La última fantasía – Por Nieves y Miró Fuenzalida

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

 Nieves y Miró Fuenzalida *

Estoy bien, sólo mirando sombras en la muralla.  Digamos, como en la muralla de la caverna platónica.

Por si no recuerdas bien, en la alegoría platónica los prisioneros de la cueva están encadenados por el cuello, las manos y las piernas desde su nacimiento y no tienen concepción de otra forma de vida. Las sombras de figuras que pasan ante la luz del fuego que esta detrás de los prisioneros se reflejan en la pared como si fueran un espectáculo de marionetas.

Los prisioneros no saben que son prisioneros y no sospechan que existe otra realidad. Un día, sin embargo, uno de los prisioneros se libera de sus cadenas y sale al mundo exterior y, a la luz del sol ve la verdad y contempla las cosas como realmente son. Y, en lugar de permanecer egoístamente en el mundo exterior, regresa, como el Bodhisattva, para contárselo a los demás, quienes responden a su bondad con burlas y resistencia, creyendo que se ha vuelto loco.

El mito, según la intención de Platón, es una invitación a abrirnos a un nivel superior de realidad… las Formas o Ideas. Todo lo que realmente experimentamos en el nivel de la realidad disponible a través de nuestros cinco sentidos son malas imitaciones de un nivel superior de la realidad. Podemos experimentar hermosas puestas de sol, acciones justas y una buena taza de café, pero todas estas cosas son meras imitaciones de las Formas que son perfectas.

Si construyo una mesa, por ejemplo, lo hago en base a un modelo mental que tengo en mi cabeza… ¿no es cierto? Pero, lo que construyo es sólo una copia, siempre imperfecta, de ese modelo ideal. Y eso es lo que siempre vemos. No el original, sino su copia. No la Realidad, sino su imagen.

Quien sale de la caverna es el filósofo que descubre la verdad, las formas ideales o la esencia de las cosas en su forma pura. En lenguaje contemporáneo es la creencia de que la ideología es una especie de ilusión de la que tenemos que despertar para ver el mundo tal como es. En si mismo. En la película “The Matrix”, la versión tecnológica del mito platónico, Neo sale de la Matriz al igual que el prisionero de la caverna y, en lugar de descubrir un reino bendito de Formas puras y resplandecientes de belleza, encuentra una realidad fea y traumática, un mundo desgastado por la guerra en donde la vida se vive en una constante amenaza  de muerte.

Un desierto sombrío que su compañero Cypher, después de algún tiempo, prefiere abandonar para retornar a la confortable ilusión de la Matrix.

La creencia realista que comúnmente nos guía es la de que hay una distinción binaria entre la realidad, por un lado, y la fantasía por el otro. Si leemos libros de fantasías, por ejemplo, es porque queremos escapar, a lo menos por un rato, del mundo real que es tan difícil de manejar. Para Lacan la cosa es al revés. Accedemos a la realidad justamente a través de la fantasía. La realidad orgánica material en sí misma es inaccesible. Es caótica, horrible, brutal. Es carne y huesos, polvo y carbón. Pero si le imponemos un marco de fantasía, entonces tenemos una razón para existir, una razón para vivir.

De ahí que, de acuerdo con el cuestionamiento posmoderno, la ilusión fundamental no es el hecho de que despertamos a la verdadera realidad, sino al hecho de que salimos de una fantasía para caer en otra. La fantasía no es un escape de la realidad sino precisamente una forma de acceder o enmarcar la realidad.

La verdad reside en la estructura coordinadora del marco fantasmático que esencialmente completa como uno ve la realidad. La fantasía, dice Zizek, “es lo que subyace a los textos ideológicos públicos como su apoyo no reconocido, al mismo tiempo que sirve como pantalla contra la intrusión de lo real”. En la tradición de la ilustración, la ideología representa la noción borrosa o falsa de la realidad causada por diversos intereses “patológicos”, como el miedo a la muerte, a las fuerzas naturales o a los intereses de poder.

Para el análisis discursivo, que va un paso mas allá, la noción misma de un acceso a la realidad no sesgado por ningún dispositivo discursivo o conjunción con el poder es ideológica. El nivel cero de la ideología consiste en percibir erróneamente una formación discursiva como un hecho extra discursivo. En buenas cuentas, no hay un contenido neutro. Cada descripción es ya un momento de algún esquema argumentativo. Una de las estrategias fundamentales de la ideología es la referencia a la auto evidencia…

“Mira, tú puedes ver por tí mismo como las cosas son” o “dejemos que los hechos hablen por sí mismos”. El problema es que los hechos nunca hablan por sí mismos, sino que siempre se les hace hablar mediante una red de dispositivos discursivos. Cuando el racista en la pequeña ciudad de Springfield del estado de  Ohio dice, por ejemplo… “hay muchos haitianos en nuestras  calles”, ¿cómo, desde que lugar, “ve” esto? es decir ¿Cómo se estructura su espacio simbólico de modo que pueda percibir el hecho de que un haitiano pasee por una calle de nuestra ciudad como un excedente o amenaza inquietante?

Cada percepción siempre implica un universo simbólico. La ecología, por ejemplo, nunca es “ecología como tal”, sino que siempre es parte de una serie especifica de equivalencias. Puede ser conservadora y abogar por el retorno a comunidades rurales y formas de vida tradicionales. Estatista, en donde solo las regulaciones pueden salvarnos de la catástrofe inminente. Socialista, en donde la causa última de los problemas ecológicos reside en la explotación capitalista de los recursos naturales orientada por el lucro.

Para las feministas, la explotación de la naturaleza se desprende de la actitud masculina de dominación y, los anarquistas por su parte, sugieren que la humanidad puede sobrevivir solo si se reorganiza en pequeñas comunidades autosuficientes que vivan en equilibrio con la naturaleza. Y, así por el estilo. Lo que experimentamos como realidad, dice Lacan, no es la “cosa en sí”, sino que siempre, eso que llamamos realidad, esta simbolizada, constituida, estructurada por mecanismos simbólicos y el problema reside en el hecho de que la ficción simbólica siempre fracasa, nunca logra cubrir completamente lo real. La realidad, como la verdad, por definición nunca es “total”.

En la versión de la Escuela de Frankfurt, tampoco se trata simplemente de ver las cosas como “son en realidad”, o de quitarse los anteojos distorsionadores de la ideología, sino que el punto principal es ver cómo la realidad no puede reproducirse sin esta llamada mistificación ideológica. La máscara de la fantasía no encubre simplemente el estado real de las cosas, sino que la distorsión: está inscrita en su esencia misma. Lacan igualmente se distancia del gesto liberador de decir finalmente que “el emperador está desnudo”. La cuestión es que, en verdad, el emperador esta desnudo solo debajo de su vestimenta. Algo como cuando en el conocido chiste alguien señala a una mujer y profiere un grito de horror… “Mírala, que vergüenza, debajo de sus vestidos está totalmente desnuda”.

Para volver a Zizek, en el momento en que vemos el ser “como es en realidad”, el ser se disuelve en la nada o, más exactamente, cambia y pasa a ser otra clase de realidad, razón por la cual hay que eludir las metáforas simples de desenmascaramiento, de correr los velos que se supone ocultan la desnuda realidad.

¿Es, entonces, inherentemente imposible aislar una realidad cuya consistencia no se mantenga mediante mecanismos fantasmáticos, una realidad que no se desintegre en el momento en que le quitamos su componente ideológico? ¿No hay realmente salida de la prisión del lenguaje? ¿Estamos condenados a vivir en las sombras de la caverna? O dicho de otra manera: ¿Qué es lo que nos hace distinguir entre lo real y lo irreal, entre cerebros, máquinas, cuerpos humanos, disco duro y señales eléctricas, por un lado y simulaciones, imágenes, entidades digitales, sueños y apariencias, por otro? La existencia de la caverna presenta un mundo cuya última naturaleza esta compuesta de dos cosas incompatibles.

¿Pero, qué pasa si postulamos un mundo compuesto  últimamente de una sola sustancia? ¿Un mundo que fusione la Esencia y la Apariencia? ¿El Original y la Imagen? ¿El Fenómeno y el Noúmeno? En buenas cuentas, ¿las Sombras de la Caverna y la Realidad Luminosa?

Cada filosofía, desde Aristóteles en adelante se ha caracterizado por el intento de invertir el platonismo. El último intento es el de Gilles Deleuze. La Idea, dice, fue la respuesta de Platón para distinguir lo verdadero de lo falso, el criterio que distingue lo puro de lo impuro. Platón no crea la Idea para oponerla al mundo de las imágenes, sino para seleccionar las imágenes o copias  verdaderas de las falsas, vale decir, de los simulacros. Pero, con ello, inventa un tipo de trascendencia que se sitúa dentro del campo mismo de la inmanencia.

Las cosas, a diferencia de las ideas, son siempre algo distinto de lo que son y en el mejor de los casos, son sólo poseedoras de segunda mano de la Idea. Y este es el don envenenado del platonismo que ha continuado marcando a la filosofía hasta hoy. Deleuze intenta restaurar la inmanencia y rechazar el retorno de cualquier tipo de  trascendencia.

En esta nueva visión de las cosas, las Ideas  son inmanentes y diferenciales a la experiencia. Los disfraces, las variaciones, los trajes  y las máscaras no son algo añadido secundariamente al original sino que son sus constituyentes internos.

En breve, el Ser es unívoco… La creencia de que todos los seres expresan su ser con una sola voz, un solo Océano para todas las gotas, un solo clamor del Ser para todos los seres. Un sentido unívoco, cuyo sentido, paradójicamente, es la diferencia, que no es sustancia ni sujeto, capaz de disolver y destruir individuos que constituye temporalmente.

La percepción del color verde, por ejemplo, se actualiza cuando ciertos elementos virtuales, como el amarillo y el azul, entran en una relación diferencial para producir una singularidad. El amarillo y el azul permanecen oscuros o no actualizados en la percepción  y solo pueden ser aprehendidos por el pensamiento, en una Idea, que no indica ningún tipo de realidad metafísica mas allá de los sentidos. Las cosas ya no imitan a las Ideas. Son las Ideas las que imitan a las cosas.

Así, entonces, en la ontología deluziana las cosas ya no “simulan” nada, sino que “actualizan” Ideas inmanentes, virtuales y reales a la experiencia. Una ontología en la que no hay nada más allá o fuera o superior al Ser. Y cada  momento, cada evento, cada individuo y cada pensamiento es singular porque el Ser es diferencia, la producción constante de lo heterogéneo. Por esta razón, una dialéctica puramente inmanente plantea preguntas como ¿quién? ¿desde dónde? ¿cuándo? ¿cómo? ¿cuánto? ¿en qué casos? en lugar de ¿qué es…?  que es la pregunta socrática  de la esencia, la cosa en sí, que, como mostro Kant, no tiene solución.

La última fantasía es la de desenmascarar algo o alguien, la ilusión de presumir un rostro detrás de la máscara, un modelo originario detrás de la copia, un mundo verdadero mas allá del mundo aparente. La cosa es que detrás de la máscara no hay nada, fuera de la diferencia.

* Profesores de Filosofía chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboran con surysur.net y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Sur y Sur 


 

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