La inmortalidad de Sebastián Piñera, el Berlusconi chileno– Por Mauro Salazar y Carlos del Valle R.

1.998

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Mauro Salazar y Carlos del Valle R. *, especial para NODAL

 

El ex Presidente Sebastián Piñera Echenique, suele ser imputado por el mundo laico y la ciudadanía chilena, desde un cúmulo de antecedentes que lo retratan como un transgresor de toda “credencial democrática”. El empresario sería un sujeto, cuyo historial de emprendedor carecería de toda virtud. Es necesario subrayar, ante las dudas, algunos hitos estruendosos, donde las audiencias -opinión pública- han perdido la capacidad de asombro sobre cómo delimitar los escándalos entre la política y las prácticas empresariales.  Con todo, en el funeral de Estado, Piñera recibió todo tipo de honores, reconocimientos de sus hazañas contra el chavismo y armisticios de parte de progresistas y partidos de centro.  Desde el propio gobierno de Gabriel Boric-Font, vitoreaban su “vocación de consensos”. Ello debe llevarnos a mirar de reojos a los “transitológos” chilenos -progresismos neoliberales- que, junto con afirmar oportunistamente, que Piñera fue  el sepulturero de la separación entre política y negocios, no perdieron el tiempo en los años 90’ y consagraron sus vidas a la gestión empresarial. Conviene recordar que la bancarización de la vida cotidiana en Chile, ocurrió a fines de los años 70’ (shock anti-fiscal de la Dictadura de Pinochet). Nada nos lleva a dudar que el economista transgredió, aquí y allá,  las fronteras vitales que separan la política de los negocios.

En efecto, ahí está el patrimonio viciado del economista formado en Harvard. El Banco de Talca donde fue declarado prófugo de la justicia (1979). Luego las sociedades ficticias, el Caso Cascadas, Chispas, la colusión LAN Cargo, caso Penta, Bancorp, las triangulaciones en el canal CHV sendas ganancias, los paraísos Fiscales, el Caso Exalmar, la minera Dominga, solo por citar los sucesos más bullados. El currículum  impío del empresario Sebastián Piñera Echeñique. Un licencioso accionista, inversor y especulador, forjado en Dictadura y legitimado bajo “transición pactada” (1990-2011). A su manera fue el Berlusconi chileno.

Con todo, cabe subrayar su parentesco familiar con la democracia chilena antes de la Dictadura de Pinochet, las tertulias familiares sobre la vieja república, y las amplias ramificaciones que tenía en el mundo de la Democracia Cristiana chilena. El empresario “progre”, fue un protestante que abjuró de todo confesionario, conservador (integrista) o izquierdista. Pero todo esto no es mera demonología, sino que también debe ser ponderado en los consensos manageriales (revolución de la gestión).

De allí la glorificante escenografía el día de su entierro. En los rituales fúnebres, fue nombrado como un  “demócrata desde la primera hora”, según palabras del actual Presidente chileno. Pero ello no fue sólo un “realismo de emergencia”, sino el cúmulo de trenzas y alianzas establecidas con el mundo de la Concertación durante tres decenios sin prevención estatal. Antes ya sabíamos de su participación en el teatro Caupolicán contra la Constitución Pinochetista de 1980. Piñera votó por el No (1988) que implicaba el cese de la Dictadura chilena. Hasta cuando en su calidad de Presidente (2013) acusó a su sector de “cómplices pasivos” en materias de DD.HH, manteniendo -a su manera- una distancia difusa contra el régimen de Augusto Pinochet.

Hacia fines de los años 80’, los sucesos y su experiencia en Estados Unidos, le permitieron hacer una lectura estratégica y estructural que no puede ser desatendida. Ya en 1978 había comenzado a implementar su pasión por las tarjetas de crédito y fue el gerente general del Banco CityCorp en Santiago. Una visión donde yacen convicciones modernizantes -ideologías americanas del accountability-  respecto al capitalismo popular de la Dictadura chilena. Piñera, en su intuición y sagacidad, entendió rápidamente (1989) que la Senaduría y luego la Presidencia de la República, le costaría un tiempo largo en la cultura política chilena. El diagnóstico sobre las burocracias fue certero y absolutamente predictivo sobre el Chile neoliberal; Piñera debía jugar en la cuerda floja cruzando el campo de la política y la gestión del dinero. Al lado de las dinastías políticas que se hicieron del poder bajo la post-dictadura, los años de espera serían eternos. No es menor mencionar al paso la familia que controlaba la democracia pactada luego de la salida formal de Pinochet del poder. En la época Patricio Aylwin -había domesticado a Ricardo Lagos- los Zaldívar, la familia Valdés, Genaro Arriagada, Eduardo Frei Montalva entre muchos otros actores de la DC chilena, con diversos grados de incidencia. Ergo, la tarea era muy larga para hacer una carrera política sin las argucias de las empresas ficticias. En suma, Piñera asumió que el programa ideológico-cultural de los partidos de la transición chilena, tenía limitaciones demográficas, dado su conservadurismo eclesiástico y cierto favoritismo fiscal por el Estado social. Todo se debía someter al esmeril de la modernización (economía de servicios) y pasar la prueba de los accesos globalizantes. Su frenesí por las tarjetas de crédito (“plastic money”) es parte de un “fetiche epocal”. La racionalidad política que aplicó fue infranqueable. Con dientes afilados, y vocación de poder, leyó muy a tiempo la cantidad de capillas y redes de una cultura política transaccional -que él conocía muy de cerca- donde no tenía tiempo, ni capacidad de gestión para desmantelar las cúpulas que obstruirían su camino a la presidencia. El economista decidió suscribir a la nueva derecha, la llamada “patrulla juvenil” y los sueños de un bloque liberal y post-pinochetista. De paso, entendió como el  mejor alumno que la transición chilena (1990) tendría que establecer “cohabitaciones opacas” entre civiles, políticos y militares, donde el mundo de la izquierda transicional, haría de la democracia un recurso adaptativo para una metodología de las privatizaciones. El programa de impunidad era inevitable. Cientos de militantes de izquierdas hicieron fortunas bajo el cántico de los años del plomo dictatorial. Por lo tanto, la relación entre política y dinero, sería parte de la racionalidad liberalizante del proceso chileno. No aludimos a buenas o malas intenciones, sino a que la coalición del arco iris debía administrar e intensificar el neoliberalismo. Al precio que la Concertación se esmeró por repatriar a Pinochet de Londres (2001) a nombre de la gobernabilidad.

En su estilo gestional, Piñera leyó la evolución de los mercados globalizantes. En su condición de “apostador full time” y consciente de una vida breve, se abrió al campo de una derecha tibiamente liberal, abrazando un impulso modernizador que, al menos, tenía el swing de la economía social de mercado.

El despliegue empresarial, su capacidad especulativa de gestionar riquezas en el campo financiero amerita un análisis aparte. Sus cualidades de Brókeres adiestrado le permitieron leer en clave de consumos el coloso de acumulación terciaria que representa el aparato financiero y el cordón de intereses elitarios y devocionales con el Senado del país trasandino. En suma, en tanto vanguardia especulativa de la Dictadura chilena, el empresario fue un agudo lector de la acumulación terciaria, capaz de entender con creatividad, olfato mamífero y arrojó, las dinámicas de la “renta infinita”. El coro concertacionista (transición), cuál más cuál menos, leyó de entrada el guión modernizante de Piñera y gradualmente fueron haciendo gestos de sumisión a la pirámide del poder, a las juntas directivas, el mercado externo, y la necesidad de no desperdiciar los beneficios de una economía abierta.

Por último, como negar los atropellos y los muertos durante la revuelta social chilena. En el marco del año 2019, Sebastián Piñera largó una frase salvaje, “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. Luego vinieron los abusos intolerables -muertos y tuertos-. Y a la sazón, cómo negar, la aseveración del Presidente Boric-Font sobre Piñera el día de su fallecimiento: “fue demócrata desde la primera hora” (sic).  Luego de eso, y en solemne homenaje el Presidente estampó una piocha de bronce, “…Sebastián Piñera tuvo que afrontar momentos dolorosos y complejos para el país (…) abrió paso a una derecha democrática, liberal y abierta al diálogo por el bien de Chile”. Al final el Presidente Boric optó por la capitulación final y pragmáticamente sentenció, “durante su gobierno, las querellas y recriminaciones fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable”. Esto último convierte a la clase política chilena en un “manicomio lingüístico” y la derecha pinochetista cobrará toda la retórica al presidente de turno.

En suma, qué decir de las relaciones entre la transición chilena (neoliberalismo) y Sebastián Piñera, pues bien, “Cóncavo y Convexo”

 *Universidad de la Frontera, Chile

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