Freud y el cajero automático – Por Gonzalo Arcila Ramírez
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Gonzalo Arcila Ramírez *
¿Cómo se oculta a nuestra conciencia el modo como el dinero regula nuestras decisiones? Para despejar el interrogante tomo a Freud, quien trata el tema en dos de sus libros más importantes: Psicopatología de la vida cotidiana (1900) yEl malestar en la cultura (1930).
Al iniciarse el siglo XX el capitalismo, como modo de organización cultural y económica de la sociedad, tiene una existencia consolidada en Europa y en Estados Unidos. Los vínculos interpersonales de la vigilia en el capitalismo, se regulan por funciones monetario-mercantiles. Este tipo de regulación tiende a empobrecer la experiencia personal y, en esa medida, genera desazón íntima. Ese malestar lo reconoció y estudio Freud en su libro Psicopatología de la vida cotidiana.
Freud aborda la experiencia de un cheque que se diligencia pero no se firma. Dice: un cheque no firmado es un cheque olvidado. Pero, ¿que significa un olvido de ese tipo? Freud se apoya en lo que llama la perspicacia del poeta. Leamos: “La novela The Island Pharisses de Jhon Gasworthy nos ofrece un ejemplo muy instructivo y transparente de la seguridad con que los poetas saben utilizar el mecanismo de los actos fallidos y sistemáticos según su sentido psicoanalítico. La acción principal de la novela está constituida por las vacilaciones de un joven de clase media acaudalada. Entre sus sentimientos de solidaridad y las convenciones sociales de su clase. En el capítulo 27, se describe la manera de reaccionar del protagonista ante una carta de un joven vagabundo, al que atraído por su original concepción de la vida, le ha prestado ya auxilio algunas veces” (Obras completas. Tomo I, p. 692).
La carta que recibe de su joven amigo, no contiene una petición directa de dinero, pero en ella el remitente le cuenta que está en una situación lamentable. La lectura de la carta pone al personaje de la novela en un conflicto afectivo. Freud describe su desazón psicológica en los siguientes términos: “El destinatario rechaza primero la idea de arrojar su dinero al incorregible, en vez de reservarlo a un establecimiento benéfico: “Extender una mano auxiliadora, un trozo de uno mismo, hacer un signo de camaradería a nuestro prójimo sin propósito ni fin alguno, y tan solo porque le vemos en mala situación, ¡que locura sentimental! Alguna vez se ha de poner un término”. Pero mientras murmuraba estas conclusiones sintió como su sinceridad se alzaba contra él, diciéndole: lo que tú quieres es conservar tu dinero, eso es todo”. (Tomo I, p. 692).
Este primer conflicto entre la disposición filantrópica y el apego al dinero, es superado por el personaje. Este decide responderle la carta a su amigo y le envía un cheque que al final no firma. ¿Que sentido tiene ese olvido? ¿Acaso ya no había logrado superar su tendencia mezquina a favor de su necesitado amigo? Freud avanza en una elaboración conceptual más sutil y sorprendente.
El personaje de la novela (Richard Shelton) está de visita en la residencia campestre de sus futuros suegros y desde allí respondió la carta. Su situación en ese lugar la describe Freud así: “Shelton se siente aislado en la residencia campestre de sus futuros suegros y entre su novia, la familia de ésta y sus invitados. Por medio de su acto fallido, se indica que el joven desea la presencia de su protegido, que, por su pasado y su concepción de la vida, constituye el extremo contrario a las personas que lo rodean, cortadas todas estas por el mismo irreprochable patrón de las conveniencias sociales.” (Tomo I, p. 693).
Freud nos muestra en su análisis la tensión de la conciencia humana frente al dinero como regulador universal de nuestros vínculos personales y el surgimiento de formas de existencia que ponen en cuestión ese tipo de sociedad: el dilema de una existencia que critica la pauta ya insoportable de las convenciones sociales pero está sometido al imperativo del dinero que regula esa pauta. Esa desazón íntima que Freud reconoce en 1900, es retomada en su libro de 1930: El malestar en la cultura.
Para entonces, Europa ha vivido el acontecimiento traumático de la Primera Guerra Mundial, y el panorama político y social dominante en el inicio del siglo ha sufrido un cambio estructural. El imperio austrohúngaro, la Rusia zarista, la monarquía alemana y el imperio otomano desaparecieron en el reacomodo que siguió al fin de la guerra. El experimento soviético, todavía en sus inicios, era todo un enigma político.
En esas condiciones Freud elabora una audaz interpretación del sentido de la existencia humana y de la función estructural de la cultura. Una de las ideas centrales del libro es el de la incongruencia entre una cultura orientada restrictivamente y las posibilidades sociales y económicas derivadas de los extraordinarios desarrollos de la ciencia y la técnica asociados al desarrollo de la gran industria.
Las personas viven penosamente los principios y normas de una cultura configurada históricamente para actuar en condiciones de escasez y la realidad histórica de una sociedad que crea riqueza. Una sociedad cuya forma de distribución de la riqueza creada hace que las mayorías vivan sometidos a la penuria y la pobreza mientras una pequeña elite vive en el despilfarro. Esta situación estructural es fuente de infelicidad para todos y se traduce en conflictos que parecen insolubles.
La insolubilidad de esos conflictos genera un endurecimiento del carácter restrictivo de la cultura. Las restricciones normativas pierden el sentido que alguna vez tuvieron y su aplicación ya no es posible por la vía de la persuasión. Freud denominó pulsión de muerte al uso de la violencia en la solución de los conflictos culturales y puso frente a ella la pulsión erótica. Los acontecimientos sociales y políticos de la Europa de los 30, llevaron a Freud a formular una hipótesis pesimista para los años por venir.
En el párrafo final del Malestar en la cultura planteó lo siguiente: “Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales, que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas “potencias celestes”, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Más ¿Quién podría augurar el desenlace final?” (Tomo III, pp. 62-63).
La Segunda Guerra Mundial confirmó las preocupaciones de Freud. Pero en esa confrontación de “potencias celestes”, en dónde la guerra orientada tecnológica y científicamente puso en evidencia toda su fuerza devastadora, la presencia de Eros también se afirmó. El libro de Herbert Marcuse: Eros y civilización (1953) es un desarrollo de las tesis de Freud. Marcuse intenta responder a la pregunta acerca del desenlace final indicando como Eros puede transformarse en la potencia dominante.
La experiencia que sirve de guía para la respuesta la proporcionó el capitalismo de los Estados Unidos. Marcuse fue miembro del grupo de investigadores conocido como Escuela de Frankfurt. Las dos guerras tuvieron como escenario principal a Europa y se resolvieron con la intervención final de los Estados Unidos.
La economía se benefició de las demandas que el esfuerzo bélico planteó y fue así como en los años de la postguerra el capitalismo en los Estados Unidos alcanzó una prosperidad sin límite. Marcuse a partir de esa experiencia, precisa la tesis de Freud acerca de la incongruencia de la sociedad cuya economía crea riqueza pero sus formas culturales pertenecen a sociedades en donde prima la escasez. Y avanza en una nueva dirección al señalar que los desarrollos tecnológicos y científicos son de tal orden que es posible vivir sin necesidad de trabajar en el sentido tradicional, sin necesidad de ganar el pan con el sudor de la frente.
Esta perspectiva humana ya había sido elaborada estéticamente por Chaplín en la película Tiempos modernos. En esa película Chaplin, el eterno desocupado y vagabundo, se encuentra con unos obreros. ¿Por qué se encuentra unos obreros? Chaplin está en la calle caminando y dispuesto a hacer lo que el azar proponga. Pasa, entonces, un camión con una carga larga. Al final de la carga cuelga un trapo rojo como advertencia de peligro para los otros conductores.
El trapo se cae, Chaplin corre solícito a recogerlo y luego emprende una persecución inútil del vehículo agitando el trapo rojo para llamar la atención del conductor. Chaplin es tomado en primer plano corriendo, cuando aparece súbitamente de una calle adyacente una manifestación. Chaplin queda adelante de la manifestación con el trapo rojo, como si comandara a los obreros. La manifestación es disuelta por la policía. Cuando los manifestantes se vuelven a encontrar, tratan a Chaplin como a uno de ellos. Lo invitan a conseguir trabajo. Chaplin es enganchado para trabajar en una fábrica en donde hay vacantes. Su puesto como operario consiste en ejecutar movimientos simples en una línea de producción. La operación es de una sencillez abrumadora.
En otra secuencia de la película, hay un plano del gerente en su oficina. Este discute con un ingeniero que le presenta un invento. Se trata de un sofisticado aparato: un robot pensado para que el operario no se tenga que levantar a almorzar y se pierdan esos minutos de trabajo. El funcionamiento del robot cumple con todas las ritualidades humanas del acto de alimentarse: hay un brazo mecánico que toma la cuchara de una bandeja donde están todos los cubiertos; otro brazo toma la servilleta para limpiar los labios del comensal y así sucesivamente .
El ingeniero y el gerente acuerdan probar el robot y salen de la oficina hacia la línea de producción. Chaplin es escogido para adelantar el experimento. Obviamente, el experimento fracasa y Chaplin casi perece atrapado entre las piezas y engranajes del robot alimentador.
Esta situación extraordinaria muestra de modo simple y sencillo la incongruencia de una ciencia puesta al servicio de la eficiencia ingenieril, la codicia del empresario y contra el organismo del trabajador. En lugar de orientar todo el talento científico y tecnológico para sustituir al trabajador en las operaciones simples y monótonas que ejecuta, se piensa en un sofisticado robot para mantenerlo esclavizado en la línea de producción. La lógica y el funcionamiento del capitalismo, que solo piensa la productividad, es incapaz de llegar a esta conclusión, de allí el incomprensible sentido del bello robot construido con el propósito de evitar que el obrero le robe al patrón el tiempo del almuerzo
La imaginación poética de Chaplin comprende que estamos en los umbrales de una sociedad donde el trabajo en el sentido tradicional debe desaparecer. Esa opción es la que presenta Marcuse en su libro Eros y civilización. El trabajo creador como experiencia en donde las personas realizan todas sus potencialidades humanas es ya una posibilidad cierta en el capitalismo norteamericano. La conclusión de Marcuse expuesta en el año 1953 tiene hoy plena vigencia. Pero hay algo más, las transformaciones tecnocientíficas que Marcuse intuyo en esos años han sido superadas. La humanidad hoy puede realizar todo lo que imagina.
Las tecnologías electrónicas de las comunicaciones y de la información han creado premisas con las cuales el trabajo rutinario que ya se había vuelto innecesario en vida de Marcuse es un evidente despropósito. Algunos teóricos de la economía han comenzado a plantear la tesis del fin del trabajo y del dinero como ha funcionado hasta el presente. Sin embargo seguimos elaborando nuestra experiencia del mismo modo neurótico que Freud puso en evidencia en “El malestar en la cultura”.
En un análisis de su relación personal con el dinero, Freud cuenta lo siguiente: “[…] en una ocasión me proponía sacar de la caja postal de ahorros la cantidad de trescientos coronas, que deseaba enviar a un pariente mío residente fuera de Viena para hacerle posible emprender una cura de aguas prescrita por su médico. Al ocuparme de este asunto, vi que mi cuenta corriente ascendía a 4.380 coronas, y decidí dejarla reducida a 4.000, cantidad redonda que debía permanecer intacta en calidad de reserva para futuras contingencias. Después de extender el cheque en forma regular y haber cortado en la libreta los cupones correspondientes a la cantidad deseada, me di cuenta que había solicitado extraer de la caja de ahorros no 380 coronas, como quería, sino exactamente 438 y quedé asustado de la poca seguridad con que ejecutaba mis propios actos” (Tomo I, p. 686).
Ante esta situación Freud prosigue su conceptualización del siguiente modo: “En seguida reconocí lo injustificado de mi miedo, pues mi error no me hubiera hecho más pobre de lo que era antes de él. Pero hube de reflexionar un rato con objeto de descubrir la influencia que había modificado mi primera intención sin advertir antes de ello a mi conciencia. Al principio me dirigí por caminos equivocados, Sustraje 380 coronas de 438 sin saber que hacer con la diferencia obtenida (50 coronas). Más al fin caí en cuenta de la verdadera conexión: 438 era el diez por ciento de 4.380, total de mi cuenta corriente. ¡Y el diez por ciento es el descuento que hacen los libreros! recordé que días antes había buscado en mi biblioteca y reunido aparte, una cantidad de obras de medicina que habían perdido ya su interés para mi con objeto de ofrecérselas al librero, precisamente por trescientas coronas. El librero encontró demasiado elevado el precio y quedo en darme en algunos días después su respuesta definitiva. En caso de aceptar el precio pedido me habría de reembolsar la suma que yo tenía que enviar a mi enfermo pariente. No cabía, pues, duda de que en el fondo lamentaba tener que disponer de aquella suma a favor de otro. La emoción que experimenté al darme cuenta de mi error quedó mejor explicada ahora, interpretándola como un terror de arruinarme con tales gastos”. (Tomo I, p. 686).
Freud se pregunta ¿Qué juicio de valor está orientando mis decisiones, por qué estoy pensando que me arruino por ayudar a un pariente? Freud se responde de la siguiente manera: “Pero ambas cosas, el disgusto de tener que enviar la cantidad y el miedo a arruinarme con el ligado, eran completamente extrañas a mi conciencia”. No podía ser de otro modo.
Freud se asumía como persona respetuosa de las virtudes cívicas y humanas de la solidaridad, aún más si se trataba de alguien con quien tenía relaciones de parentesco. Sin embargo su juicioso análisis lo llevaba a reconocer modos de actuar y pensar francamente mezquinos. Freud concluye su interpretación en los siguientes términos; “No sentí la menor huella de disgusto al prometer enviar dicha suma y hubiera encontrado risible la motivación del mismo. Nunca me hubiera creído capaz de abrigar tales sentimientos si mi costumbre de someter a los pacientes al análisis psíquico no me hubiera familiarizado hasta cierto punto con los elementos reprimidos de la vida anímica y si, además, no hubiera tenido días antes un sueño que reclamaba igual interpretación”. (Tomo I, p. 686).
Podemos reconocer en este episodio personal cuanto pesa el temor a la pobreza en la sociedad capitalista. El sin sentido de lo actuado se llena de contenido cuando, como lo hace Freud, se analiza juiciosamente. Esos miedos neuróticos que Freud reconoce en sí mismo, son expresiones comunes de nuestra psicopatología de la vida cotidiana.
Recientemente viví la siguiente situación. Fui a retirar un dinero de un cajero automático, al llegar habían varios grupos de personas exaltadas comentando algo que en principio no entendí. Los cajeros estaban todos desocupados y me di cuenta que era mirado con curiosidad cuando entré a uno de ellos.
Intenté la rutina establecida para sacar el dinero pero en la pantalla aparecían pestañas que no me eran familiares. Me puse nervioso porque había pulsado la pestaña para una cifra de 300 mil pesos y la operación no fue exitosa. Salí del cajero y me uní a uno de los grupos a comentar mi situación. Entonces salió de las oficinas que todavía no estaban abiertas al público un funcionario quien nos escuchó en un silencio burlón y al final nos informó que simplemente se había cambiado la rutina y que nuestros dineros estaban bien custodiados.
Superado el susto pensé en la función de los cajeros automáticos en una sociedad postcapitalista, donde hubiera desaparecido el miedo a ser robado y a la pobreza. Me imaginé que cada persona entraría a los cajeros y tomaría exactamente el dinero indispensable. Si una persona necesitaba quinientos mil pesos, entonces retiraba quinientos mil pesos. Si requería cinco millones, retiraba esa cifra. Pero no se plantearía el dilema de retirar cinco millones cuando solo necesitaba quinientos mil. Esta opción es posible hoy aunque culturalmente nos parezca un sin sentido.
La necesidad de transitar hacia una sociedad postcapitalista aparece en el segundo a segundo de nuestra cotidianidad. La evidencia es tan abrumadora que puede enceguecer y la elite de las corporaciones usa ese deslumbramiento para promover la propuesta alucinada de la guerra total. Émulos de Hitler poseídos de la pulsión tanática que Freud reconoció en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Ante este delirio apocalíptico, la idea de paz total resulta de una claridad liberadora y una racionalidad esperanzada.
*Docente investigador en universidad INCAA, Colombia.