América Latina y el Caribe: la integración sigue pendiente – Por Omar Rafael García Lazo
América Latina y el Caribe: la integración sigue pendiente
Por Omar Rafael García Lazo*
La guerra en Ucrania es expresión de las tensiones globales actuales. En ese reacomodo geoestratégico, América Latina y el Caribe se convierte en otro terreno de permanente disputa.
El perenne anhelo de emancipación y unidad colisiona con la manca convicción colonial de la subordinación y el yugo, en medio del accionar de Washington que insiste en la Doctrina Monroe, como recurso seguro para defender una hegemonía cada vez más esquiva.
Con un pie en el siglo XXI, la América Nuestra, como la llamó el héroe cubano José Martí, no libera lastres anclados en los tiempos decimonónicos. La mentalidad de aldea no muere aún, mientras las preclaras ideas bolivarianas y martianas sobreviven. Lo viejo se resiste. Lo nuevo sigue en brazos.
Cuatro décadas parecen suficientes para confirmar la incapacidad natural del sistema neoliberal para resolver las deudas históricas de la región. Pero las elites no lo consideran así.
Por ello, como volcanes han estallado los pueblos. Del Caracazo acá, la onda expansiva ha removido los pilares de la dominación factual y cultural. Y justo en tierra del inspirador, Bolívar, se dio una clarinada tal vez imposible sin aquel enero de 1959 en Cuba.
La brecha histórica abierta por la Revolución Bolivariana de Hugo Chávez no se ha pintado aún, con todos sus colores, en el lienzo de la historia, pero desde entonces en estas tierras se respira distinto.
Su resistencia, junto al influjo moral del estoicismo cubano, forma parte del cúmulo de causas que explican la segunda ola progresista latinoamericana, que coincide con este tenso y grave momento histórico y está llamada a superar de una vez la fragmentación del subcontinente.
Las victorias de Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil, junto a la consolidación del liderazgo regional de Andrés Manuel López Obrador, y la postura de Alberto Fernández configuran un escenario político de enormes posibilidades para retomar la ruta integracionista que llega, además, con la derrota de los planes antivenezolanos gracias a la capacidad demostrada por Nicolás Maduro, quien no solo supo resistir la andanada de ataques, sino que ha concretado el despegue económico del país.
Frente a lo anterior, la derecha regional, con plena complicidad de EE.UU., decidió no cruzar sus brazos.
El golpe y la represión en Perú, la subversión en Bolivia, la campaña en Chile, los ataques contra Cristina Fernández en Argentina, el recrudecimiento del bloqueo contra Cuba, las presiones contra Nicaragua y los últimos sucesos en Brasil, dan continuidad a una agenda que busca impedir que el vector progresista e integracionista se acentúe, más cuando muchos de los países de la región, de manera individual, fortalecen sus relaciones con China y Rusia y aspiran a que ese diálogo se establezca como bloque, en los marcos de la CELAC y eventualmente UNASUR.
Olvidar el papel de Brasil en el BRICS y la intención de Argentina de ingresar a ese selecto club, podría impedir un análisis certero sobre la importancia global de lo que se decide este año en América Latina y el Caribe.
La interconexión ideológica y económica de la derecha regional está más que demostrada, y son conocidos sus vínculos políticos con la derecha trumpista y con organizaciones fascistas de Europa. La Conferencia de Acción Política Conservadora celebrada en México en noviembre pasado es un ejemplo de ello.
La relación entre los recientes ataques a expresiones y procesos progresistas de la región es un hecho y en consecuencia, la integración se alza no como un sueño o un anhelo político, sino como una necesidad insoslayable.
En julio de 1991, en tierras mexicanas, durante la primera Cumbre Iberoamericana, el presidente Fidel Castro reflexionó y lanzó unas preguntas cuyas respuestas siguen pendientes:
“A pesar de nuestra cultura, idioma e intereses comunes, durante casi 200 años, desde que la mayoría de América Latina alcanzó su independencia, hemos sido divididos, agredidos, amputados, intervenidos, subdesarrollados, saqueados. (…) Frente a los grandes grupos que hoy dominan la economía mundial, ¿hay acaso lugar en el futuro para nuestros pueblos sin una América Latina integrada y unida? ¿Es que no seríamos capaces de ver que únicamente unidos podemos discutir con Estados Unidos, con Japón y con Europa? ¿Es que solo cada uno de nosotros puede enfrentar esa colosal tarea? Las grandes potencias económicas no tienen amigos, solo tienen intereses”.
*Analista político internacional