Las muchas vidas del peronismo – Por Claudio Camargo, especial para NODAL

1.278

Las muchas vidas del peronismo

Por Claudio Camargo, especial para NODAL*

“Si me convertí una y otra vez en protagonista de la Historia fue porque me contradije. ¿La patria socialista? Eso lo inventé. ¿La patria conservadora? La mantengo viva. Necesito girar desde todos los lados”.

Esta frase, atribuida a Juan Domingo Perón por el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, citada en el libro La novela de Perón, puede ser un mero ejercicio de ficción, pero retrata fielmente la ambigüedad del peronismo.

El justicialismo, movimiento político fundado por el general en 1946, suele asociarse con la izquierda. En las últimas elecciones argentinas, por ejemplo, Sergio Massa, que perdió ante Javier Milei, fue clasificado como de centroizquierda, al igual que Alberto Fernández, Cristina y Néstor Kirchner. Pero si estos dos últimos presidieron gobiernos mayormente identificados con los sectores populares, ¿cómo podemos clasificar al gobierno neoliberal del ex presidente peronista Carlos Menem -abiertamente pro-Washington- como algo vinculado a la izquierda? ¿O los grupos paramilitares creados por peronistas ortodoxos en los años 1970?

El ascenso de Perón se produjo en un contexto de transición, cuando el capitalismo en la región inició la fase de sustitución de importaciones, pasando del modelo agrario-exportador y oligárquico a la industrialización y el Estado populista, con la inclusión controlada de los trabajadores en la política, como había sucedido en Brasil bajo Getúlio Vargas (1930-1945) y en México bajo Lázaro Cárdenas (1934-1940).

Como coronel del Ejército argentino, Perón formó parte del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que en junio de 1943 tomó el poder mediante un golpe de Estado. El GOU reunió a militares ultraconservadores y extremadamente católicos, muchos de los cuales eran simpatizantes del nazifascismo, incluido el propio Perón.

Estos militares temían el crecimiento de sindicatos controlados por comunistas y anarquistas. Como vicepresidente y titular de la Secretaría del Trabajo, Perón se dio cuenta de que para evitar la agitación de izquierda era necesario atender algunas de las demandas de los trabajadores, en su mayoría provenientes del interior del país y marginados, llamados cabecitas negras o descamisados.

Sin embargo, los militares se quedaran alarmados por la creciente influencia de Perón entre los trabajadores.  Fue destituido y arrestado, pero finalmente liberado bajo la presión de grandes manifestaciones populares. Así, se convirtió en candidato a la Casa Rosada en 1946.

Durante la campaña electoral, el embajador estadounidense en Argentina, Spruille Braden, apoyó la formación de la Unión Democrática, que unía a conservadores, socialistas, radicales y comunistas contra Perón. Con ello, la bandera antiimperialista fue hegemonizada por Perón, quien lanzó la consigna “Braden o Perón”: Argentina o Estados Unidos.

Elegido, el primer gobierno de Perón (1946-1951), marcó una verdadera revolución en Argentina, con una mejora significativa en las condiciones de vida de los trabajadores, que por primera vez se sintieron ciudadanos. En este proceso jugó un papel fundamental la carismática primera dama Eva “Evita” Perón, quien fue el vínculo entre el gobierno y las masas trabajadoras.

Condiciones históricas específicas permitieron esta política redistributiva. Durante mucho tiempo, Argentina se benefició de las divisas agrícolas (carne y lana). A través del monopolio del comercio exterior, Perón obtuvo el capital necesario para impulsar la industria y el mercado interno.

En política internacional, Perón se acercó a Getúlio Vargas, de Brasil, y a Carlos Ibáñez del Campo, de Chile, proponiendo una unión aduanera, el Pacto ABC, un viejo sueño argentino. El pacto no salió adelante por falta de interés de Brasil, donde contó con la fuerte oposición de sectores conservadores. Perón denunciaría posteriormente la acción de intereses extranjeros en la implosión del plan de unidad sudamericana.

El segundo mandato de Perón (1951-1955) estuvo marcado por la pérdida de dinamismo de la economía, el agravamiento de los conflictos con la Iglesia Católica y sectores del Ejército (dos de los principales pilares de su gobierno, además de los sindicatos) y la muerte prematura de Evita.

En septiembre de 1955, un sangriento golpe militar puso fin a su gobierno. Perón se exilió (en la España franquista), pero seguiría siendo una sombra sobre los que le sucedieron. En 1973, en medio de una grave crisis política, Perón regresó a Argentina aclamado como el “salvador de la patria”.

Pero el país era completamente distinto al que Perón había dejado atrás en 1955. Los viejos peronistas esperaban el regreso de la bonanza interrumpida por el golpe militar; los nuevos, como los Montoneros, esperaban que el general liderara la gran transformación hacia el socialismo. Pero Perón terminó aliándose con el ala más reaccionaria del movimiento, la burocracia sindical (las 62 organizaciones) y los sectores vinculados a la extrema derecha del “brujo” José López Rega.

El enfrentamiento entre las facciones peronistas sumió a Argentina en una espiral de violencia que se agravó con la muerte de Perón en 1974. El desastroso gobierno de Isabel Perón, dominado por López Rega, allanó el camino para el nuevo ascenso de los militares al poder y para la más genocida de las dictaduras argentinas (1976-1983).

Aun así, el peronismo resistió y resiste a 50 años de la muerte de su fundador. Quizás la mejor explicación para esta resiliencia sea la del sociólogo Juan Carlos Torre, quien dice que en el peronismo hay un alma permanente y un corazón contingente. La primera está impulsada por los valores tradicionales del peronismo: nacionalismo, estatismo, justicia social. La conducta práctica del peronismo, sin embargo, está inspirada en su corazón contingente. Cuando la estrella de este peronismo contingente pierde brillo, el alma permanente se activa. “El peronismo se recrea permanentemente para estar a la altura de los tiempos”, afirma Torre.

* Periodista y sociólogo brasileño


As muitas vidas do peronismo

Por Cláudio Camargo (*), especial para NODAL

“Se voltei a ser protagonista da História uma e outra vez, foi porque eu me contradisse. A pátria socialista? Isso eu inventei. A pátria conservadora? Eu a mantenho viva. Preciso soprar para todos os lados”. 

Esta frase, atribuída a Juan Domingo Perón pelo escritor argentino Tomás Eloy Martínez, citada no livro O romance de Perón, pode ser um mero exercício de ficção, mas retrata fielmente a ambiguidade do peronismo.

O Justicialismo, movimento político fundado pelo general em 1946, costuma ser associado à esquerda. Nas últimas eleições argentinas, por exemplo, o candidato Sergio Massa, que perdeu para Javier Milei, foi classificado como de centro-esquerda, assim como Alberto Fernández, Cristina e Nestor Kirchner. Mas se estes dois últimos presidiram governos em larga medida identificados com os setores populares, como classificar como algo ligado à esquerda o governo neoliberal do ex-presidente peronista Carlos Saúl Menem, abertamente pró-Washington? Ou os grupos paramilitares criados por peronistas ortodoxos na década de 1970?

A ascensão de Perón se deu em um contexto de transição, quando o capitalismo na região iniciava a fase de substituição de importações, passando do modelo agrário-exportador e oligárquico para a industrialização e o Estado populista, com a inclusão controlada dos trabalhadores na política, como acontecera no Brasil de Getúlio Vargas (1930-1945) e no México de Lázaro Cárdenas (1934-1940).

Como coronel do Exército argentino, Perón integrava o Grupo de Oficiais Unidos (GOU), que em junho de 1943 tomou o poder com um golpe de Estado. O GOU reunia oficiais ultraconservadores, extremamente católicos, muitos dos quais simpatizantes do nazifascismo, entre eles o próprio Perón.

Esses militares temiam o crescimento dos sindicatos controlados por comunistas e anarquistas. Na chefia da Secretaria do Trabalho, Perón percebeu que para evitar a agitação de esquerda era preciso atender algumas reinvindicações dos trabalhadores, a maioria dos quais vinha do interior do país e eram marginalizados, conhecidos como cabecitas negras.

Mas os militares se assustaram com o crescimento da influência de Perón entre os trabalhadores e o afastaram e o prenderam, mas ele foi libertado sob pressão de enormes manifestações populares. Tornou-se candidato a presidente em 1946. Durante a campanha eleitoral, o embaixador americano na Argentina, Spruille Braden, apoiou a formação da União Democrática, que unia conservadores, socialistas, radicais e… comunistas. Com isso, a bandeira anti-imperialista foi hegemonizada por Perón, que lançou o slogan “Braden ou Perón”: a Argentina ou os Estados Unidos.

Eleito em 1946, Perón teve seu primeiro governo (1946-1951) marcado uma verdadeira revolução na Argentina, com melhoria sensível nas condições de vida dos trabalhadores, que pela primeira vez se sentiam cidadãos. Nesse processo, teve papel fundamental a carismática primeira-dama Evita Perón, que era o elo entre o governo e as massas trabalhadoras. O outro lado da moeda era um regime que perseguia, prendia e torturava.

Condições históricas específicas permitiram essa política redistributiva. Durante muito tempo a Argentina se beneficiou das divisas da agropecuária (carne e lã). Por meio do monopólio do comércio exterior, Perón obteve o capital necessário para promover a indústria argentina e o mercado interno.

Na política internacional, Perón aproximou-se de Getúlio Vargas, do Brasil, e de Carlos Ibáñez del Campo, do Chile, propondo-lhes uma união aduaneira, o Pacto do ABC, um velho sonho argentino. O pacto não foi adiante pela falta de interesse do Brasil, onde sofria forte oposição de setores conservadores. Posteriormente Perón denunciaria a ação de interesses estrangeiros na implosão do plano de unidade sul-americana.

O segundo mandato de Perón (1951-1955) foi marcado pela perda de dinamismo da economia, o agravamento de conflitos com a Igreja Católica e setores do Exército (dois dos principais pilares de seu governo, além dos sindicatos) e a morte prematura de Evita. Em setembro de 1955, um sangrento golpe militar pôs fim à primeira experiência peronista. Perón foi para o exílio (a Espanha franquista), mas permaneceria como uma sombra sobre os governos que lhe sucederam. Em 1973, em meio a uma grave crise política, Perón voltou triunfalmente à Argentina para o último mandato.

Mas o país era outro, completamente diferente daquele que Perón havia deixado para trás em 1955. Os velhos peronistas esperavam a volta dos bonança interrompida pelo golpe militar; os novos, principalmente a juventude e os Montoneros, esperavam que o general fosse liderar a grande transformação rumo ao socialismo. Mas Perón acabou se aliando à ala mais retrógrada do movimento, a burocracia sindical (as 62 organizações) e os setores ligados à extrema direita do “bruxo” José López Rega.

A Argentina mergulhou em uma espiral de violência política que se agravou com a morte de Perón, em 1974. O desastroso governo de Isabelita Perón, dominada por López Rega, abriu caminho para a nova ascensão dos militares ao poder, e a mais genocida das ditaduras argentinas (1976-1983).

Mesmo assim, o peronismo resiste 50 anos depois da morte de seu fundador. Talvez a melhor explicação para essa resiliência seja a do sociólogo Juan Carlos Torre, que diz que no peronismo há uma alma permanente e um coração contingente. A primeira é alimentada pelos valores tradicionais do peronismo – nacionalismo, estatismo, justiça social. A condução prática do peronismo, no entanto, é inspirada pelo seu coração contingente. Quando a estrela desse peronismo contingente perde seu brilho, a alma permanente é ativada. “O peronismo se recria de forma permanente para estar à altura dos tempos”, afirma Torre.

* Jornalista e sociólogo brasilero

Más notas sobre el tema