De las armas al sillón presidencial – Por Gerardo Szalkowicz
Fotomontaje: Guido Carlana
En su juventud, le pusieron el cuerpo y arriesgaron sus vidas por la utopía revolucionaria. Y aunque hoy parecen erigirse en conductores pragmáticos de proyectos menos ambiciosos –con la excepción cubana-, el dato es todo un síntoma del cambio de época que vive América Latina: con el reciente triunfo de Salvador Sánchez Cerén, desde junio serán cinco los presidentes de la región con pasado guerrillero. Un breve repaso por los combativos orígenes del próximo mandatario salvadoreño, José Mujica, Dilma Rousseff, Raúl Castro y Daniel Ortega.Maestro insurgente
Con un triunfo muy ajustado, Sánchez Cerén logró la reelección para un segundo mandato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador. A diferencia del actual mandatario Mauricio Funes, periodista sin pasado en la organización, Cerén proviene del propio riñón del FMLN y hasta fue uno de los máximos comandantes de la guerrilla durante el conflicto armado que vivió el país entre 1980 y 1992.
Noveno de doce hermanos, nació el 18 de junio de 1944 y a los 19 años se graduó de maestro. Su trabajo en escuelas rurales le inyectó la sensibilidad ante el panorama de pobreza y desigualdad y lo convirtió en importante dirigente sindical docente. A inicios del ´70 se incorporó a las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), una de las cinco organizaciones que luego conformarían el FMLN. Ocho años después pasó a la clandestinidad y en 1983 se convirtió en su máximo líder.
Fue uno de los firmantes de los Acuerdos de Paz en 1992, luego se desempeñó como coordinador general del FMLN durante el proceso de conversión en partido político y del 2000 al 2009 fue diputado. Desde 2009 es el vicepresidente del país, cargo que ocupará hasta el 1º de junio cuando asuma la presidencia.
El Pepe tupamaro
Por su vida y prédica austera y desapegada, la gran prensa comercial lo llama “el presidente más pobre del mundo”. Es que a los 77 años José Mujica sigue viviendo en la misma chacra de siempre en las afueras de Montevideo junto a su compañera, la senadora Lucía Topolansky, sin lujos ni personal doméstico.
Cuatro décadas antes se habían conocido compartiendo la militancia en el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T), guerrilla urbana que fundó el “Pepe” junto con Raúl Sendic a mediados de los ´60.
Su actividad guerrillera le deparó recibir seis balazos, caer preso cuatro veces (en dos oportunidades se fugó de la cárcel de Punta Carretas), pasando en total casi 15 años detenido, diez de ellos en una celda de aislamiento. Tras el golpe de Estado de 1973, integró el grupo de «nueve rehenes» tupamaros que la dictadura tuvo en condiciones infrahumanas y bajo brutales torturas.
Con la vuelta de la democracia en 1985, recuperó la libertad por un decreto de amnistía a los presos políticos y creó junto con otros referentes del MLN el Movimiento de Participación Popular (MPP), dentro del Frente Amplio. Desde 1994 fue electo legislador por tres períodos consecutivos. En 2005 asumió como ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, en 2008 regresó al Senado y al año siguiente fue elegido presidente con más del 52% de los votos.
A pesar de su largo combate a la dictadura, Mujica se ha opuesto a anular la Ley de Caducidad que en 1986 dio impunidad a represores.
La «Juana de Arco de la subversión»
El golpe contra João Goulart -del que se están cumpliendo 50 años- despabiló la inquietud política en la adolescente de clase acomodada Dilma Vana Rousseff, hija de una maestra y un exiliado comunista búlgaro. A los 16 años comenzó a militar en la organización de izquierda Política Operária (POLOP) en su natal Bello Horizonte y tres años después se metió de lleno en la lucha guerrillera: primero en el Comando de Liberación Nacional (COLINA) y luego en Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares, pasando a la clandestinidad y adoptando nombres como Luiza, Wanda y Estela.
En 1970, con sólo 22 años, es detenida en un bar de San Pablo y condenada a seis años por el delito genérico de subversión ya que no se hallaron pruebas de su participación en acciones armadas. En el presidio Tiradente, la «Juana de Arco de la subversión», como la calificó un fiscal del Ejército, fue sometida a intensas sesiones de tortura. Finalmente le redujeron la pena y salió en libertad casi tres años después, aunque el gobierno militar le prohibió participar en política.
Una vez libre, se radicó en el Estado de Río Grande del Sur y se recibió de economista. Luego participó de la refundación del Partido Laborista Brasileño (PDT) y, tras el retorno de la democracia en 1985, ocupó diferentes cargos políticos. En 2001 se pasó al Partido de los Trabajadores (PT) y fue designada por Lula como ministra de Minas y Energía primero y luego como Jefa de Gabinete. El 1º de enero de 2011 se convirtió en la primera mujer en llegar a la presidencia del Brasil. En la ceremonia de asunción, le otorgó un lugar de honor a once ex guerrilleras con las que había compartido la cárcel durante la dictadura.
Toda una vida junto a Fidel
La historia guerrillera de Raúl Castro es más conocida. Fue parte del núcleo duro que pensó, germinó y materializó la revolución cubana que mantiene su vigencia luego de 55 años y de la que heredó el liderazgo de su hermano Fidel, con quien transitó toda su vida.
Tras una militancia universitaria en organizaciones comunistas, Raúl fue uno de los fundadores del Movimiento 26 de Julio que salió a la luz en el frustrado asalto al Cuartel Moncada en 1953, por lo que, junto al resto, fue condenado a 13 años. Salió en libertad tras la amnistía en mayo de 1955 pero debió exiliarse en México, donde conoció y le presentó a su hermano al Che Guevara para luego organizar la expedición del Granma que desembarco en diciembre de 1956.
Tras el triunfo de la revolución y por largas décadas, ocupó el cargo de ministro de las Fuerzas Armadas, también fue diputado y vicepresidente hasta que Fidel le delegó el cargo de presidente en forma interina en 2006, para ser elegido oficialmente como Jefe de Estado por la Asamblea Nacional el 24 de febrero de 2008.
Símbolo sandinista
Daniel Ortega Saavedra tomó su primera decisión crucial a los 18 años, cuando abandonó la carrera de derecho para enrolarse en la resistencia armada contra la dictadura de Anastasio Somoza. Tres años después, en 1966, ya era miembro de la dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Al año siguiente, lo detienen tras el robo en un banco y queda en prisión hasta 1974, cuando se exilia un tiempo en Cuba para regresar clandestinamente y convertirse en uno de los principales comandantes del FSLN y líder del grupo “tercerista”, la facción más moderada de las tres que conformaban la guerrilla.
Luego del triunfo de la Revolución Sandinista en 1979, asume como coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y en 1984 es electo presidente. El desgaste del proceso, apuntalado por los “contra” financiados por EEUU, derivó en la derrota electoral de 1990 ante la Unión Nacional Opositora que llevó a la presidencia a Violeta Chamorro. Ortega también caería en las presidenciales de 1996 y 2001, pero tendría revancha y volvería al poder en 2006. Tras cinco años de un gobierno sandinista más aggiornado, Ortega consiguió la reelección en 2011.
Apunte final: avances y límites
El hecho de que cinco ex guerrilleros hayan llegado a la presidencia es reflejo de los cambios en el escenario geopolítico de la región en la última década. Por un lado, del evidente avance de proyectos de corte progresista o de izquierda en contrapunto con el retroceso del paradigma neoliberal, desgastado pero aún presente hoy con la Alianza del Pacífico como punta de lanza.
Por otro lado, es una muestra de la tendencia en estas fuerzas políticas que han llegado al gobierno, de apostar a ese objetivo por la vía electoral. Por diversas razones y aprendizajes históricos, salvo algunas mínimas excepciones el camino insurreccional está prácticamente descartado.
Y en el caso puntual del recorte de los casos reseñados en este artículo, con las particularidades de cada personaje y su contexto nacional, se puede concluir que –a excepción de Raúl Castro que simboliza la continuidad de un proceso que lleva más de cinco décadas- estos mandatarios han optado por ser parte de proyectos menos radicales que los que soñaron en su juventud. Si bien han impulsado importantes cambios progresivos, éstos no han tenido la magnitud de experiencias contemporáneas como las de Venezuela y Bolivia ni han propuesto una ruptura sistémica.