Bolivia, revolución sin revolucionarios. Los hijos del proceso de cambio – Por Jhonny Peralta Espinoza
Bolivia, revolución sin revolucionarios. Los hijos del proceso de cambio
Jhonny Peralta Espinoza
Desde hace 16 años el proceso de cambio ha ido produciendo una clase media que forma parte de la maquinaria estatal, y tiene otra forma de entender y hacer política, que ven a la formación política como algo innecesario, porque hacen política y toman decisiones políticas en un contexto institucional, pero donde falta la pasión política tan necesaria; así la clase media que vive en el mundo de la gestión estatal, creen que están sobrepolitizados por estar rodeados de política y de políticos, pero de otra pasta, porque están metidos en los vericuetos de la administración pública.
Pero eso no es política, eso es gestión, y confundir política con gestión conlleva un vaciamiento ideológico, porque muchas veces esa gestión ni siquiera tiene criterios políticos, y los criterios están en función de si habrá o no presupuesto, o lo que haya ordenado tal ministro o cual director. Así la “política” se reduce a dar luz verde o no a tal proyecto. Claro que el tema de la formación política a alguno le puede interesar, pero quizás lo ven como un extra a su trabajo, una necesidad personal y no colectiva.
Pero cuanto más tiempo estén metidos en los laberintos de la gestión institucional, menos lo van a percibir como algo útil para su quehacer; así la dinámica los absorbe junto con el deseo de hacer de la política una profesión, verbigracia, tener una carrera política como diputados, directores, etc. Y si les decimos que hay que debatir sobre la radicalización de la democracia, las formas de entender el poder, etc., la respuesta es: “eso es para el mundo académico, teórico”, porque en su realidad esas cuestiones no les afectan en nada, cuando más bien es la base para una acción política con sentido.
También hay gente hipócrita que dice “estos jóvenes solo buscan la pega, su sueldo”, pero se olvidan de que ese mundo institucional es el que los ha creado así, y como no han sido capaces de crear una estructura institucional diferente, ni de descolonizar un Estado colonial; la gente que está ahí cumple el adagio: “la función crea al órgano” y se van convirtiendo en eso, en una pieza funcional para que esa maquinaria funcione. Estos son los hijos del proceso de cambio, y el buen diagnóstico es: estos son tus hijos, esto es lo que tienes, entonces cuestiónate, no tienes cuadros políticos que están pensando cómo cambiar el país.
El mercado sólo produce derechistas
Para pensar políticamente al individuo común, hay que partir de un hecho y es la coincidencia entre vida y mercado. Así, la vida se vive y se percibe cotidianamente como mercado; entonces el mercado fundido con la tecnología, aparece como la principal causa de experiencia. La clase media parida por el proceso de cambio se mueve en radiotaxi, viaja en BOA, buscan pareja en tinder, compran en hipermaxi, se informan en google, se entretienen en netflix, bromean con sus amigos en instagram, ríen con tik tok, y refuerzan su narcisismo en facebook. Entonces cada clase mediero del proceso de cambio, “reproducen el mercado simplemente viviendo, tomándose a sí mismo como un capital que gestionar: capital humano, capital-imagen, capital-salud, capital-afectos, capital-capacidades, capital erótico, capital-proyectos, capital-contactos” (A. Fernández S.)
Este vínculo vida-mercado políticamente significa que la ideología está en las cosas, está en el aire, es inseparable del hecho vivir, y esto obliga a que la noción de “lucha ideológica” debe redefinirse completamente. No se trata de ideas, la clase media del proceso de cambio tiene sus construcciones mentales, lo mismo que la unión juvenil cruceñista que posee sus ideas políticas, pero sus vidas se bañan en la misma realidad que es el mercado, sus vidas hoy son todas de derechas.
Pasolini propuso pensar este conflicto político como una disputa antropológica, entre diferentes modos de ser, sensibilidades, ideas de felicidad; porque una fuerza política no es nada, no tiene ninguna fuerza, si no arraiga en un espacio de contracultura, que rivalice con el mundo dominante en términos de formas de vida deseables. Así, mientras los dirigentes del proceso de cambio miran hacia el poder estatal, como el lugar privilegiado para la transformación social, se toma el poder y desde arriba se cambia la sociedad; Pasolini advierte que el capitalismo avanza mediante un proceso de «homologación cultural» que arruina los «mundos otros» de los campesinos, proletarios, mujeres de barrios populares, juventud sin proyecto de vida, contagiando los valores y modelos del consumo de forma horizontal, a través de la moda, la publicidad, la información, la televisión, la cultura de masas, etc. Este nuevo poder no desciende desde un lugar central, sino que se propaga «indirectamente, en la vivencia, lo existencial, lo concreto», decía Pasolini. En el consumo, en la forma de ser y pensar, en las conductas, Pasolini estaba descifrando los signos de una «mutación antropológica» en marcha, y la única forma de frenarla es con otra mutación antropológica, ¿será la clase media del proceso de cambio capaz de este reto?, porque frenarla desde el poder político sería como tratar de contener una inundación con una manguera.
La contención única tarea de los revolucionarios
La izquierda que apostó a tomar el poder estatal mediante elecciones, ha ido cambiando de pelaje, así de izquierda rosa, paso a ser de salón, después de caviar y llegó a ser progresista, y cuando se instaló en el Estado se convirtió en institucional, y ahora parece que se dio cuenta que es una izquierda de contención. Así, la izquierda de clase media que trabaja en las instituciones, en el gobierno, se dedicó a poner límites a los excesos neoliberales, redistribuir la riqueza y “contener” las infinitas y dolorosas heridas que se abren en los movimientos sociales; es decir, ahora se orientan a disminuir los impactos y los daños más agresivos del neoliberalismo, mediante el despliegue de políticas sociales (bonos, subsidios, incrementos salariales, subvenciones), en otras palabras, de ejercer la contención ante el avance incesante del capital depredador y explotador, avance que parece nunca detenerse.
Empero esta contención no termina de contener, no termina de modificar las estructuras latentes de la desigualdad, no termina de revertir la insatisfacción subjetiva y objetiva de amplios sectores de la población, esa sensación de una permanente “vida precariada”. Por esto, que esta política de contención nunca pudo reconectar con la política, con esos movimientos sociales más golpeados por el sistema, y quizás aquí está la respuesta ante el golpe de estado de 2019, su desafección y retiro del apoyo al gobierno del MAS. En conclusión, la contención no es capaz, por sí sola, de retomar la iniciativa política, hoy en manos de la vida-mercado.
Contrafinalidad del capitalismo
La coyuntura mundial es la de la hegemonía territorial e ideológica del capitalismo liberal, esto es una evidencia tan fuerte que no hay necesidad de comentarios; esta hegemonía no está en crisis, está en una secuencia de despliegue particularmente intensa e innovadora. Más aún “la extensión del dominio capitalista sobre vastos territorios, la diversificación intensiva y extensiva del mercado mundial, está lejos de haberse completado, casi toda África, gran parte de América Latina, Europa del Este, la India, son lugares «en transición», ya sean zonas de saqueo o países «en proceso de crecimiento», donde la implantación a gran escala del mercado puede y debe seguir el ejemplo de Japón o China” (A. Badiou)
Hoy 264 personas poseen el equivalente de riqueza de tres mil millones, son concentraciones de propiedad sin precedentes a escala mundial, y están lejos de haber concluido; pero hay dudas de que el capital pueda valorizar la fuerza de trabajo de toda la población mundial, por esto, hay entre dos y tres mil millones de personas desposeídas, no son dueños, campesinos sin tierra, informales, etc. que vagan por el mundo y, por tanto, políticamente peligrosos. Por otro lado, los Estados Unidos, lucha con otros países que quieren su parte de soberanía sobre el mercado mundial, y ya han comenzado enfrentamientos en Oriente Medio, África y el Mar de China, por esto la guerra es el horizonte de esta situación, con marcado autoritarismo en los gobiernos.
Hoy más que nunca el mundo pide revolución, el país nunca pudo encontrar el camino de un auténtico proceso de transformación, y la coyuntura mundial señala una salida, y es el autoritarismo con diferentes formas y contenidos, en unos países se instalarán gobiernos al estilo Bolsonaro, Meloni, Erdogan o Trump, en otros se situarán gobiernos producto de golpes de estado blandos o lawfare y, también habrán países donde simple y sencillamente se den golpes de estado cruentos. ¿En Bolivia qué salida se estará operando desde la embajada norteamericana?
Cuál es la identidad política del proceso de cambio
Rex Nettleford, un luchador jamaiquino decía: «La pregunta ¿qué somos? lleva al deseo de lo que queremos ser», con esto nos dice que arrancamos del presente para afirmar el futuro; y nuestro presente, para preocupación de todos, está marcado por la implosión del MAS, ya casi nadie se acuerda de la construcción del Estado Plurinacional y la democracia intercultural, que marcaban horizontes de construcción intersubjetiva y la definición del proceso de cambio en términos contextuales, planteando su legitimación de manera local, cultural, como algo propio.
Lo que llama la atención en encuentros que hacen Evo Morales como Luis Arce, o sus epígonos, repiten verdades universales o abstractas, como ser “somos antiimperialista”, “somos anticapitalistas”, “somos anticolonialistas”; la pregunta es si estas verdades ayudan en algo a los movimientos sociales, a la gente de a pie, si dan sentido a sus vidas cotidianas. A lo mejor hay que partir desde las creencias justificadas desde nuestra comunidad, nuestro país, porque no hay mejor experiencia de verdad que la que emerge desde la participación en nuestra comunidad, cuando ya sabemos cuál es la principal causa de experiencia de la clase media en el aparato estatal: su celular.
Y esas creencias justificadas que palpitan en nuestra comunidad no son más que el goce colectivo de derechos sociales dignos, porque toda dignidad humana se deriva de la dignidad de una comunidad concreta; y en nuestro caso es que la dignidad de nuestros hermanos indígenas de tierras altas y bajas, de nuestros jóvenes y niños/as, de nuestros obreros, de nuestras mujeres… es gozar de una tierra productiva, de educación y salud de calidad, de un proyecto de vida, de una legislación laboral progresista, de una vida sin violencia machista…
Así se construye una identidad política, y la responsabilidad social del Gobierno será con nuestra gente y con nuestras comunidades; por lo tanto, no se concibe una moralidad como el interés común de toda la humanidad, sino como el interés de una comunidad condicionada históricamente: nuestro País. Donde nuestra existencia moral más elevada y completa sólo se alcanza como miembros de nuestra comunidad, de nuestro país. En estas condiciones ser antiimperialista, anticapitalista, en nuestro contexto no tiene sentido, a no ser que alguien de un concepto claro y concreto de «qué es ser antiimperialista», “qué es ser anticapitalista” “qué es ser anticolonialista”.
Esta nueva identidad política nacida de nuestro contexto cultural no puede ocurrir por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de la voluntad de cada cual; el camino del progreso moral de la construcción de esa identidad política en comunidad, implica la mayor inclusión de voces, de experiencias, de creencias, de luchas, que en otras palabras significa escucharnos entre todos y todas en un plano de reconocimiento y respeto.
Esta nueva identidad política construida con la voluntad de sacrificio, el apoyo mutuo y el sentirnos comunidad es el mayor desafío al capitalismo porque transformamos las relaciones sociales. Nuestras armas de lucha serán nuestra resistencia a convertirnos en individuos perdidos, sin identidad, que produce el neoliberalismo; nuestra rebeldía a no admitir más jerarquías, patriarcados; y, nuestra palabra que será el resultado de la deliberación abierta nos llevará a la verdad.
Contención o revolución, ¿sin revolucionarios?
La dirección estratégica de la política boliviana se dirige a la restauración de un orden conservador y reaccionario, esto porque las ofertas políticas que hace Evo Morales, la nacionalización, y, Luis Arce la industrialización, son insuficientes para tratar los problemas estructurales que atraviesa el país; así queda libre el camino para que el plan de la embajada norteamericana sea victorioso, porque son ofertas que nada tienen que ver con el día a día de la demanda ciudadana; por tanto, la disputa del evismo y el arcismo se reduce a una disputa del poder por el poder, porque sus ofertas no plantean proyectos de país, ni estrategias políticas.
En ese tablero de ajedrez donde se define la nueva geopolítica mundial, y las desigualdades siguen creciendo y la vida no vale nada para el gran capital; hay una creciente insatisfacción contra el capitalismo global que provoca estallidos de furia, pero que no se materializan en un nuevo proyecto político de emancipación; en este contexto, es mejor correr el riesgo y comprometerse con una transformación auténtica, aun si este compromiso termine en una catástrofe, que es mejor que vegetar en la supervivencia hedonista. Ya lo dijo Sergio Almaraz “Era por la vía de la defensa movilizada de los recursos naturales por la que se recuperaría la tensión en las masas y acabaría llevándose al país a la radicalización permanente, hacia el socialismo, considerando la preexistencia de un pueblo activo políticamente”
Países como el nuestro solo nos queda la rebelión, porque como lo afirmo Marx, “las reformas sociales nunca se logran por la debilidad de los fuertes, sino que siempre son el resultado del poder de los débiles”; eso sí, olvidándonos de todos los cimientos de la época revolucionaria del siglo XX, porque nos llevará al fracaso. Y tomando el consejo de S. Almaraz, es hora de luchar en el campo de la economía política y afectar los intereses del gran capital en nuestro país.
Algunos izquierdistas gritarán al cielo y dirán que “no están dadas todas las condiciones objetivas y subjetivas”, que las masas ignorantes de indios, mujeres, jóvenes y obreros dispersos no tienen “conciencia política”; cuando la historia reciente nos demuestra que en agosto del 2020, esos “inconscientes” demostraron que su rebeldía podía caminar a la rebelión y desembocar en una revolución, solo que los jerarcas tradujeron ese acontecimiento en función de sus intereses privados. Así, la conciencia política para esas masas “ignorantes” es saber dónde viven, qué necesidades tienen y quién les machaca sus vidas, y esto sin leer a Lenin o a Marx.
Sin olvidar que “las revoluciones pueden comenzar de muchas maneras, la primera imagen que aparece es la de una multitud asaltando la sede del poder: las Tullerías de París, en agosto de 1792 y en julio de 1830; el Palacio de Invierno de Petrogrado, en octubre de 1917; o un edificio estratégico: el hotel Colón de Barcelona, en julio de 1936; el cuartel Moncada de Santiago de Cuba, en julio de 1953 (Éric Hazan)
Ex militante de las Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka
https://kaosenlared.net/revolucion-sin-revolucionarios/