Costa Rica: fin de una era – Por Rafael Cuevas Molina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Rafael Cuevas Molina *

En Costa Rica hubo un viraje abrupto que es evidente en los últimos años, pero que tiene una larga cola que se remonta varias décadas atrás. La Costa Rica “tacita de plata”, “jardín de las Américas”, “país más feliz del mundo” se acabó, solo quedan los restos del naufragio. Los sobrevivientes nadan a contracorriente capeándose los tiros de las bandas de narcotraficantes, horrorizados de los crímenes atroces y oyendo las vulgaridades que las máximas autoridades gubernamentales dicen un día sí y otro también en conferencias de prensa.

En la década de los setenta del siglo pasado, el investigador francés Olivier Dabène, atraído por la singularidad del sistema político costarricense en el contexto regional, dijo que la democracia se había convertido en un valor en el país, basado en un sistema de legitimación a cambio de los servicios estatales de un Estado de bienestar.

Efectivamente, Costa Rica era un caso singular. Eran tan arraigado ese espíritu pacifista y democrático, que desde distintos ángulos de las ciencias políticas y humanas se dieron a la tarea de tratar de explicar esta anomalía en una región de guerras fratricidas y dictadores montunos.

Los filósofos dedujeron que todo se derivaba del paisaje agreste del Valle Central, que había determinado una personalidad social taciturna y retraída. Los poetas ensalzaron la ausencia de ejército, y el Estado colocó sus versos en letras doradas en las paredes de los principales edificios gubernamentales. Los historiadores rastrearon hasta antes de la ruptura del pacto colonial rasgos que ya mostraban que en el país se perfilaba “la diferencia”, y tácitamente justificaron que, siendo una porción tan pequeña del antiguo Imperio Español, se hubieran constituido en país independiente.

Hubo, incluso, políticos demagogos que adujeron que lo que pasaba era que en los ticos había una carga genética determinada, única en el mundo, que los orientaba a ser democráticos, o que -como dijo uno de los padres de la patria del siglo XX- estaban domesticados.

En resumidas cuentas, imbuidos de un determinismo de época, los estudiosos y los políticos partían de la idea que se encontraban ante un estado de cosas irreversible. Pero todas estas explicaciones han resultado, cuando menos, endebles, ante la situación que vive el país en la actualidad. Un porcentaje cada vez más alto de ciudadanos piden gobiernos de mano dura, y quienes ahora ejercen las más altas funciones gubernamentales asumen poses de dictadorzuelos de pacotilla para complacer a quienes los celebran en las redes sociales.

La violencia se ha desatado como nunca antes. Además de los cruces de disparos a quemarropa entre bandas del crimen organizado, incluso frente a escuelas y dentro de hospitales, los femicidios están a la orden del día. La gente se encuentra con cuadros truculentos como antes solo se veían de otras latitudes en los periódicos o la televisión. La semana pasada, una familia encontró en el patio de su casa la cabeza de una mujer, y un hombre descuartizó a su compañera y la congeló antes de enterrarla a escondidas.

Un recorte presupuestario ha dejado al poder judicial limitado, lo cual facilita que el crimen organizado ofrezca dádivas a jueces, fiscales y abogados. La educación pública tiene al frente a una ministra que dice que, para salir del marasmo que dejó la pandemia, tiene un plan en la cabeza que plasmará en un fin de semana, pero el fin de semana nunca llega.

No se trata, sin embargo, de un problema de este gobierno de gente demagoga e inepta, sino de algo estructural. El deterioro empezó hace cuatro décadas, ha sido paulatino, pero se ha profundizado en los últimos cinco o seis años con medidas que profundizan medidas de corte neoliberal. Una población desesperada pide soluciones, y lo que le sugiere el contexto centroamericano y los mismos que están en el poder son las salidas autoritarias tipo Bukele.

¿Habrá marcha atrás y Costa Rica podrá recuperar, aunque sea parte de lo perdido? Parece difícil. Se ha construido un sentido común que achaca los males del presente al Estado benefactor del pasado, lo que en ese imaginario es igual a burocracia, entorpecimiento de la gestión pública, prebendas para funcionarios públicos y corrupción. Lo que se erige como modelo ideal es el estandarte del capitalismo radicalizado de nuestros días, un Estado mínimo -ojalá inexistente- que deje las manos libres al mercado.

Quien lea estas líneas dirá que no es nada nuevo bajo el sol. Otros gobiernos de derecha de América Latina aplican políticas similares, como si hubiera concierto entre todos y se dedicaran a aplicar un recetario.

Es una lástima que el modelo -o vía- costarricense de desarrollo se esté tirando por la borda, en medio del júbilo de quienes son sus principales beneficiarios. Son los tiempos que corren. En Argentina, pareciera que mientras más palo les dan, más celebra la gente. En Ecuador, el apriete de tuercas actual posiblemente lleve a la reelección de quienes ahora gobiernan. Con sus propias características y especificidades, algo parecido pasa en Costa Rica.

Ojalá que los que se consideran guerreros que desmantelan lo que se construyó en el siglo pasado no tengan, como los soldados espartanos, que llorar después sobre sus escudos.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.

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