Entrevista a la directora orquestal Silvina Peruglia: “Ser artista en Latinoamérica implica un gran nivel de compromiso”

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“Ser artista en Latinoamérica implica un gran nivel de compromiso”

Entrevista a la directora orquestal Silvina Peruglia, egresada del Departamento de Artes Musicales y Sonoras de la UNA.

Ya sea en Ginebra, Buenos Aires, Dublín o París, Silvina Peruglia siempre está cerca de la música. A veces, al frente de una orquesta, otras, observando o asistiendo a algún maestro o maestra, tomando clases magistrales o estudiando en un café en los pocos ratos libres que hay en su agenda. “Hay que moverse mucho en esta profesión”, asegura, y aclara: “Acá en Europa está muy naturalizado moverse todo el tiempo porque las distancias son muy cortas. Te trasladas 200 o 300 kilómetros y realmente cambia mucho, hay una gran riqueza cultural”.

La directora orquestal, graduada del Departamento de Artes Musicales y Sonoras de la UNA, viajó hace seis años a Europa para realizar una maestría y decidió quedarse en Suiza, donde reside actualmente. En junio pasado estuvo en Buenos Aires, al frente de un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional, y luego volvió a Europa donde dirigió al coro y orquesta HEMU -Haute Ecole de Musique- y la Orquesta de la Ópera de Lorraine. A comienzos de diciembre estuvo en Dublín, Irlanda, tomando clases magistrales y asistiendo a una de sus mentoras, Marin Alsop.

En octubre, Peruglia fue seleccionada en el certamen La Maestra junto a otras 13 directoras de diferentes partes del mundo. El evento tendrá lugar en la Philharmonie de París en marzo de 2024, donde dirigirá a la Paris Mozart Orchestra. El jurado estará encabezado por la directora francesa Nathalie Stutzmann, directora musical de la Atlanta Symphony Orchestra y principal directora invitada de la Philadelphia Orchestra, y un grupo reconocidas directoras y directores de diferentes países.

De regreso en Ginebra, en conversación con el DAMus-UNA, la directora compartió detalles sobre su trayectoria musical y su visión de la profesión.

¿Qué te motivó a iniciar un camino musical desde chica?

En mi casa no se escuchaba música clásica pero siempre me gustó. Desde chica empecé a decir que quería tocar el piano. Tengo una familia más lejana, de España, que son músicos clásicos. Cuando yo tenía seis años, vinieron a la Argentina con la orquesta del Conservatorio de Valencia. Ese fue el primer concierto que yo fui a ver en vivo que tuviera una orquesta y solistas. Recuerdo que hicieron tres conciertos y yo fui a los tres, ahí en quinta fila. Me fascinó muchísimo y también ahí me fascinó el piano. En ese momento, me decían: “¿No querés probar tocar violín?”, pero a mí lo de tocar una melodía no me atraía. Elegí el piano porque me permitía tocar muchas voces, hacer muchas cosas al mismo tiempo. De chica, también ponía Radio Nacional o CDs de música clásica y jugaba a que dirigía. No sé por qué era eso, pero el contacto con toda la música me atraía. Elegí el piano e hice la carrera en la UNA y a la par estudié con Susana Bonora. En principio mi idea era terminar la carrera de piano y después estudiar dirección pero, en mis primeros años en la universidad, cada vez que pasaba por la puerta de una clase de dirección me volvía loca. Entonces decidí probar para saber si mi interés por la dirección orquestal era algo de mi imaginación o si realmente me gustaba, y me encantó.

¿Cómo decidiste encarar una carrera en Europa?

Cuando una estudia música, siempre está el bichito de ir a estudiar afuera en algún momento. Las opciones en general son Estados Unidos o Europa. Al tener la doble nacionalidad española, me atraía más Europa que a Estados Unidos a nivel cultural. Me gusta esto que hay en este continente, también, de que las distancias entre los países son muy cortas. Hay una gran cantidad de orquestas y de oferta cultural a kilómetros que es alucinante. Hubo varios detonantes que definieron la decisión de mudarme: por un lado, incidió el hecho de que cuando estaba pensando en irme yo ya estaba por llegar a los 30 años y muchas becas cortan a esa edad. Y también me pasó que en 2015 tuve una gran experiencia en Brasil en el Festival de Campos do Jordão, cerquita de San Pablo, un festival para músicos de orquesta que además, en esa época, tenía una especie de fellowship para directores en el que quedé seleccionada. Eran tres semanas de clases intensivas todos los días. Estaba Sian Edwards de la Royal Academy, estaba también Marin Alsop de la Orquesta del Estado de San Pablo, había un profesor de Hannover. Ese festival fue lo que me faltaba para decidir estudiar en el exterior. Fue la primera vez que tuve clases con ese nivel de exigencia. Me dije: “Si en una clase estoy aprendiendo todo esto, imaginate en dos años haciendo un master”. Hice un primer viaje a Europa para hacer exámenes, conocer, consultar, hablar con chicos que ya estuvieran acá en Europa. Y me fueron guiando más para Suiza.

¿El nivel que conseguiste acá en Argentina con la licenciatura que cursaste en la UNA, te facilitó el camino?

Sí. En Europa los sistemas son diferentes porque las licenciaturas son de tres años solamente. Son carreras que están orientadas a sacar buenos instrumentistas, es decir, a tocar todo el tiempo. Lo mismo en dirección. Dirigís muchísimo con un nivel de exigencia altísimo. Las materias son muy técnicas, todo el tiempo estás leyendo partituras. Pero, a nivel teórico, en la UNA recibimos una formación mucho más completa. Por ejemplo, orquestación ni siquiera tuve que rendirla cuando vine a estudiar a Europa. Me bastó con mostrar los trabajos que había hecho durante la licenciatura, donde cursé tres años de orquestación y uno de instrumentología. En el proceso formativo en Europa, no hay mucha reflexión sobre la práctica. Se trata de tocar, tocar, tocar y tocar muy bien. Pero, por otro lado, a nivel técnico-musical, los conservatorios europeos son muy exigentes. Si querés venir a estudiar a Europa hay que preparar mucho todo lo que es solfeo y lectura a primera vista.

Pensando en directoras y directores en formación que están leyendo esta nota, ¿qué les advertirías sobre la trayectoria profesional en dirección orquestal en el exterior? ¿Qué preparación hace falta para llevar adelante una carrera con este nivel de competitividad como estás llevando en los últimos seis años?

Es una carrera de largo aliento. Tenés que tener mucha, mucha paciencia. Es muy frustrante, es muy complicado. Hay que trabajar mucho. Cuando vine a hacer mi máster, que fueron dos años, me acuerdo que al terminar la gente me invitaba a tomar algo y yo no sabía ni dónde quedaban los bares de moda en la ciudad en la que vivía. Lo único que hice durante esos dos años fue estudiar como nunca en mi vida. Y, para llegar acá, también tuve que estudiar muchísimo. A cada persona que podía pedir una clase, se la pedía. Estudié en la UNA con Mario Benzecry pero después estudié con Carlos Vieu individual muchísimos años. También estudié con Russo. En un momento fui su asistente y, cuando tenía conciertos, yo iba con él y estábamos cinco horas poniendo los arcos. Toda masterclass que existía, me anotaba. De Argentina, creo que debo haber estudiado con todos, también con Gorelik que estaba en el Falla donde había una especie de posgrado en música contemporánea. Oportunidad que tenía para dirigir, para estudiar o pedir una clase a alguien, la pedía. Después vino un profe argentino que vivía en Salzburgo, Rotter, gran profesor. Vino un par de veces a Argentina a dar masterclass. Cada vez que él venía a Argentina a visitar familia, le pedía clases. Vieu ha sido muy generoso conmigo llevándome a asistirlo a Buenos Aires Lírica varias veces.

¿Qué considerás que te aportó el recorrido que hiciste en el circuito lírico independiente en Buenos Aires?

En Europa hay chicos que se formaron en conservatorios donde hay una exigencia muy alta desde lo técnico-musical, pero nunca tuvieron la chance de dirigir una ópera entera en su vida. En el circuito independiente de Buenos Aires, podés tener esa experiencia. Un día hice el taller de ópera de Marta Blanco y ella me dijo: “Vos tenés que dirigir opéra”, y me invitó a ser directora en la ópera L’elisir d’amore. Es una gran práctica estar todas las semanas dirigiendo, aún cuando se trate de una obra al piano. Muchos compañeros europeos nunca tuvieron esa chance. También fue importante haber trabajado con orquestas de la ciudad, con chicos y adolescentes. Es un trabajo pedagógico pero, además, estás toda la semana tratando de mostrar algo con un gesto musical. Eso te da horas de vuelo que luego resultan valiosas a la hora de pararte frente a una orquesta. Y, más allá de toda la parte técnica y musical, hay una experiencia a nivel humano. Aprender a atajar un montón de situaciones humanas hace la diferencia también a nivel profesional.

En cuanto a la cuestión de género, ¿notás que hubo un cambio cultural en ese sentido, tanto allá en Europa como acá en Argentina? 

Se está generando un cambio pero igual sigue habiendo mucho atraso. Por eso hace falta tener un concurso así, como La Maestra, donde el objetivo es dar visibilidad y posibilidades a las mujeres directoras de orquesta. Noto que la gente más conservadora tiene una visión errónea de que ahora hay más beneficios para las mujeres y se genera una resistencia. Ven los intentos de balancear un poco la cosa como una injusticia. Si mirás las estadísticas, todas muestran que seguimos estando muy atrás. En los conservatorios hay un montón de mujeres que se forman para dirigir, quizás un 30 o 40 por ciento del aula y luego, cuando vas a las orquestas, ¿qué pasa con ese porcentaje? Solo un 4, 5 o 6 por ciento de los conciertos son dirigidos por mujeres. Esto también tiene mucho que ver con quiénes están en la cabeza de las instituciones culturales que siguen siendo en su mayoría hombres. En Francia, recién hace cuatro años una mujer, Débora Walldman, accedió a un cargo de directora titular en una orquesta nacional. Creería que en Argentina se complica todavía más porque hay muy pocas orquestas en comparación con Europa.

¿Dirías que hay una tradición de dirección de orquesta latinoamericana? 

Tanto en Argentina como en otros países de Latinoamérica, hay una fuerte tradición musical desde hace muchísimos años, en parte debido a los vínculos que tenemos con Europa. Creo que el contacto con este tipo de música es mucho más fuerte que el que pueden tener otros países como China o Japón, ya que a nivel cultural estamos más cerca,por cuestiones históricas. Es interesante que, más allá de la falta de recursos económicos que pueda haber en nuestros países, y la falta de recursos destinados a cultura, también hay una fuerza, un lugar de resistencia desde donde se hace la cultura en la región. Ser artista en Latinoamérica implica un gran nivel de compromiso. Eso genera una potencia que a veces no se ve en los músicos de países con más recursos, donde hay mayor comodidad material. Elegir ser músico o artista en Europa no implica el mismo dilema que en Latinoamérica porque no genera una incomodidad en lo material.

En la elección de una institución para llevar a cabo tu formación en música, ¿resultó determinante que el acceso a la UNA fuera gratuito?

Sí, absolutamente. Por un lado, era necesario para que yo pudiera acceder a una formación universitaria pero también desde un punto de vista ideológico fue muy enriquecedor cursar en la UNA. No lo cambiaría por nada. Si hoy volviera a ese momento en el que tuve que elegir dónde estudiar, y me dijeras: “Tenés los recursos para ir a una institución privada”, yo seguiría eligiendo a la UNA.

¿En medio de todos estos movimientos, seguís realizando investigación musicológica?

Por momentos. Este año fue muy movido. Había estado haciendo investigación por el lado de las compositoras mujeres, junto con un par de asociaciones de acá de Ginebra también conformadas por mujeres pero en este último año estuve muy concentrada en dirigir y en correr de acá para allá. Igual, siempre que tengo un ratito, me meto a investigar. Tengo mi tarjetita de la Biblioteca Nacional de París. Hay algo muy bueno, que antes no sabía, y es que en muchas bibliotecas de acá de Europa, como la de París, vos podés pedir por Internet una obra o manuscrito que te interesa y te lo digitalizan y envían sin costo. A veces demoran un poco, pero lo escanean y te lo mandan. Eso es bueno saberlo porque, desde distintos lugares del mundo, tenemos acceso a un montón de cosas de acá gracias a Internet.

¿Hay algo más que te hubiera gustado saber cuando iniciaste tu carrera, que querrías compartir con las y los estudiantes de dirección orquestal en Argentina?

El camino es muy personal. Es importante no mirar para el costado, no importa lo que tiene o no tiene el otro. Creo que hay que tener muy en claro por qué una se quiere parar enfrente de una orquesta y tener integridad ética. Hay que trabajar para tener algo interesante para decir y para darle a los músicos de la orquesta. Creo que eso es lo principal, tener una ética de trabajo en ese sentido. Después, a nivel práctico, pienso que hay que decirle que sí a todo tipo de experiencia que tenga que ver con dirigir, con orquestas de distintos niveles. Las horas de vuelo son fundamentales, nunca hay que despreciar una oportunidad. También recomiendo mucho ir a ensayos. Sé que cuesta tiempo, pero no cuesta dinero. Fui durante años a ensayos de la Filarmónica, de la Sinfónica Nacional. Hay que meterse, observar, aprender de los aciertos y errores de otros directores. A veces es difícil conseguir ingresar, pero hay que intentarlo. Así es como yo pude aprender muchísimo y lo sigo haciendo acá en Europa.

 

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