La FIFA, Qatar y un pedido de indemnización – Por Gustavo Veiga

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La FIFA, Qatar y un pedido de indemnización

Gustavo Veiga

El hombre calvo le toma el pelo a las audiencias que lo escuchan. Se frota las manos porque en el Mundial de Qatar serán algo más de 5 mil millones los televidentes. Gianni Infantino dijo que la FIFA pretende organizar “la mejor Copa de la historia”. También “la más sana” por su contribución al aire puro, aunque no a evitar prácticas cuasi esclavistas. Es el mismo dirigente que se asoció con el gobierno de Jair Bolsonaro para realizar la Copa América en Brasil 2021, uno de los países con peor desempeño del mundo en la pandemia. Casi 700 mil muertos. El 17 de octubre el suizo disertó en la cumbre de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y dio cátedra sobre los beneficios del fútbol para una vida saludable. Una vida que no tuvieron las víctimas que arrojaron las obras de los estadios faraónicos en el emirato del golfo Pérsico. Las denuncias siguen con un pie ya en el torneo. Amnistía Internacional (AI) insiste con su pedido de indemnización para los trabajadores migrantes. El 17 de mayo había lanzado la campaña #PayUpFIFA a la que adhirieron otras instituciones y personalidades deportivas.

Siete federaciones de fútbol se sumaron a esta movida incómoda para Infantino y la corporación que lidera. Son las de Alemania, Inglaterra, Francia, Bélgica, Países Bajos, Gales y Estados Unidos, uno de los organizadores del Mundial 2026. En su fútbol femenino –más popular y ganador que el masculino– a principios de octubre se difundió una investigación independiente que encabezó la exsecretaria de Justicia Sally Q. Yates. Denunciaba abusos sexuales y malos tratos contra las jugadoras de la Liga (NWSL). Si esto hubiera sucedido en Qatar, el boicot contra la próxima Copa sería tratado en una asamblea de Naciones Unidas.

Ezequiel Fernández Moores acaba de regresar de Qatar. El reconocido periodista fue invitado a una conferencia sobre el Mundial y regresará a cubrirlo en noviembre. Le preguntamos si la Kafala – el régimen coercitivo que reguló el mercado laboral durante décadas en estas monarquías del golfo – seguía vigente. Dijo que “legalmente ya no existe más y los países limítrofes están siendo obligados a revisar su legislación laboral. Pero no quita esto que haya sectores privados que la sigan practicando aunque sería más difícil de controlar”. En un artículo que escribió en La Nación sobre su viaje mencionó que los qataríes dicen en su defensa que “nunca se ha visto tanta hostilidad hacia un país anfitrión de un Mundial” y que hay una “islamofobia” notoria.

Una de las características más restrictivas de la Kafala consistía en que los empleadores locales podían negarle a sus trabajadores la salida del país. Sin su autorización ningún migrante bajo contrato laboral podía abandonar Qatar, aunque estuviera a disgusto, no recibiera paga o se desempeñara en condiciones infrahumanas.

En 2017 el emirato empezó reformas para suprimir estos abusos. Aun así no resultó suficiente para Amnistía Internacional. “Cuando se le concedieron a Qatar los derechos de organización de la Copa Mundial en 2010, sabía o debería haber sabido que los millones de trabajadores migrantes que construirían una infraestructura sin precedentes de 220.000 millones de dólares se enfrentarían a graves riesgos de derechos humanos”, denunció la ONG. El 90 por ciento de los habitantes del pequeño país son migrantes de otras naciones, básicamente de Asia. Ellos fueron la mano de obra barata en el levantamiento de los estadios. Algunos no sobrevivieron. Y los migrantes siguieron sin poder fundar ni afiliarse a un sindicato.

AI, Human Rights Watch, FairSquare, sindicatos, asociaciones civiles y personajes del fútbol como los entrenadores de Alemania y Países Bajos, Hansi Flick y Louis Van Gaal, fueron muy críticos con Qatar. El ex DT del Barcelona consideró “ridículo” en marzo pasado que la Copa se disputara ahí.

Las víctimas no han sido cuantificadas con exactitud y difiere la cantidad según quien la mencione. Sí hay una idea más aproximada del dinero en juego como en toda corporación (futbolera) que no repara en los cuerpos que somete a su plusvalía. Por ejemplo, los 6 mil millones de dólares que la FIFA prevé generar con su torneo más rentable. De esa suma, menos del 10 por ciento – unos u$s 440 millones – deberían ser destinados a los resarcimientos según reveló AI, que sacó esa cifra de “la dotación en premios de la Copa Mundial para financiar un gran programa de indemnización para la población trabajadora migrante objeto de abusos”.

La exigencia de Amnistía a la FIFA del pago extraordinario es, entre otras, la que más le dolería a su tesorería. Pero hay otras demostraciones de rechazo al emirato. La Federación Danesa de Fútbol (DBU) ya anunció que la delegación no viajará con sus familiares al Mundial. “No queremos contribuir a generar ganancias para Qatar”, declaró el gerente de comunicaciones de la DBU, Jakob Hoyer, al periódico Ekstra Bladet. Francia tomó otra medida antipática para los organizadores. No transmitirá los partidos de la Copa por pantalla gigante.

En Amnistía Internacional ya se preguntan qué pasará una vez que termine el Mundial 2022. Steve Cockburn, director de Justicia Económica y Social de la organización, declaró: “La tarea de proteger a la población trabajadora migrante de la explotación está hecha sólo a medias, mientras que la de indemnizar a quienes sufrieron abusos apenas ha comenzado. Los avances no deben detenerse una vez que el espectáculo de la Copa Mundial abandone Doha”.

AI entrevistó a trabajadores que dejaron el emirato y dieron testimonio de sus padecimientos. Es el caso de Joshua, un keniata y exempleado de seguridad privada que se fue antes de finalizar su contrato: “Era insoportable seguir en la empresa en la que estaba por el trato y la sobrecarga de trabajo. En cuatro meses, sólo te dan dos días libres. Hay retrasos en los salarios y demasiadas multas deducidas innecesariamente”.

Habría que agregarle a casos como el de Joshua el pago de comisiones que se les exige para emplearse en Qatar. Su valor va de los 1.000 a 3.000 dólares, cifras que muchos de los migrantes no pudieron terminar de abonar y quedaron endeudados por años como si hubieran recibido un préstamo del FMI.

Otros sufrieron atropellos laborales que derivaron en persecución. Se les cancelaba la visa o cuando abandonaban las tareas por maltrato se los denunciaba como fugitivos y terminaban detenidos por la policía. No es la primera vez que el país organizador de un Mundial queda expuesto por violaciones a los derechos humanos. Pasó durante la dictadura genocida de Argentina en 1978 y con el emirato en los últimos años, más allá de sus notorias diferencias.

Las Copas de la FIFA suelen exponer otras miserias con nitidez. Las democracias occidentales que les hacen de sede tampoco se salvan. Los patrocinadores de la FIFA someten a sus trabajadores a condiciones laborales del siglo XIX. Pasó en Alemania 2006 con las denuncias contra Adidas por explotación en las maquilas de Centroamérica y en Brasil 2014 cuando McDonald’s fue acusada por “explotar, maltratar y discriminar a sus trabajadores y trabajadoras”.

En aquel Mundial que Alemania le ganó la final a Argentina hace ocho años, organizaciones como la Confederación de Trabajadores de Turismo y Hospitalidad (Contratuh), la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación y Agricultura (Uita) y el Movimiento de Justicia y Derechos Humanos (MJDH) firmaron una carta abierta que le enviaron a otro suizo, Joseph Blatter, el jefe de Infantino en su momento.

Se titulaba: “FIFA patrocinada con trabajo indecente”. Y le reprochaban a la federación internacional la contradicción de no respetar su propio Código de Ética. McDonald’s negó todo. Pero no es un estado. Es una multinacional instalada en más de cien países y la FIFA no muerde la mano del que le da de comer.

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