Colombia y su vocación de subordinación – Por Philip Potdevin
Por Philip Potdevin*
Hace exactamente ochenta años el embajador de los Estados Unidos en Colombia decía: “Hemos obtenido todo lo que hemos solicitado a este país […]. Colombia no ha regateado sino que de todo corazón ha salido en apoyo de nuestra política […] y no existe país en Sur América que se haya desempeñado en forma más cooperadora”.
A hoy, tras 8 décadas, nada ha cambiado en la forma como nuestro país se subordina a la gran potencia del Norte. Con la operación militar especial que Rusia ha desatado contra su vecina y exrepública de la URSS, Colombia, en cabeza de su Presidente, sale apresurada a alinearse. La subsecretaria de Estado de los Estados Unidos, Wendy Sherman destacó la “unidad de los dos países en este frente”, y enalteció al Gobierno colombiano por su “condena de las acciones rusas” y por el “fuerte rechazo” expresado por Duque a la “agresión injustificada”, y recalcó que “Estados Unidos y sus aliados y socios responderán de forma unidad y decidida para hacer que Rusia rinda cuentas”.
Por su lado, Duque aseguró que Colombia “rechaza de manera categórica la guerra y se une a todas las voces de la comunidad internacional que hoy claman para un rápido retiro de las tropas de Rusia en territorio ucraniano”. Cabe anotar que cuando los países pertenecientes o aliados de la Otan hablan de una “comunidad internacional” excluyen el hecho de que ni China ni la India, dos de las naciones más poderosas del mundo, se han abstenido de emitir juicios o definir posiciones en el conflicto ruso-ucraniano.
Colombia ha sido una subordinada estratégica de los Estados Unidos desde siempre. Renán Vega Cantor ha trazado los orígenes del conflicto armado en Colombia a tiempos que datan de los inicios de la república. Los Estados Unidos no han sido apenas una mera influencia externa sino mucho más, un actor dentro del conflicto colombiano.
Prueba de ello son las múltiples bases militares que comparte, codo a codo, con las bases nacionales por todo el territorio colombiano. Los Estados Unidos actúa hacia adentro en nuestro país y, a la vez, lo usa como una cabeza de playa para un eventual conflicto internacional en la región. En su geopolítica expansionista, la primera potencia militar planta su huella por todo el mundo. Hoy posee cerca de 750 bases por todo el mundo, al menos doce de ellas están en Colombia bajo la figura de cooperación con nuestro país.
Del otro lado, es sabida la estrecha colaboración que Venezuela ha tenido en las últimas dos décadas con Rusia y China. Con el primero, a través de apoyo militar, con la segunda, a través de financiación económica a cambio de las reservas petroleras venezolanas. La tensión entre Colombia y Venezuela no ha cesado desde cuando Uribe y Chávez tuvieron los primeros enfrentamientos. El presidente Maduro ha insistido en el propósito de Colombia, respaldada por los Estados Unidos, de derrocarlo.
El sainete montado por Guaidó y orquestado desde Estados Unidos, es apenas un entreacto en el pulso entre las grandes potencias que se libra en nuestra América. El petróleo venezolano, además de sus minerales (hierro, bauxita, fosfatos, caliza, manganeso, níquel, yeso, oro, diamantes y carbón) y la despensa agrícola e hídrica de nuestro país (además de su estratégica ubicación sobre dos océanos) son la razón para que las grandes potencias del mundo, que están en un reacomodo después de 40 años de unipolaridad, tengan esta esquina del continente como un potencial teatro para desatar un conflicto de grandes proporciones.
No es fácil que Colombia logre sacudirse su dependencia de los Estados Unidos, primero, porque es su primer socio económico, y segundo porque el apoyo político-militar data de mediados del siglo XIX con el Tratado Mallarino-Bildeck de 1846 en el cual se inició la entrega de Panamá.
Se trata de una relación de subordinación, donde el país más grande es visto como dotado de una superioridad política, económica, cultural y moral. Una relación desigual y asimétrica y de carácter estratégico en la que a una de las partes se le da el derecho de arrebatar una provincia como Panamá o de humillar a la más débil con imponer o retirar “certificaciones” sobre qué tan bien ejerce la lucha contra el narcotráfico, o de doblegarla con un TLC que responde únicamente a las necesidades y empresas del lado dominante.
En realidad, hoy hay dos guerras simultaneas: la de Rusia contra Ucrania para que declare su neutralidad frente a la Otan y acepte la “independencia” de las regiones de Donetsk y Lugansk, y la de la Otan contra Rusia para obligarla a que recule y consienta que Ucrania sea parte de la Unión Europea y de la Otan.
Por ello, el respaldo reciente que Duque otorga a Biden en su arremetida contra Rusia es apenas un movimiento más en el escalonamiento del mundo para, de un lado, los Estados Unidos y Europa defender y requintar la unipolaridad, y del otro lado, potencias como Rusia, China y la India, reestablecer un equilibrio basado en la multipolaridad. El hecho de que los gobiernos de nuestro país sigan apostando por lo primero es indicio de su falta de talante histórico y su falta de comprensión de lo que Hegel introdujo como un concepto esencial: el Zeitgeist o espíritu de la época.
*Escritor, novelista, cuentista, ensayista, traductor, editor, periodista. Docente en creación literaria. Publicado en la edición colombiana de Le Monde diplomatique