Más allá de la independencia de “bandera e himno”: el neocolonialismo en el Caribe – Por Kandis Sebro

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Por Kandis Sebro*

La realidad caribeña suele pasar completamente desapercibida. Sobre todo por el interés colonial que busca dejar en penumbras la realidad de naciones que no luchan por la “segunda y definitiva” independencia, porque muchas veces siguen bregando por la primera.

Como han afirmado muchos y muchas activistas sociales, políticos, e incluso algunos empresarios, la pandemia ha hecho más evidente y más profunda, si cabe, la desigualdad de nuestras sociedades caribeñas.

En el Caribe anglófono, región en la que la mayoría de los países ha alcanzado por fin su independencia, el debate está marcado por la situación de Barbados, una nación que tras 55 años de independencia ha proclamado recientemente su carácter republicano. Es decir que, durante más de medio siglo, Barbados tuvo a la reina Isabel II del Reino Unido como jefa de Estado, pese a su carácter formalmente independiente.

Además, en la primera ceremonia del Día de la República de Barbados estuvo presente como invitado nada menos que el príncipe Carlos, de la misma metrópolis colonial que la isla estaba abandonando. Presencia contra la que se pronunció enérgicamente David Denny, de parte del Movimiento Caribeño por la Paz y la Integración.

Muchos problemas siguen afectando a las islas anglófonas, entre ellos la incapacidad de actuar como fuerza regional en asuntos judiciales de carácter internacional. A pesar de los numerosos intentos de contar con un Tribunal de Justicia del Caribe como última instancia de apelación, la mayor parte del Caribe anglófono sigue supeditado al Comité Judicial del Consejo Privado (JCPC, por sus siglas en inglés) del Reino Unido.

Además, existe una gran dependencia económica, como último resabio de los vínculos coloniales que nos amarran. Tras la independencia, al volverse el Reino Unido el principal socio comercial, nos quedó poco o nulo margen de incidencia en el mercado mundial, donde los términos de intercambio son establecidos por otros. Se trata de una realidad de mercado que incluye a importantes sectores —como el alimentario— que deberían ser soberanos, y no lo son.

Muchos de nuestros países importan la mayor parte de lo que consumen y mantienen por tanto una posición de dependencia alimentaria grave. Gerald Pereira, militante político y social de Guyana y líder de la Organización para la Victoria del Pueblo (OVP), se refiere a la independencia que tenemos en la actualidad en nuestros países como a una independencia de “bandera e himno”. Pereira lamenta que, mientras Barbados se une a otras naciones hermanas como Trinidad y Tobago y se convierte en república, la independencia siga siendo puramente nominal.

En el Caribe francófono la situación no es menos compleja. Martinica y Guadalupe, mantenidas como “Departamentos Franceses de Ultramar”, están alborotadas: comienzan a ondear sus propias banderas nacionales, dejando atrás la francesa. La pandemia provocó una nueva situación mundial, mientras que gobiernos y empresas intentan imponer la vacunación obligatoria a una población que, como la caribeña, tuvo una relación particular con la política sanitaria y epidemiológica de las metrópolis. En Francia, en particular, el gobierno está promoviendo las mismas políticas sanitarias en su territorio y en los departamentos de ultramar, en donde las poblaciones se han resistido por varias razones.

Antes de la irrupción del COVID-19, se produjo la debacle de la clordecona en las islas francesas. Más de 300 toneladas de este pesticida sumamente tóxico fueron vertidas en el agua, con pleno consentimiento de las autoridades coloniales, aun cuando su uso está terminantemente prohibido en la Francia continental. El resultado fue que muchas personas enfermaron y otras murieron. De hechos como este, y del historial criminal de experimentación médica con diferentes poblaciones africanas y caribeñas, proviene la desconfianza generalizada.

Los habitantes de Guadalupe y Martinica no tienen ninguna simpatía por su gobierno. En lugar de llevar adelante acciones para sensibilizar a la ciudadanía sobre las vacunas y las medidas sanitarias, los franceses enviaron el 22 de noviembre a sus fuerzas armadas especiales para reprimir a la población. Evidentemente, el derecho a la libertad de reunión y protesta fueron completamente dejados de lado. En lugar de un compromiso y un diálogo productivos, lo que se produjeron fueron hechos represivos.

Mientras tanto, otros problemas son completamente desatendidos, como el crecimiento del desempleo en un país que, como Guadalupe, tiene al 60 por ciento de su población joven y al 35 por ciento de su población total desocupada, mientras que más de 100 mil personas viven bajo la línea de pobreza, según los datos de Sandro Maroudin, Secretario General del sindicato Sud PTT Gwa. Las colonias han quedado completamente relegadas, y las preocupaciones de su población parecen no sensibilizar al Estado colonial.

Por otro lado, en el Caribe hispano-hablante, el pueblo de Puerto Rico ha estado resistiendo activamente al gobierno colonial estadounidense y a la Junta Fiscal, mientras se ejecutan políticas pro-mercado, de corte neoliberal, y se dejan de lado las necesidades populares. La pandemia irrumpió tras el escándalo de corrupción desatado en torno a las “ayudas” recibidas tras el paso del huracán María por la isla, escándalos que salpican también a Luma Energy, la empresa encargada de la distribución de energía eléctrica en el país.

Los borinqueños salieron masivamente a las calles a protestas por la pésima gestión ante los daños causados por el huracán, cuando se encontraron toneladas de ayuda no distribuida, desaparecieron fondos millonarios, y Puerto Rico se vio sometida a innumerables apagones eléctricos. En medio de la pandemia, la Junta Fiscal decidió dar mayor participación a la empresa privada Luma, lo que se tradujo en un aumento de las tarifas, en la pérdida de puestos de trabajo y en un suministro aún más deficiente de energía. Mientras el costo de vida aumenta sin cesar, los manifestantes siguen inundando las calles.

Parece evidente que las cadenas del colonialismo y el neocolonialismo aún no se han roto. Como afirma Pereira, debemos trascender las independencias “de bandera e himno”.

Estas medidas, entre otras muchas, sirven para demostrar que quienes residen en las colonias o en las ex colonias, son quienes se han llevado la peor parte de las malas decisiones gubernamentales. Estas decisiones se han tomado sin considerar sus intereses: y cuando estos se manifiestan en modo de rebeliones y protestas, la respuesta oscila entre la indiferencia y la represión, como puede verse en los casos de Puerto Rico, Guadalupe y Martinica.

Es evidente que a la política colonial sólo le interesa explotar los recursos de los territorios ultramarinos, sin ninguna consideración por sus habitantes. Un flagrante ejemplo histórico es el de Haití y la “deuda” contraída en su proceso de independencia. Después del triunfo de la Revolución de 1791-1804, Francia obligó a Haití a pagar unos 21 mil millones de dólares en concepto de “reparación” a los colonos esclavistas franceses.

Haití, la partera de todas las naciones del Caribe, de todas las sociedades negras del mundo, se le impuso una deuda que sufrió durante más de 100 años, que paralizó su economía y embargó sus posibilidades de desarrollo futuro. La situación social y económica de Haití es de público conocimiento, aunque los franceses parecen no convencerse aún de la necesidad de reparar al país por su enorme contribución a su infortunio.

Parece evidente que las cadenas del colonialismo y el neocolonialismo aún no se han roto. Como afirma Pereira, debemos trascender las independencias “de bandera e himno”. El Caribe anglófono debe cortar sus lazos coloniales de hecho, no sólo los nominales. Debemos hacer un balance de nuestros procesos y actuar como verdaderas repúblicas, libremente, sin permitir injerencia externa alguna. lo mismo en el caso de las colonias francófonas e hispanohablantes sucede algo parecido.

Las personas del Caribe, sobre todo las de los territorios coloniales, siguen siendo consideradas ciudadanos y ciudadanas de segunda clase, mientras todas las decisiones son tomadas en función de los intereses comerciales y de quiénes residen en las metrópolis.

Las preocupaciones locales son ignoradas, nuestra identidad es remodelada a la fuerza a través de elementos que no nos son propios, nuestra historia permanece eclipsada por la narrativa dominante de los colonos, nuestros puntos de vista son silenciados, y nuestra gente es utilizada al servicio de la agenda global del capital y del imperialismo. Pero, como en otras regiones de América Latina y el Caribe, se abre una ventana de oportunidad para nuestros pueblos.

·         Responsable de Educación e Investigación del Oilfields Workers’ Trade Union de Trinidad y Tobago.

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