Fe y política en América Latina: una mirada desde las Comunidades Eclesiales

2.437

Entrevista a Socorro Martínez Maqueo, coordinadora de la Articulación Continental de Comunidades Eclesiales de Base

Por Lautaro Rivara

La teología de la liberación latinoamericana fue una corriente política y teológica de gran influencia y predicamento en las décadas del 70 y 80. Obispos, laicos y comunidades cristianas se volcaron masivamente a diversos proyectos políticos emancipatorios, lo que incluyó su participación destacada en la Revolución Sandinista de 1979 y en varias organizaciones político-militares de Sudamérica y Centroamérica. A su vez, las pastorales en comunidades rurales y en las periferias urbanas animaron el surgimiento de los que hasta la fecha son algunos de los principales movimientos populares de la región.

Preocupada por su carisma e influencia, la propia CIA, durante el gobierno de Ronald Reagan, llegó a definir a esta corriente como “una doctrina política disfrazada de creencia religiosa”, afirmando que con ella “la doctrina marxista se había insertado en el fenómeno religioso”. Hoy, lejos de aquellos tiempos de radicalización de las bases cristianas, la iniciativa parece estar en el campo de teologías mercantiles y conservadoras -precisamente surgidas desde los Estados Unidos- como las de la “teología de la prosperidad” y las grandes “iglesias electrónicas”. Algo es seguro: las clases populares latinoamericanas y caribeñas se empecinan en su fe,y hoy, como ayer, la religiosidad y la teología vuelven a ser encarnizados escenarios de disputa.

Para conocer la historia y la actualidad de las Comunidades Eclesiales de Base, la unidad viva y elemental de aquel proceso animado por la teología de la liberación, dialogamos con Socorro Martínez Maqueo, coordinadora de la Articulación Continental de Comunidades Eclesiales de Base, instancia que reúne a comunidades de más de 20 países de América Latina y el Caribe. Conversamos con ella sobre la religiosidad popular nuestroamericana, los vínculos entre fe y política, el papado de Francisco y el crecimiento vertiginoso del neopentecostalismo en la región, entre otros temas.

Lautaro Rivara: ¿Qué son y cómo actúan las Comunidades Eclesiales de Base? A 57 años del Concilio Vaticano II, ¿cuál es su presencia y extensión en América Latina y el Caribe?

Socorro Martínez: Las comunidades eclesiales de base (CEBS) venimos de la renovación del Concilio Vaticano II, donde la Iglesia se amplió y se reconoció como “pueblo de Dios”. En América Latina el “aterrizaje” postconciliar fue mucho más concreto que en otras regiones: aquí se tomaron muy en serio sus conclusiones.

Las CEBS surgieron, en parte, por iniciativa del Concilio, pero sobre todo marcadas por el contexto de los años 60 y 70. Las comunidades no surgieron por decreto de la Conferencia de Medellín, que reunió al episcopado latinoamericano. Ya existían mucho procesos pastorales muy vivos, innovadores y creativos, que luego pasamos a conocer como CEBS o, mejor aún, como comunidades cristianas de base. Aunque las comunidades surgen de esas pastorales, es cierto que es en Medellín en donde emergen con nombre y apellido, reconocidas como tales, como un primer nivel de suturación eclesial, pero sobre todo reconocidas como experiencias comunitarias necesarias para vivir la fe cristiana. Es allí donde se afirma también que las CEBS deben ser de “tamaño humano”, pequeñas, comunitarias, familiares, etcétera.

Las comunidades nacen fundamentalmente como prolongación de la tarea de Jesús, es decir de las comunidades cristianas históricas. Las CEBS son en esencia la expresión más pequeña de la comunidad cristiana, conformadas por los pobres, como en el Evangelio. ¿Por qué por pobres? Porque en ellos resuena más el Evangelio, porque fueron quienes acogieron la tarea del Jesús histórico: no se trata de que estén vedadas a otras clases sociales.

Diversas corrientes de pensamiento siguen pensando al fenómeno religioso como una rémora del pasado, como un irracionalismo o como un fenómeno estrictamente alienante, esperando que en algún momento se produzca el tan mentado y nunca comprobado “desencantamiento del mundo”. A pocos días de la Pascua, la celebración central del cristianismo, ¿cómo se vive la fe en las comunidades y entre los humildes de América Latina y el Caribe?

Yo diría que vivimos un momento de transición histórica: cuando hay muchos cambios a nivel económico y cultural, los hay también a nivel religioso. La gente en nuestra región tiene una experiencia muy profunda de Dios, que se expresa de muy diversas maneras. Hay una confianza en Dios que es muy singular, y que le da mucho sentido a la vida: a una vida en medio de muchas dificultades como las que pesan sobre los pobres. Las expresiones religiosas se modifican, pero la experiencia de la fe permanece. ¿Por qué las comunidades eclesiales perseveran en donde otros no lo hacen ya? Lo hacen porque creen, porque confían en que Dios camina junto al pueblo pobre. Eso los impulsa a seguir adelante, aún sin resultados inmediatos.

Las CEBS, el pueblo pobre que se congrega, se sostiene, se comunica esa fe, es fundamentalmente solidario. Las maneras en que se sostiene esa fe pueden llegar a ser desconcertantes. A veces se quedan en tradiciones que no parecen generar vida. La gente no abandona la religiosidad popular, pero la dimensiona de otra manera: la gente reunida en el pueblo, en la comunidad, en el barrio, recoge una tradición, la va cualificando.

Es difícil entender la historia latinoamericana y caribeña sin pensar los vínculos entre fe y política. Procesos revolucionarios como los de Nicaragua o El Salvador son incomprensibles sin la participación masiva de cristianos de base, de obispos, laicos y comunidades en general. ¿Cuál es en la actualidad el vínculo entre la práctica eclesial y la lucha social?

Ciertamente hay un vínculo: las comunidades fueron muy cuestionadas por su compromiso social. Obviamente ha habido también altibajos históricos. La pregunta es ¿y nosotros, qué podemos hacer, qué estamos haciendo para que esta situación social injusta se modifique? No se trata tanto del hecho de “meterse en política”, sino de tener un actuar, una incidencia política. Las CEBS nacieron controvertidas y comprometidas. Por supuesto, hoy en día el panorama no es el de los años 70 y 80.

Veo por ejemplo como en México nos invadieron los carteles de la droga, el crimen organizado, la violencia. Es decir que la situación es distinta. Si lo que tienes es un compromiso cristiano, te sitúas en este contexto de otra manera. Las comunidades son un movimiento social, un movimiento popular. Aunque hemos tenido períodos de retraimiento, de desconcierto.

Por ejemplo, en los encuentros que hemos tenido aquí en México, en casi todas las circunstancias hemos apoyado una causa social: cuando hubo huelga de maestros, estuvimos con los maestros y nos manifestamos. Cuando se intentó instalar una planta nuclear, allí estuvimos. La gente reconoce el apoyo de las comunidades. No somos ni pretendemos ser la vanguardia de los movimientos sociales. Damos un sostén humanitario. Cuando se dio el movimiento en Oaxaca fuimos parte de las barricadas, pero nos encargamos de la comida, de los cuidados comunes. Nosotros sustentamos, apoyamos, posibilitamos el desarrollo de esas luchas. Se han apoyado muchos otros procesos, como los de los migrantes o los de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Creo que hay un vínculo necesario entre fe y política; que parte de nuestra identidad se juega en el compromiso con la transformación social. Las luchas, las necesidades, las injusticias son inagotables. Y también nosotros.

¿Cómo han respondido las comunidades al surgimiento de las iglesias neo-pentecostales, en crecimiento exponencial desde los años 70? ¿Hay una suerte de competencia inter-religiosa? ¿Es posible practicar una mirada ecuménica con estas teologías? ¿Sostienen ustedes alguna relación con las corrientes evangélicas más progresistas?

Hay un crecimiento enorme de esas pequeñas iglesias pentecostales. En primer lugar el fenómeno nos tomó por sorpresa. En un segundo momento nos sentimos interpelados por los cantos, por la gestualidad de su práctica. Estos movimientos carismáticos se asentaron incluso en el seno de la Iglesia Católica y fueron muy apoyados por Juan Pablo II.

En cuanto a nuestra relación, hay que reconocer que comenzó con mucha gente que se fue con estas iglesias. En las mismas familias de las comunidades de base puedes encontrar miembros de las CEBS y de las iglesias pentecostales. Quizás esto nos permita avizorar un futuro en donde seamos más abiertos y plurales.

Hay que decir que nuestros pueblos latinoamericanos son festivos, alegres, que nos atraen naturalmente el canto y la música. A los las comunidades de base les sigue haciendo falta el explorar esta parte más lúdica de la fe: las celebraciones más simbólicas, más coloridas, más encarnadas. Brasil, México, nuestros países en general bailan y cantan de por sí: no necesitan ser pentecostales para eso.

La estructura de la Iglesia como institución es muy pesada, muy cerrada; no se ha abierto a la pluralidad ni a las expresiones actuales. De hecho los pentecostales lo que hicieron fue imitar la práctica de las comunidades cristianas de base: el hecho de tener grupos insertos y diseminados por el territorio. Mientras la institución católica nos combatía, ellos crecieron construyendo, precisamente, pequeñas iglesias. Su fuerza no está en sus grandes templos, sino su inserción en las capas populares y en otros estratos, en posibilitar que cualquiera acceda a la biblia y sea pastor, con una práctica que es sólo en apariencia más democrática.

Lo paradójico es que esta participación siempre fue la característica esencial de las CEBS: la posibilidad de ejercer un ministerio, la idea de comunidad, la organización de base, etcétera. La diferencia es que ellos han sido apoyados por muchos factores de poder. Pero el hecho innegable es que han proliferado enormemente, lo cual es muy visible en México, incluso en el pueblo en donde me encuentro. Los veo volver del culto todos engalanados, retomando esa idea del domingo como día de fiesta que se abandonó en la tradición católica. Estas iglesias empezaron su trabajo con los pueblos indígenas, traduciendo las biblias a sus lenguas nativas, pero con el efecto nocivo de dividir a las comunidades. Creo que es un mundo amplio y que además de sectores ultraconservadores hay alas pentecostales más abiertas, críticas, con las que se puede dialogar. Lo que se vive es sin duda un “ecumenismo de base”, en familias religiosamente diversas que logran una convivencia de la que tenemos que aprender.

En sus inicios, la noticia del papado de Francisco fue recibida con cierta frialdad y escepticismo por algunos cristianos progresistas y por los exponentes de la teología de la liberación, estando más identificada la figura del por entonces cardenal Bergoglio con la doctrina social de la Iglesia que con la teología de la liberación. Hoy su valoración parece ser más unánimemente celebratoria en la comunidad de fieles. ¿Hasta qué punto ha llegado realmente el proceso de reforma de la institución católica? ¿Cómo ve la disputa con otras corrientes vaticanas? ¿Cual cree que será su legado?

El comienzo de Francisco fue complicado. En particular creo que en América Latina hemos sido algo lentos con la apertura posibilitada por su figura. Creo que la reforma está en marcha, pero es lenta y avanza en ritmos muy diferentes según el contexto. Hay por supuesto factores de resistencia al cambio, considerando que la Iglesia siempre fue una institución muy demorada.

Cuando Francisco comenzó con sus gestos y símbolos, pudimos respirar como comunidades, al ver que lo que siempre dijimos y hacíamos encontraba algún tipo de reconocimiento. Es el caso de la “sinodalidad”, de la concepción del “caminar juntos” entre pueblo e Iglesia. Las CEBS siempre han sido sinodales, siempre han reconocido diferentes carismas y funciones. El problema es que la lógica de la Iglesia es la de apoyar lo que abre camino, para después combatirlo y normalizarlo en términos institucionales. La Iglesia sigue siendo piramidal, marcada por el autoritarismo. La nuestra es una historia de luces y sombras pero no reconocemos en esta tradición. Ser fieles a una tradición implica recrearla. Nosotros actuamos en ella, pero sin mansedumbre. Nuestra relación es la de autonomía en comunión. Los resquemores sobre Francisco se disiparon con su mirada amplia, con su práctica evangélica. Sin embargo, creo que la Iglesia se ha ido disminuyendo y quizás tienda a perder poder. Pero quizás con menos poder será más humilde y se acercará más al evangelio. Algo se ha hecho con el acercamiento con los movimientos, aunque sin duda Francisco podría darnos más aliento.

ALAI

Más notas sobre el tema