De izquierda, de derecha y falsos ambientalistas: Hacia un ambientalismo universal – Por Fernando Barri
De izquierda, de derecha y falsos ambientalistas: Hacia un ambientalismo universal
Por Fernando Barri *
La crisis ambiental ha puesto en jaque a la humanidad: el modelo capitalista global ha depredado los recursos naturales a un extremo irrecuperable. El modelo de desarrollo imperante (extractivismo + consumismo + aumento de ganancias) alteró los ciclos planetarios de manera tal que ya estamos presenciando catástrofes ambientales que provocan el sufrimiento de millones de personas en el mundo. Ello sin contar los terribles daños producidos al resto de las especies con las que convivimos en este único planeta habitable que conocemos.
A pesar de la recurrente alarma que hacen sonar los investigadores desde hace décadas, los poderes que dominan el mundo a través de los gobiernos de turno y los organismos internacionales, evitan realizar cualquier tipo de modificación a las lógicas intrínsecas de este sistema que destruye las bases sociales y naturales sobre las que se sostiene. La respuesta de los Grupos Económicos y Estados responsables de esta crisis es aplicar lo que se denomina el “maquillaje verde”, es decir elaborar falsos discursos “ambientales” y promover paliativos a la agonía planetaria como la economía verde y circular. Porque, en definitiva, lo único que podría comenzar a revertir la pérdida del patrimonio natural sobre el que nos sustentamos es el “decrecimiento económico”, algo imposible de imaginar en cualquier contexto político del mundo actual.
Cómo respuesta a este trágico escenario surge el movimiento ecologista, que nació tímidamente en la década de los 70 a partir de la preocupación que generaban las explosiones atómicas o el daño que producían en el ambiente los agroquímicos como el DDT. Desde entonces, y sobre todo en las últimas décadas, con la creciente evidencia de los impactos ambientales que genera lo que hoy se denomina el “antropoceno” o “capitaloceno”, el movimiento ecologista ha crecido de manera exponencial, siendo las nuevas generaciones quienes más se movilizan para intentar cambiar el rumbo de este Titanic planetario en el que estamos embarcados.
Usamos esta metáfora porque ningún Gobierno, independientemente de su color político, propone modificar el rumbo del modelo de desarrollo imperante, y ello se debe a las lógicas “productivistas” que comparten tanto las ideologías de izquierda como de derecha tradicionales. La diferencia radica en que unos quieren que ese Titanic siga manteniendo la desigualdad social, con los ricos arriba disfrutando la fiesta y los pobres abajo trabajando para ellos, mientras que los otros promueven que todos los pasajeros sean iguales y tenga las mismas oportunidades, pero nadie habla de la necesidad de giran el timón del barco para evitar el hundimiento.
La resistencia a cambiar el modelo de desarrollo imperante en el mundo se debe a que la economía global, independientemente de la vertiente que sea, indica que el crecimiento económico y el consumo no deben frenarse, y para ello la naturaleza requiere ser explotada indefinidamente, sin tener en cuenta los límites biológicos que ésta última impone (pensemos por ejemplo en las pérdidas económicas que generan los períodos de sequías o inundaciones, que son cada vez más largas y recurrentes producto del cambio climático y la deforestación). Allí radica gran parte del por qué dentro el movimiento ambientalista existe una amplia diversidad ideológica y de intereses particulares, y se necesita construir un ambientalismo universal que supere las viejas dicotomías del pensamiento occidental hegemónico.
Ambientalistas de izquierda: a priori, se podría pensar que son los más coherentes dentro del movimiento ambientalista, dado que como dijo Chico Mendes, gran líder por la defensa de la selva amazónica y los derechos humanos, “la ecología sin lucha social es sólo jardinería”. Por lo tanto es lógico que quienes luchan contra el sistema depredador de las personas también compartan la lucha ambiental (o socio-ambiental como se denomina actualmente).
A pesar de ello no son demasiados dentro del movimiento ambiental quienes se consideran de izquierda, a la vez que suelen ser parte de partidos o agrupaciones políticas que no han abandonado del todo los viejos dogmas teóricos del pensamiento económico. Si bien uno comparte la necesidad de un mundo más justo y equitativo, sin explotadores ni explotados, el ambientalismo de izquierda sigue considerando que para ello debe poder controlar los medios de producción y a partir de ello redistribuir la riqueza.
Y es en esa lógica donde radica el problema, ya que como bien señala el sociólogo Armando Bartra, son las características intrínsecas que tienen los medios de producción generados por el sistema capitalista quienes provocan la destrucción del planeta. ¿Qué sentido tendría por ejemplo continuar con la megaminería, por más que las empresas fueran expropiadas y sus ganancias repartidas en partes iguales en toda la población, si ésta contamina y seca las cuencas de las que se abastece esa misma población? Éste ha sido y sigue siendo el Talón de Aquiles del ambientalismo de izquierda, incluso en gobiernos que han proclamado el cuidado a la “madre tierra”, durante los cuales paradójicamente el extractivismo se incrementó exponencialmente.
Existen en tal sentido varios ejemplos en Latinoamérica, en donde “la necesidad de generar divisas” llevó a que los gobiernos de izquierda avanzaron en la destrucción de sus recursos naturales, tildando incluso a quienes los criticaban por ello de ingenuos o proimperialistas.
Ambientalistas de derecha: “el capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos”, anticipó Karl Marx hace casi 200 años, por lo tanto ser ambientalista y de derecha sería una contradicción. Sin embargo, los hay y en mayor cantidad de lo que se supone, incluso desde antes que se identifique al movimiento ambiental como tal. Ocurre que muchas personas identificadas ideológicamente con las ideas de la derecha sienten interés o se preocupan por el cuidado de la naturaleza. Un ejemplo evidente de la actualidad son algunas de las grandes ONGs conservacionistas, en las que personas que hicieron grandes fortunas gracias al sistema capitalista “invierten” en la compra de tierras para preservar la biodiversidad. Si bien persiste el debate respecto de si sus intereses son genuinos o no, lo cierto es que generan acciones concretas para revertir la degradación ambiental.
Hay varios ejemplos en ese sentido en el mundo y hay que decir que, mal que le pese a sus críticos, estos grupos están haciendo más por preservar la naturaleza que la mayoría de los gobiernos locales (por ejemplo, las tierras de lo que hoy son los nuevos Parques Nacionales de Argentina fueron compradas por “millonarios filántropos”, y no por el Estado Nacional).
Claro está que salvar las riquezas naturales sin preocuparse por los millones de personas que pasan hambre en el mundo no sólo es inhumano sino que no tiene sentido, dada la retroalimentación negativa que se produce entre la pobreza y la degradación ambiental. Por su parte, el que los ambientalistas de derecha sean más operativos a la hora del cuidado del planeta se debe en parte a los recursos económicos con que cuentan y su posición cercana a los grupos de poder. También se podría incluir dentro de este grupo a muchas instituciones públicas y privadas, así como a sectores académicos que realizan acciones de protección ambiental y se identifican más con las ideologías de derecha que de izquierda.
Falsos ambientalistas: los falsos ambientalistas abarcan un complejo y variopinto grupo de organizaciones y personas. Allí se encuentran desde empresas que buscan “enverdecer” su imagen hasta la mayoría de los organismos estatales de las áreas de “ambiente” y desde ganadores de “premios” hasta servicios de inteligencia infiltrados en los grupos ambientalistas. Por ejemplo actualmente es muy común observar cómo la mayoría de las empresas contaminantes intentan lavar su imagen a través de campañas publicitarias y el financiamiento de acciones “ecológicas” como plantar árboles.
También entran aquí quienes sabiendo que lo que se debe cambiar es el paradigma de desarrollo y el sistema económico global, promueven falsas soluciones al problema de la destrucción del planeta, como los “bonos de carbono”, “las buenas prácticas agropecuarias” o la “minería sustentable”, que no hacen más que prolongar la agonía de un mundo destinado al colapso.
En este grupo entran también aquellas personas que suelen alardear de su condición de ambientalistas, cuando probablemente su único objetivo es acumular poder y beneficios personales y, salvando algunas honrosas excepciones, suelen ser “premiados” por el establishment para romper la lucha colectiva del movimiento ambiental. Finalmente se suman a este grupo infiltrados de todo tipo en las asambleas u organizaciones ambientalistas, quienes buscan obtener información de sus estrategias de lucha y generar cizaña entre sus integrantes.
Hacia un ambientalismo universal: es importante entender que muchas de las personas que se sienten movilizadas por los problemas ambientales no son necesariamente personas ideologizadas como podría interpretarse, e incluso pueden identificarse más con expresiones contraculturales como el hippismo o las new age. A su vez, gran parte de los y las ambientalistas que sufren en los territorios la avanzada del extractivismo (compartido por gobiernos de derecha e izquierda por igual) no se ubican en una posición ideológica particular, ya que piensan que el movimiento ecologista debe superar las viejas dicotomías del pensamiento político occidental.
El ambientalismo universal nos invita a pensar la relación de las personas entre sí y con el resto de los organismos vivos y no vivos del planeta de una manera diametralmente distinta a como los venimos haciendo, como única forma de construir un otro mundo posible.
Este ambientalismo universal ya se encontraba presente en los pueblos originarios y campesinos, y se le han ido sumando diversos grupos que comprendieron la necesidad de romper con los viejos esquemas del pensamiento occidental, uniendo fuerzas para cambiar las formas de obtener sólo lo necesario en el entorno natural, para ser felices sin comprometer a las presentes y futuras generaciones.
Los movimientos sociales de diversa índole (como los de derechos humanos, derechos civiles y sociales, de género entre otros), son los únicos que han logrado modificar algunas de las retrógradas políticas de Estado en las últimas décadas. Por el contrario, a la política partidaria le cuesta muchísimo generar los cambios que requiere la sociedad de su tiempo, ya sea por sus anquilosadas estructuras jerárquicas en la toma de decisiones, como porque casi siempre aquellos “elegidos” por el voto ciudadano terminan siendo cooptados por los sectores de poder.
Es allí donde irrumpe la potencia de los movimientos sociales, ya que al revertir las viejas lógicas del pensamiento político logran que se avance en las transformaciones necesarias que requiere la política pública, de manera horizontal y transversal. Por otra parte, la gran debilidad de los movimientos sociales es la falta de organización y la fragmentación que muchas veces se produce dentro de los mismos, aunque aún así son el gran motor de cambio social de este naciente siglo XXI.
Hoy en día, aferrarse a las viejas ideas del mundo que solo contemplan el capital económico como “motor del desarrollo” y no tienen en cuenta que el único capital que realmente nos sostiene como sociedad es el natural, es una condena a muerte. Por ello el movimiento ambiental se ha erigido como la herramienta para revertir ese orden dado. Sin embargo, para tener éxito debe buscar su propio camino de pensamiento y praxis, sin anclarse en los viejos dogmas del pensamiento político, reconociendo a su vez la diversidad de formas de ver y entender el mundo que nos rodea.
Sólo un movimiento ambiental unido y conciente de la necesidad de lucha colectiva sin personalismos, tendrá la posibilidad de generar un cambio real en el actual paradigma de desarrollo. En el éxito o fracaso que tenga en lograrlo se juega el futuro de la humanidad.
*Doctor en Ciencias Biológicas, Magister en Manejo de Vida Silvestre Especialista en Antropología, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina