El Día de la marmota
Por Luis Hipólito Alén*
Una película estadounidense retrata una fábula de aquellos lares: el protagonista está atrapado en un bucle temporal que lo lleva a repetir una y otra vez los mismos hechos. Su día, el día de la marmota, es siempre el mismo. Eternamente y sin escape. Del mismo modo y como si fuera una maldición milenaria, Nuestra América repite, una y otra vez, ciclos que no son un producto vernáculo sino que tienen el “made in” del Norte. Desde que Theodore Roosevelt nos señalara como “el patio trasero” de Estados Unidos, y que está en sus atribuciones corregir nuestros “desvíos” con la política del gran garrote, cuando el gran hermano entiende que sus privilegios corren peligro recurre a la imposición de políticas que sirvan a sus propósitos. Para eso cuenta con tristes personajes locales dispuestos a cumplir con sus órdenes: “Todos me llaman para besarme el culo”, dice Donald Trump. Ya Rubén Darío había profetizado: “Eres los Estados Unidos. Eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se impuso en la región la Doctrina de Seguridad Nacional, que definió un enemigo común, el comunismo y las experiencias progresistas y populistas, que debía ser enfrentado por todos los medios. América era considerada parte del mundo “occidental y cristiano”. Para mantenerla encuadrada con estabilidad, se desarrollaron distintos métodos, encubiertos como programas de cooperación económica o de asistencia militar. Así se fue forjando una dirigencia funcional a la concepción estadounidense, que no vaciló en instalar dictaduras cívico militares para combatir al enemigo de izquierda, necesarias para preservar la seguridad continental según afirmaba el informe Rockefeller de 1969. En 1975 se puso en marcha el Plan Cóndor, coordinación represiva de las dictaduras de la región, con su secuela de muertes y desapariciones. El cambio impuesto desde que en los ‘80 los gobiernos dictatoriales fueron reemplazados por los elegidos, implicó también un cambio de sistema. Las políticas represivas ya no estuvieron a cargo de las fuerzas armadas, sino de las de seguridad, y en tanto y en cuanto una ola democrática se extendió de la mano de presidencias progresistas las condiciones mejoraron, dando crédito a los datos que indican que la mejor política posible para reducir la inseguridad es aquella que, a través de la inclusión social, la educación, los mejores salarios y la mejora en las condiciones de vida, reduce la marginación y la pobreza. Pero como en la película yanqui, el día no termina sino que vuelve a empezar, una y otra vez. La ola de derechización que recorre el mundo y que lucha por asentarse en Nuestra América, trae consigo si no un nuevo ciclo de dictaduras militares sí el reverdecer de políticas autoritarias, a partir de la proliferación del discurso represivo en los medios de comunicación masiva, en manos de los dueños del poder económico, y de las redes sociales, inundadas de discursos de odio, falsas noticias e informaciones distorsionadas. El modelo Bukele, que reduce a quien entra en conflicto con la ley penal a una condición deshumanizada por completo, y que lo priva de todo derecho, se expande como reguero de pólvora por la región y es abrazado entre nosotros por la gestión Milei-Bullrich, siempre dispuesta a cualquier cosa que implique el uso de la violencia contra el otro.Como señala Zaffaroni, “El discurso del autoritarismo norteamericano es común con el que se instala en el resto de América, pero su funcionalidad es tan diferente como la realidad del poder represivo. En tanto que los Estados Unidos hacen de éste una empresa que ocupa a millones de personas, o sea que desplazan recursos de la asistencia social al sistema penal y contribuyen a resolver un problema de desempleo, en América Latina el sistema penal, lejos de proporcionar empleos, sirve para controlar a los excluidos del empleo, se vuelve brutalmente violento y las policías autonomizadas y en disolución ponen sitio a los poderes políticos… este discurso autoritario cool de la comunicación publicitaria vindicativa, altamente populachero o völkisch -que opera con total autonomía de la realidad y de su conflictividad más seria, que se ocupa de algunas venganzas y deja de lado la prevención y otros ilícitos masivos, que ignora a las víctimas reales, que manipula y dramatiza sólo con las víctimas que le proporcionan rating-, como no tiene mito tampoco tiene dirección fija. Es una guerra sin enemigo fijo; el único enemigo que invariablemente reconoce es el que no puede dejar de tener ningún autoritarismo: quien confronta su discurso”. Contra eso, la respuesta posible no pasa simplemente por criticar a los apóstoles del gatillo fácil, la disminución de la edad punible y la represión violenta. Se trata de crear conciencia acerca de la necesidad de políticas que abarquen integralmente la cuestión, no solo como algo de exclusiva competencia policial y/o judicial. La seguridad democrática está indisolublemente atada a políticas que fomenten la inclusión, que promuevan la educación, que provean de recursos al sistema de salud, que creen trabajo en condiciones dignas y adecuadamente retribuidas, que faciliten el acceso a la vivienda, que establezcan legislaciones que pongan el acento en la prevención y no en la represión, que pongan bajo control civil a las policías y las cárceles, con un sistema de administración de justicia no corporativo, accesible a todos y de procedimientos comprensibles; en fin, que consoliden la plena vigencia de los derechos humanos en su múltiple dimensión. Solo concretando esas ideas en realidades palpables podremos pensar en poner fin a la eterna repetición de nuestro triste día de la marmota.
*Luis Hipólito Alén es Abogado. Fue Ministro de Justicia y Seguridad de la Provincia de Santiago del Estero (Intervención Federal, 2004-2005), Subsecretario de Protección de Derechos Humanos de la Nación desde diciembre 2007 a diciembre 2015, Director de la Licenciatura en Justicia y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Lanús (2016-2024), y Profesor Titular por concurso de Derecho a la Información en la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.