Reseñas sobre «Lo que no aprendí» de Margarita García Robayo (Colombia) y «Camancha» de Diego Zuñiga (Chile) -por Bernardo Terza

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Juan Carlos Onetti escribió  “decir la infancia implica sin remedio un fracaso equivalente a contar los sueños […]. Recuerdo que mis padres estaban enamorados. El era un caballero y ella una dama esclavista del sur de Brasil. Y lo demás es secreto”.

Narrar la infancia, contar el pasado, es fracasar desde el principio. Quizás sea por lo onírico y fragmentario de la memoria. O simplemente porque son secretos y silencios los elementos que sostienen el pasado.

¿Cómo pueden contarse esos silencios? ¿Cómo atravesar el fracaso de narrar la infancia?  Lo que no aprendí, de la narradora colombiana Margarita García Robayo, y Camanchaca, del chileno Diego Zuñiga, son dos novelas que exploran la estructura de la memoria.

 

Diego Zuñiga: Camanchaca

En Camanchaca el paisaje árido y desértico se funde en el texto, lo habita y lo penetra. Sin hacerlo explícito, Zuñiga consigue que el vacío del desierto y la densidad de la niebla puedan sentirse en las páginas del libro a partir de la voz del narrador y de su mirada vuelta al pasado.

Como si imitara la forma misma de la memoria, la novela es fragmentaria. Escrita en bloques de una página, aparecen espasmos de recuerdos familiares y de la infancia del protagonista, un adolescente de veinte años que emprende un viaje con su padre por la ruta hacia el norte de Chile. El camino del desierto parece inducir al protagonista a recordar en forma de apariciones. Las imágenes aparecen difusas. La infancia en Iquique, la extraña muerte de un tío, la relación enfermiza que va construyendo con su madre y la incomunicación como lógica permanente en la relación con su padre.

El relato avanza con el viaje, pero el verdadero viaje es hacia atrás. La ruta de Santiago a Tacna (Perú), pasando por Iquique (donde nació el autor y también el protagonista), recorre más de dos mil kilómetros encajonada entre la Cordillera de los Andes y el océano Pacífico. A medida que padre e hijo van adentrándose en el desierto nortino todo se vuelve más oscuro.

La camanchaca (que significa oscuridad en aymara) es una niebla espesa y baja característica del desierto chileno. Se forma en los vapores del mar y queda flotando abajo entre la costa y las montañas, produciendo el efecto de aparición que también se siente en la novela. Es el paisaje el que describe la oscuridad en la que se mueve el protagonista cuando recuerda, tratando de construir una imagen de sí mismo, sus temores, su aspecto físico y la relación con sus padres.

El silencio también está escrito en Camanchaca. La incomunicación del protagonista con su padre está presente durante todo el viaje y determina la forma de esa relación. El padre nunca dice lo que debe decir y a la vez es una figura omnipresente. También es un secreto, algo no dicho, algo muy íntimo que oculta el protagonista, lo que va a marcar para siempre la relación con la madre.

Es a partir de la omisión y de la sutileza con la que está escrita Camanchaca, que podrían aparecer, filtrándose entre los intersticios del texto, rasgos de la historia de Chile y de Latinoamérica. Nunca es explícita la referencia a la historia política o a la dictadura, pero la camanchaca, esta niebla espesa que habita el territorio andino de la costa del pacífico, puede funcionar como un artilugio que nubla un pasado de violencia.

Diego Zuñiga consigue en Camanchaca narrar aquello que no puede decirse y que no puede verse. Muestra los baches en la memoria del protagonista que viaja hacia el norte, aunque el viaje no sea rutero. Narra el intento de recordar, de agarrar lo que no se puede y contar lo que no tiene ninguna forma.

Camanchaca. Diego Zuñiga (Mondadori 2013 122 páginas)

 

 

Margarita García Robayo: Lo que no aprendí

Lo que no aprendí es también una novela sobre aquel fracaso de contar la memoria familiar y la infancia. Desde el título señala, justamente, la imposibilidad de reconstruir el pasado propio a partir de los retazos y de las imágenes sueltas de la protagonista. Lo que no aprendí es la distancia que persiste entre los hechos, las personas tal como fueron, y los recuerdos. Es la difícil construcción del relato autobiográfico con el material fragmentario de los recuerdos.

La historia de este fracaso latente en Lo que no aprendí se materializa en la relación que Catalina, la protagonista de once años, comienza a tener con su padre. La novela apunta justamente a ese período de fascinación en la relación padre-hija. Una conexión que se da a partir de un aire de misterio que rodea a la figura paterna. La incertidumbre acerca de quién es su padre verdaderamente, es lo que atrae a la Catalina. Y esa tensión a partir del no saber, a partir de no poder acercarse lo suficiente,  va a permanecer durante todo el relato.

La primera parte de la novela reconstruye una etapa de iniciación en la vida de Catalina. La voz despojada, fresca y clara de la niña caribeña de once años cuenta su entorno, su barrio y la realidad de su clase sin prejuicios. Además es a partir de un encuentro con un vecino un poco mayor que ella que la novela da cuenta del pasaje a la adolescencia.

El relato transcurre en las afueras Cartagena cerca de Turbaco, un municipio situado a 20 minutos de la ciudad, donde vive Catalina con su familia. Una casa y barrio de una clase media con ciertas aspiraciones y contactos con la clase política, en un clima caluroso que cubre de humedad a los personajes familiares y los hace inasibles.

La política funciona como telón de fondo. Es una época trascendental para la historia colombiana y del narcotráfico. En el mes que se narra en la novela, junio de 1991, se produce la captura a Pablo Escobar. Un punto de inflexión sobre el que circulan distintas versiones y sobre todo silencio. El padre de Catalina es tentado por el candidato conservador Álvaro Gómez y coquetea con el poder en algunos episodios. La posición ideológica del padre es también otro espacio de conflicto, ya que parece variar de socialista a conservador sin reparo aparente. Otra fisura en el relato y en la memoria, que la protagonista no logra cerrar y que quizás refleje un clima de época en la Latinoamérica de los 90.

La segunda parte de Lo que no aprendí está narrada en la voz de la misma Catalina, pero ya en una edad adulta y viviendo en Buenos Aires. En un tono más reflexivo y distante que aquel de la niña caribeña de la primera parte, Catalina parece permitirse ver su pasado en perspectiva y reflexionar en forma autoconsciente acerca de la memoria como una construcción a partir de fragmentos y de cómo es posible elaborar el pasado como una ficción propia.

 

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Diego Zuñiga nació en Iquique, al norte de Chile, en 1987. Es periodista. Miembro de la editorial Montacerdos, dirige la revista 60watts.cl y escribe en Revista Qué pasa. Escribió su primera novela Camanchaca a los veintiún años y se publicó por primera vez en 2009. En 2013 se reeditó bajo el sello Mondadori y llegó a leerse en Latinoamérica y  traducirse al italiano y francés. En 2014 publicará una segunda novela, “Racimo”.

Margarita García Robayo nació en Cartagena en 1980. Escribió los libros de cuentos: Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (Planeta, 2009), Las personas normales son muy raras (2011) y Orquídeas (Nudista, 2012). Y la novela Hasta que pase un huracán (Tamarisco, 2012). Sus libros se publicaron en Argentina, Colombia, México, Perú, España e Italia y ha sido traducida a varios idiomas. Actualmente reside en Buenos Aires y es Directora de la Fundación Tomás Eloy Martínez. Lo que no aprendí es su última novela.

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