Chile | De La Moneda al mar: cómo murieron y desenterraron los cuerpos de los hombres de Allende

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De La Moneda al mar: Cómo murieron y desenterraron los cuerpos de los hombres de Allende

Por Jorge Escalante

La Moneda ya estaba en llamas. Los buses partieron rumbo al Tacna. Con los GAP, con los asesores de Allende, con los funcionarios de la policía civil de su escolta. El arribo fue violento. Todos odiados. Pinochet vigiló la torturas en el regimiento. “Me los fusilan a todos”, dijo. Ametralladoras por las espalda en el Campo Militar de Peldehue. Después en 1978, la Pascua del Soldado. Desenterrados, ensacados. Tarea fue con pisco y sandwiches. Cayó la noche. Los focos de los vehículos, palas y chuzos. Abajo en la fosa, las sombras macabras. El camión con los cuerpos. El rugido del Puma. El mar.

La noche del 12 de septiembre de 1973, el cabo Luis Venegas Venegas se percata que, frente al box, está instalada la ametralladora Rheinmetall alemana. Su superior le hace entrega. Será su guardia nocturna esa noche en el Tacna. Y al amanecer del día 13.

-Aquí hay veintisiete prisioneros, y mañana deben estar los veintisiete.

Los integrantes del GAP (Grupo de Amigos Personales del Presidente Salvador Allende encargados de su seguridad), asesores de Allende y funcionarios de la Policía de Investigaciones que también lo custodiaban, permanecen tendidos en el suelo, boca abajo, en las antiguas caballerizas.

El cabo Venegas ve que están amarrados de pies y manos. Siente que algunos se quejan. En las horas previas, los divisa por el patio del cuartel cuando son trasladados al segundo piso. Ahí opera la Sección II de Inteligencia del regimiento. Su jefe es el capitán Luis Antonio Fuenzalida Rojas.

El cabo presencia que cuando los regresan al lugar donde permanecen detenidos, vuelven con muestras de dolor. Los torturan en los interrogatorios.

Le llama la atención Eduardo Paredes Barrientos, el Coco Paredes. El cabo se fija que, a pesar de los interrogatorios, El Coco siempre permanece entero, dentro y fuera de su lugar de encierro. En el Tacna, el Servicio de Inteligencia Militar, SIM, lo representa la Sección II del cuartel.

El Coco había sido director general de la Policía de Investigaciones. En La Moneda era uno de los asesores de Allende.

En el Tacna se viven frenéticas las últimas horas que pasarán con vida los detenidos el 11 de septiembre de 1973 en La Moneda. Todo se derrumbó. El sueño socialista ha caído bajo las bombas de los Hawker Hunter.

Mientras, en el sexto piso del ministerio de Defensa, se prepara la solución para el destino final de los GAP y asesores de Allende. Ahí, en calle Zenteno con la Alameda, opera la Segunda División del Ejército al mando del general Herman Brady Rocha.

El mismo Pinochet está por esas horas en el patio del regimiento Tacna. Verifica la presencia de los arrestados en La Moneda. Le interesan especialmente los GAP.

Pablo Zepeda Camilliere, es un GAP. Por esas cosas del destino salva con vida. Lo trasladan por error al Estadio Chile. Divisa a Víctor Jara. En el Tacna hay desorden. Órdenes y contra órdenes van y vienen.
La mañana del 11, Zepeda es parte de la escolta del Presidente Allende. Lo trasladan desde la residencia de Tomás Moro hasta La Moneda. Ahí se queda junto a Allende. En la madrugada del jueves 13, Zepeda es testigo de la comitiva que aparece. La encabeza Augusto Pinochet. Lo acompaña el comandante del regimiento Tacna, Joaquín Ramírez Pineda. Escucha que Pinochet pregunta a Ramírez quiénes son esos prisioneros.

-Éstos son los escoltas de Allende, mi general, son los GAP y otros asesores.
-A estos huevones me los fusilan a todos.

Es la orden del dictador.

Lo que Zepeda ve y escucha ese día, es coincidente con lo que el coronel (R) Fernando Reveco Valenzuela me contó una vez. Se lo dijo al juez Juan Guzmán en mayo de 1999:

-Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP.

Frente al cadáver de Allende

Amanece el jueves 13 de septiembre. El comandante Ramírez Pineda llama a su oficina al subteniente Jorge Herrera López.

-Los detenidos de La Moneda serán trasladados hoy al Campo Militar de Peldehue…usted toma el mando, subteniente.

En ese lugar, el Tacna tiene a su cargo parte del predio para entrenamientos militares.

En las horas previas, el subteniente Herrera se ha ganado un prestigio de guerrero. Ataca el Palacio de La Moneda desde la esquina Morandé-Alameda. Comanda su sección con 30 hombres. El ataque ocurre inmediatamente después del bombardeo. Luego, cuando ya se rindieron quienes estaban dentro, ingresa a la sede de gobierno por la puerta de Morandé 80. La puerta está abierta. Entra al Salón Independencia. Ve el cuerpo de Allende semidestrozado, sentado en un sillón. Tiene el fusil que le regaló Fidel Castro entre las manos.

Por Morandé 80, con La Moneda ardiendo, minutos antes bajaban para rendirse los GAP, asesores del Presidente y los funcionarios de la Policía de Investigaciones asignados a la sede de gobierno. Una hora antes, Allende les ordena abandonar el Palacio. Todos se niegan. Se mantienen a su lado cuando el Presidente ve que el combate está perdido.

En su última orden, Allende insiste en que todos salgan del lugar de la refriega. Desde el segundo piso, él bajará al último, les dice. Pero los engaña.

La fila para bajar comienza a armarse. Hay desorden. Tensión. El humo invade los pasillos. Patricio Guijón, médico de Allende, queda de los últimos en la fila.

La columna inicia el descenso. Es la rendición final. Miria Contreras, La Payita, la encabeza. Es la secretaria privada del Presidente. Va levantando un delantal blanco amarrado a un palo.

Entre el estallido de las balas, los últimos de la fila escuchan el grito:

-¡Allende no se rinde mierda…!

Guijón corre al Salón Independencia. Ve el cuerpo de Allende sin vida. Detrás lo sigue el detective Pedro Valverde Quiñones. Este vuelve a salir y grita la noticia:

-¡El Presidenta está muerto…!

Arsenio Poupin Oissel, Subsecretario General de Gobierno, escucha el grito del policía. Retrocede por las escaleras y entra desesperado. Frente al cuerpo de Allende se descuelga del hombro su metralleta. Valverde intuye el suicidio y se le va encima. Le quita el arma y caen al suelo en la reyerta. El policía se apodera de la metralleta. Poupin se deshace de los brazos de Valverde y vuelve al ataque. Corre hacia el cadáver de Allende. Se detiene. Del cinto saca una pistola y a alza hacia su cabeza. El detective salta y voltea a Poupin. La pistola vuela lejos. El detective saca al Subsecretario del salón y ambos se unen a la columna para bajar. La tragedia es más pesada.

El supervisor

El patio del Tacna está vacío. Jueves 13 de septiembre. Son cerca de las 11 de la mañana. Se prohíbe transitar por espacios abiertos del cuartel. El mayor de Ejército Pedro Espinoza Bravo llega al cuartel.
Permanece en comisión de servicio en el Estado Mayor de la Defensa Nacional (EMDN).

Quinto piso del Ministerio de Defensa en Zenteno con Alameda. El jefe es el almirante Patricio Carvajal Prado. El subjefe, el general de Aviación Nicanor Díaz Estrada. Espinoza opera con este último. Pero sostiene una vinculación directa con el almirante Carvajal. También con el comandante en jefe de la II División del Ejército en Santiago, general Brady.

El general está también al mando de la Guarnición Militar de Santiago. Y asume como Juez Militar de la II División. Es la reestructuración del mando en emergencia. En la nueva distribución de mandos, el general Sergio Arellano Stark es ahora el comandante de las tropas asignadas a la Agrupación Centro. Una de las cinco agrupaciones con mando de tropas desplegadas horas antes del Golpe de Estado. Las fuerzas golpistas se dividen Santiago.

Por esas horas, en el sexto piso del Edificio de las Fuerzas Armadas opera un equipo de secretarias. Las coordina el mayor de Ejército, Washington García Escobar. Es el jefe del Departamento II de Inteligencia de la II División de Ejército de Santiago. Reciben llamados telefónicos anónimos. Se inicia la delación. La población denuncia personas “sospechosas”. O simplemente venganzas personales. En los primeros meses tras el golpe, en las calles matan decenas de habitantes. Muchos nunca tuvieron responsabilidad política o penal. El Servicio Médico Legal se repleta de cadáveres por muerte violenta.

De acuerdo al Informe Consolidado de Víctimas de la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR) de 1996, continuadora de la Comisión Rettig, entre el 11 de septiembre de 1973 y el término de ese año, en el país hubo mil 275 personas ejecutadas (calificados como muertos) y 548 personas desaparecidas. Vale decir, sólo en esos tres meses ocurrió el 57,0 por ciento del total de 3 mil 197 víctimas calificadas a 1996, por los informes Rettig y el consolidado de la CNRR.

Desde el quinto piso del edificio del Ministerio de Defensa, el teniente coronel de Ejército, Roberto Guillard Marinot, lee los bandos militares. Los redacta el periodista Federico Willoughby-McDonald Moya. Es el vocero de la Junta Militar.

La primera misión de Pedro Espinoza en el Tacna, ocurre temprano la mañana del miércoles 12. Trae un sobre cerrado. El almirante Carvajal lo envía al comandante del Tacna, Joaquín Ramírez. Pero Espinoza entrega el sobre al segundo comandante, teniente coronel Julio Fernández Atienza. Además, le da una orden:

-Libere de inmediato a los prisioneros que pertenecen a la Policía de Investigaciones. La segunda misión de Espinoza es la principal: supervigilar las ejecuciones de los prisioneros de La Moneda. La orden se la da el almirante Carvajal tal y como lo ordenó Augusto Pinochet.

La cuenta de Seoane

La tarde del 11 de septiembre, al Tacna llegan dos buses con 49 detenidos desde La Moneda. Juan Seoane Miranda los cuenta. Es el jefe de la escolta de la Policía de Investigaciones de Allende:

-En total llegamos 49 al regimiento Tacna. Esa cuenta la sabemos porque éramos 25 en una micro y 24 en la otra: éramos 17 de Investigaciones y otros 32-, dice al juez que investiga el caso La Moneda.

Bajan de los buses. Los prisioneros son obligados a caminar de rodillas con las manos alzadas los últimos cien metros. Los llevan a los boxes donde permanecerán tendidos en el suelo. Insultados. Escupidos. Golpeados y más tarde torturados por los integrantes de la Sección II de Inteligencia del regimiento.

Miércoles 12. Al mediodía llega al cuartel un patrullero de la Policía de Investigaciones. El comisario Santiago Cirio Planes está al mando. Los integrantes de la Policía de Investigaciones son liberados. Seoane lo es al día siguiente. Se cumple la orden de Espinoza y el almirante Carvajal.

Camino al pozo

Mañana del jueves 13. Desde una ventana del segundo piso, el cabo Venegas ve cuándo comienzan a amarrar a los prisioneros de La Moneda. Los PDI ya no están. Uno a uno los atan de pies y manos con alambre. Los lanzan arriba de un camión militar marca Pegaso. Los cubren con una lona.

Por la baranda derecha del camión se encarama el subteniente Servando Maureira Roa. Por la izquierda trepa el suboficial Teobaldo Mendoza Vicencio. Delante, inmediatamente detrás de la cabina, se ubica el cabo Bernardo Soto Segura. El camión lo conduce el suboficial Alfonso Cerón Espino. Son los custodios de los prisioneros camino a la muerte.

Todo está listo. Delante del camión se sitúa un jeep Land Rover que conduce el cabo Manuel Gamboa Álvarez. En ese viajan el subteniente Jorge Herrera y el sargento armero Juan Riquelme Silva. A bordo del jeep cargan la ametralladora Rheinmetall. Detrás del camión se instala otro jeep Land Rover. Lo maneja el cabo Eliseo Cornejo Escobedo. Cierra el convoy una camioneta. En ella viaja el mayor Pedro Espinoza. Viste de civil. Es el mismo Espinoza que luego será el segundo hombre de la DINA detrás de Manuel Contreras y Pinochet, el superior jerárquico.

El comandante Ramírez Pineda ordena la partida. El destino es Peldehue. Cruzan la estación Mapocho y se les une otra camioneta. Transporta personal de civil y otros en uniforme de campaña. En uno de sus brazos lucen un brazalete blanco. El mismo brazalete llevan quienes viajan en la columna hacia Peldehue, al norte de Santiago.

Frente a la Base Aérea de Colina, uno de los detenidos logra incorporarse. Trata de apoderarse del arma de uno de los custodios. Se da cuenta que no es un traslado a otro lugar de detención… los van a matar.
El subteniente Maureira dispara al prisionero su fusil SIG. El suboficial Teobaldo Mendoza está en la línea del disparo. La trayectoria de la bala le hiere levemente una mano que sangra. La columna no se detiene.

Últimos minutos de vida

La columna arriba al lugar. Será la tumba de los hombres de Allende. El subteniente Jorge Herrera ordena al cabo Cornejo mantenerse arriba del camión. Que vigile a los detenidos.

El cabo Luis Sánchez Garay es el cuidador del predio. Sale de su casa donde vive con su familia. Cerca están las instalaciones del rancho y comedor para las campañas de entrenamiento. El teniente Herrera se baja del jeep. Se dirige al militar en tenida de civil. Es Pedro Espinoza, que esa mañana ejerce el mando superior por sobre la oficialidad del Tacna. Él representa las órdenes para matarlos.

Herrera le rinde cuenta del arribo del convoy. Pone a los detenidos a su disposición. Pedro Espinoza niega en el proceso su presencia y mando. Evidencias judiciales y señas personales que lo describen lo desmienten. Ordena el descenso a los detenidos.

Uno a uno, los otros dos en tenida civil unidos al convoy, comienzan a bajar los prisioneros del camión. Antes les cortan las amarras de los pies. Que caminen en dirección a un pozo seco profundo.

El subteniente Herrera se prepara para accionar la Rheinmetall. Está afirmada en su trípode. La instala sobre una mesa que traen del sector del rancho. Detrás de Herrera se sitúan otros hombres del Tacna. Subteniente Servando Maureira, suboficial Alfonso Cerón y el cabo Bernardo Soto. Dispararán también sus fusiles y pistolas. Los hombres de Allende recibirán fuego nutrido.

El primer prisionero camina veinte metros al norte. Espinoza ordena que se detenga al borde del pozo. Sabe que va a morir. Grita: ¡Viva la revolución socialista…Viva Allende! Herrera ametralla. Lo siguen Maureira, Cerón y el cabo Soto. El prisionero cae al pozo.

Encuentro en Peñalolén

Los dos civiles retroceden para sacar al segundo hombre de Allende. El cabo Cornejo se percata que el detenido herido en su intento de liberarse está muerto. Hay un charco de sangre sobre el piso del camión. Sacan dos prisioneros y les cortan las amarras de los tobillos. Que carguen el cuerpo del prisionero muerto y lo tiren al foso. Que después se paren frente al pozo de espalda a la ametralladora. El subteniente Herrera dispara. También los otros. Nunca se supo quién fue el prisionero que se rebeló.

Así transcurre la muerte. Uno a uno. Gritan consignas antes de morir. Ametrallados por la espalda. De pronto el subteniente Herrera no puede más. Explota. No puede seguir disparando.

-Alcancé a dar muerte a cinco personas…no pude seguir…dejé que los otros siguieran matando.

Me lo dijo veintinueve años después. Lo ubiqué en su casa en la comuna de Peñalolén. Salió pálido cuando cruzó la puerta.

-Hablemos afuera por favor, no quiero que escuche mi familia.

Me extrañó que aceptara hablar. Sabía de qué se trataba. Lo llamé primero por teléfono.

Nos sentamos alrededor de un muro bajo que rodea un jardín. Por primera vez cuenta públicamente detalles de ese día 13.

-Le pido por favor que nunca mencione mi nombre en lo que escriba, se lo pido por mis hijos y mi esposa.
Lo pide llorando. Nunca deja de llorar las dos horas que hablamos. Se arranca cueros de sus manos resecas.

-Por favor, no me traicione…quiero volver a creer en el ser humano… ya que me ubicó, protéjame.

Me demoro en volver a hablar. La situación me paraliza por segundos. Sus lágrimas. Sus manos heridas. Su mirada implorando misericordia. Pienso en la ametralladora que disparó. Los compañeros de Allende cayendo al fondo del pozo. Asesinados por la espalda.

-Si usted me lo pide, y ya que aceptó hablar conmigo sabiendo que es para publicarlo, no voy a mencionar su nombre-. Eso recuerdo que le dije.

No publicamos su nombre. Lo mencioné como El subteniente.

La crónica fue publicada en La Nación Domingo del 8 de diciembre de 2002. Portada: “Yo maté a los prisioneros de La Moneda”.

Al borde del pozo

El cabo Eliseo Cornejo baja del camión. Ya no quedan prisioneros. Se acerca al pozo. Ve, escucha. Algunos todavía están vivos. Se quejan.

Pero Cornejo miente cuando una mañana hablé con él.

-Yo nunca me acerqué al pozo… quedé siempre como a cien metros. Todo lo que ocurrió solo lo escuché a la distancia… sentí las ráfagas de la ametralladora y después disparos de armas largas y cortas… también sentí las explosiones de las granadas…

Al juez le dijo la verdad. Todos se acercaron al pozo. Él también. Vieron como sufrían los que quedaban vivos.

-En ese momento, uno de los civiles que hacía de jefe del grupo, de unos 45 años de edad, cabello semicano, estatura mediana, contextura gruesa que podría corresponder al entonces mayor Pedro Espinoza Bravo, ordenó que fueran arrojadas granadas al fondo de la fosa.

Lo declaró Cornejo en el proceso. Sí… su descripción coincide absolutamente con quien fue el segundo de DINA, Pedro Espinoza.

El sargento Juan Riquelme entrega las granadas. Las trajo del regimiento. Al borde del pozo disparan a los que aun están vivos. Ya ninguno gime. Arrojan las granadas. Las paredes del pozo se desmoronan. Ahora están sepultados para siempre. ¿Para siempre…?

Los efectivos del Tacna trabajan rellenando el pozo con tierra. Todo ha terminado. Espinoza reúne o todos alrededor de la Rheinmetall. Lanza su proclama:

-Este acto fue ejecutado por el bien de la Patria. Estamos liberando al país del marxismo. No tengan cuidado, nada les sucederá, porque nunca se sabrá lo ocurrido aquí.

La orden de Pinochet está cumplida: Me los fusilan a todos…

En Pascua militar

El mayor Joaquín Molina Fuenzalida es el comandante del Grupo de Artillería del regimiento Tacna. La unidad operativa del cuartel. Transcurren los primeros minutos pasado el mediodía del sábado 23 de diciembre de 1978. En el Tacna, como en todos los cuarteles, se celebra la Pascua del Soldado. Los funcionarios concurren ese día con sus familias. La Navidad Militar. Los hijos reciben regalos.

Temprano, esa mañana al cabo Eliseo Cornejo lo siguen dos civiles. Apura el paso para ingresar a su regimiento. Cree un asalto. Escucha el grito:

-¡Deténgase…!
Cornejo entra rápido al cuartel.

-Recuerdo que eran tipo siete y media de la mañana… era diciembre y al bajarme del metro Rondizoni, me voy caminando al Tacna que es una cuadra. De repente escucho… deténgase… me dicen… me apuré y ellos también se apuraron.

Hablé con él una mañana en el Paseo Bulnes. Preparaba una crónica para La Nación Domingo.

Minutos después, el comandante del Tacna, entonces coronel Ricardo Canales Varas, llama al cabo Cornejo.

Que venga a su despacho. Cornejo entra y ve a los dos civiles que lo seguían. Esperan sentados en un sillón.
El cabo se acuerda de aquel dialogo:

-Cabo, usted tiene que ir con estos señores…

-Pero mi comandante, si no sé quiénes son estos señores, ellos me venían siguiendo…

-No se preocupe, vaya tranquilo… ellos lo van a llevar y después lo van a traer de vuelta al regimiento.

¡Diga dónde están!

El comandante Canales está informado. Cornejo debe concurrir ante el general Enrique Morel Donoso. Es el comandante de la II División del Ejército con asiento en Santiago. Debe informarle donde están escondidos los cuerpos. El comandante Canales vuelve a tranquilizar al cabo y le ordena:

-Diga todo lo que le pregunten.

Los dos civiles lo suben a un auto. Van al quinto piso del Ministerio de Defensa. Lo dejan en una sala de espera y pronto aparece el general Morel:

-Dónde escondieron lo cuerpos Cornejo, usted sabe.

El cabo vacila antes de responder. Es un secreto militar y fue obligado a guardar silencio. Pero tiene la venia de su comandante para hablar. Y ahora lo interroga un general. De manera seca pero amable. El gesto del general le transmite ese temor de parar al mismo destino final si no habla. Sabe que muchos de sus compañeros subalternos viven con ese miedo si no cumplen órdenes. Lo conversan entre ellos.

-Quédese tranquilo Cornejo. Hay que limpiar la zona. Diga dónde están. Indíqueme el lugar exacto.
Cornejo entrega las coordenadas. Pero su tarea no termina ahí con solo revelar el secreto. El general Morel lo manda de vuelta al regimiento. Antes le da una orden:

-Usted debe integrar el grupo que hoy irá a buscar esos cuerpos para sacarlos.

No le dice el destino que tendrán los cadáveres. Tampoco Cornejo pregunta. Es la solución final para los caídos que permanecen muertos y desaparecidos, enterrados en fosas clandestinas.

Las balas de Mamito

Los mismos hombres llevan al cabo de regreso al Tacna. Cornejo se presenta ante su comandante Canales. Este le comenta que está enterado de todo. Le ordena ponerse a disposición del jefe de la Sección II de Inteligencia del regimiento, el capitán Luis Fuenzalida Rojas, El Pelao Fuenzalida.

-Cuando me devuelven a la unidad se preparó altiro un equipo. Yo voy con personal de Inteligencia del regimiento al mando del capitán Luis Fuenzalida -, dice Eliseo Cornejo en nuestro encuentro.

El capitán Fuenzalida será el jefe de la operación. La orden del desentierro la recibe de su superior, el mayor Joaquín Molina Fuenzalida. A éste se lo ordena su comandante Canales, como se lo ordenó esa misma mañana el general Morel.

Diez años más tarde, Molina morirá baleado en una fiesta familiar por el Mamito. Hijo del jefe de la DINA, el “Mamo” Manuel Contreras. La cantante Gloria Benavides queda viuda.

Aquí están

La mañana del 23 de diciembre de 1978, el capitán Fuenzalida alista un vehículo. Es una Chevrolet C-10. Las usadas por la DINA para trasladar cuerpos de prisioneros a Peldehue. Destino final repetido: desde los helicópteros PUMA al mar. En la camioneta viaja toda la Sección II de Inteligencia del Tacna. En el mismo vehículo se instala el cabo Cornejo junto al capitán Fuenzalida.

Los desenterradores a cargo de sacar los cuerpos viajan más tarde. Todos cabos instructores del cuadro permanente del Tacna. Primero Cornejo debe ubicar el pozo. La retroexcavadora está lista. Poco demora el cabo. No ha transcurrido tanto tiempo.

-Cuando llegamos yo les dije aquí… aquí están. Yo sabía que años atrás se trató de hacer una noria para captar agua. Era un pozo grande… doce a quince metros de profundidad y de unos tres metros ancho… yo les dije aquí…

Cornejo recuerda con detalles, a pesar del tiempo transcurrido. Sus dichos la mañana que lo encontré, coinciden exactamente con lo establecido en la investigación judicial.

Había que limpiar la zona, como lo hicieron a lo largo del país. La dictadura hace correr una versión oficiosa: el inminente estado de guerra con Argentina. Se inicia la Operación Retiro de Televisores. Así la llamaron.

La verdad es otra. El hallazgo de 15 cuerpos de campesinos asesinados en Lonquén, localidad rural al sur poniente de Santiago. Noviembre de 1978.

Suenan las alarmas. Pinochet convoca a su círculo íntimo. Resuelve: hay que sacar todos los cuerpos escondidos. Revuelo por probables nuevos hallazgos pondría a Chile en desventaja con Argentina. La orden llegó a todos los regimientos del país. Sacar los cuerpos de todas las tumbas clandestinas. Y hacerlos desaparecer. La orden se envió en un criptograma.

Cuando hablé para mi diario con el general Odlanier Mena, que fue el jefe de la CNI, sucesora de la DINA, me repitió la versión grotesca que antes había dicho públicamente. La solución humanitaria: desenterrar para resolver cómo entregar los cuerpos a los familiares.

Borrachos

Ubicado el pozo, el capitán Fuenzalida ordena por radio al Tacna. Que salga el pelotón desenterrador. Salen a bordo de un camión militar Mercedes Benz, modelo Unimog (Universal Motor Gerät). Vehículo mediano multiuso.

Son los cabos instructores Sergio Medina Salazar, Isidro Durán Muñoz y Fernando Burgos Díaz. Al camión sube también el cabo enfermero Darío Gutiérrez de la Torre. El capitán Fuenzalida toma precauciones. Enganchar al cabo Gutiérrez por si, dado de lo que se trata, alguno sufre alteración de salud.

La retroexcavadora cava cuatro metros de profundidad. Aparece el trozo de riel indicado por el cabo Cornejo. Bajo éste están los cuerpos. La excavación continúa sólo con palas y chuzos. Aparecen los primeros. Los cabos instructores saltan al fondo del pozo. Se les une el cabo Gutiérrez, el enfermero.

-Estaban casi intactos, con ropas. Al ingresar oxígeno se aceleró la descomposición produciéndose un olor espantoso.

El cabo Burgos lo recuerda en el proceso judicial.

Comienza a oscurecer. Encienden las luces de los vehículos para alumbrar. El fondo del pozo lo iluminan con un reflector. Las luces hacen más dantesca la visión. Ahora hay sombras que se mueven. Desde arriba les lanzan sacos paperos transportados en el camión. Hay que empezar a ensacar. Advierten que los cuerpos no caben completos en los sacos. Algunos se desmembraron por las granadas. Eso les facilita ponerlos dentro de los sacos.

En la maniobra, al cabo Burgos le salta un pedazo de carne descompuesta de un cuerpo. Se lo traga involuntariamente. Grita que le tiren algo para tomar. Le arrojan una botella de pisco. De la botella toman todos en el fondo del pozo. Hay que espantar el horror. Luego arriba siguen tomando y terminan embriagados.

El capitán Fuenzalida previó el costo de la tarea y subió dos cajas de pisco a la camioneta. Las botellas terminan vacías.

Lo mismo ocurre en el desierto de Calama. En enero de 1976, terminan borrachos los desenterradores de los 26 cuerpos asesinados por la Caravana de la Muerte el 19 de octubre de 1973. Son lanzados al mar a bordo de un avión C-47 de la Fuerza Aérea.

Veinte…treinta…?

Con cuerdas suben los cuerpos ensacados. ¿Cuántos desentierran esa noche del 23 de diciembre de 1978? Mientras, en el Tacna la fiesta por la Pascua del Soldado va llegando a su fin. Los hijos de los funcionarios están felices con los regalos.

Los desenterradores no concuerdan en las cifras. En el proceso algunos dicen veinte. A otros les parece menos. A otros más. El cabo Cornejo cuenta entre veinte y veintitrés. Esa noche el pisco nubla la mente. Juega a favor del olvido.

¿Cómo duermen después? ¿Con qué sueñan? ¿Cuántas órdenes iguales cumplen luego? ¿Qué regalan esa noche a sus hijos?

La cifra más precisa es la del cabo Arturo Venegas. La reafirma en la investigación judicial. Los que estaban en las antiguas caballerizas la madrugada del 13. Los que debió vigilar:

-Aquí hay veintisiete prisioneros, y mañana deben estar los veintisiete.

Esa tardenoche de la Pascua del Soldado, mientras ensacan los cadáveres en el fondo del pozo, el enfermero Gutiérrez de la Torre cuenta treinta y tres.

No hay certeza sobre la hora en que terminan de ensacar los cuerpos y subirlos al camión Unimog. Pero fue tarde esa noche.

Termina la tarea al fondo del pozo. Los desenterradores suben a la superficie. Asqueados. Borrachos. Cansados. Pero arriba comen sándwiches de jamón. Atención del capitán Fuenzalida. Los tenía preparados. Comen y siguen tomando pisco. Mañana es Nochebuena.

El vuelo del PUMA

El camión con los cuerpos se dirige a una explanada del predio. Esperan la llegada de un helicóptero PUMA. Se elevará desde el aeródromo de Tobalaba. Ahí opera el Comando de Aviación del Ejército. El CAE.
La máquina llega. Recién entonces, el capitán Fuenzalida revela el destino final: serán lanzados al mar. El cabo Cornejo lo recuerda en el juicio.

El PUMA sufre un desperfecto al aterrizar. No puede cumplir la misión esa noche. El escuadrón regresa al regimiento. Dejan una guardia cuidando los cuerpos.

El helicóptero solo regresa dos días después. El día después de Navidad. El recuerdo del enfermero Gutiérrez en el proceso es preciso. El día 26 trabajó. Al atardecer lo buscan en su casa. Llegan en un Jeep Toyota del regimiento. Lo llevan al aeródromo de Tobalaba. Lo suben a un helicóptero y aterrizan en Peldehue frente al polígono de tiro. Entre él, el piloto y copiloto del PUMA cargan los cuerpos a bordo. Los sacos tienen peso. Se elevan rumbo a la costa. Gutiérrez divisa las calderas de la Fundición Ventanas.

Quintero está cerca. San Antonio al sur, no lejos. Dan un giro, arrojan los cuerpos, y regresan a Tobalaba.

Los hombres de Allende desaparecen para siempre. En el fondo del mar. Como desaparecieron cientos.

Identificados

El informe de las Fuerzas Armadas con el destino final de 200 prisioneros, contiene los nombres de siete de ellos. Se construyó con la información recolectada en la Mesa de Diálogo de Derechos Humanos los años 1999-2000. Siete, de los quince identificados por el Servicio Médico Legal y laboratorios extranjeros.

Identificados a partir de pequeños restos óseos que quedaron del desentierro. Todos por ADN.
Fueron encontrados en marzo de 2001 en el fondo del pozo. El hallazgo fue posible por la información contenida en aquel informe de las FFAA.

La ministra de la Corte de Apelaciones de Santiago, Amanda Valdovinos, dirigió la búsqueda. Encontraron quinientas piezas óseas remanentes de la remoción.

El informe de las FFAA contiene los nombres de los GAP: Óscar Lagos Ríos, Julio Moreno Pulgar, Julio Tapia Martínez y Juan Vargas Contreras. Además de los asesores de Allende, el ingeniero comercial Jaime Barrios Meza, el sociólogo Claudio Jimeno Grendi y el médico psiquiatra, George Klein Pipper.

Como destino final figura: “Mar San Antonio, 10 millas”.

Epílogo judicial

El 13 de agosto de 2009, la Sala Penal de la Corte Suprema dicta sentencia definitiva en el episodio Peldehue-LaMoneda, parte de la Operación Retiro de Televisores.

En ella se confirman las nueve condenas a 270 días de reclusión, por el delito de exhumación ilegal establecido en el artículo 322 del Código Penal, a las que el 10 de junio de 2008, la Octava Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago sentenció a nueve participantes en este episodio.

Los condenados por la Sala Penal de la Corte Suprema fueron: El general Fernando Darrigrandi Márquez (comandante del CAE a 1978), los coroneles de Ejército, Ricardo Canales Varas y Luis Fuenzalida Rojas, y los suboficiales de Ejército: Eliseo Conejo Escobedo, José Canario Santibáñez, Darío Gutiérrez de la Torre, Fernando Burgos Díaz, Isidro Durán Muñoz y Sergio Medina Salazar. Los mencionados se encontraban en situación de retiro al momento de las condenas.

Esta vez, los tribunales chilenos no aceptan en sus resoluciones el concepto de que los condenados cometieron simplemente el delito de exhumación ilegal. Afirman que la acción de desenterrar los cuerpos y hacerlos desaparecer definitivamente arrojándolos al mar, es un delito conexo con aquellos de lesa humanidad cometidos inicialmente contra los hombres del Presidente Salvador Allende.

¿Se habrán encontrado las almas del Chicho con las de sus hombres? Quizás el alma suya los buscó en las profundidades del océano. El Pacífico es tormentoso. Helado. ¿Hacia dónde los llevaron las mareas?

El mar es un idioma antiguo que no alcanzo a descifrar (Jorge Luis Borges)

 

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