México | #Elecciones2024: el Consejo Nacional de MORENA y sus precandidaturas – Por Ricardo Orozco

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#Elecciones2024: el Consejo Nacional de MORENA y sus precandidaturas

Ricardo Orozco*

La celebración del Consejo Nacional del Movimiento de Regeneración Nacional, el pasado domingo 11 de junio, marca el comienzo de los trabajos que este partido y, en menor medida, sus dos principales aliados, emprenderán a lo largo del siguiente año para garantizar que el proyecto de nación construido en sus bases por López Obrador durante su administración sobreviva al relevo presidencial de 2024 y, o bien se halle en condiciones de profundizarse o bien, en todo caso, por lo menos se sostenga en lo que hay de fundamental en él.

En principio, el evento en cuestión era importante para el propio partido y para su probable aunque no inevitable coalición con el Partido del Trabajo y el Verde Ecologista (que hacen parte de esa alianza más por pragmatismo que por convicción) debido a que de sus resolutivos dependerían las reglas que habrán de normar, en los meses que siguen, la forma en que los perfiles que compiten por la candidatura oficial y definitiva de MORENA para contender por la presidencia de la República el año próximo deberán de seguir si lo que se pretende, en general, es, por un lado, en efecto conseguir la victoria electoral para el Movimiento fundado por López Obrador y, por el otro, evitar cualquier tipo de rupturas que sean capaces de minar la continuidad programática de la 4T durante los siguientes seis años (o, en el peor de los escenarios, entregar el futuro del país a una oposición que durante todo este sexenio no ha hecho más que mostrar su faceta más reaccionaria y miserable).

Pero también, en segunda instancia, lo era porque, en los hechos, la totalidad del procedimiento involucrado en su celebración y en los resolutivos que saldrían de él representa una verdadera ruptura respecto de algunas de las principales y más arraigadas prácticas de la cultura política que solidificó el presidencialismo priísta en el seno del régimen político mexicano, nacido de la Revolución de principios del siglo XX. La primera de ellas, por supuesto, la que en la jerga de la política oficiosa nacional se bautizó como el dedazo (es decir, la de la designación presidencial de su sucesor al cargo, garantizando que esa persona y nadie más resultase victoriosa en los comicios que habrían de sustituirle), y cuyo correlato estaba constituido por el tapado (esto es: el ocultamiento del verdadero sucesor del presidente en funciones hasta que los tiempos políticos fuesen los indicados para garantizar su victoria; lo que a menudo implicaba sobrexponer a chivos expiatorios que desviaban la atención del electorado, de los medios de comunicación y de otros actores políticos de la verdadera candidatura elegida a dedazo).

¿Qué tanto, sin embargo, los acuerdos alcanzados durante la jornada del domingo tienen la capacidad de garantizar que esa fractura en la cultura política nacional origine prácticas mucho más demócratas, libres e igualitarias en la selección de candidaturas a cargos de elección popular y, en consecuencia, que los perfiles extraídos de ellas sean los mejor calificados para ejercer los cargos por los que postulan?

De entrada, si se piensa en los resultados obtenidos por MORENA en los comicios de Coahuila (una de las dos elecciones estatales celebradas a principios de junio de este año, junto con la del Estado de México), lo primero que parece quedar claro es que el método de las encuestas orientadas a sondear la popularidad de la que gozan entre la ciudadanía los candidatos y las candidatas del partido a cargos de elección popular no siempre va a garantizar que los perfiles más conocidos y/o más populares entre el electorado serán los mejores para competir por los puestos a los que aspiran. Y es que, si bien es verdad que en Coahuila por un lado MORENA y sus aliados no fueron en unidad y, por el otro, la maquinaria electoral de los partidos de oposición en la entidad trabajó a su máximo potencial para garantizar su victoria ante el Movimiento de Regeneración Nacional, no es menos cierto que el candidato del partido en la entidad, aunque demostró su popularidad en las auscultaciones que se realizaron para legitimar su postulación, también probó ser un incompetente.

En el caso de las encuestas propuestas por el Consejo Nacional de MORENA para seleccionar a su perfil presidencial para el siguiente sexenio, sin embargo, las cosas parecen estar operando (y que operarán) de manera significativamente distinta, aunque no necesariamente porque el método de definición de dicha candidatura se haya depurado en su metodología y refinado en su contenido sino, antes bien, debido a que dos de los perfiles que participarán en ella (los dos que parecen contar con una mayor convicción de dar continuar al legado del obradorismo entre el 2024 y el 2030: Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum), aunque tienen trayectorias profesionales mucho más antiguas y amplias, desde 2018 han demostrado contar (además de con la popularidad) con la preparación, las capacidades y la experiencia suficientes y sobradas como para sobreponerse a los retos que les deparará el cargo al que aspiran ejercer a partir del siguiente año.

En ese sentido, repetir un coahuilazo, pero de proporciones nacionales (en referencia explícita a la derrota que sufrió el Movimiento en los comicios para gobernar Coahuila), no parece ser, ni de lejos, un escenario que se pueda dar, a menos de que, a partir de su designación como candidato o candidata de MORENA a las votaciones de 2024, en septiembre próximo, Sheinbaum o Ebrard incurrieran en todos los errores posibles de cometer para minar su propio éxito y entregar la presidencia a una oposición que sigue sin recomponerse orgánicamente y que sigue sin ser capaz de ofrecer al pueblo de México un proyecto alternativo al del propio obradorismo. Lo cual, dicho sea de paso, tampoco parece ser el caso ni de él ni de ella.

No. Las principales falencias del proceso de designación de candidatura presidencial del partido, aprobado por el Consejo Nacional de MORENA el domingo pasado no se derivan de la aceptación de las encuestas como el mejor mecanismo de auscultación con el que cuenta el partido para tomar una decisión al respecto sino que, antes bien, se deprenden de otras dos medidas que, se entiende, se tomaron para garantizar que ni el partido ni el Movimiento de masas que lo anima verdaderamente se fracturaran, posiblemente sin que ello pusiera en peligro el triunfo en los comicios de 2024, pero sí acarreando el riesgo de que, a lo largo del siguiente sexenio, las fuerzas políticas al interior tanto del partido como del Movimiento se balcanizaran. A saber: por un lado, están los cortísimos tiempos de promoción que se dispusieron para la y los contendientes; y, por el otro, la explícita prohibición que se les impuso de debatir entre sí los proyectos de gobierno y de nación que cada perfil propone al electorado. ¿Por qué?

Las razones que explican el primer problema son más o menos fáciles de reconocer: entre los dos principales perfiles que contienden por la candidatura de MORENA a la presidencia de la República, a lo largo del sexenio que aún no concluye, medió una diferencia de naturaleza institucional que era insalvable y que, en los hechos, sí le confirió a Sheinbaum una mayor proyección, un mayor reconocimiento y una mayor popularidad entre la población, en general, que la que pudo haber conseguido en el mismo periodo de tiempo Marcelo Ebrard.

En efecto, el de Canciller es un cargo ministerial que no se elige en votaciones y que, por esa razón, no ofrece tantas oportunidades ni tantas posibilidades de promoción popular como uno que sí es de elección. Aunado a ello, es uno que durante estos cinco años estuvo directamente bajo la sombra del presidente más carismático, protagónico y mediático que ha tenido México en décadas. Y por si eso no fuese poca cosa, es un cargo cuyas labores el electorado mexicano no suele valorar como trascendentales para la definición de la política nacional. El de la gobernadora de la Ciudad de México, por lo contrario, es de naturaleza intrínsecamente de elección popular, lo que le permitió, a lo largo de estos años, aunado a contar con un grado mucho más amplio de acción política encaminada a construir su propia candidatura, disfrutar de unos márgenes de exposición pública con una independencia relativa mayor que la del Canciller respecto de la figura de López Obrador (aunque es claro que públicamente ninguna de las dos figuras, ni la de ella ni la de él, era disociable de la de Andrés Manuel).

En ambos casos, la diseminación en el país de la pandemia de Covid-19 sin duda introdujo algunos matices en esta distinción, pues él, como Secretario de Relaciones Exteriores, adquirió un protagonismo inédito en la historia reciente del Estado mexicano e inigualable en relación con sus pares dentro del gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador (quizá sólo por debajo del asumido por Hugo López-Gatell a nivel nacional); y ella, por su parte, en tanto que gobernadora de la ciudad capital del país, por haber destacado tanto en su gestión de la propia pandemia cuanto en la profundidad de la cooperación que estableció con el gobierno federal, sin que ello implicara renunciar a tomar distancia en medidas que el gobierno capitalino consideraba que debían de ser distintas de las federales. Esta situación, sin embargo, fue circunstancial para Marcelo Ebrard, no así a para Claudia Sheinbaum.

De aquí es de donde se derivan las dificultades que se deprenden de la decisión tomada por el Consejo Nacional de MORENA sobre los tiempos de promoción personal previo a las encuestas: con todo y la coyuntura de la pandemia y muy a pesar de las actividades que comenzaron a hacer durante sus fines de semana y tiempos libres (ella con giras de trabajo, él promocionando su libro autobiográfico), Sheinbaum y Ebrard no parten desde la misma línea de salida en la cerrera por la candidatura presidencial morenista, y tampoco podrán recurrir al mismo tipo de gestos simbólicos que fueron acumulando a lo largo de los últimos cinco años para potenciar su imagen. Claudia, por ejemplo, por haber servido en un cargo de elección popular, si puede contar en su archivo histórico político con gestos de Andrés Manuel en los que el presidente le levanta el brazo (en un claro gesto de triunfalismo), mientras que Marcelo no. Pero esto, no tanto y no primordialmente —como tanto se ha insistido en interpretaciones simplistas de ese tipo de gestos de López Obrador con la Jefa de Gobierno capitalina—, debido a que Andrés Manuel tenga preferencias por ella, en detrimento de Ebrard, sino porque la naturaleza de su cargo permite (e incluso demanda) ese tipo de gestos.

A estas alturas de la contienda, sin duda resultaría inviable ampliar los tiempos de promoción de los precandidatos y la precandidata para conseguir nivelar un poco más el piso desde el cual comenzarán a construir sus estrategias. Sin embargo, ello no debe de obviar que el problema está ahí y que condicionará en gran medida los resultados que se obtengan de la auscultación.

Ahora bien, ¿qué sucede en relación con el segundo problema que introdujo en la contienda la explícita prohibición que se les impuso a la precandidata y los precandidatos de debatir entre sí los proyectos de gobierno y de nación que proponen al electorado? Aquí las dificultades tampoco son menores, y también tienen que ver con qué tanto esta determinación podría o no nivelar el piso de la contienda. En principio, no obstante, quizás habría que aclarar que fue un verdadero acierto acompañar a esta prohibición de otra más: la concerniente a no recurrir a medios de comunicación masiva que se hayan mostrado reaccionarios (ojo: no sólo adversos, pues la adversidad es intrínseca a todo sistema democrático, sino reaccionarios) en contra de la 4T y del obradorismo. Y lo fue por una razón muy sencilla: obliga a las y los aspirantes a cargos de elección popular de MORENA a que, en la construcción de sus candidaturas, además de privilegiar el trabajo de base, sobre el territorio, rompan con las inercias que en los últimos tres o cuatro sexenios previos al mandato de López Obrador (desde Vicente Fox hasta Enrique Peña Nieto, y particularmente en tiempos de éste, que fue por completo hechura de televisoras como Grupo Televisa) habían facilitado la captura de los procesos electorales municipales, locales y federales por parte de grandes corporaciones mediáticas.

Pensando en precandidaturas como la de Ricardo Monreal, por ejemplo, indudablemente este veto mediático por parte del Consejo Nacional de MORENA era condición indispensable para evitar que personajes como él dinamitaran desde dentro al propio Movimiento y al obradorismo; tal y como lo demostró en innumerables ocasiones el propio Monreal: primero, en 2017, cuando López Obrador no lo favoreció como candidato a ocupar la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México; y luego, a lo largo del sexenio, cuando, como Senador y presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara alta, sistemáticamente operó en contra de la agenda legislativa de Andrés Manuel como forma de chantaje si esta vez el ahora titular del poder ejecutivo federal no lo favorecía con la candidatura presidencial en 2024.

Pero regresando al problema de la prohibición de debatir entre precandidatos y precandidata, acá lo que no habría que perder de vista es que, mediante dicho veto, MORENA pierde la oportunidad de introducir un cambio más en la cultura política del país. A saber: la necesaria modificación de los términos en los que hasta ahora siguen desarrollándose los debates políticos entre aspirantes a cargos de elección popular; ejercicios que, invariablemente, terminan por convertirse en circos en los que los perfiles de los y las contendientes en lugar de discutir afirmativamente, recurren a los ataques, a los escándalos y a las campañas sucias (como las que vivió López Obrador desde sus años como Jefe de Gobierno del Distrito Federal), reduciendo al ejercicio de la política y al esfuerzo electoral por ocupar cargos públicos a un espectáculo en el que gana a quien menos escándalos se le hayan expuesto públicamente y quien más basura haya arrojado sobre los adversarios y las adversarias.

Al impedir MORENA que sus precandidatos y su precandidata debatan sus proyectos de gobierno y de nación (previendo que un debate plausiblemente podría convertirse en un espectáculo de escándalos, sin materia de discusión y análisis), además de contener el necesario cambio de paradigma en la comunicación y el debate políticos entre futuros funcionaros públicos y futuras funcionarias públicas, también desincentiva por completo que la ciudadanía pueda acceder a la posibilidad de contrastar las propuestas de cada perfil, unas con otras, sin tener que depender de la mediación de corporaciones mediáticas, pues en tanto que cada aspirante privilegiará los sectores en los que cree contar con un mayor grado de popularidad, el grueso de la ciudadanía sólo podrá hacer esa valoración de ideas, de proyectos y de propuestas una vez que los medios de comunicación hagan ese ejercicio de revisión, de síntesis y de diferenciación (con todos los riesgos que eso conlleva en tiempos en los que las secciones de editoriales de los medios impresos, digitales y audiovisuales se han llenado de comentócratas rabiosamente virulentos en contra de todo lo que se proponga desde el obradorismo).

Mucho más sano y democrático sería, por lo contrario, favorecer ejercicios de debate que, al mismo tiempo que puedan romper con viejas inercias y prácticas, sean capaces de ofrecer a la ciudadanía que decidirá la candidatura oficial y definitiva de MORENA a las elecciones del 2024 una visión de conjunto, de todos los perfiles que participarán en ella. Además, si se ha de respetar la decisión del Consejo de integrar al segundo y al tercer lugar de la encuesta en el gobierno que iniciará labores el año próximo, lo mejor que se podría hacer desde ahora es empezar a construir ese proyecto de gobierno y de nación en conjunto, precisamente a partir de los aportes y de la confianza que la permanente deliberación entre integrantes del mismo Movimiento podrían abonar. Después de todo, ¿qué mejor prueba sobre la unidad del Movimiento podría haber que la de resistir el recurso al cretinismo que suele saturar el debate político en tiempos electorales?

En última instancia, y a juzgar por las declaraciones y los gestos simbólicos más o menos velados que cada contendiente a la candidatura de MORENA por la presidencia de la República ha hecho en el último par de años, es claro que diferencias ideológicas y programáticas convertidas en ataques han habido. No permitir la ventilación de esas contradicciones, de manera respetuosa y democrática por medio de la deliberación pública y permanente podría acarrear un peligro mayor que aquel que se pretende evitar: que las presiones y las frustraciones acumuladas lleguen a estallar intempestivamente en algún momento, sin la posibilidad de que las fracturas salidas de esa situación se puedan resarcir el sexenio que entra. Y ese es un lujo que no se puede dar ninguno de los precandidatos ni la precandidata de MORENA, en el entendido de que ni ellos ni ella cuentan con el carisma, la autoridad moral y el capital político que sí dispone Andrés Manuel.

*Ricardo Orozco, internacionalista y posgrado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. @r_zco

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