Parques Nacionales: tres iniciativas para proteger la naturaleza en Latinoamérica

Paisaje cordillerano en el Parque Nacional El Leoncito, en la provincia de San Juan. Foto: Parques Nacionales de Argentina
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Día Internacional de los Parques Nacionales: tres iniciativas para proteger a la naturaleza en Latinoamérica

Por Astrid Arellano

Los Parques Nacionales de Latinoamérica protegen las maravillas naturales que caracterizan a cada país. Su existencia, que alberga los más diversos ecosistemas, especies insólitas y muchas en riesgo de extinción, resulta crucial para la conservación de la biodiversidad en tiempos donde las amenazas a la naturaleza —como las industrias extractivas, el desarrollo urbano y la agroindustria— no siempre tienen un freno. El Día Internacional de los Parques Nacionales, que se celebra cada 24 de agosto desde 1986, es la excusa para recordar la importancia de estas áreas.

La categoría de parque nacional es la más alta entre las asignadas a las Áreas Naturales Protegidas (ANP) de todo el mundo, pues se trata de espacios geográficos que reúnen múltiples intereses: para la ciencia, el turismo, el patrimonio cultural, la educación ambiental, la conservación de la belleza de los paisajes y los endemismos de flora y fauna presentes, así como el mantenimiento de los servicios ecosistémicos de los que depende la humanidad.

De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) de México, este día, a su vez, es un recordatorio para que los gobiernos brinden la mayor de las protecciones a estas superficies terrestres y marinas, por tratarse de las regiones más prístinas donde se resguarda biodiversidad.

Latinoamérica y el Caribe es una región pionera que realiza trabajos enormes y así lo ha demostrado en las mediciones de cumplimientos de las convenciones internacionales, pero no sólo eso, logramos objetivos y resultados notables en función de las complejidades que encontramos en nuestros territorios”, afirma Ana Julia Gómez, coordinadora de la Celebración de las Áreas Protegidas y Conservadas, una iniciativa que existe desde el 2020 y que se celebrará por primera vez, desde la Universidad de Costa Rica, el próximo 17 de octubre.

La unión de esta fechas —junto con el Día Internacional de los Parques Nacionales— invita a una doble celebración que no sólo apuesta a dar visibilidad a los esfuerzos de conservación a nivel local, sino también a conectarlos con un movimiento regional más amplio. Es un proceso anual y colaborativo de integración, que busca valorar y aportar a la conservación efectiva de las áreas protegidas y conservadas de la región, movilizando a más de 10 000 personas, comunidades, organizaciones, gobiernos y empresas de 21 países en torno a 250 áreas para el bienestar.

“La intención es evitar la atomización de esfuerzos frente a la escasez de recursos o capacidades por parte de las pocas personas que trabajan en los territorios, como las y los guardaparques, los técnicos, los líderes y lideresas locales y defensores.”, agrega Gómez. “La celebración logra que las personas, los actores vinculados a los parques nacionales, en este caso, sean los protagonistas”.

En el Día Internacional de los Parques Nacionales, Mongabay Latam presenta tres casos exitosos de proyectos gestados dentro de estas áreas protegidas en Ecuador, Argentina y Perú, con el objetivo de impulsar soluciones para frenar las amenazas a la biodiversidad.

Cascada Shintuya, en el Parque Nacional del Manu. Foto: Foto: Daniel Ash Photography (@danielashphoto)

Parque Nacional Sumaco Napo-Galeras: bioemprendimientos contra la deforestación en Ecuador

A lo largo de más de 200 000 hectáreas en tres provincias de la Amazonía norte del Ecuador, el bosque nublado, el bosque húmedo tropical y un páramo son el hogar de especies emblemáticas como el oso de anteojos, el jaguar y el águila harpía. El Parque Nacional Sumaco Napo-Galeras los protege a todos ellos.

En las provincias de Napo y de Orellana, donde se encuentra esta área protegida, la deforestación por presiones humanas ha tenido una rápida expansión por la ganadería y la agricultura extensiva. Para enfrentarla, el Parque Nacional ha desarrollado diversas estrategias para la vigilancia, monitoreo y protección de la naturaleza que, en su conjunto, han logrado mantener más del 98 % de los ecosistemas en buen estado de conservación.

Sin embargo, el trabajo con las comunidades locales para frenar las amenazas y convertirlos en aliados de la conservación ha sido clave. La bioeconomía y los emprendimientos sostenibles se vislumbran como la respuesta más efectiva.

“La producción de hongos ostra —que no son de nuestro bosque, sino producidos a través de semillas—, ha servido para que la gente deje de talar y cazar animales silvestres. Con ella, tienen un ingreso para mejorar sus condiciones de vida”, explica Augusto Granda, ingeniero en gestión ambiental, guardaparque y, desde el 2022, administrador del Parque Nacional Sumaco Napo-Galeras.

Apoyar estos emprendimientos —que además de hongos incluyen la producción de café, de cacao y de guayusa, así como el fomento a un turismo de naturaleza responsable— han generado un interesante intercambio de experiencias que están ayudando al Parque Nacional a posicionar a la conservación del bosque entre la ciudadanía local.

Granda explica que varios pobladores han cambiado definitivamente sus formas de producción o se han quedado a trabajar en su territorio, es decir, que ya no participan en actividades de ganadería o agricultura extensiva, sino que ahora se dedican a producir de una manera más sostenible, siguiendo la dinámica del bosque y con deforestación cero.

Proceso productivo de los hongos ostra Sumaco. Foto: Archivo emprendedores de la Reserva de Biosfera Sumaco

“Estos resultados nos ayudan a fortalecer la gestión del Parque Nacional y que los habitantes no nos vean como un ente que viene a imponer y prohibir todo, sino que somos parte del ecosistema y convivimos con ellos, pero que también tienen un beneficio al recibir este apoyo”, agrega el especialista.

Lo que ocurre actualmente en la Cordillera de los Guacamayos, vecina del Parque Nacional, es prueba de ello. La comunidad ahora cuenta con invernaderos para la crianza de sus hongos en espacios reducidos y donde pueden comercializar estos productos.

“En donde trabajan con hongos, la gente dejó de talar. Ahí sí que ya no hay deforestación, porque se dieron cuenta de que el bosque les da beneficios y ya se empieza a recuperar. Ha habido reforestación en ciertos sectores, pero también ha habido un proceso de restauración natural”, afirma Granda. “Todo esto les ayuda a mantener sus economías familiares y lo importante para nosotros es que más del 50 % es trabajado por mujeres. Ese es un hito importante, porque van empoderándose en este tipo de negocios”.

Todos estos emprendimientos sostenibles han resultado de la propia iniciativa de los pobladores que tienen interés en optar por estas alternativas y obtener ingresos adicionales a sus fuentes habituales. A partir de allí, Parques Nacionales ha encontrado financiamientos y aliados para fortalecer la producción, la infraestructura y los procesos de comercialización que necesitan.

“Es un trabajo conjunto que nos puede involucrar y desarrollarnos como la naturaleza misma nos va enseñando”, concluye Granda. “Los humanos no podemos estar solos o pensar que somos la especie dominante, cuando somos un elemento más de la naturaleza. Tenemos que trabajar en conjunto para mejorar las condiciones del bosque, pero también las condiciones sociales de los pobladores locales”.

Participación de las mujeres productoras de hongos en ferias. Foto: Archivo emprendedores de la Reserva de Biosfera Sumaco

Parque Nacional El Leoncito: salvando un pequeño bagre en Argentina

El Leoncito —ubicado en la provincia de San Juan, en el centro-occidente de Argentina— con sus casi 90 000 hectáreas, fue declarado como Parque Nacional en el año 2000. Su objetivo es proteger los ambientes de clima semidesértico, en las ecorregiones del monte, la Puna y los altos Andes. Se trata, además, del único parque en el país que protege la calidad del cielo, para garantizar que se mantenga prístino para dos observatorios astronómicos que funcionan dentro.

En esta zona de muy escasas precipitaciones —que por lo general no llega a los 100 milímetros al año— sus especies de flora y fauna están adaptadas a vivir en condiciones hostiles y de altura. Cuenta con muy pocos cursos de agua y, en ellos, una especie de pez invasor comenzó a ganar terreno hace más de 40 años: la trucha arcoíris, (Oncorhynchus mykiss) que competía con un pequeño bagre endémico en riesgo de desaparecer, el bagrecito del Leoncito (Silvinichthys leoncitensis).

Sin embargo, una estrategia exitosa ejecutada dentro del parque hace poco más de diez años, está a un paso de poder, por fin, declarar su victoria.

“La trucha estaba en un curso de agua —que en una parte se llama arroyo El Leoncito y, en otra, arroyo de Las Cabeceras— fue sembrada por un poblador en esos arroyos entre 1980 y 1985, antes de la creación de parque, y competía con una especie endémica, un bagrecito muy pequeño, de no más de 10 centímetros. La trucha tiene hábitos alimenticios muy voraces y competía muy fuertemente con este bagrecito que solamente se encuentra en el arroyo dentro del Parque Nacional”, explica Pedro Cenoz, licenciado en Gestión Ambiental y guardaparque desde hace 16 años para la Administración de Parques Nacionales de Argentina, además de ser el encargado del área de uso público y conservación del Parque Nacional El Leoncito.

El bagrecito del Leoncito (Silvinichthys leoncitensis), especie endémica del Parque Nacional El Leoncito. Foto: Archivo Parque Nacional El Leoncito

En el año 2010, el equipo del parque se propuso sacar a la trucha del cauce. La dinámica proyectada tenía diversas ventajas de antemano: el arroyo no tiene ninguna comunicación con otro curso de agua, es una cuenca cerrada, lo que garantizaba el éxito, al eliminar la posibilidad de que vinieran más truchas de otro sitio. Además, esta especie —introducida con fines comerciales a la Argentina en 1904— era de un tamaño pequeño en el interior del parque, pues no superaba los 20 centímetros ni los 400 gramos de peso, por lo que no se tenía ningún tipo de interés económico o de explotación. Es decir, su erradicación no generaría impacto, por ejemplo, en comunidades que dependieran de su captura.

“Con el proyecto se adquiere un equipo de electropesca. Es una especie de mochila que, a través de una batería y un sistema eléctrico, da una descarga al agua y produce que la trucha entre en un estado de adormecimiento o letargo y eso nos permite sacarla del arroyo”, explica Cenoz.

Esta descarga eléctrica no representaba un riesgo para el bagrecito, sostiene el especialista, pues, cuanto más grande la superficie de contacto —entre más grande el pez–, más sensible se vuelve a la descarga. Si un humano tocaba el agua accidentalmente durante la descarga, indudablemente la sentiría, asegura Cenoz. Para el bagrecito esto resultaba prácticamente imperceptible.

“Se empezó ese trabajo a pie, a lo largo de toda la cuenca, que son unos 30 kilómetros de arroyo. Se fue pasando el equipo de electropesca y alguien más, arroyo abajo, esperaba con una red para ir levantando todas las truchas adormecidas”, narra Cenoz.

Construyendo una red de contención para que no avancen las truchas por el cauce. Foto: Pedro Cenoz

En el 2010, primer año de trabajo, lograron sacar 250 truchas y sólo un bagrecito que fue retornado al río. En el 2023 fue la última vez que se realizó este procedimiento.

“Hoy ya estamos en la etapa de control y, cada tantos años, se vuelve a pasar el equipo de electropesca dentro del arroyo para confirmar que ya no hay truchas. El año pasado, cuando se hizo esta pasada de control, sacamos más de 200 bagrecitos y ninguna trucha. Hemos confirmado que, efectivamente, ya no hay truchas en el arroyo, que la población de este bagre se ha restablecido y que nuestro trabajo fue exitoso”, celebra Cenoz. Sólo resta una prueba más, en el 2025, para dar por cerrado el proyecto.

En Argentina es muy difícil lograr la continuidad de los proyectos de conservación por razones como la falta de personal o los recursos económicos, dice el guardaparque, por lo que estar tan cerca de concluir un proyecto como el de la trucha es muy gratificante para todo el equipo que colabora en El Leoncito.

“Los Parques Nacionales hoy nos están brindando un montón de servicios que no están dimensionados y creo que eso, en cierta forma, va retrasando las acciones para mitigar con todos los impactos que nosotros estamos produciendo en la tierra”, concluye Cenoz. “Es súper necesario aumentar el porcentaje de territorio protegido en los países y que esa protección sea efectiva, que no se quede sólo en papeles”.

Parque Nacional del Manu: regenerando el bosque en Perú

Por su ubicación entre los Andes y la Amazonía, en Perú, el Parque Nacional del Manu permite la vida de una enorme biodiversidad. Por donde se camine, la vida silvestre anuncia su presencia: aves, grandes mamíferos, insectos e incontables plantas se encuentran por doquier. En la zona de amortiguamiento, en un espacio que por años fue impactado por la deforestación —provocada por cinco décadas de agricultura, ganadería y tala selectiva— un centro de investigación y educación ambiental trabaja en proteger y documentar la capacidad de regeneración del bosque que lo rodea.

Mono ardilla boliviano (Saimiri boliviensis) en el Parque Nacional del Manu. Foto: Daniel Ash Photography (@danielashphoto)

La gran noticia es que, en 19 años de trabajos de conservación, existen evidencias de que se ha podido recuperar este ecosistema. El Manu Learning Centre de la organización —situado en una reserva privada de 643 hectáreas en la Reserva de Biosfera del Manu—, ha dado seguimiento a todo este proceso a través de proyectos de investigación enfocados en grupos de fauna bioindicadora de la calidad del medio ambiente, con datos científicos recogidos sobre especies clave y vegetación desde el año 2003.

El propósito es saber cómo la regeneración natural del bosque genera también un espacio propicio para la fauna, que a su vez propicia un buen desarrollo de los servicios ecosistémicos y su mantenimiento.

“Nos enfocamos, por ejemplo, en las aves de caza y mamíferos medianos y grandes como indicadores de la cantidad de recursos que se encuentran en el lugar”, explica Luis Antonio Echevarria, ingeniero ambiental y colaborador de campo en la estación biológica Manu Learning Centre.

Encontrar estos animales en el bosque, sostiene Echevarria, indica que existen suficientes recursos y cobertura vegetal para los consumidores primarios —los herbívoros—, quienes a su vez conforman una población sostenible de animales para sostener a los depredadores.

Sin embargo, también han puesto los ojos sobre algunas de las integrantes más pequeñas de la vida silvestre: las mariposas. Este grupo cuenta con más de 1 300 especies registradas dentro del Parque Nacional y su presencia es una fiel indicadora de la calidad del aire.

“Ellas no tienen un sistema complejo de filtración de aire como nosotros los seres humanos, entonces, el hecho de que estas especies pueden habitar este lugar y que tengamos una gran diversidad de ellas, también nos indica que se están cumpliendo servicios ecosistémicos como la polinización y la producción de frutos, que también permiten la sostenibilidad del bosque”, agrega el especialista.

Monitoreo de mariposas en la estación biológica Manu Learning Centre, desarrollado en los tres tipos de bosque, con diferente grado de perturbación. Llevado a cabo por el equipo de investigadores, internos y voluntarios. Foto: Daniel Ash Photography (@danielashphoto)

Lo mismo sucede en el caso de los anfibios, útiles para definir la calidad del agua o de los componentes químicos del aire que pueden llegar a afectar sus pieles altamente sensibles.

“Nuestra actividad en campo consiste en ir todos los días a monitorear los diferentes grupos, luego obtener datos y procesarlos, porque son proyectos de largo plazo. Es decir, no tienen una duración de un año o un par de meses, sino que ya vienen desarrollándose por hasta diez años en algunos casos”, sostiene Echevarría.

En ello radica la diferencia en cuanto a la robustez de los datos que pueden completar, para así poder identificar y contrastar la evolución de los objetos de estudio a lo largo del tiempo. Con esta información, a su vez, producen material científico con el que visibilizan la importancia de la conservación, muestran si hay algún cambio en la composición de las poblaciones de especies o si existen cambios en sus conductas y hábitos.

La importancia de estudiar estos bosques secundarios, que van creciendo luego de procesos de deforestación, representa el futuro de los bosques primarios que han sido impactados, afirma el especialista. “Es decir, entre el 80 y 95 % de especies que se pueden encontrar en bosques primarios, también pueden ser encontradas en algunos bosques secundarios. El hecho de que podamos conocer cómo se van regenerando estos bosques secundarios, nos permitirá conocer cómo, en un futuro, los impactos pueden ser mitigados por la misma naturaleza en los bosques primarios”, explica Echevarria.

Para el especialista, la protección de los Parques Nacionales resulta clave conocer la naturaleza que se posee, para valorarla y protegerla.

“La conservación ya no es solamente un tema ético, sino de responsabilidad por parte de todos los seres humanos”, afirma Echevarria. “Si no cuidamos los espacios y especies que nos brindan estos servicios ecosistémicos, el futuro del ser humano será complicado. La naturaleza nos ha demostrado que puede seguir sin nosotros, pero nosotros no podemos seguir sin la naturaleza”.

 

Recuerdo del aniversario 2023 del Manu Learning Centre, con el equipo de investigación, multimedia, servicios y mantenimiento. Además de invitados, voluntarios e internos. Foto: Daniel Ash Photography (@danielashphoto)

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