La paz de Colombia es la paz del mundo – Por Juan Manuel Santos

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Hace unas semanas, ante la Asamblea General de la Naciones Unidas, conté la historia de Constanza Turbay, una colombiana que perdió casi toda su familia a manos de la guerrilla de las FARC.

En La Habana, donde se lleva a cabo nuestro proceso de paz con esta guerrilla, Constanza tuvo la oportunidad de mirar a sus victimarios a los ojos y contar su trágica historia, la misma de millones de víctimas de una guerra sin sentido entre hijos de una misma nación.

Por primera vez, Constanza escuchó de uno de los líderes de las FARC las manifestaciones de un arrepentimiento sincero. En las propias palabras de esta valiente mujer, las víctimas están “cambiando su dolor por la esperanza de paz”.

Ese anhelo de reconciliación de la gran mayoría de colombianos es el que ha impulsado el intento, serio y juicioso, que estamos realizando los colombianos para alcanzar la paz.

Pero tener esperanza no significa ser ingenuos. Somos conscientes de que estamos negociando con nuestros adversarios. Entendemos que el país ha sufrido mucho a raíz de incontables asesinatos, bombas, secuestros y extorsiones.

Por esa razón tenemos que negociar el fin del conflicto armado de una vez por todas. Es mucho más fácil hacer la guerra que la paz. Lo sé porque fui ministro de Defensa y le propiné a la guerrilla los golpes militares más duros en toda su historia. Pero así como hay un tiempo para la guerra, hay un tiempo para la paz.

El proceso que adelantamos en La Habana desde hace dos años —con el acompañamiento de Chile, Cuba, Noruega y Venezuela— ha sido un proceso serio, realista, digno y eficaz, que ha presentado avances concretos.

Silenciar los fusiles significa recuperar enormes extensiones del campo colombiano y contribuir así a la seguridad alimentaria del planeta

Los tres primeros puntos, ya acordados con la guerrilla, contienen cambios profundos para Colombia: realizar inversiones históricas para el desarrollo rural, raíz de nuestro conflicto; cambiar las balas por votos, lo que significaría una profundización de nuestra democracia, y el desmonte de las estructuras mafiosas del narcotráfico, acompañado de un gran programa nacional de sustitución de cultivos y desarrollo alternativo, que nos acercaría a una Colombia sin coca.

Hemos llegado más lejos que nunca, pero también es cierto que estamos entrando en la etapa más compleja: los puntos que abordan el tema de víctimas y justicia transicional, y el llamado DDR: desarme, desmovilización y reintegración. Son temas difíciles, sin duda, pero si persiste la voluntad de negociación —como ha sucedido hasta ahora— confío en que también lograremos acuerdos satisfactorios.

Muchos se preguntarán ¿y esto por qué es importante para Europa o para el mundo?

Hay varias razones de fondo. La primera es que seremos el primer país que negocia el final de un conflicto armado dentro del Estatuto de Roma. Lo que pase en Colombia tendrá profundas consecuencias para la resolución de futuros conflictos en cualquier parte del mundo.

Segundo, silenciar los fusiles significa recuperar enormes extensiones del campo colombiano. Colombia, un poco más grande en territorio que España y Francia juntos, es considerada por la FAO uno de los ocho países en el mundo que pueden aumentar significativamente su producción de alimentos y, en la medida que las tierras recuperadas se vuelvan productivas, estaremos en capacidad de contribuir más decididamente a la seguridad alimentaria del planeta.

Tercero, el desmantelamiento del narcotráfico reducirá la cantidad de cocaína que ingresa a las capitales europeas desde Sudamérica y ayudará a frenar el impacto devastador del proceso de producción de la pasta de coca sobre el medio ambiente. Colombia es el país con mayor biodiversidad del planeta por kilómetro cuadrado y la conservación de su ecosistema es de suma importancia para la humanidad.

Por último, la paz es un buen negocio. La economía colombiana es la de mayor crecimiento y más baja inflación en América Latina —incluso comparada con los países de la OCDE— y es una de las que más inversión extranjera recibe. Solamente en los últimos cinco años, el comercio entre la Unión Europea y Colombia creció un 25 por ciento. Este crecimiento —vale la pena destacarlo— se ha logrado con equidad, generando empleo de calidad y reduciendo significativamente la pobreza.

Si hemos alcanzado estos logros con un conflicto armado, ¿se imaginan la Colombia que podríamos construir en paz? Estudios recientes han señalado que, sin el conflicto, el PIB de Colombia podría crecer dos puntos adicionales de forma permanente, lo que se traduciría en enormes oportunidades de inversión en infraestructura, turismo y desarrollo tecnológico para empresas como las europeas.

En un mundo amenazado por vientos de guerra, Colombia ofrece hoy una esperanza de paz. En un mundo preocupado por la incertidumbre económica, aporta oportunidades y estabilidad.

El País

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