Las implicaciones del tercer mandato de Evo Morales – Por Fernando Molina
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Las elecciones bolivianas no han sido sorpresivas. Tal como las encuestas habían predicho, Evo Morales obtuvo la victoria en la primera vuelta, obteniendo tres quintos de los votos en disputa; mientras que su más cercano rival, Samuel Doria Medina, solo se hizo con un quinto de ellos. Los resultados totales y oficiales todavía no se conocen, pero esta división proporcional del favor de los electores resulta suficiente como para esperar que el oficialismo goce otra vez de una mayoría de dos tercios en la Asamblea Legislativa, lo que le permitirá aprobar las leyes de los próximos cinco años a su aire.
Morales repitió estos logros, que ya había conseguido en 2009, pero además los incrementó con otros. Así, todo indica que ganará en ocho de los nueve departamentos, alterando la geografía electoral vigente hasta hoy, la que dividía al país entre un occidente proclive al MAS y un oriente de tres departamentos –dispuestos en “media luna” sobre el mapa– que antagonizaba con las políticas del gobierno.
Este cambio expresa en términos espaciales el fenómeno político que emergió en estas elecciones y las hizo únicas, diferenciándolas de las dos anteriores ganadas por Morales. Este fenómeno se puede describir como “el fin de la polarización” entre dos partes del electorado boliviano, una mayoritaria que confiaba en las intenciones de Morales de transformar el modelo económico y el sistema político previos, y la otra parte, minoritaria pero fuertemente contraria –por desconfianza y miedo– a las consecuencias de este hecho. Esta polarización ha disminuido grandemente esta vez gracias a que la gestión de nueve años de Morales cambió la percepción de las clases medias urbanas, y de los departamentos orientales, sobre lo que ellas creían sería su gobierno.
Despejando los temores que había en este sentido, el MAS no ha tentado la realización de ninguna utopía social, ni socialista ni indianista, sino que se ha limitado a usar el conocido repertorio del nacionalismo desarrollista: “Estado fuerte”, nacionalización de la industria extractiva, aspavientos contra el imperialismo, el “capitalismo” y la gran propiedad privada que no se traducen en ningún deterioro concreto de la calidad de vida de las clases medias e incluso de las altas, y traspaso del poder de las viejas élites a unas nuevas más expresivas de la diversidad racial boliviana, lo que incrementa la presencia y la fuerza política de los sectores “plebeyos”, pero sin que haya coacción contra los sectores blancos y tradicionalmente acomodados.
Se puede mencionar dos pruebas de la desaparición de la polarización de la que hablamos. La primera, que en esta elección la fortaleza del principal rival de Morales, Doria Medina, haya sido su capacidad de atraer votos de un electorado cercano a Evo (es decir, del que votó por él o que pudo hacerlo este 12 de octubre), pero en el que aparecieron dudas sobre el Presidente y su capacidad para traducir la bonanza del país en oportunidades económicas concretas para las personas comunes. Votantes que ven a Morales demasiado concentrado en los aspectos más “grandiosos” del desarrollismo –grandes plantas gasíferas, carreteras, contratación de cientos de miles de nuevos empleados públicos–, porque son las tareas más fáciles de cumplir cuando se tiene dinero y porque son funcionales para la consolidación de su poder político. Votantes que al apoyar a Doria Medina no lo hicieron para rechazar el modelo social desplegado durante la última década, sino para avanzar dentro de él, a diferencia de lo que ocurrió con el otro opositor, Jorge Quiroga, quien recogió lo poco que queda del miedo –o el odio– conservador al mando de Morales.
La gestión del MAS no solo ha sido más moderada y menos excéntrica respecto a las líneas tradicionales del desarrollismo boliviano de lo que se esperaba, sino que ha obtenido un resonante éxito económico, impulsada por los ingresos extraordinarios del país como resultado de sus exportaciones de gas, soja y minerales. Pese a que el país recibió una catarata de divisas durante los últimos nueve años, el gobierno ha sido lo suficientemente hábil como para impedir que esta liquidez, que amplió enormemente el tamaño del mercado interno, causara inflación, con lo que hubo suficiente espacio para que la industria nacional creciera y hubo abundancia de dólares, dos factores que diferencian sustancialmente la situación boliviana de la venezolana o la argentina.
En gran parte puede decirse que la votación de Morales, la cual no muestra la fatiga normal de una permanencia larga en el poder, se debe a esta performance económica, con la que además el Gobierno ha resuelto la crónica conflictividad boliviana, entregando beneficios a los grupos de interés que lo apoyan; además ha alimentado su leyenda como el gobierno de la nacionalización y el que –con proyectos faraónicos como la compra de un satélite y la organización de una costosa reunión internacional en el país– ha dado a los bolivianos la autoestima que siempre buscaron y siempre les había resultado esquiva.
Ciertamente, ganar las elecciones desde el poder no es difícil en países sin instituciones electorales independientes. Pero el mérito de una victoria tan abultada no puede residir únicamente, y ni siquiera principalmente, en este factor. La mayoría de la gente realmente cree que, como reza la consigna electoral del MAS, “con Evo vamos bien”.
El principal desafío del nuevo gobierno será confirmar la confianza popular manteniendo las bases del crecimiento económico y el dinamismo de la economía, lo que no será tan sencillo como ha sido hasta ahora, en un nuevo quinquenio que comienza con la caída de los precios de los minerales y la soja en los mercados internacionales. Hoy la economía sudamericana tiene a Bolivia como su parcialidad más expansiva, lo que habla de la fortuna de Morales al mismo tiempo que del estado alicaído en el que se encuentra la economía regional, un contexto que puede tener influencia negativas sobre la ahora sonriente Bolivia a mediano plazo.
Fernando Molina (La Paz, 1965) es periodista y escritor. Autor de numerosos ensayos, entre ellos El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales y Pulso de las palabras. También ha publicado numerosos artículos en obras colectivas, revistas, periódicos y sitios web de La Paz, Santiago de Chile, Bogotá, México y Madrid. Algunos de ellos han sido traducidos al francés y al inglés. Ha ganado algunos importantes premios periodísticos y literarios bolivianos. Actualmente es asesor editorial del diario Página 7.