EEUU contra Cuba: Odio y terrorismo – Por Omar Rafael García Lazo
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Por Omar Rafael García Lazo *
La embajada de Cuba en Washington fue atacada el pasado domingo. Dos cócteles Molotov fueron impunemente lanzados contra su fachada. En abril de 2020, otro individuo disparó 32 proyectiles con un fusil de asalto AK-47.
Ambos hechos han sido duramente rechazados por la comunidad internacional. Tras el último, son centenares las muestras de condena, lo que ha obligado al Departamento de Estado a pronunciarse contra el hecho y ha anunciado que iniciará una “investigación apropiada”.
Al margen de ideologías, el mundo entero ha sido testigo durante seis décadas del empeño de los sucesivos gobiernos estadounidenses por destruir la Revolución cubana.
Esa perenne hostilidad ha sido encauzada por cinco carriles muy bien definidos: la guerra económica, la amenaza y/o uso de la agresión militar, el terrorismo en todas sus manifestaciones, el aislamiento político y diplomático, y la guerra cultural.
Cada administración ha decidido cómo y cuándo hacer uso, con más o menor intensidad, de estos carriles, pero todos, absolutamente todos, han estado siempre activos.
Los grupos anticubanos que conviven en EE.UU. gozan de una histórica e inusitada impunidad. Ni en los años de la cínica “guerra contra el terrorismo” los nodos más violentes de ese activismo fueron molestados.
La complicidad de los gobiernos estadounidenses, documentada y probada, ha sido otra característica de este fenómeno.
Cuando el 6 de octubre de 1976 dos bombas explotaron en pleno vuelo dentro de un avión civil cubano que se estrelló en las costas de Barbados, con el saldo de 73 personas fallecidas, los jefes de la CIA, la Marina, y el FBI tenían en sus despachos un documento secreto, fechado el 22 de junio de 1976, que alertaba “sobre posibles planes de extremistas exiliados cubanos para poner dos bombas en la aerolínea cubana”. No movieron un dedo.
El jefe de la CIA era George Bush (padre), quien en 1990, siendo presidente, le otorgó el perdón presidencial a uno de los principales autores de aquel horrendo crimen, Orlando Bosch. Para entonces, Orlando estaba señalado como un terrorista y una amenaza pública por la Fiscalía General y el Departamento de Justicia de EE.UU., pero a Bush no le importó. Era un aliado.
Orlando Bosch era médico, con una capacidad intelectual que rebasa el promedio de los actuales “líderes” anticubanos residentes en EE.UU. Además de su experiencia contrarrevolucionaria, contaba con entrenamiento dado por la CIA. Sin embargo, y más allá de la complicidad de esa agencia, reconocida por su actuar al margen y a espaldas de otras de su mismo país, las actividades de Bosch saltaban muchas alarmas de diversas agencias que tributan información a la Casa Blanca. Solo las decisiones políticas emanadas del Departamento de Estado o el Despacho Oval garantizaron su impunidad hasta su muerte.
A pesar de lo desquiciada y amorfa que está la contrarrevolución cubana actual, residente en EE.UU., resulta poco creíble cualquier teoría que indique que los atentados contra la embajada de Cuba en Washington son resultado de la acción de un “llanero solitario”. Mucho más ridículo resultaría pensar que se trata de un autoataque con fines propagandísticos.
Ambas tesis se desdibujan si tenemos en cuenta que hablamos de una ciudad muy vigilada, convaleciente aún del impacto de los sucesos del Capitolio. Y no se puede perder de vista que Cuba es, tal vez, el país latinoamericano más vigilado por EE.UU., y su embajada en Washington no debe ser la excepción.
Y aunque existiera la posibilidad de que estemos frente a un autor solitario que logró burlar los diversos esquemas de vigilancia y seguridad de una zona que está apenas a tres kilómetros de la Casa Blanca, su acción es resultado del odio contra Cuba, sembrado por la maquinaria mediática anticubana que, como los grupos terroristas armados, cuentan con fondos oficiales estadounidenses, respaldo jurídico y apoyo político.
En resumen, resulta difícil pensar que exista alguna actividad anticubana al margen de alguna agencia estadounidense, especialmente de la CIA. Por ende, la responsabilidad del gobierno de ese país con las acciones terroristas contra la embajada de Cuba en Washington es total. Por acción u omisión.
Un gobierno que ha puesto todo su empeño en asfixiar económicamente a un pueblo, que le negó el oxígeno e insumos médicos en el período más tenso de la pandemia de la covid-19, que financia planes subversivos, que alentó un golpe suave derrotado, que mantiene a la Isla de la paz en una lista de supuestos países patrocinadores del terrorismo con el costo económico que ello implica, que alienta la emigración a cualquier costo, y permite que dentro de sus fronteras se destile odio mediático, no puede mostrarse al margen de una acción terrorista como la sufrida por la embajada de Cuba en Washington.
Las investigaciones seguirán, y alguna historieta contará el FBI o cualquier otra agencia, tal vez más creíble que los ataques sónicos o las bases chinas. Incluso podría haber un acusado, al estilo de aquel asesino de JFK. Sea cual sea el desenlace, Cuba seguirá lidiando y triunfando contra un odio que no concibe su existencia como Nación.
* Exdiplomático cubano, analista politico internacional de Almayadeen