Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Héctor-León Moncayo S. *
A primera vista, sorprendente, por decir lo menos, la decisión del gobierno de Trump de cancelar el 83 por ciento de los contratos de financiación de Usaid y la transferencia de esta Agencia al Departamento de Estado. Según el Secretario de Estado, Marco Rubio, no estaban sirviendo a los intereses nacionales de los Estados Unidos.
Pero más sorprendente aún la declaración del asesor estrella, el multimillonario Elon Musk, quien más allá de cualquier referencia a su supuesta ineficiencia, que es su tarea, se atrevió a decir que esta Agencia era “un nido de víboras de ideas marxistas de la izquierda radical”.
Por su parte, las reacciones del mundo “progresista” no se hicieron esperar. En primer lugar, los congresistas del ala liberal del Partido Demócrata. Y resulta explicable si se tiene en cuenta que uno de los objetivos de la medida es golpear y debilitar a los adversarios de Trump en este partido, aquellos que han controlado desde hace tiempo porciones importantes de la institucionalidad, independientemente de la orientación de los gobiernos1.
Es lo que Trump llama el “Estado Profundo (deepstate)”, edificado de tiempo atrás seguramente como expresión del consenso del gran capital imperialista. Pero la protesta más fuerte, aunque dolorida y angustiosa, ha provenido de miles de organizaciones civiles y políticas, medios de comunicación (y periodistas) además de intelectuales también progresistas, de la periferia –Asia, África y América Latina– beneficiarios, en primera instancia, de las donaciones2.
ontexto, Colombia reviste una singular importancia. Desde los años sesenta, con altibajos y distintas orientaciones, ha recibido significativos aportes de la Agencia. Hoy en día, siguiendo una tradición histórica, es, en América Latina, el primer receptor de ayuda con una transferencia que se calcula en más de 1.700 millones de dólares, muy por encima de los que le siguen, Brasil y Perú, cada uno con alrededor de quinientos millones3.
Según la información disponible, al 11 de marzo, del total de contratos de ayuda externa a través de Usaid, el gobierno de Trump ya canceló el 83 por ciento. Entre ellos 60 que corresponden a Colombia, en áreas que la Agencia agrupa como: inclusión financiera, desarrollo rural, conservación ambiental, derechos humanos, gobernabilidad, apoyo a migrantes, fortalecimiento institucional y soporte técnico.
En los medios de comunicación se han destacado particularmente tres, que fueron los primeros anunciados para nuestro país:
– 60 millones de dólares para “pueblos indígenas y empoderamiento afrocolombiano
– 74 millones de dólares para “justicia inclusiva”.
– 37 millones de dólares para el “empoderamiento femenino”4.
Para los espíritus candorosos, la explicación es simple. La ayuda de los Estados Unidos era desinteresada y buena y fue por eso que ahora la ultraderecha decidió eliminarla. Sin duda, resulta difícil entender que hay formas no político-militares de intervención y sojuzgamiento. Incluso para quienes se resisten a creer que hay en las potencias un “lado bueno”.
Algunos advierten sobre el carácter integral de la intervención y resaltan las otras acciones como la “cooperación” militar y el establecimiento de bases militares. Otros, presos de las interpretaciones voluntaristas de la historia y pensando en las habituales conspiraciones, lo reducen todo a “Guerra sicológica” o “de última generación”. Otros, en una mejor dirección, hablan del “poder blando (softpower)”. Conviene entonces comenzar a reconocer la complejidad, también en este caso.
Colonialismo cultural y desarrollismo
La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid, por sus iniciales en inglés) tiene ya, como se dijo, una larga historia. En su origen (1961), simplemente AID –Agency for International Development– fue creada por el presidente J.F. Kennedy, sobre la base de las experiencias y las instituciones anteriores y tomando como punto de partida la separación que había establecido Eisenhower en 1957 entre la asistencia militar y la asistencia para el desarrollo.
Debe recordarse que fue el presidente Truman quien, en 1949, escapando ya de la atmósfera de la Segunda Guerra Mundial, trajo a cuento el concepto de Desarrollo como el imperativo de la nueva época, encaminado a superar el injusto atraso de las regiones que empezaron a llamarse por ello “subdesarrolladas”.
Imperativo que, en nombre de la paz mundial, imponía a los países que disfrutaban del progreso, comenzando por los Estados Unidos, un “trato justo” hacia aquellas regiones, y el deber de la ayuda, principalmente ofreciendo los beneficios de su acervo de conocimiento técnico. ¡Había comenzado la llamada “Guerra Fría”!
Kennedy, sin duda, consciente del peligro que representaba el ejemplo de la revolución cubana, le dio a este imperativo la forma de un programa continental, la Alianza para el Progreso. Puede concluirse entonces que estas políticas, siendo económicas, sociales y culturales, formaban parte de la defensa estratégica de la civilización capitalista y de la disputa con el que a la sazón se consideraba socialismo.
En realidad todas las formas de colonialismo, desde el antiguo hasta el asociado con el Imperialismo, han tenido un componente cultural, más allá de la conquista militar de un territorio, el sojuzgamiento político de unos pueblos y el saqueo económico.
El Imperialismo de la segunda mitad del siglo XX, centrado en EEUU, no ha sido una excepción, sólo que, en la modalidad neocolonial, ha privilegiado lo que podemos llamar Intervencionismo, que se caracteriza por una vigilancia y un control permanentes que se apoyan, en el país formalmente independiente, en las principales fracciones de las clases dominantes, convertidas así en sus operadores. De ahí la necesidad de intervenir en forma contundente cuando aparece un gobierno que no está dispuesto a “cooperar”, mediante la promoción en el interior de golpes de Estado, preferiblemente militares.5
Para este Imperialismo la dimensión cultural adquiere, así mismo, una especial importancia estratégica. Sobre todo en América Latina que, en términos de seguridad nacional, es fundamental para los Estados Unidos. Durante la Guerra, por ejemplo, se desplegaron aquí innumerables acciones en el terreno de la cultura política encaminadas a confrontar la posible incidencia nazi, inaugurando así el discurso de la “Defensa de la Democracia” que bien sirvió luego para las campañas anticomunistas.
En los años cincuenta se puso todo el empeño en la difusión del modo de vida norteamericano, la American wayofLife. Apertura de mercados de consumo (importación), obviamente.
En el marco de la Alianza para el Progreso, pese al énfasis declarado en los proyectos productivos y la infraestructura, la AID se concentró, en su primera etapa, hasta principios de los setenta, en la educación; primero en alfabetización y luego en educación superior.
El camino había sido abierto por las Fundaciones privadas, ligadas a grandes corporaciones, como la Rockefeller y la Ford. Naturalmente, debido a la importancia que, como se ha dicho, se le atribuía a la técnica, pero principalmente buscando la formación de recursos humanos calificados pues a la extracción de materias primas (minería, agricultura) se añadía la instalación de subsidiarias de las multinacionales en la manufactura y los servicios6.
Esta orientación resultó contraproducente. El modelo de educación superior que se pretendía imponer con su financiación y sus asesorías estaba claramente alineado con los intereses de EEUU y suscitó una airada reacción de parte de los estudiantes y otros grupos educados de la población. Colombia constituye una excelente ilustración de esta insubordinación. –Puede recordarse el movimiento universitario de 1971–. Junto con la denuncia de la Dependencia, se comenzó a hablar de Imperialismo Cultural.
De la ayuda para el desarrollo a la defensa de la democracia
El espejismo del “desarrollo del subdesarrollo” no se quedó en los discursos mencionados sino que logró convertirse, en todo el mundo, en el signo de lo “políticamente correcto” de la segunda mitad del siglo XX, si bien el acento de la retórica ha ido cambiando, por ejemplo hacia el slogan de la “erradicación de la pobreza absoluta” y más recientemente la “reducción de las desigualdades”.
Y los programas como la “Alianza para el Progreso” fueron repetidos en todas partes. La “Ayuda para el Desarrollo” ha oscilado siempre, según la orientación política (más o menos derecha), entre el crédito externo, privado o público, nacional o multilateral o el fortalecimiento del comercio internacional, de una parte, y la “Ayuda” propiamente, entendida como transferencias monetarias o en especie.
Para la primera alternativa, como se sabe, habían sido creadas instituciones como el Banco Mundial (BM) o, en nuestra región, el BID, para no mencionar, en su especificidad financiera global, el FMI. La “Ayuda” –conviene reiterarlo– nunca se ha reducido a lo económico e incluye desde formación y transferencia tecnológica hasta entrenamiento, armas y apoyo directo, en lo militar.
Puede estar dirigida al Estado (gobierno) o a la llamada sociedad civil. Cabe aquí la ambigua y discutible ayuda “política”, en pro de la “estabilidad” o la “democracia”, definidas según los intereses de la potencia, en este caso los Estados Unidos. Todas estas formas y mecanismos se complementan en cada periodo histórico, en cada coyuntura.
En nuestra región, es posible indagar sus especificidades en cada uno de los periodos más importantes como son: las dictaduras (militares o civiles), la crisis de la deuda y los programas de ajuste estructural, la transición a la democracia y el neoliberalismo. Sin embargo, la más grande transformación ocurrió alrededor de 1990 con la caída del Muro en Europa Oriental y el derrumbe de la Unión Soviética.
Junto con el fin de la “Guerra Fría” había desaparecido el principal motor de la “Ayuda”, esto es el peligro, real o ficticio, de la opción socialista. Triunfaba, como acostumbran decir, la pareja perfecta: el Mercado y la Democracia. La lucha contra la idea misma del socialismo podía hacerse, vistos sus resultados, en nombre de los Derechos Humanos. He ahí el nuevo consenso.
La “Ayuda” adquiere entonces una nueva forma de legitimación: el fortalecimiento de la democracia en los países atrasados. Dos ventajas se aprovechan: de un lado, se colocan en el mismo saco los gobiernos considerados de “izquierda”, todo tipo de tiranías, las democracias “imperfectas” y los “Estados Fallidos”.
Para los Estados Unidos, claro está, la clasificación se reduce a dos: los gobiernos que “cooperan” y los que no. Siempre habrá la posibilidad de intervenir, atendiendo a la conveniencia, en nombre de los derechos humanos (un valor universal). De otro lado, aunque sigue siendo un objetivo la erradicación de la pobreza, es ahora más importante la Democracia que es el medio por excelencia para lograrlo, y en ella dos son los principales objetivos: la inclusión y la participación.
De ahí el énfasis en el apoyo a las poblaciones vulnerables y los grupos excluidos. Como se comprenderá, no se trata aquí de discutir la validez del discurso sino de poner en evidencia su funcionalidad dentro de una estrategia intervencionista que es integral. Ya algunos han señalado en estos días la participación directa de Usaid en operaciones de desestabilización y golpes de Estado7, pero no es lo definitivo, podría no haberlo hecho y seguiría cumpliendo su papel.
Lo que debe llamarnos la atención, en contraste con lo que ocurría en los años sesenta y setenta, es la mutación radical en las variables políticas; la ausencia total de confrontación y hasta de crítica frente a las nuevas formas de la “Ayuda”. Lo que cambió no fue Usaid sino la mentalidad en nuestros países. Especialmente en la juventud de la clase media escolarizada.
Si antes se hablaba con fastidiosa frecuencia y exagerado esquematismo del “Imperialismo”, a partir de los años noventa hasta el mismo vocablo se convirtió –junto con la expresión “lucha de clases”– en síntoma de obsoleto sectarismo y motivo de burla. La política antaño revolucionaria se transformó, a su paso por la profesionalización académica, en politología y el fenómeno que con dicho vocablo pretendía definirse en “hegemonía”.
Estados Unidos comenzó a señalarse con el feo neologismo de “hegemón”. Se esfumó así hasta la sospecha de que había formas no político-militares de intervencionismo.
Curiosamente nuestro progresismo termina considerando como base de su análisis la misma aseveración del atrabiliario Musk.
Pero, ellos mismos no se lo creen. A esta altura es claro que Trump no va a prescindir de Usaid, como lo anunció en medio de sus acostumbradas bravuconadas. Sabe muy bien el poder que proporciona semejante aparato, que en 2023 llegó a manejar un presupuesto de más de 72 mil millones de dólares y tiene presencia en todo el mundo.
Lo que hizo de inmediato fue colocarlo bajo las órdenes de la Casa Blanca, incorporándolo en el Departamento de Estado. Al cancelar los actuales contratos, libera los cuantiosos recursos comprometidos permitiendo su reasignación. Busca, sin duda, poner la Agencia al servicio de su proyectada reconfiguración de las relaciones internacionales.
¿Significa un nuevo consenso del gran capital imperialista? Todavía es muy pronto para sacar una conclusión categórica. Lo cierto es que puede cambiar el contenido y la orientación de los programas, lo cual ha sucedido varias veces, pero su gran objetivo estratégico se mantiene. Bien lo decía William S. Gaud, director de la AID a finales de los sesenta, en su exposición ante el Congreso: “Todos estos programas han tenido un objetivo vital y común –la seguridad de EEUU […]. Subdesarrollo quiere decir inseguridad, inseguridad para los campesinos pobres e inseguridad para nosotros”8.
Notas
1 Usaid era un magnífico ejemplo. Con una planta de más de diez mil funcionarios, distribuidos por todo el mundo y un enorme presupuesto federal, gozaba, desde su creación, de una relativa autonomía institucional.
2 Es importante subrayar lo de “primera instancia” ya que en muchos de los casos, y de acuerdo con lo practicado (e impuesto) hoy en día en toda la llamada cooperación internacional, las donaciones se destinan finalmente a poblaciones vulnerables, mediante proyectos, ya sea de pura filantropía (acción humanitaria) o políticos (“empoderamiento”). Sin embargo, el gaseoso objetivo de la “defensa de la democracia” permite que los beneficiarios finales sean también ONG’s y Medios de Comunicación. Desde luego, no se descartan los clásicos programas económicos de ayuda “para el desarrollo” generalmente asignados a entidades estatales.
3 Las cifras se encuentran en el portal La Silla Vacía Como anexo ofrece el cuadro completo de todos los contratos terminados en el mundo tomado directamente de Usaid. Ellos mismos, como medio de comunicación y opinión, vienen recibiendo, desde hace un tiempo, un significativo apoyo de esta Agencia.
5 Ver: Moncayo S., HL, El Plan Colombia y la Política Exterior de los Estados Unidos, en: Varios autores, El Plan Colombia y la intensificación de la guerra Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2002
6 En Colombia, la Fundación Rockefeller hizo presencia desde los años cincuenta con un programa de formación de agrónomos; años antes lo había hecho la Kellog y luego, en convenio con la AID en la misma línea de la Agronomía. La “Ayuda” obtuvo su máximo logro a mediados de los sesenta con la fundación del Instituto Colombiano Agropecuario, ICA.
7 Ver: Fazio, Carlos “El asalto a la Usaid puso en modo pánico a la CIA, la NSA, el FBI y la prensa alquilada”. En Rebelión, 26/02/2025
8 W.S. Gaud “TheAdministrator´sStatementbeforethe House ForeignAffairsCommittee”, abril 1967. Citado en: Magnusson W.L., La Reforma Patiño U N 1964-1966 , Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, junio de 2006
* Economista, integrante del Consejo de Redacción Le Monde diplomatique edición Colombia.