Estamos cada vez más chinos – Por Agustín Lewit

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Desde que a finales de la década del setenta, el por entonces presidente chino Deng Xiaoping emprendió el proceso de apertura comercial de su país al mundo, América Latina se convirtió en un territorio cada vez más codiciado por el gigante asiático.

No obstante, fue en el transcurso de la última década donde el vínculo entre China y las naciones latinoamericanas y caribeñas adquirió un fuerte dinamismo. Para un país que posee el 22% de la población mundial, con una acelerada urbanización y  apenas el 7% de su tierra cultivable, una fuente tan diversa de materias primas y alimentos como lo es América Latina constituye, desde ya, una especie de paraíso terrenal.

Con una velocidad que sorprende si se mira el proceso en perspectiva -como casi todo lo que ocurre en China en términos económicos-, el país asiático logró forjar en los últimos años sendos vínculos comerciales con la mayoría de los países de la región, multiplicando exponencialmente el volumen de intercambio comercial con los mismos. Por caso, China es actualmente el principal socio comercial de Brasil y Chile, el segundo de Argentina y Colombia, el tercero de México y el principal receptor de exportaciones de Uruguay y Ecuador. Aunque aún sin datos definitivos, las estimaciones dan cuenta que durante el 2014 el intercambio económico China-Latinoamérica superó los 240.000 millones de dólares, muy por encima de los modestos 12.600 millones que se contabilizaban en el año 2000.

Hu Jintao -presidente de la República Popular China hasta el 2013- fue un actor fundamental para el fortalecimiento del vínculo con la región latinoamericana, especialmente a partir  de la gira realizada por él en 2004, que incluyó visitas a Argentina, Brasil, Chile y Cuba. Su sucesor, Xi Jinping, lejos de quedarse atràs, profundizó los nexos: en menos de dos años de gestión visitó la región en dos oportunidades, imprimiéndole a sus visitas -a diferencia de su antecesor- un fuerte y claro contenido político.

En ese marco de estrechos y pujantes vínculos es que tendrá lugar la I Reunión Ministerial del Foro Celac-China, encuentro pactado por las partes en Brasil en julio pasado, y que constituye un paso importante en la institucionalización de las relaciones. En la misma, se buscará avanzar en lo acordado en la mencionada reunión de Brasilia, es decir, dar forma concreta a una serie de acuerdos comerciales, financieros y energéticos, como así también diversos tratados de cooperación científica y tecnológica, todo ello en el marco de un plan quinquenal que dé contención formal a los actores hasta 2019.

El cónclave, al que acudirán -por lo menos- veinte cancilleres latinoamericanos y ministros de diferentes carteras de los diferentes países, se da en simultáneo con otro hecho significativo que debe inscribirse como parte del mismo movimiento: el inicio en Nicaragua de las obras del Canal Interoceánico, faraónico y multimillonario emprendimiento que unirá el Pacífico con el Mar Caribe y requerirá una inversión cercana a las 40 mil millones de dólares, costeado mayoritariamente por NKDH Group, un fondo de inversión del país oriental con sede en Hong Kong. El emprendimiento, además de ser el de mayor envergadura en el continente, significa una clara jugada geopolítica, en tanto competirá directamente con el canal de Panamá, aunque no de manera directa, controlado por EEUU y consorcios europeos.

Pero los planes chinos en el subcontinente ni por lejos acaban allí: en paralelo al mencionado mega-plan, el gigante asiático está detrás de numerosos proyectos energéticos -que van desde financiamientos a la explotación minera y petrolera, hasta la construcción en distintos países de numerosas centrales hidroeléctricas- como así también varias iniciativas de desarrollo ferroviario -Argentina es un claro ejemplo de esto último-, entre los que se destaca el plan de montar un tren interoceánico que atraviese el territorio de Brasil y Perú, lo que abarataría considerablemente los costos actuales de transporte.

Previo al inicio del Foro, los presidentes de Costa Rica –país al frente de la CELAC-, Ecuador y Venezuela mantuvieron una serie de encuentros con Xi Jinping, como así también con distintos referentes de la industria y las finanzas del país asiático. Los acuerdos económicos logrados, en principio, permitirán a Correa y Maduro contar con un poco de alivio ante la estrepitosa y preocupante caída del precio del petróleo, que ya comenzó a hacer mella en sus respectivas economías.

Por otra parte, no es para soslayar que China decida inaugurar su año diplomático con la CELAC, siendo que hasta ahora lo venía haciendo con África, otra área donde ha decidido jugar fuerte desde hace algunos años.

Así las cosas, para América Latina y el Caribe, China se presenta no sólo como un atractivo y -en apariencia- inagotable mercado donde colocar materias primas y commodities, sino también como una fuente de financiamiento alternativa a los organimos de crédito tradicionales.

No obstante, el desafío para las economias de la región, partiendo de la base de que por costos y tecnología resulta imposible competir con la producción manufacturera china, es lograr que el vínculo sea lo más complementario y menos asimétrico posible, evitando, fundamentalmente, caer en una dependencia estructural con el país oriental. En otros términos, es imperioso evaluar los costos de adherir al esquema comercial que China propone, el cual supone, en términos generales, una inserción comercial en base a la profundización de un patrón primario. Sopesar esos términos de intercambios parece ser la clave para volver virtuosa la relación.

En ese sentido: ¿Es posible profundizar el vínculo con China y evitar, al mismo tiempo, la reprimarización de las economías latinoamericanas? Ése parece ser el dilema a resolver.

*Periodista de Nodal. Miembro del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica

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