Ni Brasil ni Latinoamérica son los de 2003: Lula tampoco – Por Juraima Almeida

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Ni Brasil ni Latinoamérica son los de 2003: Lula tampoco

Juraima Almeida*

El Brasil de hoy no tiene casi nada que ver con el de los dos primeros mandatos presidenciales de Lula, entre 2003 y 2011, y el tres veces presidentes debe adaptarse a la nueva realidad de un país prácticamente dividido en dos. América Latina tampoco es la misma: ya está menguado aquel impulso “progresista” de principios de siglo.

Con alguna frecuencia, el mismo Lula parece no haberse dado cuenta de esos cambios radicales en el escenario nacional, en el escenario latinoamericano, escribe Eric Nepomuceno, quien reconoce que el 2023 fue bastante positivo para Lula, dado que en los últimos días el Congreso aprobó una reforma tributaria considerada esencial, y que venía discutiéndose desde más de un par de décadas.

El 20 de diciembre, Lula dijo que el primer año de su tercer mandato como presidente no podía ser mejor, ya que consiguió todo lo que había planeado, y que estaba aún más optimista para 2024. “No podía existir ningún analista político que hace un año pudiese imaginar que terminaríamos 2023 con la situación tan prometedora como en la que estamos”, afirmó el mandatario en redes sociales.

Afirmó que Brasil termina el año “con el desempleo en caída, con los salarios aumentando, el precio de la comida bajando, el país volviendo a ser respetado en el mundo y la población más alegre y con más esperanza”. Es “algo muy placentero para quien heredó el Brasil que yo heredé, destrozado, procedente de una persona negacionista que no creía en nada y que no hacía nada bueno”.

Brasil termina 2023 con un crecimiento económico de cerca del 3%, muy por encima del 0,6 % que se preveía inicialmente. La tasa de desempleo (7,6 %) en su menor nivel desde febrero de 2015. La inflación (4,5 %) en su menor nivel en los últimos tres años, y con exportaciones, empleos y producción agrícola récords.

“No lo resolvimos todo, pero creo que dimos un paso gigantesco para que Brasil volviese a ser un país civilizado, con crecimiento económico, con distribución de la riqueza y con mejoría en la calidad de vida de la población. Por eso estoy feliz: no podía haber ocurrido algo mejor para mí que lo que ocurrió este año con mi Gobierno”, afirmó.

Agregó que pudo darse el placer de haberle dicho a los dirigentes de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que se habían equivocado cuando proyectaban que Brasil terminaría el año con un crecimiento económico decepcionante.

Hoy las encuestas indican que 70% de los entrevistados son optimistas frente al año que viene. Quizá porque el gobierno de Lula logró resucitar varios programas sociales que se habían borrado durante los cuatro años de mandato del ultraderechista Jair Bolsonaro, y porque logró reconstruir áreas como educación, salud y cultura, además de mantener equilibrio en las cuentas públicas.

Con solo  retomar el programa nacional de vacunación – destrozado por Bolsonaro, que decía estar contra las vacunas-, logró un marco importante de adhesiones. La covid-19 dejó más de 700 mil muertos en Brasil gracias al negacionismo bolsonarista.

Las dos figuras más destacadas en el gabinete, son los ministros de Economía y de Medio Ambiente, Fernando Haddad y Marina Silva. Haddad admitió, sin embargo, que no logró lo que pretendía y muchos consideraban imposible: cerrar el año con un déficit bajo. Había señalado que el déficit podría acercarse a los cien mil millones de reales, unos veinte mil millones de dólares, pero será de entre 26 y 28 mil millones de dólares, menos de lo previsto por el “mercado financiero” y de amplios sectores del mismo gobierno.

Ya para 2024 el ministro insiste en algo que, a sus interlocutores más cercanos, admite ser “prácticamente imposible”: déficit cero. Reitera que hará “lo posible y lo imposible” para igualar ingresos y gastos del gobierno.

Hoy Brasil es un paraíso para las finanzas nacionales y extranjeras. Se encuentra entre los cinco países con las tasas de interés reales más altas del mundo y es el país del G20 con la tasa más alta, junto con México, señala el analista Jeferson Miola.

Aunque el Banco Central bajó nominalmente la tasa de interés básica (Selic) al 11,75% el 13 de diciembre, en realidad las tasas de interés reales permanecen en los mismos niveles estratosféricos de alrededor del 8% de interés real, descontado por inflación. Considerando el stock de deuda brasileña, por cada 1% del tipo de interés fijado por el Banco Central, el Tesoro Nacional está obligado a gastar alrededor de 70 mil millones de reales más, añade.

Con una tasa de ganancias reales en el rango del 8% anual, el país tiene un costo adicional de 560 mil millones de reales (unos 115.250 millones de dólares) en costo de deuda. Esta monumental cifra equivale a 10 veces el presupuesto para todas las obras e inversiones del Programa de Aeceleración del Crecimiento (PAC) para 2024, previsto en 55,3 mil millones de reales (unos 11 mil 380 millones de dólares).

Lula parece no haberse dado cuenta de esos cambios radicales en el escenario nacional y regional. Y la prensa lo recoge: el resultado son frases desbaratadas e inoportunas, chistes sin gracia y con cierta frecuencia un palpable malestar no solo entre sus interlocutores, pero también en su círculo más íntimo.

Uno de sus mayores esfuerzos fue enfrentar un Congreso del peor nivel en los últimos casi 40 años, con partidos que no se venden: se alquilan. Y a cada medida de interés el gobierno, el alquiler sube más y más. Los planes oficiales estropeados o rechazados por la Cámara de Diputados, terminan llevados al Supremo Tribunal Federal, que debe adoptar medidas que son más políticas que propiamente constitucionales.

Optimismo y preocupación

Si el balance del primer año del retorno de Lula al sillón presidencial trae motivos de optimismo para 2024 cuando se pone un ojo en Brasil, cuando se pone el otro en la vecina Argentina lo que sobran son motivos de extrema preocupación.

El desequilibrado Javier Milei apenas cumple dos semanas en la presidencia y no hace más que esparcir sustos y fuertes motivos de alarma. Es prácticamente imposible comprender o evaluar el alcance de las medidas  anunciadas por el mandatario argentino, aun cuando se espera que la mayoría de ellas no pasarán por el Congreso.

Nada indica que esa atmósfera cargada de nubarrones termine pronto. La cuestión es cómo convivir con Milei y garantizar la continuidad del Mercosur y sus planes de mayor integración latinoamericano-caribeña.

*Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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