Enrique Peña Nieto, presidente mexicano: “Creo que México ha estado estigmatizado en los últimos años con el tema de la inseguridad. Pero no es el único tema”

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Cuando Enrique Peña Nieto la pronunció casi al final de la conversación que mantuvimos hace unos días en el palacio presidencial de Los Pinos, en la ciudad de México, la frase retumbó, corta y seca. Resumía de forma extraordinariamente precisa, o al menos así me lo pareció en aquel momento, el aura que casi siempre ha envuelto a la más alta institución del país, el trepidante ritmo de las reformas que el presidente ha puesto en marcha en los 18 meses que lleva de mandato y seguramente su propio carácter, por todo lo que me habían contado, por las veces anteriores en que nos habíamos encontrado y por el propio transcurso de la entrevista:

—El presidente de México no tiene amigos.

La respuesta se produjo cuando, tras haber repasado otros muchos asuntos sobre economía y relaciones internacionales, le planteé si haberse desempeñado previamente como gobernador del Estado de México, el más poblado de la República, uno de los más industrializados y con seguridad también uno de los más complicados de manejar políticamente, le supuso un buen bagaje para afrontar sus actuales responsabilidades.

“Mi propósito: ni rebajar ni ceder ni claudicar en el esfuerzo de las reformas. No pienso en una visión cortoplacista”
Se acumula experiencia, formación, afirmó Peña Nieto, “pero no hay nada que se parezca ni siquiera de cerca a lo que es la responsabilidad de ser presidente de México; es única y compromete a uno con todo México y sólo con México; y ahí recuerdo haber compartido todavía en la transición, en algún mensaje que dirigí a un grupo de representantes de distintos sectores sociales: a ver, el presidente de México no tiene amigos. El presidente de México está dedicado a una tarea que es servir a México y como tal asumo esta responsabilidad. Esa es mi visión”.

Enrique Peña Nieto nació en 1966 en Atlacomulco, una población del Estado de México que da nombre también a un grupo de vaga afiliación dentro del Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde los años cuarenta, en la época del presidente Manuel Ávila Camacho. Peña Nieto se convirtió en gobernador del Estado tras ganar las elecciones de 2005. Pocos años después, su nombre comenzaba ya a sonar con insistencia para la más alta magistratura del país.

REFORMAS. RESISTENCIAS

Conocí a Peña Nieto cuando todavía era gobernador, y para ser sincero entonces con él le quise confesar (“con el debido respeto por el Estado de México, gobernador”), que no quería hablar tanto de la entidad que entonces dirigía, sino más bien de sus ideas sobre México pues ya entonces, le dije, su estrella ascendente dentro del PRI y el buen desempeño de este último en las encuestas podían hacer pensar en él como futuro presidente.

Accedió de grado y tanto en ese encuentro como en algún otro posterior cuando ya era candidato se mostró claro y directo, aunque nada me hizo anticipar la sacudida que se produciría en su discurso de toma de posesión el 1 de diciembre de 2012 en Palacio Nacional, en el que anunciaría una larga lista de reformas y planes extraordinariamente concretos que rompían con una tradición de discursos igual de elevados pero convenientemente vaporosos, y que sorprendieron tanto a políticos como a empresarios, cuyos más conspicuos representantes asistieron al evento.

Muchos de ellos, según pude comprobar ese día al finalizar el acto, entendieron de inmediato que las reformas propuestas buscaban poner coto a los monopolios de tres de los empresarios más poderosos del país: Carlos Slim, siempre entre los más ricos del mundo según Forbes, cuya compañía América Móvil controla el 70% de las líneas de telefonía fija (Telmex) y el 75% de los móviles (Telcel) así como servicios de banda ancha; y Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego, dueños, respectivamente, de las cadenas Televisa y TV Azteca, cuya cuota de pantalla combinada llega al 96%. La alusión a la necesidad de transformar a fondo el sistema educativo se entendió como otro desafío a uno de los poderes fácticos más arraigados de México, el del sindicato de maestros, lo que suscitó un aplauso inaudito, atronador, inacabable, entre los invitados al acto.

Apenas dos meses después, en febrero de 2013, Elba Esther Gordillo, la líder de la central sindical más grande y potente de América Latina, la que agrupa a los maestros de México, fue arrestada acusada de desviar fondos del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación. Sucedió al día siguiente de que se promulgase la reforma educativa anunciada en el discurso en Palacio Nacional. A la espera de lo que resuelva finalmente la justicia (aunque pocos en México dudan de la corrupción de La Maestra, como se la conoce), su detención supuso un golpe de autoridad comparable al que otros presidentes mexicanos dieron al comienzo de sus mandatos.

Peña Nieto mostró así que no estaba dispuesto a aceptar viejos chantajes ni tolerar límites al poder legítimo del presidente de la República. Un viejo priista, lapidario en su confesión a Luis Prados, el anterior corresponsal de EL PAÍS en México, declaró: “Enrique tiene más de cabrón que de bonito”, en respuesta a los que consideraban al flamante presidente una figura manejada por otros entre bambalinas, al servicio de sus intereses.

Me gustaría comenzar la conversación, le digo al presidente, por ese momento, por el impacto que causó su discurso en la toma de posesión en el Palacio Nacional. Todas las personas con las que hablé ese día, unas más favorables al PRI, otras menos, coincidieron en mostrarse debidamente impresionados por la contundencia del mensaje, aunque la mayoría expresaron dudas sobre su eventual culminación con éxito. Por eso me interesaba su reflexión sobre esa idea tan extendida en la sociedad mexicana de que aquí había reformas que jamás se harían o asuntos que no se podían tocar.

—Lo entiendo muy bien. Se trata de una sensación que deriva de la experiencia vivida en los últimos años, con una transición política, con el cambio de partido en la Presidencia de la República: hay esfuerzos frustrados por sacar adelante cambios en distintos ámbitos, en el ámbito educativo, en el ámbito energético, y que no habían prosperado, la reforma fiscal… se habían hecho ajustes, pero verdaderamente magros o casi marginales. Insuficientes a la luz de los resultados del bajo crecimiento que habíamos experimentado en la última década, insuficiente para la generación de los empleos que el país demanda, insuficiente para aumentar el bienestar y el desarrollo social. Parecía que nuestra condición política no daba más de sí.

—Sucede en un grado o en otro en distintas partes del mundo, pero ¿cuán grande diría usted que es el poder de los poderosos en México comparado con otros países?

—No hay país que esté exento. Sucede en todas partes. Que ciertas reformas trastocaran o llegaran a tocar ciertos intereses establecidos hacía que acabaran pospuestas. Por eso lo que hemos buscado, y esto sí lo señalé claramente desde mi discurso de toma de posesión, es reivindicar el papel del Gobierno de la República, del Estado mexicano en su conjunto, como rector de las políticas que deban incidir en el desarrollo social y económico del país. Y de acuerdo a esa premisa hemos venido actuando.

Con esa voluntad, en los siguientes meses sucedieron cosas inauditas en el país. Se anunció inmediatamente el Pacto por México entre los tres grandes partidos para asegurar la aprobación legislativa de las reformas. Y luego, como en cascada, “la reforma educativa, la reforma de competencia económica, la reforma en telecomunicaciones, que prácticamente transitan al mismo tiempo, una reforma financiera, una reforma fiscal, una reforma energética que es prácticamente el colofón de todo este esfuerzo, junto con una reforma político-electoral”, enumera el presidente de un tirón.

A ello se suman decenas de miles de millones de dólares en obras públicas e infraestructuras. El objetivo consiste en liberar a México de los corsés que han lastrado su crecimiento, lograr tasas del 5% o del 6% al final de su mandato, mayores ingresos fiscales y reducir con ello la desigualdad y las bolsas de pobreza, mejorar la educación y los servicios sociales.

La entrevista se celebra en un pequeño salón de Los Pinos, presidido por un cuadro del pintor José María Velasco, que muestra un paisaje de la ciudad de México a principios del siglo XX, diminuta frente al volcán Popocatépetl al fondo, con el lago que hoy subyace al centro de la urbe aún sin desecar completamente, irreconocible el conjunto frente a la megalópolis de más de 20 millones de habitantes en la que estamos. Peña Nieto viste un traje azul oscuro, con corbata a rayas rojas y azules, con la atildada corrección por la que se distingue.

EL NUEVO BOOM ENERGÉTICO

De todas las paradojas que afligen a México en asuntos económicos (corporaciones con liderazgo global junto a un tejido empresarial medio y pequeño de gran fragilidad; segmentos de población que viven y consumen como en cualquier país industrializado y avanzado junto a capas de miseria y exclusión social; enormes desigualdades en ingresos y rentas), la de Pemex es probablemente la más legendaria.

Y la más cruel, para el grupo de mexicanos consciente de las oportunidades perdidas para su país.

Durante 6, 12 o 24 años el país mantuvo una discusión plagada de prejuicios nacionalistas que impidió cualquier reforma en profundidad de la empresa estatal, su producción en declive a la vista de todos, que ha entrado en pérdidas y que hoy día se encuentra carente de los recursos y la tecnología necesaria para extraer petróleo de yacimientos cuya creciente dificultad en el acceso amenazan con su estrangulamiento.

La reforma constitucional aprobada el año pasado bajo impulso de Peña Nieto pone fin a esta situación, permitirá la entrada de capital extranjero y de ella se espera no sólo que atraiga el dinero suficiente para que Pemex pueda seguir desempeñándose como una gran petrolera con aspiraciones globales (nunca ha dejado de serlo, con más o con menos recursos), sino que desate un ciclo virtuoso de crecimiento que, junto con el resto de transformaciones permita a México crecer a ese 5% o el 6% al final del actual sexenio presidencial, la cifra mágica que permitirá paliar los peores rezagos del desarrollo social en el país. ¿Por qué entonces no se hizo antes? ¿Estuvo Pemex mal gestionada en los años, lustros anteriores? ¿O sencillamente su estatuto no permitía que se gestionara de otra manera?, le pregunto al presidente.

—Yo creo que el ajuste que se ha hecho en materia energética es algo que se había venido posponiendo, parecía un tema intocable, sin duda estaba o está en la cultura de nuestro pueblo como un tema casi inalterable. Pero era evidente que el marco legal en el que veníamos actuando no haría posible que México tuviera un mayor desarrollo energético. Evidentemente, la explotación de los yacimientos fáciles de acceder se estaba agotando; es evidente que hay un decrecimiento en la explotación petrolera de nuestro país.

Si el mundo se mueve a velocidad de vértigo, los mercados de la energía lo hacen a un ritmo mayor todavía, impulsados por las ingentes cantidades de dinero que engrasan el negocio y los avances tecnológicos (la revolución del gas shale o de esquisto en Estados Unidos ha modificado de golpe los precios y la geopolítica). México es el séptimo productor mundial, pero los rezagos industriales y las trabas de todo tipo en la producción y el refino le obligan a importar casi el 50% del combustible que consume y el 30% del gas que necesita. Peña Nieto es perfectamente consciente de todo ello.

—Es evidente que el mapa se está moviendo. Lo que Estados Unidos ha alcanzado en esta asignatura energética modifica todo el mapa. México no se podía rezagar. Lo que estaba ocurriendo de seguir en esta misma ruta es: se nos iban a caer los ingresos por petróleo, nuestra producción seguiría decayendo y no estaríamos generando el insumo energético que el desarrollo industrial demanda en el país. Estábamos entrando a fases deficitarias. Le digo, el tema de alertas críticas por el gasto de gas natural se apreció ya en los últimos años de la pasada Administración. Es decir, no había gas suficiente. Hoy estamos ya en otra lógica. Con la construcción, además, de una red de gasoductos que permita cubrir las necesidades.

La lógica es otra, efectivamente, pero la realidad aún no ha cambiado. Aunque la reforma constitucional se aprobó el año pasado, faltan por conocerse los detalles finales de las normativas que regularán la inversión extranjera. Es lo que en México se conoce como la legislación secundaria, cuya aprobación está prevista para este mes de junio por el Congreso y sobre la que conversaremos más adelante, cuando tratemos las reformas en las telecomunicaciones y la televisión.

Para cualquier observador resulta más que notable, de todas formas, que después de décadas de discusiones fuertemente ideologizadas se pueda dar una reforma de este calado, que acaba con 75 años de monopolio estatal, sin desatar un serio conflicto social. Peña Nieto se ha definido en numerosas ocasiones como un pragmático. Algunos acusarían una contradicción entre esa declaración y militar en el PRI. Él no la ve. No solo no la ve en su partido, tampoco en el resto de fuerzas que le han apoyado en el Pacto de México, y que sólo ha dejado fuera a algunos grupos marginales, que siguen oponiéndose con más tenacidad que resultados a todo tipo de reforma económica.

—Estoy formado en las filas del PRI, en el que he abrevado precisamente de principios y de valores. Pero el pragmatismo….yo creo que el mundo se ha vuelto hoy mucho más pragmático. Menos ideologizado. Y entendiendo lo que pasa en el mundo, aquí no podemos casarnos con una ideología a rajatabla y no ceder o no flexibilizar posiciones cuando el hacerlo nos permite tomar posiciones que apoyen el desarrollo del país. Así veo al mundo; así veo incluso a México. Si bien hay distintas expresiones políticas, todas con sus ideologías, podemos coincidir tanto en muchos asuntos que son de interés para el país, que solo faltaba sentarnos y ponernos de acuerdo. Eso fue la inspiración que tuve del Pacto por México.

TELECOS. TELEVISIÓN. PODER

La batalla por abrir Pemex a la inversión extranjera después de 75 años la ha librado —y ganado— México contra sí mismo, contra sus propios fantasmas, los mitos sobre los que se sustenta toda sociedad, cada una tiene los suyos.

La de las telecomunicaciones, incluida la televisión, por el contrario, tiene nombres y apellidos conocidos por todos: Slim, Azcárraga y Salinas Pliego. Y sus costes también son perfectamente conocidos, aunque las compañías afectadas los discutan sin tregua, en todos y cada uno de los frentes, en todas las ocasiones. Recientemente, The Economist publicó que varias personas ligadas al conglomerado empresarial de Slim enviaron misivas a la revista británica en queja por un reporte sobre la escasa velocidad y el elevado precio de la banda ancha en México.

Los ingleses se defendieron con su proverbial humor y revelaron que volvieron a comprobar sus datos con el organismo que las había proporcionado originalmente, la OCDE, el club de los países más desarrollados, al que pertenece México: eran perfectamente correctas. El informe de 2012 de este organismo estima en un 1,8% del PIB el coste para la economía mexicana de la falta de competencia en el sector, por supuesto precios más elevados para el consumidor y un servicio que la mayoría de mexicanos considera deficiente. Se estima en 40.000 millones de dólares el mercado de móviles e Internet.

El de la televisión es mucho más reducido, apenas unos 5.000 millones de dólares, cifras que no incluyen, porque no hay manera de hacerlo, la influencia que supone compartir un duopolio en este campo. La televisión es el medio principal de los mexicanos para procurarse información. Al igual que con la energética, las reformas constitucionales necesarias ya fueron aprobadas y la discusión se centra ahora en el reglamento o leyes secundarias. El objetivo consiste aquí en fomentar la competencia, para lo que se eliminan las restricciones a la inversión extranjera en telefonía fija (ahora del 49%), se conceden otros dos canales en abierto (más otro estatal, de carácter social) y se obliga a deshacerse de activos a aquellas empresas que controlen más del 50% en la prestación de un servicio. El presidente se muestra muy claro sobre este punto.

—Lo que se pretende es que haya un terreno mucho más parejo para la competencia en un tema donde, sin duda, prácticamente se habían establecido prácticas monopólicas. Y que la misma competencia permita una oferta de mejores productos, de mejores precios y sobre todo una mayor cobertura como el país nos está demandando.

—E igual que con el monopolio de las telecomunicaciones, ¿diría usted que el duopolio que ha venido operando en la televisión ha tenido efectos negativos similares, en este caso sobre la pluralidad de ideas o sobre la libertad de información?

—No, no. Yo no lo apuntaría en esa lista, porque me parece que hoy los contenidos televisivos son muy amplios y diversos. Plurales. Yo más bien lo apuntaría en la necesidad de abrir mayor competencia en el sector y por eso se van a licitar dos cadenas más de televisión, y se va a crear además una cadena de televisión del Estado. En fin, creo que se amplía la diversidad. Es evidente además que los servicios de televisión restringida [de pago] también van creciendo. La reforma también posibilitará que haya mayor oferta de este tipo de servicios y que, por la competencia que se genere, obviamente haya precios más accesibles para la población.

—Presidente, ¿hasta qué punto cree usted que los empresarios afectados entienden la necesidad de las reformas?

—A ver. Todo cambio en cualquier ámbito, en éste o en el que abordemos: el educativo, fiscal, todos, inevitablemente conlleva resistencias. Porque trastoca intereses. Intereses económicos. Y siempre habrá resistencias al cambio. Si hubiésemos seguido haciendo las cosas como se venían haciendo en el pasado, de manera inercial, pues es evidente que el resultado iba a ser exactamente el mismo. Si queremos asegurar un mayor crecimiento económico y desarrollo social, no podemos hacer exactamente lo mismo. Por más esfuerzos que se han hecho en políticas públicas, en hacer ajustes aquí y allá, al final de cuentas los resultados han sido magros. En los últimos 14 años, o en los últimos 30 años, el promedio del crecimiento del país es del 2,4%. Es verdaderamente pobre, bajo e insuficiente. Ante ello, pues es evidente que teníamos que hacer ajustes y cambios y eso es lo que hemos, creo yo, logrado en las reformas estructurales. Mi punto de partida es que no podíamos seguir exactamente igual. Además, es algo compartido con las principales fuerzas políticas. Aquí no estamos haciendo imposición de nada. Más bien ha sido un tema de consenso y de respaldo mayoritario, como ocurre en toda democracia. Ha habido resistencias, ha habido incomodidades y se ha explicado ampliamente por qué la necesidad de cada una de las reformas más allá de los intereses o de las afectaciones que pueda generar en algunos sectores. Sin duda los beneficios de las mismas son mayores y de orden superior frente a lo que puedan suponer las resistencias.

—¿Está encontrando mucha oposición política o de otro tipo para tramitar las leyes secundarias? ¿O simplemente está resultando más complicado de lo que había esperado?

—Se ha de entender que cuando ya se transita del marco al detalle siempre lleva más tiempo lograr los acuerdos necesarios. Pero ninguna fuerza política ha dicho: ‘hasta aquí llegamos y ya no vamos más allá’.

—¿Y cuán grande es el riesgo, precisamente por la necesidad de alcanzar consensos, de acabar echándole agua al vino en las legislaciones secundarias, de no apretar la clavija hasta el final, o hasta donde se hubiera pensado inicialmente? Hay voces sugieren que así está pasando.

—No. No es ni propósito ni deseo de que esto ocurra. El propósito, el interés, lo que nosotros vamos a defender: ni rebajar ni ceder ni claudicar el esfuerzo reformador que se hizo ya en el orden constitucional.

—¿Estaría usted de acuerdo si yo le dijera que el no ceder aquí y ahora es un punto clave en su presidencia? ¿Qué ahí se juega el legado de la presidencia?

—Este es un punto clave por lo que ya he señalado. Es toral. Sería claudicar al esfuerzo puesto en este propósito y por eso vamos, reitero, a mantenernos en el apego que se ha hecho en la reforma constitucional y espero que realmente logremos encontrar un consenso mayoritario.

Esté uno a favor o en contra, lo cierto es que el cambio en México está siendo radical. Realmente hay que conocer la dificultad de los cambios legislativos en el país norteamericano, el hecho de que el PRI no disponga de mayoría en las Cámaras, el número y la importancia de las reformas propuestas, la extensión y la profundidad de los intereses afectados para comenzar a imaginar el perímetro de la tarea.

“Si fuera fácil, ya se hubiera hecho antes”, apostilla el presidente a propósito de esa idea, que desemboca inmediatamente en otro problema, ya en incubación. Este tiene más bien que ver con la gestión política de las expectativas que se han creado con estas reformas, y que son directamente proporcionales al gigantismo de la tarea. ¿No le preocupa, le digo a Peña Nieto, que los resultados tarden en apreciarse? ¿Incluso que sea otro mandatario, le pasó a Schröder con Merkel, quién recoja los beneficios? Es dudoso que la reforma energética, por ejemplo, comience a dar resultados visibles antes de que pasen algunos años.

—Yo le voy a decir algo bien claro: mi compromiso como presidente de la República es con México. Es pensar en México y es hacer lo que México le convenga para su presente y futuro. No estoy pensando en una visión cortoplacista porque eso limitaría verdaderamente mucho lo actual. No estoy pensando siquiera en la siguiente elección o en la rentabilidad política que esto puede haber. Yo estoy pensando qué le puede deparar a México mejores condiciones y mejor desarrollo. Me toque apreciarlo en una mayor dimensión durante mi gestión o no me toque apreciarlo. Porque pensar en qué hago para que me vaya bien y salga con bombo y platillo durante mi gestión me parece que sería lastimoso y estar falto a la responsabilidad que como presidente tengo en la conducción del país. En el tema energético, por ejemplo, que destacará como el vector más importante que México tendrá para su crecimiento económico, sí tengo claro que no será en muy corto plazo, sino más bien en un mediano plazo y algo que trascenderá en el tiempo a mi Administración. Dicho esto, aspiro a que podamos en un breve tiempo, o lo más pronto posible, acreditar ante la sociedad mexicana los beneficios que traerán consigo estas reformas, que evidentemente hoy no se aprecian en lo inmediato ni en su justa dimensión.

LA SEGURIDAD. EL TERRITORIO

La violencia resulta inabarcable en México, en sentido figurado y en sentido real. La polisemia del término incluye las batallas entre narcotraficantes, los enfrentamientos entre estos y las fuerzas del orden, los excesos o abusos de estas últimas con los ciudadanos, los secuestros, los asesinatos, la impunidad (“si usted mató a alguien en los últimos seis años la probabilidad de que esté en la cárcel sentenciado por ese homicidio es menor al 1%”, según el articulista Carlos Puig con cifras de la Fiscalía).

En sentido real, en los seis años de Gobierno del presidente Calderón se contabilizaron 70.000 muertes violentas. Las autoridades atribuyen el 93% de todos los muertos de una u otra manera al narcotráfico, aunque hay expertos que advierten de que se trata de un cálculo arbitrario y sin excesivas garantías científicas. Muertos en esta guerra han sido el hijo de un gobernador de Coahuila, el hijo del poeta Javier Sicilia, el secretario de Turismo del Estado de Jalisco…

Por otro lado, la mayoría del territorio mexicano goza de índices de seguridad más elevados que muchas otras zonas de América Latina, el país es el segundo destino turístico del continente (sólo por detrás de EE UU, por delante de Canadá y de Brasil) y la diplomacia mexicana tiene un inmenso quebradero de cabeza con la difícil tarea de convencer al mundo de que la violencia está concentrada en determinadas zonas, lo que no deja de ser verdad, y confinada a asuntos de narcotráfico y que la mayoría de ciudadanos lleva, en lo que a seguridad se refiere, una vida relativamente normal, como en cualquier otro país latinoamericano o mejor.

Peña Nieto tomó de inmediato medidas para corregir el descontrol percibido en los últimos años de su predecesor, anunció la creación de una gendarmería nacional, rebajó la retórica de guerra contra el narco tan del gusto de la Administración anterior, aprobó una ley de víctimas y planeó y puso en marcha con éxito dos operativos, muy distintos en carácter, sobre dos territorios que ya estaban francamente fuera de control: Michoacán y Tamaulipas, donde envió el mes pasado al Ejército, la Armada y la Policía Federal y disolvió las 40 organizaciones de policía locales.

Le cuento al presidente que un alto responsable de la Administración anterior me comentó en su día que eran conscientes de que había zonas en ambos territorios fuera del control del Estado. Pasaron años sin que se observase a continuación la toma de medida alguna. ¿Cuáles fueron los datos, pues, que le impulsaron a actuar?

—Ante lo que era evidente. Tenemos en el país un problema de seguridad, específicamente muy señaladamente en algunas entidades de la República y establecimos una nueva estrategia para la seguridad. Abril fue un mes que aumentó lamentablemente el número de homicidios y eso nos llevó a tomar esta acción de reforzamiento para el Estado de Tamaulipas. En Michoacán teníamos un deterioro social en mucho consecuencia del debilitamiento de las instituciones del Estado o del Gobierno estatal, de los gobiernos municipales, policías prácticamente cortadas por el crimen organizado. Una organización criminal muy permeada en distintas esferas de la sociedad, del Gobierno y de la sociedad en general, el grupo criminal de los Templarios, y eso obligó a que tomáramos una acción completamente diferencial de lo que habíamos venido haciendo en otras partes del país.

La acción a la que se refiere Peña Nieto consistió, además de enviar tropas, en una inversión de 3.400 millones de dólares, un dinero que casi duplica el presupuesto anual local y con el que se construirán carreteras, hospitales colegios y se concederán créditos y becas. La mayoría de observadores considera que este rescate, el mayor que jamás haya experimentado una región mexicana, es uno de los nítidos logros de la actual Administración.

—En el Estado de Michoacán se tomó la decisión de designar a un comisionado especial para esta tarea ante el debilitamiento que había de las propias instituciones del Estado, no vimos que tuviera toda la capacidad para un reempoderamiento de la fuerza local y por eso acompañamos el esfuerzo con un comisionado y con todo el respaldo del Gobierno de la República.

Las cifras de la violencia están bajando, un 25% de reducción en el número de homicidios, según el presidente, que califica el dato de “alentador”. Otros expertos en seguridad consideran que la reducción es marginal o incluso inapreciable (y que por acabar el sexenio con 40.000 muertos en lugar de con 70.000 la tristeza y la rabia no serán menores) y advierten de que otros delitos, como el secuestro o la extorsión, por el contrario, van al alza. Esto último el presidente lo admite sin ambages.

—Al tiempo estamos enfrentando otros fenómenos, porque si bien ha habido disminución de violencia, disminución del número de homicidios, sí se ha disparado el número de secuestros, y el número de extorsiones particularmente. Al verse limitados los miembros de las organizaciones criminales o al haber detenido a los principales dirigentes (son ya más de 88 de los 120 que teníamos identificados como grandes blancos) empieza un desmembramiento, se empiezan a ver limitadas sus capacidades de actuar y empiezan a recurrir a la comisión de otro tipo de delitos más comunes.

—¿Hay algún otro Estado en una situación precaria donde pueda recurrir algo similar?

—Guerrero. No es una condición igual a la de Michoacán. No para decir que sí ni para eventualmente descartar que esto se pudiera requerir, pero en Guerrero tenemos también condiciones de inseguridad. El Valle de México. Hoy estamos reforzando la capacidad operativa que tienen las instituciones del Estado. Es un escenario completamente diferente de lo que se advertía en Michoacán. Jalisco, una entidad en la que había otra banda criminal de nueva generación, así denominada, que estaba en conflicto con los Templarios. Obviamente el desmantelamiento de los Templarios abre espacios a los otros, y esto llevará a tener un frente de combate en el Estado de Jalisco.

Las conversaciones en México sobre la violencia son, como la realidad que describen, inabarcables. Pero el presidente hace una pausa con gesto categórico.

—Quisiera concluir con esto: creo que México ha estado estigmatizado en los últimos años con el tema de la inseguridad. Y no porque no sea un tema ni sea un asunto prioritario en su atención para el Gobierno de la República. Pero no es el único tema. Se volvió así porque quizá así lo fue para el Gobierno anterior, o en la proyección que México había tenido en los últimos años como si fuera un asunto monotemático. Creo que México tiene otras potencialidades, otras fortalezas, que no se debe ver el escenario de inseguridad que se vive en algunas entidades del país de manera aislada, sin darle contexto realmente a lo que México vive, al desarrollo de otros aspectos en los que está incursionando.

EL VECINO DEL NORTE Y LAS DROGAS

La desconfianza y los recelos mutuos han pespunteado desde siempre las relaciones con Estados Unidos, el inevitable polo sobre el que gravita la acción exterior de las sucesivas administraciones mexicanas. Interrogado sobre América Latina, Peña Nieto despliega la batería habitual de la diplomacia mexicana: asumimos nuestra responsabilidad en el continente; no, no hay ninguna rivalidad con Brasil, pese a la importancia que se le otorga a la exitosa Alianza del Pacífico junto con Colombia, Perú y Chile (preeminencia vista con incomodidad desde Brasilia, según fuentes diplomáticas mexicanas); con Cuba tenemos “una relación de respeto y cordialidad” y hay que acompañarla en el cambio que está buscando; en Venezuela, México debe “ser respetuoso, no involucrarse”, Peña Nieto quiere “lamentar y condenar los hechos de violencia que se suscitan en este país y desear que se encuentren entre las partes involucradas soluciones pacíficas”.

El tono cambia de forma ligera, pero claramente perceptible sin embargo, cuando la conversación gira sobre el vecino del norte. La actual Administración mexicana, en lo que ha denominado “diplomacia pragmática” ha mantenido un perfil más bajo que las anteriores sobre los dos puntos de fricción más relevantes: la necesidad de restricción a la venta de armas en EE UU, que México considera, y existe evidencia empírica suficiente que lo prueba, que acaban en manos de las bandas de narcotraficantes al sur de la frontera. Y la reforma migratoria, que afecta a millones de mexicanos en EE UU.

La razón para mantener el perfil bajo es que la Administración mexicana considera que ambos temas son de política interna estadounidense y que intervenir de forma excesivamente visible no sólo contraviene las normas generalmente aceptadas en diplomacia sino que puede ser contraproducente para los intereses mexicanos, una posición que le ha valido críticas internas, pero también elogios.

Donde, por el contrario, Peña Nieto no tiene problema en extenderse y mostrarse debidamente contundente es cuando la conversación discurre por el pantanoso asunto de las drogas, sus mercados y sus clientes, de los que México se ha considerado tradicionalmente una víctima. La legalización de la marihuana en algunos Estados de EE UU, le digo al presidente, ¿no le complica el discurso tanto a usted como al presidente Obama en la lucha contra el narcotráfico?

—Mire, yo creo que ahí hay un tema de inconsistencia, de incongruencia y que es una política que evidentemente tiene que revisarse. La definición que se tenga sobre esta política tiene que ser hemisférica. EE UU tiene un papel clave que jugar en esto. Pareciera que no ha querido entrarle todavía al toro por los cuernos, como se dice coloquialmente. Pero lo tendrá que hacer. Lideró especialmente esta política de combate al tráfico, especialmente la marihuana. Y, hoy, aunque es algo ilegal y está prohibido, pues vemos que en varios Estados ya no es tan ilegal. Vemos que Uruguay, en la región, ya lo aprobó. Vemos que eso tampoco tuvo ningún efecto en el orden de la relación diplomática, en el orden del universo. Mire, yo personalmente, y creo que es parte del dilema y que habrá que preguntar al presidente Obama, personalmente he declarado que no estoy en favor de la legalización de las drogas. Y tampoco de la marihuana porque me parece que es una puerta por la que se puede incursionar al consumo de drogas mucho más dañinas para la salud. Sin embargo, la legalización de la marihuana es un fenómeno creciente. La demanda que hemos hecho ya nosotros es que revisemos el tema, sentémonos a debatir sobre el tema, a revisar la política que se ha seguido en los últimos 30 o 40 años y que a la postre solamente ha arrojado mayor consumo y mayor producción de drogas. Por tanto, es una política fallida. Hay que revisar eso. Insisto, yo no estoy en favor de la legalización, es un tema de convicción personal. Sin embargo, tampoco podemos seguir en esta ruta de inconsistencia entre la legalización que se ha dado en algunas partes, sobre todo en el mercado del consumidor más importante, que es EE UU, y en México que sigamos criminalizando la producción de marihuana.

—Es una paradoja terrible: EE UU está financiado las dos partes de la guerra. Por un lado, ayuda a los gobiernos y a sus fuerzas de seguridad, Colombia, México, a luchar contra los traficantes; y por otra parte, los consumidores estadounidenses financian a los narcotraficantes y a sus bandas…

—Siendo paradójico y tan absurdo es evidente que demanda que pronto se abra un debate sobre el tema. Y ya veremos qué hacemos con el asunto. Ahí están las experiencias de partes del mundo que en un momento se abrieron, legalizaron, luego dieron marcha atrás o por lo menos limitaron la apertura inicial con la que habían querido tratar el tema de drogas… Hay que abrir un debate y aquí en México empieza a haber posiciones ya que demandan, como es natural, por esta inconsistencia e incongruencia que se aprecia, que demandan la eventual legalización de la marihuana, por lo pronto.

Ha pasado más de una hora de conversación, el doble de lo que se había asignado. El presidente se levanta, se despide con amabilidad, y se encamina al siguiente acto de su agenda. En el salón, ahora vacío, el cuadro con el Popocatépetl y la vista de la ciudad de México en 1902, el lago sin desecar y el paisaje rural que rodea a todo ello contrasta casi de forma violenta con el trepidar de la gran energía de la vida política, económica y social que se deja adivinar más allá de los muros de Los Pinos.

http://internacional.elpais.com/internacional/2014/06/07/actualidad/1402167871_695303.html

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