Argentina | Ninguna ley se hace en soledad: una historia de los orígenes de la Ley de equidad de género en medios de comunicación – Por Agustina Paz Frontera y Flor Alcaraz
Ninguna ley se hace en soledad: una historia de los orígenes de la Ley de equidad de género en medios de comunicación
Por Agustina Paz Frontera y Flor Alcaraz
Este 8 de junio, después de dos años de su sanción y una campaña empujada por la Red Federal por la Ley de Equidad en Medios para pedir reglamentación ya, el gobierno nacional publicó en el Boletín Oficial el decreto de reglamentación. Es el punto de partida para su implementación. En este artículo, publicado originalmente en el libro “Equidad de géneros en medios: desafíos de un nuevo paradigma comunicacional”, las directoras de LatFem reconstruyen su historia.
Ninguna lamparita se enciende en soledad
El trayecto de esta iniciativa tiene decenas de bifurcaciones. Para contar su historia hay relatos institucionales y también íntimos que reconstruyen ese recorrido. Además está el momento tan inolvidable como epifánico en el que una compañera dice “¿Y si hacemos una ley?”. Para narrar el surgimiento de la idea, el corrimiento de nuestra imaginación hacia un lugar que no estaba en los planes ni en los deseos, hay que dar cuenta de la intimidad de LatFem. Buscar en los archivos de nuestros grupos de Whatsapp la conversación que fue el puntapié. Nos movía la bronca de reparar una situación injusta. Somos un equipo de profesionales y activistas feministas compuesto por periodistas, comunicadoras, escritoras, investigadorxs, fotógrafas, ilustradoras y diseñadoras que trabajamos juntas desde 2017. Pero antes de todo eso somos amigas. Todas trabajamos en medios tradicionales en la previa y durante el proceso en el que empujamos nuestro propio proyecto periodístico que es LatFem. Y casi a diario hacemos catarsis de lo que significa trabajar en los medios tradicionales, el museo vivo del patriarcado: los desplantes, las subestimaciones, los comentarios sexistas disfrazados de chistes, las narrativas arcaicas y poco representativas de la realidad, estar para la foto pero no en la conducción y hasta el desprecio que se traduce en maltrato.
Una radio en la que trabajaba una de nosotras presentó su nueva programación, la gráfica publicitaria mostraba en varias piezas a las nuevas y viejas figuras. Estaban ellas en las fotos pero ninguna como conductora en el anuncio de los nuevos programas. Era 2019, post Ni Una Menos y estábamos en la cresta de la marea verde, y no se anunciaban conductoras de una importante radio de la capital.
La pregunta que siempre late en el fondo de nuestra forma de intervenir en el campo mediático y cultural es ¿Quién habla? ¿Quién cuenta la historia? ¿Qué voces y qué cuerpos están autorizados a decir? ¿Cómo hacer que seamos más diversas esas voces?
En 2017 la campaña Faltamos en la radio, desarrollada por radialistas feministas, abrió la conversación en forma de denuncia. Dos años después, el reclamo se expandió a Faltamos en los medios. Esa campaña es un hito en la historia de la Ley de equidad de género en los medios y es también un ejemplo de construcción política: surgió de conversaciones en un grupo diverso y federal de comunicadoras feministas, que se había formado para contar el paro internacional feminista. En esa campaña convergieron una gran diversidad de medios, colectivos, representantes de todos los soportes mediáticos y de diversos territorios, una antesala del proceso de construcción del proyecto de ley que se dará en 2020. Antes, toda una genealogía de comunicadoras que lucharon por una comunicación igualitaria y no sexista. Antes también, otras legislaciones de diversos ámbitos: desde la Ley de cupo femenino en ámbitos de representación política, de 1991, hasta la Ley de paridad, de 2018. Las políticas argentinas habían logrado un marco legal para asegurarse su participación en política, ¿pero quiénes daban las noticias de ellas ocupando posiciones de poder? Si ellas pudieron, ¿por qué nosotras no?
Una trayectoria militante de feministas comprometidas con la comunicación y la participación hicieron de caldo de cultivo para que a una de nosotras se le prendiera la lamparita, pero ninguna de estas lamparitas de la osadía política se enciende en soledad.
Los medios de comunicación son un reservorio de los viejos valores y, salvo excepciones, no han modificado sus estructuras al ritmo de la revolución social que provocó el movimiento feminista. Tanto en radio, televisión, portales web como periódicos los principales periodistas son varones (cis), las pocas mujeres (30% según varios estudios) que hay ocupan roles secundarios y las personas trans y lesbianas visibles son siempre la excepción. Por eso, que en la radio de nuestra compañera no hubiera mujeres en la programación no sorprendía nada. En esa radio hubo un pequeño revuelo, que desencadenó uno un poco más grande en redes sociales y redacciones. Pusimos el asunto sobre la mesa: no estamos, faltamos. Faltamos en los medios.
La respuesta fue simple: no nos dimos cuenta. Claro, de eso se trata. Un poco en chiste, un poco desafiando las probabilidades surgió la pregunta: ¿Será que hay que construir una normativa para que las empresas de medios se den cuenta y tiendan a la paridad de género e incluyan a personas trans por ley como hicieron las políticas y las músicas? ¿Nos da la fuerza? Contábamos, por entonces, con varias aliadas feministas en el Congreso, el vínculo entre las políticas y las periodistas se había fortalecido durante 2018 en la primera discusión por la legalización de la interrupción del embarazo.
Construcción política
Entonces comenzó un camino de construir alianzas, comunicar la idea y elaborar el proyecto. En primer lugar, fue necesario luchar contra muchos prejuicios respecto a las políticas afirmativas, tanto dentro como fuera de los feminismos, tanto por parte de mujeres y diversidades como por parte de varones cis. Hubo que construir conceptualmente que este reclamo no era “meramente” simbólico y de reconocimiento sino que empujaba también verdaderas transformaciones redistributivas en el campo. Las dificultades de las mujeres, lesbianas y trans en el ámbito laboral de los medios de comunicación son homologables a las realidades de otros rubros, sin embargo, en este espacio tiene especial relevancia por el poder de los medios en la conformación y reproducción de valores y patrones socioculturales, de ahí la importancia de que haya representatividad y que las mujeres y diversidades simplemente consigamos un trabajo en medios.
Una vez decididas y en alianza con la Diputada Mónica Macha, organizamos tres encuentros federales virtuales con participación de colegas de medios privados, públicos, cooperativos y autogestionados que denominamos Foros, para colocarlos en la genealogía de la discusión de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Participaron muchas, muchxs: comunicadoras de radio, TV, web y prensa gráfica; representantes de decenas de ciudades y pueblos de todo el país; delegadas sindicales, funcionarias del Estado nacional y provinciales, representantes de universidades y carreras de Comunicación. Esos encuentros, que sucedieron en pandemia, partían de una premisa muy simple: vamos hacia una ley de representación paritaria y cupo trans en los medios. ¿Qué, cómo, cuándo? Había que discutirlo todo.
Interseccionalidad
En el proceso de los Foros encontramos intervenciones que corrieron el eje del planteo inicial: la paridad en los medios. Si bien ya habíamos trabajado la inclusión del cupo trans, no habíamos aún desafiado el binarismo que encierra el término paridad. Ni habíamos llegado a hacernos preguntas que hoy denominamos “postparitarias”. ¿Qué tipo de mujeres son aquellas que exigimos sean representadas en los medios? ¿Qué tipo de mujeres son aptas para conducir programas periodísticos? ¿Son marrones, gordas, lesbianas visibles, o mujeres jóvenes, blancas, heterosexuales y de cuerpos estandarizados?
América Latina pasó de 29% de presentadoras en 2000 a 44% en 2015, una reducción de 15 puntos porcentuales en la brecha en 15 años. Pero ¿cómo se conforma ese incremento en la participación? El Global Media Monitoring Project (GMMP, por sus siglas en inglés) es el mayor estudio internacional de género en los medios de comunicación, con respecto a las mujeres presentadoras en televisión y a las reporteras, según el último informe de 2021, un 85% y 59% respectivamente se encuentran en el rango de edad entre los 19 y 49 años. Además, después de los 65 años desaparecen las mujeres de los programas periodísticos, tanto como reporteras como presentadoras. Entonces la pregunta es ¿solo pediremos que no haya un déficit en la representación con base en el género o incluiremos otras inequidades históricas, otras discriminaciones tan o más visibles que las basadas en el género?
Pasar de la denuncia a la acción siempre lleva desajustes como este. Si habíamos partido de una apuesta vinculada con la agenda de Beijing: aumentar la participación de la mujer, no importa qué tipo de mujer, los feminismos impusieron otra agenda. El Foro consensuó que era imprescindible en una ley feminista considerar las barreras de clase, de raza, de edad, de ubicación geográfica, de corporalidades como otros sesgos excluyentes, pero ¿cómo era posible pasar a la letra de la Ley un incentivo a la participación de personas racializadas, diversidades corporales y etarias, etc? ¿Cómo hacer para que todo eso pueda leerse dentro de una ley de “paridad de género en los medios”? Un equipo de LatFem, aliadas de diversas áreas y el grupo de asesores de la Diputada Macha escribimos un proyecto de ley sumamente ambicioso, que incorporaba la dimensión racial y de clase, que refería a las diversas inequidades que atravesamos que impiden a las grandes mayorías algo tan sencillo como ser “elegible” para trabajar en un medio de comunicación, más allá de la formación y la práctica laboral.
Del proyecto a la Ley
Durante 2020 se presentaron 3 proyectos similares en el Congreso. Para nosotras, en LatFem, que empujamos la iniciativa con nuestros modos aprendidos en las asambleas y la autogestión, encontrarnos con compañeras y compañeros de ámbitos muy diferentes, con otras trayectorias políticas y periodísticas, con otras formas de vida, que pensaron al mismo tiempo que nosotras en la urgencia y la oportunidad de crear una ley que volviera a poner a los medios, ese museo del patriarcado, en el ojo de la tormenta, y que lo hicieran con preguntas feministas (aun sin ser feministas muchxs de ellxs), fue una sorpresa y el signo de un acierto. No estábamos solas, nadie hace una ley en soledad.
El proyecto que finalmente se votó contiene algunos de los puntos trabajados en los encuentros o foros federales de comunicadorxs feministas que se desarrollaron de forma virtual entre junio y agosto de 2020, principalmente la inclusión del cupo trans y la aplicación de la normativa no sólo a medios públicos, sino también a privados. Pero desconoce otros, vinculados al fomento de la participación de personas indígenas y racializadas, una mención que hubiera sido vanguardista para un proyecto focalizado en género.
No serán todas feministas las personas que ingresen a los medios gracias a las puertas que abre esta ley, como no fueron todas feministas quienes accedieron al voto en 1947, pero una acción de este tipo es de por sí feminista, porque repara una desigualdad histórica en el acceso a la voz pública. La pandemia por COVID fue un período excepcional, en el que los medios de comunicación renovaron su relevancia y se convirtieron en el escenario para propiciar una transformación buscada y deseada por colectivos y organizaciones de comunicadoras desde hace decenas de años. En ocasiones, las demandas de la calle, las nuevas legislaciones y las transformaciones sociales confluyen en un camino antes impensado, es un destello de oportunidad que hay que cuidar y hacer valer. En 2023 se cumplirán dos años de la sanción y todavía estamos esperando su reglamentación.
Según el último análisis de 2021 de GMMP, si todo sigue igual, se necesitarán al menos 67 años más para cerrar la brecha promedio de igualdad de género en los medios de comunicación tradicionales a nivel mundial. Nos propusimos no esperar sentadas 67 años a que eso sucediera.