Palestina y América Latina: Un vínculo de lucha y resiliencia contra la Colonización – Por Anabel Cichero Lalli

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Palestina y América Latina: Un vínculo de lucha y resiliencia contra la Colonización

Por Anabel Cichero Lalli*

Palestina es un nombre que resuena, especial y lastimosamente desde aquél 7 de octubre del 2023. La encontramos analizada, interpretada y explicada desde su contexto de ocupación como definición principal. Siempre su narración va acompañada de conceptos como “guerra”, “conflicto”, “genocidio”, “muerte”. No tiene otro abordaje en los medios de comunicación, ni en la academia, ni siquiera en la militancia. El objetivo central era desterrarla de la historiografía antigua y hoy no existe ninguna intención de reivindicarla como sujeto milenario.

Nuestra misión y responsabilidad principal será, entonces, no sólo como profesionales sino también como militantes de las causas justas y humanas, poder analizar a Palestina por su historia, por su tejido social, por su cultura, por su pueblo, sin desmerecer a la heroica resistencia en sus múltiples expresiones que le han dado batalla a lo que –quizás– es el mayor atentado sistemático contra la humanidad del siglo XX y XXI.

El Estado de Palestina se encuentra en el Levante Mediterráneo, en una región histórica conocida como Bilad Al-Sham (بلاد الشام), limitando actualmente con naciones como Egipto y Jordania, debido a las fronteras impuestas por la administración colonial y por la avanzada militar israelíes, especialmente desde 1967 en adelante. Bien sabemos que la Palestina histórica, como muchos sostienen, va desde el Río Jordán hasta el Mar Mediterráneo, incluyendo en sus límites a las fronteras con Siria, Líbano y el Golfo de Aqaba que desemboca en el Mar Rojo. Pero esto no era así.

En los libros que te remontan a la antigüedad, podemos encontrar la historia de la Siria Natural, un gran bloque con provincias y ciudades que demarcan la cuna de la civilización humana, cuya ciudad capital es reconocida por ser la primera del mundo, Damasco. Esta región levantina, al día de hoy incluso con divisiones político-geográficas, no sólo comparte el mismo dialecto del idioma árabe, las primeras leyes, las primeras notas musicales, el primer idioma, la gastronomía, sino que comparten incluso la idiosincrasia sociopolítica y el devenir de la historia. No existían las fronteras.

Acuerdo Sykes-Picot (o Acuerdo del Asia Menor)

En el año 1916, los países de la Triple Entente de la Primera Guerra Mundial, especial y fuertemente, los gobiernos del Reino Unido y Francia, firman un acuerdo secreto para dividir –literalmente con lápiz y regla– y repartirse los territorios del Levante, no sólo para acelerar la victoria contra los otomanos, sino por la vasta cantidad de recursos estratégicos de toda esa región. Esta balcanización determinó que el norte, los actuales Siria y Líbano, quedaran bajo mandato francés, en tanto que los territorios meridionales, como Palestina, Transjordania e Irak, queden en manos de los británicos. Esto es considerado fundacional, ya que este desmembramiento de Bilad Al-Sham permitió la firma de un documento de entrega del territorio palestino a un movimiento político internacional, la Organización Sionista Mundial de 1897.

Declaración Balfour

Al año siguiente, en 1917, se firma un comunicado público por el cual el canciller del gobierno británico le informa al mentado movimiento sionista de Theodor Herzl su aprobación al establecimiento de una patria nacional de raigambre judía en el territorio palestino. Esta carta fue dirigida directamente al barón L. W. Rothschild, perteneciente a la casta financiera mundial y un referente de la comunidad británica de religión judía.

La resistencia iba tomando otro color. Ya veíamos a los pueblos árabes gestando las rebeliones contra el dominio otomano y, posteriormente, se configurarían de manera institucional para detener la avanzada colonial anglofrancesa en toda la región. De hecho, en 1919, se realiza el Primer Congreso Nacional Palestino en Al-Quds (Jerusalén) para rechazar la Declaración Balfour y declarar la independencia palestina.

Este contexto es sumamente importante porque se suele pensar que los árabes –o bien, los palestinos– se levantaron recién a partir de la ocupación sionista y, en realidad, hemos visto que la resistencia no comenzó con la creación de la organización Hamás de 1987 ni el 7 de octubre del año pasado en el recrudecimiento del genocidio. Esta es una larga concatenación de factores coloniales que conformaron al pueblo levantino como una figura de resiliencia, de empoderamiento, de hermandad y de resistencia nunca antes vista en la historia, que fue mutando y adaptándose en función de la coyuntura regional e internacional.

Es así que los pueblos del Sur Global tenemos una fraternidad invaluable. Quizás es un poco reduccionista atribuírselo a la balcanización que nos dividió, al extractivismo que nos empobreció o a la colonización que nos masacró, hasta identitariamente. Pero sí conocemos de resistencia y de resiliencia. No ha habido mejor demostración de ello que las miles de manifestaciones alrededor del mundo, copando calles, acampando en universidades, boicoteando empresas cómplices y exigiendo a los gobiernos nacionales y a las corporaciones que detengan el financiamiento de un genocidio que, sí, está aconteciendo en la otra parte del mundo, pero que nos toca de cerca por la contemporaneidad y por la insaciable hambre de justicia.

A esto, afortunadamente, se le han sumado algunas expresiones gubernamentales, como es el caso de Petro en Colombia o de Maduro en Venezuela, o la ruptura de relaciones diplomáticas de Bolivia o las declaraciones de Lula en Brasil y las de Boric en Chile, y mismo se han vislumbrado discursos en los foros internacionales que buscan irremediablemente mantener vigente y en agenda política el tratamiento con carácter de genocidio sobre la situación en terreno de Palestina. Aun así, nos toca más de cerca de lo que creemos.

“Las armas que asesinan a los palestinos son las mismas que reprimen a los pueblos de América Latina”

Las empresas israelíes de armamento no sólo refuerzan el control sobre el pueblo palestino, sino que también se posicionan entre las principales exportadoras mundiales, alcanzando el primer lugar en ventas per cápita y el octavo en volumen total. Se alimentan de ello. En Israel, más de un 10% de la población depende de la industria militar y de seguridad, que cuenta con cerca de 6800 empresas dedicadas a este sector, influyendo también en el giro hacia la derecha de la sociedad israelí.

A partir de una investigación que hizo el periodista Sergio Zeta, se revela el respaldo de Israel a las dictaduras de América Latina siendo esto abrumador, pero también desconocido. Podemos iniciar nombrando a la empresa Israel Military Industries, la cual suministró armas tanto al nircaragüense Anastasio Somoza como al régimen militar salvadoreño, que llegó a recibir el 83% de su armamento de esta fuente. Otra empresa, International Security and Defense Systems (ISDS), propiedad del exagente del Mossad, Leo Gleser, vendió armas a las dictaduras de Guatemala, El Salvador y Honduras y contribuyó al entrenamiento de los Contras en Nicaragua. El gobierno de Alfredo Stroessner en Paraguay también recibió apoyo militar de Israel.

El caso de Guatemala es todavía peor. En este país, durante los años setenta y ochenta, se produjo un genocidio que incluyó la destrucción de alrededor de 600 aldeas y el asesinato de unos 200.000 miembros del pueblo maya. Tras la suspensión de la ayuda militar estadounidense en 1977 por decisión del presidente Jimmy Carter, Israel tomó su lugar. En 1980, Israel armó al ejército guatemalteco con fusiles Galil y proporcionó entrenamiento, equipo policial y cerca de 300 asesores militares. En 1982, un alto mando del ejército guatemalteco bajo la dictadura de Efraín Ríos Montt, llegó a declarar que “Israel es nuestro principal proveedor de armas y amigo número uno”.

Israel también mantuvo estrechas relaciones con el régimen de apartheid sudafricano y el gobierno del Sha en Irán, y sus lazos con las dictaduras de América Latina fueron igualmente notorios. Durante la dictadura pinochetista en Chile, el país con más palestinos de ultramar en el mundo, hablamos de unas 500.000, el teniente general retirado Motta Gur, delegado israelí, no solo facilitó la venta de armas, sino que fue fotografiado junto a Pinochet, a quien elogió por el “espíritu victorioso” del ejército chileno, refiriéndose a su represión interna. En Argentina, durante el régimen militar, el mismo Gur fue igualmente bien recibido y fotografiado junto a figuras de la junta militar. De hecho, la venta de armas israelíes durante el “proceso” sirvió para el ente sionista como palanca política para generar un vínculo bilateral más estrecho no sólo en lo comercial-técnico, sino también en lo militar e incluso en lo diplomático.

Con esto, me quiero detener en la cuestión argentina porque nuestro país tiene una situación histórica y coyuntural digna de ser estudiada. En Argentina, tenemos alrededor de 3.500.000 de árabes y descendientes que fueron grandes realizadores de la República y constructores del tejido social nacional. No obstante, la injerencia israelí en nuestro país es ya indignante y superador, sin discriminar a ningún gobierno en particular. En cada uno de ellos hubo mayor o menor grado de vinculación con el ente sionista, pero nunca se cuestionó, salvo en contadas excepciones como la expresidenta, Dra. Cristina Fernández de Kirchner, cuando recibió –por ejemplo– al presidente de Palestina en Argentina.

El día de ayer, en Asamblea General de Naciones Unidas, se dio a conocer el voto negativo de la República Argentina en el proyecto de resolución sobre el reconocimiento al derecho de la autodeterminación del pueblo palestino. Esta decisión –en total soledad– fue acompañada por otros cuatro países: Micronesia, Nauru y, lógicamente, Israel y los Estados Unidos, yendo a las antípodas no sólo de la naturaleza institucional argentina y latinoamericana en lo que respecta a los derechos humanos, sino también a los intereses y el acompañamiento permanente de las naciones árabes, por ejemplo, en el reclamo argentino de soberanía en las Islas Malvinas e I.A.S.

Una de las últimas apariciones novedosas de intromisión es la de la empresa Mekorot, la compañía estatal de aguas del Estado de Israelí, fundada en 1937, diez años antes de la existencia de su Estado. Producto de la sequía que afectó gravemente a la Argentina, desembarca esta empresa en abril de 2022, a partir del viaje de una comitiva gubernamental para la firma de convenios denominados “Planes Maestros Hídricos”. De esta manera, ya son doce las provincias que entregaron el diseño del manejo del agua a esta empresa. Cabe destacar que Mekorot ha sido denunciada por Naciones Unidas por el hurto de las principales fuentes de agua a los palestinos, impidiéndole su acceso, ejerciendo un apartheid del agua, en beneficio de la ocupación ilegal de su territorio. Mediante acuerdos poco transparentes, firmados sin participación, consulta ni acceso a la información, violando resoluciones internacionales.

Claramente, nosotros como argentinos y latinoamericanos, poseemos un claro paralelismo con la causa palestina, en efecto, se han dado procesos similares en todo el mundo con secuencias casi idénticas. Nuestra perla austral, Malvinas, también ha sufrido el desplazamiento forzoso, la transferencia poblacional, sigue sufriendo el robo de recursos como también su utilización como proyección expansionista. Así como Inglaterra utiliza el enclave malvinero para dirigirse al continente antártico, Palestina es el punto de partida israelí para la continua ampliación sionista en toda la región, utilizando también el factor del apartheid institucionalizado y la limpieza étnica para concretarlo. De hecho, el Ministro de Finanzas de Israel, Bezalel Smotrich, expresó en un documental llamado “In Israel: Ministers of Chaos” sus ansias por concretar el famoso plan ‘Gran Israel’, extendiendo las fronteras hasta Damasco, para luego abarcar Jordania, Líbano, Egipto, Irak y Arabia Saudita.

No podemos dejar de mencionar al actual gobierno argentino, encabezado por Javier Milei, quien militó toda su campaña alzando la bandera de Israel e informando en su plataforma electoral de política exterior su voluntad por mover la Embajada Argentina de Tel Aviv a Jerusalén, a fin de legitimar la ocupación y el dominio israelí sobre un territorio hoy considerado como internacional por resoluciones de Naciones Unidas. El circo político-mediático que se ha generado a partir del 7 de octubre del 2023 y –más aún– con la asunción de Milei como Presidente de la Nación, no se ha visto ni siquiera en los gobiernos de Donald Trump ni de Bolsonaro, quizás sólo comparable con el gobierno ilegítimo de Zelenski en Ucrania.La creación de un “Comité de Crisis por las víctimas de Israel” tan televisado e invitando al Señor Embajador de dicho Estado a participar de las reuniones de gabinete, ejerciendo como portavoz presidencial y, aún sabiendo los alarmantes números de pobreza en nuestro país, nos debe conducir a un serio y urgente debate sobre la importancia y la delicadeza con la que se debe trabajar la estrategia de la política exterior nacional y el estudio geopolítico de una región tan central para el mundo como lo es Medio Oriente.

* Anabel Cichero Lalli es politóloga (UNLa), especializada en Relaciones Internacionales y Geopolítica. Analista y comunicadora radial de política internacional (MENA – Middle East and North Africa). Es, también, Secretaria de Juventud de la Asociación Cultural Siria.

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