El tambor, las llamadas, el candombe, el ritmo negro del Uruguay – Por Coriún Aharonian

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Por Coriún Aharonian*
(Extractos del libro Músicas Populares del Uruguay)

La población del Uruguay sobreentiende un curioso signo de igual entre el concepto de tamboril y el concepto de negro. Ha existido, desde el siglo XIX, una vinculación íntima entre medio cultural de crianza y capacidad de incorporarse a la lógica interna del comportamiento del tamboril. Esto da pie para prejuicios a ambos lados de la barrera del color, siempre peligrosos para el negro y su confinamiento racista a un gueto de seres «inferiores» sólo capacitados para tareas de poca exigencia intelectual y aptas para el entretenimiento del blanco.

En todo caso, a más de un siglo y medio de la abolición formal de la esclavitud (y el genocidio hipócrita de la población negra por la vía de las guerras civiles), ese signo de igual comprueba la vigencia del gueto cultural, del enquistamiento de un grupo étnico y socioeconómico: el de los uruguayos desposeídos de origen aguisimbio (es decir, negro africano o subsahariano). ¿No cabe suponer que la permanencia de esa equivalencia implica la del confinamiento de negro y de tamboril a una situación segregada? ¿No sería lógico suponer que de producirse una real integración del negro deberían desaparecer sus caracteres diferenciales de grupo?

Y no se trata de plantearse apriorismos acerca de la pena que daría la extinción de tan bonito fenómeno cultural. Los fenómenos culturales nacen y mueren, a lo largo de la historia, y sólo se justifican en su relación con el hombre. No, si se dan a pesar de éste. Debemos analizar por otra parte la significación de la relación entre blanco y tamboril.

Existe un significado históricamente cambiante del término candombe, que en el último medio siglo designa en principio, como dijimos, toda estructura musical que se pueda superponer con el entramado del toque de llamada de los tamboriles. Y también, a veces, la llamada en sí. Pero ocurre que existe candombe y candombe, O candombe y candombes. Veremos esto en el capítulo correspondiente.

Cabe finalmente intentar dilucidar la pregunta acerca de si la música del tamboril es afrouruguaya o afromontevideana. El tamboril se da casi exclusivamente en Montevideo.

El musicólogo Lauro Ayestarán señalaba que había indicios de su existencia en otros puntos del país en el pasado. También hay reflejos actualmente en localidades distantes de Montevideo. Pero no parece que esto sea suficiente elemento de juicio como para determinar una uruguayidad del fenómeno. Aunque sí puede ser conveniente hablar de afrouruguayo a los efectos de la práctica de las comunicaciones musicológicas y de las esquematizaciones a nivel extranacional.

Al mismo tiempo, el tamboril ha seguido siendo considerado por el grueso de la sociedad criolla como instrumento degradante y degradado. El gesto de los más hacia el tamboril duele hondo y oprime cotidianamente. Negarlo pasa a ser para un negro, muchas veces, una puerta hacia la sensación de libertad.

La generación «blanca» de la década del 1970 acepta el reto de la valoración social de lo candombístico como uno de los modos de enfrentar la dictadura (así como se lanzará a valorizar lo carnavalesco en general y lo murguístico en particular). Pero no hay pretensión de apropiación, tal como no la había en los músicos de la década anterior. Es más, poco a poco va surgiendo en esa generación un enorme respeto hacia el arte del tamboril. Especialmente entre los percusionistas y bateristas, que van estudiando respetuosamente el toque del tamboril y desarrollando ya sea su
aprendizaje, ya su reformulación en la batería.

El fenómeno de las llamadas, tan antiguo como se suele suponer (quizás un siglo aproximadamente). Surge en una comunidad sociocultural bastante cerrada, como forma de afirmar ritualmente un pasado digno escamoteado por la trata de esclavos y borroneado por una sociedad criolla poscolonial solapadamente racista. Los diversos tambores de origen quedan, de repente, convertidos en un solo tipo de tambores, con tres o cuatro subespecies para los roles diferenciados y complementarios que eran comunes a varias de las culturas africanas.

Esos tamboriles «llamarán» y «responderán» como, de una manera u otra, sucedía con varios de los conjuntos de tambores del Africa de los ancestros (y como continúa sucediendo en las aculturaciones de diversas regiones de América). Y saldrán a la calle a descargar las angustias de la pobreza a que la sociedad local condena a quienes tengan color oscuro, a neutralizar las tristezas del sometimiento, a expresar las alegrías pocas, a rendir homenaje a las profundidades sagradas de las cosas indefinibles que unen con aquel pasado digno. Se «llamará» en festividades, en celebraciones, en días especiales del año que confieren de alguna manera ese halo de la sacralidad.

El tamboril del 1900 era ya una reinvención, en tierras lejanas, de instrumentos y toques perdidos.Sin embargo, una nueva crisis amenaza al tamboril. No es antinatural, puesto que todo hecho cultural vivo sufre procesos en la sociedad en el transcurso del tiempo. Pero es preocupante. Anuncia probablemente una nueva muerte. Quizás sea inevitable esta desaparición del tamboril tal como hasta hace poco fue, y su sustitución por un nuevo instrumento y un nuevo toque y una nueva praxis mucho más cuadratizada que hace un siglo.

La variante, hoy, es una situación de franca apropiación del instrumento del sometido por parte de los hijos del opresor. El desfile oficial de llamadas de febrero del año 2000 fue al parecer el que más gente convocó en sus filas hasta esa fecha. Pero, por primera vez, se tenía la sensación de estar observando más personas de tez oscura en el público, que desfilando. Y la mayor parte de las 25 agrupaciones que participaron del desfile (cifra récor) se presentaban con una aplastante cantidad — desusada hasta entonces — de personas de tez blanca o casi blanca.

El problema no viene del color, por supuesto. Ni de la «raza». La cultura del tamboril se conservó y se trasmitió en una situación de cohabitación en la pobreza. Si usted nacía en un mismo conventillo habitado mayoritariamente por montevideanos de tez oscura y origen africano, y se criaba con ellos, era muy probable que llegara a ser un buen tamborilero. Hasta hoy, son muy pocos los montevideanos de cultura «blanca» que puedan tocar a nivel de excelencia un tamboril.

*Compositor y musicólogo uruguayo, ya fallecido. Fue autor de obras de cámara, orquestales y piezas de música electroacústica que se han estrenado en numerosos países; también de artículos, ensayos y libros.

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