Vamos en un tren sin frenos de emergencia – Por Jesús Jaén Urueña

1.364

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Jesús Jaén Urueña*

“La gente vive en dos mundos. Como todos los seres vivos, habitamos en el mundo natural creado a lo largo de 5.000 millones de años de historia de la Tierra por obra de procesos físicos, químicos y biológicos. El otro mundo es nuestra propia creación: casas, coches, granjas, fábricas, laboratorios, comida, ropa, libros, pintura, música, poesía. Nos hacemos responsables de las cosas que pasan en nuestro propio mundo, pero no de lo que ocurre en el mundo natural. Sus tormentas, sequías o inundaciones son “actos del Señor”, sin control humano ni responsabilidad por nuestra parte… El ataque del hombre a la ecoesfera ha provocado un contraataque ecológico. Ahora, los dos mundos están en guerra. Ecología y acción social. Barry Commoner

Hace cincuenta y tres años uno de los economistas más brillantes de su época, Nicolás Georgescu-Roegen, estableció la relación entre la termodinámica, la biología y la economía clásica. Su principal obra, La ley de la entropía y el proceso económico, publicada en 1971 supuso una revolución y una impugnación a la teoría económica convencional. Por eso, está considerado como el creador de la Bioeconomía y uno de los padres fundadores de la economía ecológica. Georgescu-Roegen demostró dos cuestiones fundamentales. La primera que el“proceso económico no es circular, sino entrópico, es decir, irreversible y disipativo… La segunda conclusión es de carácter práctico y, por lo tanto, político, y se refiere a la cuestión crucial de los límites del crecimiento”.

“Estos límites están vinculados a la naturaleza entrópica del proceso económico: según la ley de la entropía, toda actividad de producción, movimiento, calefacción, refrigeración, iluminación; implica la degradación irreversible de una cierta cantidad de energía que, por lo tanto, ya no puede utilizarse al final del proceso. Dado que la biosfera es esencialmente un sistema cerrado (no intercambia materia con el medio ambiente) y que el proceso económico se alimenta de una masa finita de recursos dentro de la biosfera (esencialmente combustibles fósiles), se deduce que el objetivo fundamental del proceso económico -el crecimiento ilimitado de la producción (y de los ingresos)- choca con los límites fundamentales consagrados en las leyes de la termodinámica.

“Estos se expresan a través de dos grandes tipos de fenómenos:

“1.- Los límites relacionados con el agotamiento de los recursos energéticos (imputs) que alimentan el sistema económico productivo y 2.- los problemas relacionados con los efectos disipativos en la producción y su absorción por la bioesfera (sinks) (calentamiento global, diversas formas de contaminación, pérdida de la biodiversidad, etc.” (1).

Se entiende, por lo tanto, que la economía ecológica intenta rebatir el concepto de economía circular que, profusamente, inculcan tanto las teorías clásicas como los defensores de un capitalismo verde. La imposibilidad de reciclar todos los materiales y desechos -sea a través de las emisiones de dióxido de carbono, plásticos, vertidos, etc., nos lleva a decir que la economía circular es pura ficción y que, por tanto, hablando del modo de producción y consumo capitalista, sería mucho más correcto decir que vivimos dentro de una economía espiral, impulsada por el estímulo de la ganancia. Una economía que se expande y se acelera sin más consideración que la permanente valorización del valor. Como diría Marx: “El objetivo de la producción capitalista no es la satisfacción de las necesidades sino la producción de ganancias”(2).

1.- Datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC)1/

Antonio Guterres, secretario general de la ONU, provocó una conmoción en septiembre del año pasado cuando dijo: “La Humanidad ha abierto las puertas del infierno”. Se estaba refiriendo a la velocidad con la que evolucionaron los datos sobre el cambio climático en los últimos años.

Según la OMM (Organización de Meteorología Mundial), los últimos ocho años desde 2015 a 2022 han sido los más cálidos desde que se tienen registros (1850). Sin embargo, recientemente, hemos podido leer que el año 2023, ha sido el año más caluroso de la historia. La temperatura media global que se ha registrado ha superado los 1,40 ºC. Estamos, por lo tanto, con temperaturas medias que superan en mucho los 15,6 ºC de media global marcada en 1986. El 4 de julio de 2023 se registró la temperatura promedio más alta de la Tierra desde que hay registros (17,18 ºC). En algunas zonas del globo, como en la Península Ibérica, se batieron récords con temperaturas cercanas a 50 ºC.

El calentamiento global repercute en la desertización de algunas áreas del Planeta, la falta de recursos hidráulicos, la acidificación de los océanos, el retroceso de los glaciares, los incendios forestales, la subida del nivel del mar, la pérdida de la biodiversidad, etc. El cambio climático actual podría combinarse con otros fenómenos naturales como la corriente de El Niño (se trata de una corriente cálida que se origina en el océano Pacífico, pero condiciona el clima en una gran parte del mundo), provocando intensas olas de calor y momentos críticos.

La comunidad científica internacional habla de “un cambio climático antropogénico” porque tiene origen en la acción de los seres humanos y no en causas naturales. Como mencionamos al comienzo, con las actividades humanas, ya sean a través de la reproducción social, el ocio o consumo, estamos emitiendo flujos y desechos en forma de gases de efecto invernadero (GEI), como el CO2 o el metano; así como todo tipo de residuos y sustancias orgánicas. Los GEI que van a la atmósfera se quedan durante años. El dióxido de carbono puede permanecer más de doscientos años y el metano unos treinta (pero también tiene un poder de contaminación mayor). Esta concentración de gases actúa como un cristal sobre la Tierra al interactuar con la energía que proviene del sol.

El científico norteamericano Charles D. Keeling descubrió en 1958 un sistema de medición de partículas de CO2 en la atmósfera en el Observatorio de Hawái. Gracias a ese avance se pueden conocer los niveles de contaminación y la relación que estos puede llegar a tener en el aumento de las temperaturas en los ecosistemas del planeta. Las partículas por millón de CO2 (ppm) han ido evolucionando a lo largo de la historia, tanto humana como no humana. Según esas estimaciones, antes de la revolución industrial había 280 ppm. En 1960, 317 ppm. En 1995, 360 ppm. En 2016, 400 ppm y en 2023, 424 ppm.

Pues bien, si tomamos estos períodos de tiempo veremos como el promedio ha ido en ascenso hasta llegar a una cantidad sorprendente en los últimos siete años (donde se han registrado los años más calurosos de la historia). Desde inicios del siglo XIX hasta 1960 el promedio anual de crecimiento fue de 0,2; desde 1960 hasta 1995 (primera cumbre de la COP) el promedio anual subió a 1,1. Entre 1995 y 2023 ya era de 2,6, pero si solo tomamos los últimos siete años (2016-2023) el promedio sube a 4. Así pues, hay motivos más que suficientes para estar preocupados.

Estos datos darían la razón a los científicos que vienen señalando tres grandes cuestiones: la primera, la relación entre los GEI y la subida de las temperaturas. La segunda, que hay un salto cualitativo a partir de la revolución industrial. Y la tercera, que desde 1980 hasta nuestros días, se ha producido un grave proceso de aceleración. A eso, me gustaría agregar otro dato más, una nueva aceleración en la última década (en principio es pronto para sacar conclusiones ya que las altas temperaturas podrían haber sido provocadas también por otros fenómenos no humanos como las corrientes oceánicas, la emisión de gases volcánicos, la mayor o menor intensidad de radiaciones del sol, etc.).

Con razón el catedrático de climatología Andrew H. Knoll escribió: “Cuando Keeling empezó (sus investigaciones), el aire sobre Hawái, era 316 ppm… En mayo de 2020, ya era de 417 ppm, un valor que no ha estado presente en la Tierra desde hace millones de años. Sin un cambio social radical, llegaremos a las 500 ppm a mediados de siglo, una situación más parecida a la que había antes de los glaciares antárticos que nada que hayan experimentado los humanos o nuestros antepasados homínidos” (3).

2.- Oscilaciones del clima, pasado y futuro

El clima en la Tierra ha ido variando a lo largo de cinco mil millones de años. Sin embargo, en los últimos diez mil años (Holoceno) apenas sufrió variaciones significativas más allá de regiones o períodos específicos muy concretos. Una temperatura media de 15 ºC que se corresponde a lo que los climatólogos han definido como un período interglacial (la última glaciación, más conocida como la Edad del Hielo, comenzó hace más de cien mil años y acabó hace unos diez mil). Disfrutábamos, por lo tanto, de temperaturas suaves y un clima más benévolo desde el comienzo de la revolución neolítica.

Eso no quiere decir que el clima se haya mantenido sin variaciones en todas las zonas del planeta durante estos diez mil años. Hay historiadores climáticos -como Benjamin Lieberman y Elizabeth Gordon (4)-, que han señalado la existencia de variaciones climáticas no antropogénicas en períodos históricos concretos. Los trabajos de Emmanuel Le Roy Ladurie (5) y Geoffrey Parker (6), apuntan en el mismo sentido, refiriéndose concretamente a la Pequeña Edad del Hielo (siglo XIV hasta la mitad del siglo XIX).

Se tiene constancia de varias oscilaciones climáticas. Por ejemplo, durante el Imperio Romano o la Alta Edad Media hubo períodos más cálidos (Óptimo Climático), mientras que entre los siglos XIV y XIX fueron generalmente más fríos (Pequeña Edad del Hielo).

Hay una parte de la literatura negacionista que trata de justificar lo que está sucediendo ahora con las oscilaciones que hubo en el pasado. El trabajo de B. Lieberman y E. Gordon sale al paso de estos argumentos:

“Otro problema al emplear la ACM (Anomalía Climática Medieval) como argumento para descartar la función fundamental del forzamiento humano en el clima a partir de la Revolución Industrial es que muy probablemente se tratase de un calentamiento regional. Algunas zonas pudieron ser tan cálidas como en la actualidad, pero el calentamiento general fue un fenómeno regional y asincrónico. El término general es coherente con las fluctuaciones climáticas internas (El Niño Oscilación del Sur, Oscilación Atlántico Norte), que pudieron ser consecuencia de un ligero aumento de la radiación solar” (7).

En un controvertido estudio, el profesor Jared Diamond (8), ha planteado que algunos de los colapsos civilizatorios se debieron también a la influencia de las variaciones del clima.

Pero esas experiencias de los últimos milenios no son comparables a lo acontecido a partir de la Revolución Industrial: la industrialización, la explosión demográfica y el uso de los combustibles fósiles. Es en ese momento en que nuestra especie se transformó de un insignificante colectivo a escala planetaria a una fuerza geológica decisiva como recoge Jorge Riechmann en su último libro:

“Lyell sostenía que la fuerza total ejercida por el hombre es verdaderamente insignificante. Proponía una Tierra enorme y un ser humano pequeño y débil que, en apariencia, apenas podía afectarla. Pero apenas tres decenios después de la muerte de Lyell otro sabio, Vladimir Vernadsky, le corregiría a fondo, subrayando que el ser humano, por el contrario, se había convertido en una fuerza geológica planetaria” (9).

Durante el presente siglo abordaremos problemas aún mayores que otras civilizaciones. Nuestra civilización es incomparablemente más grande, todo se sucede a más velocidad y con mayor intensidad. Esto profundiza nuestra vulnerabilidad. Durante el período Neolítico solo cinco millones de humanos poblaban la Tierra. Las grandes crisis de las civilizaciones antiguas como Roma o Egipto tuvieron lugar sobre poblaciones que no rebasaban los cinco o seis millones de personas. Ha habido epidemias que han acabado con la vida de millones de personas, pero estos datos hay que ponerlos en función de lo que hoy somos. Hemos poblado la Tierra hasta sus últimos rincones, vivimos en grandes ciudades interconectadas, algunas de ellas expuestas a la subida del nivel del mar, otras, a las sequías, la desertización o las temperaturas extremas. Es un momento de incertidumbres.

3.- La naturaleza del capital destruye la ecoesfera

En un libro muy bien documentado, Andreas Malm, analiza el auge del vapor en los comienzos de la industrialización. El triunfo del carbón en la primera Revolución Industrial, sobre la energía hidráulica se debió no tanto a los bajos precios, sino a las mejores prestaciones que los fabricantes obtenían de la combustión a través del carbón:

“El agua es una máquina más barata (sic), pero ocurre que no siempre puede conseguirse una corriente de agua. La máquina de vapor puede aplicarse a cualquier situación; puede utilizarse allí, donde el número de habitantes u otras características, sea más deseable instalar manufacturas… En su condición de combustible, el agua no era portátil (…) El vapor tenía la ventaja primordial de que permitía superar barreras, para la obtención, no de energía, sino de trabajo. La máquina de vapor era un medio superior para extraer riqueza excedente de la clase trabajadora, porque, a diferencia de la rueda hidráulica, podía instalarse prácticamente en cualquier sitio” (10).

Karl Marx consideraba que la esencia del capitalismo era ante todo “la producción de plusvalor, el fabricar excedente, (decía) es la ley absoluta de este modo de producción” (11). El capital es “valor que se valoriza” insiste una y otra vez en su crítica a la economía política. El capitalismo industrial como formación histórica concreta tuvo un objetivo por encima de los demás: la obtención de ganancias. Conseguir los mejores rendimientos del trabajo humano, las tecnologías y la explotación de la naturaleza.

El capital no mira ni se detiene en las necesidades sociales de la gente. Cuando muchos capitales entran en competencia unos contra otros, se ven impulsados a aumentar el plusvalor ya sea mediante el abaratamiento de la mano de obra, el aumento de la productividad invirtiendo en nuevas tecnologías o reduciendo los costes de otros servicios. Esa es la esencia del capitalismo a lo largo de la historia. En segundo lugar, no se pueden separar las formas y los medios” de los objetivos que tienen los capitalistas. No hay ningún reparo moral ni ético. Es famosa la frase de Marx cuando dijo que el capitalismo vino al mundo bañado en sangre. Ahora deberíamos decir que no solamente en sangre sino en carbón y petróleo.

Hay cierta ingenuidad (o engaño) en conceptos como capitalismo verde o capitalismo estacionario o desarrollo sostenible. El capitalismo nunca puede ser estacionario porque contradice la esencia de sus mecanismos de reproducción. Si nos fijamos en el crecimiento del Producto Interior Bruto en los últimos 25 años en las grandes economías como Estados Unidos o China, comprobamos que los primeros lo multiplicaron por tres y los segundos por diez. Un mes y medio de paralización de la economía mundial (como sucedió durante la pandemia) supuso un retroceso del PIB mundial en un 5,3%, es decir, la mayor contracción desde la Segunda Guerra Mundial.

A más crecimiento, más consumo y más emisiones de CO2 a la atmósfera, más residuos y más contaminación. El capitalismo es una economía espiral, no circular. A veces, el desarrollo espiral llega a ser exponencial más que lineal. Si mezclamos esta idea con el principio de valorización del valor, ¿alguien puede llegar a pensar que las grandes compañías petroleras y gasistas están dispuestas a reducir sus beneficios para contaminar menos? La experiencia nos dice que no será así.

Entonces, cuando se habla del calentamiento global, sería más adecuado poner el foco en el modelo económico actual. La civilización que ha construido el capitalismo a lo largo de los últimos doscientos años, está basada en los paradigmas del crecimiento y el desarrollo. Esos principios los hemos asumido como el sentido común de nuestra época. El desarrollo capitalista nos ofrece los instrumentos y los medios para que nuestro dominio sea rápido y barato. Hemos elegido una forma de vivir presentista aunque sabemos que tendrá consecuencias negativas.

Igual que decimos que es ingenuo hablar de capitalismo estacionario, también debemos decir que, hoy por hoy, lo verde (energía eólica o solar) no es la elección del capital (salvo aquello que está fuertemente subvencionado u ofrezca posibilidades de negocio). La paradoja en medio de tanta propaganda verde es que está aumentando el consumo de los combustibles fósiles (incluido el carbón). Esto es así por dos razones: la primera, porque las energías renovables no pueden sustituir ni competir, a corto o medio plazo, con los precios y la función que han desempeñado el petróleo, el gas o el carbón. En la economía actual las renovables no llegan al 10%, no son tan competitivas y, además, no están preparadas para abastecer aviones, barcos de contenedores, armamento, etc.; es decir, muchos de los emblemas de esta sociedad capitalista.

La segunda, porque la inmensa mayoría de las poblaciones ni se plantean ni desean detener el desarrollo insostenible que hemos tenido en Estados Unidos, Europa, Japón a partir de 1945, o China y Oriente Medio a partir de los años ochenta. Por su parte, el resto del mundo que ha sufrido una desigualdad centenaria, luchará por aumentar sus niveles de vida. Con la particularidad de que eso afecta, nada más y nada menos, que a países con grandes poblaciones como la India, Pakistán, Latinoamérica, África, etc. Estamos en un dilema de difícil arreglo y el tiempo juega en nuestra contra.

4.- Hacia un nuevo paradigma

Cambiar los paradigmas de los siglos XIX y XX es una necesidad existencial. El progreso continúo y el desarrollo tecnológico son los dos grandes mitos que sintetizan el espíritu del capitalismo. Nuestra civilización se ha levantado sobre esos mitos y ha silenciado los problemas que ese progreso continuo generaba. El capitalismo no nació del consenso entre las clases, sino del tráfico de esclavos, de los cercamientos de tierras comunales, del trabajo explotado donde los niños formaban parte de la fuerza laboral. Se apoyó en el racismo y la opresión hacia las mujeres. Más tarde saqueó las tierras vírgenes, extrajo de sus entrañas material que había estado depositado millones de años y lo difundió a la atmósfera en forma de gases contaminantes.

El socialismo no se supo sobreponer a la mayoría de estos mitos; y no nos referimos exclusivamente a las dictaduras burocráticas llamadas socialismo real, sino al propio marxismo intelectual. En mi opinión, y al contrario de lo que opinan Bellamy Foster y Kohei Saito (12); ni Marx fue ecologista, ni el marxismo se planteó un diálogo con la naturaleza no humana. Por el contrario, las referencias de Marx en El Capital en relación con la naturaleza suelen ser como materia prima meramente instrumental y no como un entorno de vida del que formamos parte. Por otro lado, casi todo el marxismo hizo profesión de fe en que el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo nos acercaría a la posibilidad del socialismo. Un socialismo donde el ser humano -como rey de la civilización- disfrutaría sin reparar el daño que ya estábamos causando al planeta.

Ahora el tiempo corre en nuestra contra. Tenemos una amenaza especial. Todo lo demás (a excepción de una guerra mundial nuclear) se mide en tiempos históricos, pero el cambio climático no. Los tiempos son políticos. Estamos condicionados por el reloj. Un reloj de arena soltando granito a granito su contenido. El límite no nos lo hemos impuesto nosotros, sino la comunidad científica mundial.

Creo que las respuestas no son fáciles, pero el punto de partida podría ser la economía ecológica. Deberíamos replantearnos, como viene haciendo Jorge Riechmann, los problemas tanto desde el punto de vista social como político, pero también ético y filosófico. Hay que impugnar la lógica de que todo crecimiento económico conlleva felicidad. Hay que preparar la retirada, como decía Lovelock. Hay que replantearse la inviabilidad ecológica de una economía ya no solo capitalista sino global, con miles de grandes buques cargados de contenedores, aviones transportando millones de turistas y grandes camiones inundando autovías para llevar mercancías. Hay que replantearse los modelos de la agricultura y la ganadería expansiva.

Desglobalizar la economía podría ser uno de los primeros pasos, porque se puede mejorar economizando recursos y atendiendo a las verdaderas necesidades sociales. Tenemos que cambiar el modelo económico porque el objetivo no debería ser la acumulación y concentración de riqueza para un 10%, sino las necesidades de la mayoría. Desglobalizar no impide compartir el conocimiento científico, médico o cultural. Esto no es el socialismo como lo entendíamos hace años, es en realidad otra cosa. Un paso limitado. Instalar los frenos de emergencia. Una utopía que nos permita seguir luchando y no caer en la desesperanza.

5.- Reflexionando sobre el presente

Entre la infinidad de literatura dedicada a la respuesta ecológica, me gustaría destacar las propuestas y manifiestos ecosocialistas que han salido y publicado de los debates recientes (13). Pero mi última reflexión no va en ese sentido, sino en términos mucho más concretos.

Todas y todos estamos de acuerdo que la respuesta social o popular a los problemas ecológicos no están a la altura de las circunstancias. Durante el año anterior a la pandemia llegamos a un pico de movilizaciones que, por las razones que sean, no se han retomado. Al contrario, mi impresión es que mientras crece una preocupación entre capas más amplias de la sociedad, por la sequía y las restricciones del suministro de agua en muchas zonas, las oleadas de calor, la falta de infraestructuras de los colegios, los incendios forestales, los fenómenos meteorológicos extremos, etc., el activismo está abordando una serie de debates que están bastante alejados de estas preocupaciones comunes ¿Realmente es útil un debate sobre el colapso?

Es evidente que en casi todos los movimientos sociales existen diferentes puntos de vista, pero lo que nos ha unido muchas veces ha sido la acción y la necesidad. Cuando llegamos a una situación como en la que estamos, es más importante sumar y tirar de aquellos puntos comunes que exprimir desacuerdos. En mi caso concreto lo he podido vivir -muchas veces- en las grandes movilizaciones a favor de la sanidad pública, en donde logramos sacar a las calles a cientos de miles de personas de todas las sensibilidades políticas a partir de un planteamiento abierto y transversal.

Deberíamos ser capaces de trabajar en varios planos sin contraponerse. Llamemos micro a la actividad que puede ser compartida por miles y miles de personas. Recientemente estoy participando en Madrid de una experiencia que tiene que ver con el acondicionamiento de las aulas para proteger a las niñas y niños de las temperaturas extremas de las últimas primaveras y finales del verano. Hay movilizaciones contra la tala de árboles por las obras del metro en barrios como Arganzuela o Lavapiés. En la sanidad pública algunos sindicatos se preocupan de mejorar los reciclajes de deshechos contaminantes. Se empieza a ver la necesidad de cambiar los horarios por los golpes de calor que sufren las trabajadoras y trabajadores expuestos al sol durante los meses de julio o agosto. Todo eso no es suficiente, está claro, pero va creando conciencia y organización que es el inicio de toda lucha más general.

Los primeros movimientos contra la industria fueron protagonizados por mujeres y hombres que destruían las máquinas. El ludismo dio paso a movimientos mucho mejor organizados que lograron conquistas importantes.

No debería excluirse ninguna forma de lucha. Parece una obviedad, pero es necesario remarcar. Llevar los temas relacionados con el cambio climático o la crisis ecológica más general a los centros de estudio o trabajo, a los barrios, a los debates en las próximas convocatorias electorales. Hay que informar porque la inmensa mayoría de las personas están mal informadas y muchas de ellas confundidas por los bulos de las derechas.

Hay que presionar a los partidos políticos, a los gobiernos y a los Estados para que adopten medidas contra el calentamiento global (ya se ha hecho y se debería seguir haciendo) independientemente del resultado inmediato. Tenemos un ejemplo muy reciente: el martes 9 de abril el Tribunal de Estrasburgo emitió una sentencia condenando a Suiza por inacción climática a partir de una denuncia de una asociación de mujeres. Toda victoria por pequeña y parcial que sea no deja de ser un aprendizaje y un mensaje al conjunto de la sociedad.

Hay una generación entera nacida a finales del siglo pasado o en este siglo que, seguramente, vivirá cambios profundos durante toda su vida, pero aquellas personas que nacimos antes y que no viviremos esos cambios, tenemos una obligación moral con esas vidas, las de nuestras hijas e hijos, las de nuestras nietas y nietos.


Notas1

/ El IPCC por sus siglas en inglés es un organismo supranacional constituido por científicos de 120 países fundado en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial y Naciones Unidas.

*Integrante del Consejo editorial de Herramienta y miembro del Movimiento Asambleario de Trabajadoras/es de Sanidad (MATS) de España

Desde Abajo

Más notas sobre el tema