Un diálogo con plateístas – Por Martín Granovsky
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
El diálogo entre el presidente Nicolás Maduro y la oposición venezolana, iniciado el jueves último y con una segunda vuelta planificada para el martes, surgió tras 40 muertos como una chance para conjurar los fantasmas que amenazan con tornar inestable a toda Sudamérica, una de las regiones más pacíficas del mundo.
Un diplomático latinoamericano que pidió reserva de su identidad identificó ante Página/12 tres peligros latentes en Venezuela:
– El primero, un golpe de Estado.
– El segundo, un avance preventivo del chavismo más duro y la restricción de libertades individuales hasta producir un virtual autogolpe.
– El tercero, la guerra civil. “Ninguno de los tres escenarios le conviene a Venezuela”, dijo el diplomático a este diario. “Ninguno le conviene a Sudamérica. Ninguno es bueno para cada uno de los países de la región.”
Intereses
Con una experiencia tan fresca como el diálogo, transmitido en directo por la tele, es difícil hacer pronósticos. La revista norteamericana Foreign Policy, por ejemplo, se apuró a criticar porque, dijo, “las dos partes no pueden coincidir en nada”. Señaló un análisis de FP publicado el viernes que cada uno marcó sus obsesiones: el gobierno, que la oposición es violenta y quiere derrocarlo; la oposición, que el gobierno ganó por elecciones fraudulentas, que no resuelve la criminalidad y que no respeta la división de poderes.
En cambio el canciller argentino, Héctor Timerman, valoró el diálogo y dijo que si se llega a acuerdos “que disminuyan los actos de violencia, serán bienvenidos”. Afirmó Timerman: “La Argentina estuvo presente en todas las negociaciones entre las partes, junto con los otros siete cancilleres de la Unasur. Estuvimos trabajando en dos misiones diferentes y el martes logramos que se sienten a una reunión exploratoria para el comienzo del diálogo funcionarios del gobierno y sectores de la oposición”.
También el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, felicitó a los venezolanos por buscar “un terreno común para superar los desafíos que enfrenta el país”.
Como la estabilidad democrática pasó a ser una ideología compartida por gobiernos de distinto signo, pudieron coordinar esfuerzos Estados con administraciones que simpatizan sin vueltas con Maduro, como la Argentina, con gobiernos que quieren su continuidad y al mismo tiempo recibirían con gusto la noticia de una menor polarización, como Brasil, o conducciones políticas distantes del discurso chavista pero a la vez interesadas en la convivencia, como Colombia. O por cariño o por conveniencia práctica, y a menudo por ambos motivos, la Unión Suramericana de Naciones se puso de acuerdo y luego dio dos pasos. Uno, el compromiso de que la Unasur se metería en Venezuela no para intervenir en los asuntos internos sino para ayudar en un diálogo nacional que no fraguaba. Otro, el nombramiento de una comisión operativa integrada por los cancilleres de Ecuador y Brasil, Ricardo Patiño y Luiz Alberto Figueiredo, y la canciller de Colombia, María Angela Holguín.
La presencia de Brasil se explica por sí misma: es el país más grande del Mercosur, de la Unasur y de la Celac, y además comparte con Venezuela una frontera de 2199 kilómetros.
Ecuador integra la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América que encabeza Venezuela. También son miembros Bolivia, Antigua y Barbuda, Cuba, Dominica, Nicaragua, Saint Vincent and the Grenadines y Saint Lucia. El canciller Patiño es uno de los políticos más próximos al presidente Rafael Correa. Está con él desde el principio, en 2006. Fue su primer ministro de Finanzas. En 1980, después de la revolución sandinista que derrocó al dictador Anastasio Somoza, fue miembro del gobierno de Nicaragua en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria.
Colombia está en paz con Venezuela desde que en 2010 una misión de la Unasur evitó la guerra entre los dos países. Las negociaciones que llevó adelante el entonces secretario ejecutivo de la Unasur, Néstor Kirchner, acompañado de Rafael Follonier, comenzaron días antes de la asunción de Juan Manuel Santos como presidente en lugar de Alvaro Uribe y fructificaron dos días después, el 9 de agosto, cuando ambos países cortaron su escalada y repusieron embajadores. La negociadora que puso Santos fue María Angela Holguín, a quien al asumir nombró ministra. Holguín era una interlocutora conocida para Chávez. Entre 2002 y 2004 había sido embajadora de Colombia en Venezuela. En 2010 su contraparte venezolana en la negociación fue el entonces canciller de Chávez, Nicolás Maduro. Las buenas relaciones con Venezuela signaron todo el período de Santos, a tal punto que Chávez colaboró para que comenzara el diálogo del gobierno con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Santos afronta la primera vuelta de las elecciones el 25 mayo. Puede exhibir un crecimiento anual promedio del 4,6 por ciento y una inflación que en 2013 no superó el 2 por ciento, una reducción del desempleo al 10,2 por ciento, una baja sensible de pobres e indigentes y reservas por 45 mil millones de dólares. Pero al mismo tiempo, según la influyente revista Semana, aún hay 14 millones de pobres, 10 millones de trabajadores tienen empleo informal, la política de restitución de tierras chocó con burócratas o paramilitares y el tranquilo Santos no tienen el carisma ni el caudillismo de un Chávez o, salvando distancias ideológicas, de un ultraderechista Uribe. El antecesor de Santos torpedea el proceso de paz con las FARC con cierta eficacia. En las últimas elecciones legislativas de marzo su fuerza, una alianza de Centro Democrático más el Partido Conservador, terminó segunda a poca diferencia del oficialismo y él mismo fue electo senador. Oscar Iván Zuluaga, candidato de Centro Democrático a la presidencia, no pretende ser fino en medio de la campaña. Para criticar la presunta blandura de Santos con las FARC, dijo que “los guerrilleros están en el mejor de los mundos, en Cuba, tomando ron con sus amantes”. También compite Enrique Peñalosa, de la Alianza Verde.
Sin OEA
La novedad de la gestión en favor del diálogo entre Maduro es que esta vez la misión estuvo integrada por una comisión de la Unasur y un representante del Vaticano y no por la Organización de los Estados Americanos.
El 11 de abril de 2002 Chávez sufrió un golpe de Estado que entronizó fugazmente al empresario Pedro Carmona. Duró sólo tres días y Chávez fue repuesto en el poder.
A comienzos de 2003, poco después de asumir su primera presidencia, Luiz Inácio Lula da Silva participó en la creación de un Grupo de Amigos de Venezuela que integraron Brasil, los Estados Unidos, España, Portugal, Chile y México. El objetivo especial de dos de los presidentes, Lula y el chileno Ricardo Lagos, era blindar al sistema venezolano contra un nuevo golpe de Estado justo cuando Chávez llevaba 45 días de una huelga opositora que podía terminar en una profunda crisis política. La meta de los Estados Unidos era más inmediata. En ese momento Washington se aprestaba a una nueva intervención en Irak y no quería problemas con el suministro petrolero desde Venezuela.
El miércoles último Lula recordó la formación de aquel Grupo de Amigos. En una charla de tres horas con blogueros habló del tema y dijo que la inclusión de España y de los Estados Unidos tenía su motivo: habían sido los dos gobiernos que reconocieron a Carmona. “En el grupo debía haber países que fuesen confiables para la oposición, porque era un grupo de amigos de Venezuela y no de Chávez”, dijo.
También contó que cuando Maduro ganó las elecciones “le dije que era importante construir un equilibrio para que Venezuela aprovechase su potencial” y pudiese avanzar en la producción de alimentos.
Deseó Lula que Venezuela “encuentre un punto de equilibrio” y consideró “un avance que Henrique Capriles quiera negociar”.
En un párrafo que algunas agencias de noticias interpretaron erróneamente como gobierno de coalición, llamó a “hacer una política de coalición”, que en boca de Lula suele significar ampliar el arco de alianzas y no apostar a la agudización de contradicciones. “Me parece que ahora las manifestaciones se centran más en el movimiento estudiantil”, dijo Lula. “Espero que Maduro pueda dar una respuesta y encontrar la paz que Venezuela precisa, porque es muy difícil para un gobernante trabajar si pierde dos terceras partes de su tiempo en disputas internas.”
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