana (Unila), con sede en la ciudad de triple frontera, Foz de Iguaçú (Brasil). Entre las varias asociaciones profesionales que se constituyeron a lo largo de las últimas décadas se destacan la Asociación de Economistas de América Latina y el Caribe (Aealc) y la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS). Esto muestra que se están creando condiciones para una integración de largo plazo a través de una red de instituciones que permitan la cooperación y el intercambio en diversas áreas del conocimiento.
Un balance histórico mínimamente informado muestra la creciente densidad de la integración regional, al contrario de lo que sostienen los defensores del panamericanismo, que descalifican sistemáticamente los avances de este proceso.
Los Parlamentos latinoamericanos del Mercosur, de la Comunidad Andina, del Pacto Amazónico, son también mecanismos de ampliación del proceso de integración. Este marco institucional creciente abre camino para el debate sobre una estrategia común sudamericana y latinoamericana, con posibilidades de convertirse en políticas concretas. El fortalecimiento del Mercosur y la posterior creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA); el creciente impacto subregional de la Comunidad y Mercado Común del Caribe, que actualmente lleva el nombre de Comunidad del Caribe-Caricom y más recientemente, la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac), son expresión de la creciente densidad y dinamismo de la integración regional, al contrario de lo que sostiene los defensores del panamericanismo, que descalifican sistemáticamente los avances de este proceso y que persisten en sus intentos de desestabilizar y debilitar un proyecto histórico de unidad de los pueblos de la región que se revela, en última instancia, como un proyecto histórico da larga duración.