Gustavo Petro, alcalde destituido de Bogotá: “Todavía puedo regresar a la alcaldía”

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Han pasado más de tres meses desde que la Procuraduría colombiana ordenó la destitución del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y su inhabilitación a cargos públicos por 15 años.

Pero este aún no está dispuesto a darse por vencido.

Después de una larga batalla legal, marcada en sus inicios por protestas populares, llamados a una Primavera colombiana y acusaciones de golpe de Estado, la sanción sólo fue ejecutada por el presidente Juan Manuel Santos la semana pasada.

Pero, para hacerlo, el mandatario tuvo que pasar por encima de una solicitud de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Y Petro cree que todavía puede ser rescatado por la justicia internacional.

En conversación con BBC Mundo, el exalcalde advirtió que es muy probable que el presidente Santos eventualmente tenga que elegir entre restituir sus derechos u ordenar la salida de Colombia de la Organización de Estados Americanos, OEA.

Y el exguerrillero del M-19 también insistió en que su caso envía una señal negativa a la izquierda colombiana y, en particular, al proceso de paz con la guerrilla de las FARC y afirmó que es por eso, y no por arrogancia o ambiciones personales, que no ha dejado de luchar.

¿La suya sigue siendo una batalla por regresar a la alcaldía de Bogotá o está fundamentalmente abocado a recuperar sus derechos políticos?

Yo sí puedo regresar a la alcaldía en el corto plazo. Y es lo que esperamos. Porque las medidas cautelares –si la Corte Interamericana de Derechos Humanos así lo quisiera– se pueden convertir en medidas provisionales que también son obligatorias para el Estado colombiano. La única manera de evadir eso es ya que el gobierno decida salirse de la OEA y la verdad no creo que (el presidente Santos) llegue a ese extremo simplemente por un cálculo electoral. Pero hay un mecanismo eficaz en relación al Sistema Interamericano (de Derechos Humanos) y aún queda alguno en relación al derecho interno y los estamos usando.

Nosotros esperaríamos, y le pedimos a todo el movimiento mundial de derechos humanos que nos ayude en esa tarea, que se protejan los derechos políticos de la ciudad de Bogotá, de su ciudadanía, de su alcalde, a través de transformar las medidas cautelares en medidas provisionales por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en San José de Costa Rica.

¿No ve posibles consecuencias negativas de una decisión en ese sentido?

Es que ya nosotros tenemos un caso ahí. En el mediano plazo habrá una sentencia. Y si nosotros no estamos equivocados en que nos violaron los derechos, seremos resarcidos. Pero uno no puede pensar que la protección de los derechos humanos puede tener incidencias negativas. Ni aquí, ni en ninguna parte del mundo. Lo contrario: por no proteger derechos humanos es que se producen cadenas de violencia. Aunque no estoy diciendo –porque nosotros hemos sido muy cuidadosos y no se ha producido ningún hecho de violencia en estos meses de intensas movilizaciones ciudadanas en la ciudad de Bogotá– que nosotros queramos que eso ocurra.

Para confirmar: ¿entonces lo que usted espera, desea incluso, es que la Corte Interamericana de Derechos Humanos le ordene al gobierno de Colombia que lo restituya en el cargo?

Que transforme las medidas cautelares de la Comisión Interamericana en medidas provisionales.

Lo que lo pondría a usted de regreso en la Alcaldía de Bogotá…

Eso nos pondría de inmediato en la Alcaldía de Bogotá, restituyendo nuestros derechos en forma colectiva.

¿Y cree que el presidente Santos puede acatar una decisión en ese sentido sin acabar completamente con sus posibilidades de reelección?

Yo, la verdad, creo que las posibilidades electorales del presidente él mismo las ha agotado tomando una decisión tan arbitraria.

¿Pero viendo los resultados de las pasadas elecciones legislativas, no podría eso terminar devolviendo al poder a un derecha que, al menos en su discurso actual, parece tener menos voluntad que Santos para hacer la paz?

En el poder ya está la derecha. Y la intención de hacer la paz no es un discurso, es una práctica.

¿No va a recurrir a los tribunales locales?

Está la tutela de las medidas cautelares que ya se presentó. Y, obviamente, está el proceso de fondo, que es el recurso de nulidad y de reposición del derecho. Porque el fondo de mi caso no ha sido revisado (por los tribunales locales) hasta el día de hoy: la forma en la que el procurador llevó a cabo su investigación, las rupturas del debido proceso, mi derecho a un tribunal independiente, eso no ha sido visto.

Pero ese es precisamente el argumento del presidente Santos para rechazar la intervención de la CIDH: que no se habían agotado las instancias locales. ¿No se equivocaron usted y sus asesores al usar las tutelas y no el recurso de nulidad para intentar contrarrestar la decisión del procurador?

Nosotros dedicamos el esfuerzo a detener el daño irreparable que contra los derechos políticos provocaba la destitución ordenada por el procurador utilizando los instumentos más eficaces para impedir ese daño. Al interior de Colombia la tuela. Y en el exterior, en la justicia interamericana, la solicitud de medidas cautelares ante la CIDH.

¿Y la calle? ¿Es una opción?

La movilización social no tiene por qué frenarse. Y hasta ahora se había concentrado en la ciudad de Bogotá, la principal del país. Pero vamos a iniciar un proceso de lucha por la democracia a nivel nacional. Estamos convocando a una manifestación por la paz y la democracia en Barranquilla este jueves. Y de acuerdo a sus resultados –porque yo no tengo un contacto desde hace tiempo con las regiones de Colombia, por obvias razones, concentrado como estaba en la alcaldía de Bogotá– veremos si es posible hacer confluir una gran movilización ciudadana, urbana y rural, en las próximas semanas, alrededor de derechos fundamentales que es indispensable garantizar en Colombia.

O sea que no está seguro que una movilización masiva sea posible en la actual coyuntura…

Estamos en época electoral y obviamente no queremos que necesariamente se articule a procesos electorales en este momento.

Y esa movilización, ¿va a estar vinculada a esa idea, reivindicaba por usted en su discurso de despedida en la Plaza de Bolívar, de una Asamblea Constituyente?

Sí, pero al mismo tiempo creo que la Constituyente debe ser un tratado de paz y en esa medida es un objetivo muchísimo más grande que problemas u objetivos particulares. Por ejemplo, el de (el expresidente Álvaro) Uribe de querer cambiar la constitución para poder volver a reelegirse, o el de las FARC por no asumir su responsabilidad por actos de lesa humanidad en la guerra, o el del alcalde de Bogotá para ver si resuelve el problema de la inhabilidad vía una Constituyente. Eso sería una tontería y una estupidez.

Pero ahí están también los resultados electorales en las elecciones del congreso, que son terribles: un incremento de la abstención que hace mucho que no veíamos, y entre los que votaron dos millones de personas o más votando en blanco o anulando el voto. Es decir, la base de legitimidad del poder legislativo realmente prácticamente es un cuarto de la población. Y lo confirmaremos en estas elecciones presidenciales, pero creo que el sistema político colombiano ha llegado a un punto de ilegitimidad muy grande como para que no se plantee, en positivo, incluso en la búsqueda de la paz, una reconfiguración institucional de toda Colombia.

¿Qué significa eso en la práctica?

Una Constituyente, como su nombre lo indica, es el constituyente primario que retoma la conducción de su país. Y el constituyente primario es la sociedad. Y si esta se moviliza en demanda de democracia, en demanda de paz, pues mejor. Eso ya ha comenzado con las grande movilizaciones bogotanas, que fueron por la democracia, y que terminaron siendo irrespetadas por el presidente de la República con su decisión.

Pero en el caso de una Asamblea Constituyente esa movilización tiene que transformarse en la elección de diputados. Y si los resultados de las últimas elecciones legislativas son representativos, todo indica que esa Asamblea Constituyente sería fundamentalmente de derecha. ¿No le da miedo eso?

Yo pienso que sería un constituyente de la diversidad. Porque ahí también está la gente que no salió a votar (en las elecciones legislativas), que es una gente desilusionada. Colombia tiene más o menos una abstención permanente del 50%, que es difícil de movilizar, pero está vez la abstención llegó a niveles, en el caso de Bogotá, del 70%. Entonces hay una parte de la población que voluntariamente, no por tradición, decidió no salir a votar. Hay una parte de la población que fue a votar, y votó en blanco. En el caso de Bogotá el 11% de los electores. Y hay una parte de la población que anula el voto. Obviamente hay una parte de la población que se distribuye entre diferentes tendencias política, entre esas la derecha. Pero yo creo que la constituyente es un tratado de paz, entonces debe estar la derecha en la constituyente. Como debe estar la izquierda y todas las facetas múltiples de la sociedad colombiana.

¿No es una apuesta muy arriesgada para la izquierda?

¿Muy arriesgada en relación a qué? Si la preocupación es que la derecha no sea mayoría, es que la derecha ya nos ha quitado los derechos políticos por ser de izquierda, porque esa es la realidad. Y no lo han hecho solamente en mi caso, por ser alcalde de Bogotá , sino que viene repetitivamente haciendo lo mismo. Entonces nosotros no tenemos nada que perder desde esa perspectiva, sino mucho que ganar. Y si la movilización ciudadana se da, es alrededor del tema de la paz que, en mi opinión, sin importar si uno es de derecha o de izquierda, es el bien supremo de la nación. Porque nosotros llevamos 60 años en guerra. Entonces ¿cómo no intentar esa audacia de pensar el tema de la paz a partir de una constituyente?

¿Y esa audacia puede estar basada sólo en principio? ¿No necesita tener algo de cálculo político? ¿Qué le diría, por ejemplo, a la gente que teme que por estar peleando su caso, sus derechos, pueda terminar siendo instrumental para el proyecto político de un antiguo rival, como el expresidente Uribe, quien se opone al proceso de paz?

A mí no me preocupa la existencia política de Álvaro Uribe. Álvaro Uribe interceptó mis teléfonos durante años, en su gobierno tuvo que exiliarse mi familia. Me defendí precisamente con medidas cautelares que él aceptó, que tenían que ver con mi derecho a la vida. Y pude sobrevivir esos ocho años físicamente, a pesar de los debates que hice contra el paramilitarismo. Pero Álvaro Uribe Vélez representa no simplemente a la derecha colombiana, sino a una estructura económico-política que es el latifundio. Y no se puede resolver el tema de la paz sin resolver y superar el latifundio en Colombia. Y si queremos resolverlo pacíficamente tenemos que consultar su opinión, la de los latifundistas. Si Álvaro Uribe es el interlocutor de ellos, y pudiera acceder a un tratado de este estilo, me parece importante.

Me da la impresión, por lo que dice, que piensa que en estos momentos tiene más sentido intentar la paz trabajando con Álvaro Uribe que con Juan Manuel Santos…

Hay que hacerlo con todos, incluido Juan Manuel Santos. Pero el presidente de la República, independientemente de cual sea su suerte electoral, debe entender que si nos vamos a medir en serio a un acuerdo de paz la sinceridad de la palabra es fundamental. Sin sinceridad, que es lo que hoy está cuestionado, no es posible hacer la paz. No es a través de la trampa y del engaño como se puede hacer. Él tiene que entender que no se puede hacer un proceso de paz sobre la base de la falsedad y el engaño.

¿Tanto lo sorprendió la decisión del presidente Santos de no acatar la solicitud de medidas cautelares de la CIDH?

Él había afirmado públicamente unos días antes que iba a acatar la decisión de la Comisión. Unos días antes de las elecciones (legislativas). Pero luego de las elecciones el presidente hizo un cálculo electoral y cambió su decisión inicial de proteger primero el pluralismo político en Colombia y en segundo lugar el mensaje de paz. Y además la necesidad de respetar las reglas de convivencia que trata de proteger el Sistema de Interamericano de Derechos Humanos no es un tema solamente colombiano, es un tema que atraviesa una parte muy importante de América Latina.

Hoy, por ejemplo, estuve mirando la prensa y a una señora de la oposición venezolana que no conozco (María Corina Machado) le quitaron sus derechos políticos a través de un proceso administrativo. Y seguramente en América Latina casos como este se repiten. El respeto a la Convención interamericana es el respeto a una mínima constitución que nos va a preservar de un inmenso riesgo y peligro que tenemos hoy: la polarización política que en una región de América puede favorecer a la derecha y en otra a la izquierda, puede haber alternancias. Si no respetan estos mínimos derechos en lo que va a constituirse es en un proceso nuevo de renovación de las violencias en América Latina.

Colombia no puede dar muchas lecciones sobre la construcción de la paz porque seguimos en guerra. Pero el mensaje del presidente de la República de Colombia afectando precisamente esa Constitución fundamental de América me parece absolutamente negativo en el tema de la paz. Porque si nuestro mensaje hubiera sido, hace tres días, hace cuatro días: «Mire le respetamos los derechos al ciudadano Petro acatando la decisión de medidas cautelares», Bogotá hubiera hecho una fiesta.

No toda Bogotá…

Sí, obviamente. Pero la inmensa mayoría de la población hubiera hecho una fiesta. Y la lección interna hubiera sido fundamental: «Mire, a pesar de que es de izquierda, desde la derecha respetamos sus derechos políticos». Pero el mensaje hacia toda América Latina hubiera sido fundamental: «Señores de izquierda, cuando lleguen al poder, hagan lo mismo. Respeten los derechos políticos de sus opositores». Entonces creo que estamos andando un camino de desestructuración de los caminos mínimos de la paz en América. Y eso hay que desandarlo.

Si nuestra lucha en Colombia contribuye a rehacer el respeto a lo mínimo fundamental, ojalá se pueda traducir en que en toda América, después de haber salido de esas dictaduras que hemos vivido, y de la lucha armada que en muchos países de América Latina fue el instrumento de expresión, después de esa época oscura porque no podemos retornar, o construir una época en donde lo mínimo fundamental sea la base constitucional de nuestro entendimiento. Así tengamos la diferencias ideológicas que tengamos.

¿En ningún momento siente que tiene que ser especialmente cuidadoso para evitar que esta batalla en particular no termine dinamitando el proceso de paz?

Durante todo este episodio he estado leyendo un libro de Michel Foucault, que es mi filósofo de cabecera, una compilación de sus últimas clases antes de morir condensadas en «El coraje de la verdad», que es como se llama el libro. Y se dedicada al tema de la parresía, es decir de la capacidad de decir la verdad, que era una institución, eran individuos griegos que siempre tenían dos riesgos: la muerte o el ostracismo. En cierta forma yo he practicado la parresía dentro de Colombia, en una situación de mucho riesgo: el haber usado la vida parlamentaria en la denuncia del paramilitarismo es pura y simple parresía. No me lo perdonan. Y entonces ahí se abren dos riesgos. Primero el de la vida, indudablemente. El otro es el camino del ostracismo. Cualquiera de estos dos riesgos se puede mitigar o evitar si logramos rehacer el espacio democrático en Colombia, el derecho a la pluralidad, que es una lucha que estos momentos estamos dando.

No puedo predecir qué va a pasar, no sabemos qué va a pasar. Pero lo que si te podría afirmar es que si nosotros perdemos este esfuerzo entonces queda como un hecho definitivo que un gobierno de izquierda fue destruido porque la derecha no quiso, eso sí que es un mensaje que al desilusionar puede permitir que visiones de extrema derecha totalitarias, o incluso de extrema izquierda, totalitarias, terminen ganando el escenario político de la ciudad o el país.

Y en esa lucha contra la violencia, no siente que podría haber dado su batalla de forma diferente, por ejemplo moderando su lenguaje para evitar polarizaciones o acusaciones de incitar a la lucha de clases?

Pero, ¿qué es la paz en Colombia? El primero de enero de 2012 cuando me posesioné lo dije explícitamente: yo soy un hijo de la paz, yo hice la paz. Como miembro del M-19 yo me levanté en armas, pasé la tortura, me encarcelaron. Pero para el año 1989, teniendo 29 años, y siendo miembro de la dirección del Movimiento 19 de Abril en armas, decidimos hacer la paz con el gobierno nacional. Y yo fui protagonista central del episodio mismo de la firma (de la paz) en el Tolima. Y por lo tanto, el 1 de enero de 2012, también traje eso a cuento. Pero la paz parece haber sido entendida en estos 25 años como que el insurgente se tenía que arrodillar y desmovilizar su manera de pensar; no solamente su manera de actuar, sino su manera de pensar. Y en eso consistía la paz. Es decir, era una cooptación, una rendición. ¿O la paz es que los diferentes puedan coexistir?

En el fondo, la destitución, lo que ha pasado conmigo, es indicativo de la inmadurez de la extrema derecha no solamente en no entender al otro sino de aceptar al otro. Lo dije ese primero de enero: aquí se va a demostrar si la paz es posible en Colombia. Porque la paz es posible en Colombia si quienes hacen la guerra tiene la madurez suficiente de entender al otro; no de rendir al otro, no de eliminar al otro. Y lo que hizo el procurador general de la Nación, por su fanatismo ultraderechista, fue demostrar que no acepta al otro, que lo suyo es eliminar al otro. La historia de Colombia ha sido la eliminación física de miles, de decenas de miles. Y lo que hoy se ha demostrado, al final de estos dos años, es que igual lo que querían era eliminarme. Ahora la pregunta es qué tipo de proceso de paz hacemos. ¿Uno bajo el manto de la sinceridad entre las partes? ¿O uno que se está construyendo como si fuera una trampa?

Pero mal que bien Colombia, la democracia colombiana –con todas sus debilidades – ha ido avanzando en ese sentido, ¿no? En el peor de los casos, si usted tuviera razón, las muertes ya no son físicas sino políticas…

Desde una vida personal que no es única, sino que hay mucha gente como yo aquí en Colombia, te digo: una muerte política es peor que una muerte física.

¿Y ya no confía en el presidente Santos para hacer una paz sincera?

Es que si la reelección está por encima de la paz… Esa era mi duda. ¿Está (el presidente Santos) usando la paz como un mecanismo de reelección o la reelección par hacer la paz? Porque si la respuesta es que está usando la paz para reelegirse, no va a haber paz. Y si no hay paz el poder se queda en la extrema derecha. Incluso en manos del mismo Santos. Porque no se puede catalogar a Santos como un liberal. Él ha variado su posición política muchas veces. Y no le cuesta volverlo a hacer. Y yo tengo mi duda. O la tenía. ¿Santos quiere usar la paz para reelegirse, o quiere reelegirse para hacer la paz? Y si la respuesta fuera la segunda, no hubiera cometido lo que hizo con el gobierno de Bogotá.

http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/03/140325_entrevista_gustavo_petro_desttitucion_aw.shtml

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