Día de la Tierra: tenemos una rebelión pendiente – Por Rosa M. Tristán
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Rosa M. Tristán*
Una parte de la comunidad científica está cansada de ninguneo. Hartos de llevar décadas alertando en miles de investigaciones de cómo el clima en la Tierra está cambiando por nuestra acción humana, de detallar los impactos que estaban por venir y de certificar que ya se están produciendo, han dado un paso adelante hacia la ‘rebelión’ , uniéndose en un manifiesto que a nivel mundial tiene ya más de un millar de firmas y que va sumando adeptos en España, con el apoyo de la organización Extinction Rebellion, con el nombre de Scientist Rebellion.
Hace unos días, visibilizaron su hartura en un acto de protesta frente al Congreso de los Diputados en Madrid, como al día siguiente se hizo ante el Parlamento alemán, en Dinamarca frente al ministerio Climático, encadenándose en Washington a la verja de la Casa Blanca, en Quito y hasta en Sierra Leona. Imágenes que dieron la vuelta al mundo y fueron el inicio de siete días de activismo lejos de los laboratorios. En el Día de la Tierra conviene traerlos de vuelta.
Apenas unos días después de las protestas, una investigación en Nature nos revela que si se cumplieran en su totalidad las promesas de recortes de emisiones contaminantes realizas en la última Cumbre del Clima de Glasgow podríamos limitar el calentamiento global «justito por debajo» de los 2º C, es decir, muy por encima de los 1,5º C acordados en Paris en 2015 y en el límite del abismo.
Los investigadores reconocen en su análisis que las cacareadas promesas de los gobiernos tienen solo entre un 6% y un 10% de posibilidades de no superar ese grado y medio de más, salvo que se tomen medidas de mitigación tremendas en solo una década. Pero no los autores – Zeke Hausfather y Frances Moore- no se hacen ilusiones y denuncian que vanagloriarse de tener objetivos a largo plazo cuando al corto no se hace nada para cumplirlos, «debe tratarse con escepticismo».
Lo que ha pasado con la presentación de la última parte del sexto informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), presentado hace unas semanas, también es de traca. El mismo secretario general de la ONU, Antonio Guterres, reconocía que empresas y políticos nos mienten porque hicieron promesas que no cumplen y denunciaba que se tilda a los activistas climáticos de radicales peligrosos, «cuando en realidad los que siguen invirtiendo en combustibles fósiles son verdaderos los ‘radicales peligrosos’.
Que este último informe recoja que entre 2010 y 2019 hemos alcanzado las emisiones de gases de efecto invernadero con las medias anuales más altas más altas de la historia de la humanidad, cuando llevamos desde 2015 con un Acuerdo de Paris que debía haber servido para frenarlas, es la constatación de que la ciencia está siendo ninguneada. Que sólo el 0,4% procedan de los países más pobres, que más sufren los impactos del calentamiento global – y ahí tenemos hoy, ahora, a millones de personas sin comida ni agua en África, tras un año esperando lluvias que no llegaron- es la constatación de lo poco que nos importa la vida ajena si en ello va el confort en el que millones estamos instalados.
Cuando los científicos hablan de modelos climáticos desastrosos, ya no nos explican el futuro, sino el presente, como recuerda a menudo el científico Fernando Valladares. Y no, no es verdad que las empresas estén cambiando el rumbo a lo grande, por más que nos lo traten de ‘vender’ en notas de prensa sobre ‘sostenibilidad’ .
Ahí las tenemos ahí haciendo ‘lobby’ contra las leyes que controlen su responsabilidad, potenciando la agroindustria que destroza contamina agua, tierra y aire, apoyando a partidos negacionistas o, digamos, poco ambientalistas para evitar medidas que perjudiquen su cuenta de resultados y, sobre todo, instaladas en el aumento del consumo desenfrenado como motor de un desarrollo que consideran que no tiene fin.
Eso si, les acompaña una sociedad que, en general, habla del medio ambiente y del calor o las inundaciones en una charla de café, pero que se pone en huelga si sube la gasolina porque, además, eligió políticos que no hicieron los deberes de la transición a tiempo. Ese es el contexto de la rebelión científica global.
Lo más patético es que, con ser tremendo, hasta el IPCC acaba ‘maquillando’ los resultados de los informes científicos, que llevan tiempo señalando cómo el sistema económico global nos lleva de cabeza a los 2ºC más de lo tolerable por los ecosistemas en los que habitamos, cuando no a 3º C.
Ese ‘suavizamiento’, que parecía haberse superado en el anterior documento sobre adaptación al cambio climático, presentado apenas hace dos meses, nos habla en el último precisamente de lo fuertes que están los ‘lobbies’ empeñados en seguir con el llamado ‘bussines as usual’, el tradicional ‘nosotros a lo nuestro’ otro ‘a la saca’ en el que nos va el porvenir. Salvo honrosas excepciones, que las hay, el ‘greenwashing’ embadurna nuestros medios, eso si, con el beneplácito instituciones como el Pacto Mundial de la ONU, que Kofi Annan presentó en los albores de este siglo y que se basa en la voluntariedad de las empresas para cumplir lo que debiera ser obligatorio.
Se celebra el Día de la Tierra. Debiera ser una jornada para el conocimiento y la reflexión del pequeño planeta que habitamos, al que no se le puede ‘dar de sí’. Hasta Elon Musk debe verlo desde el Olimpo espacial al que se ha subido a bordo del SpaceX. No esperemos que ellos cambien. La rebelión debe ser desde abajo y darles el empujón que merecen.
*Periodista española de divulgación científica y ambiental. Autora del blog Laboratorio para Sapiens.