Colombia: Triunfos, ecos, enseñanzas, retos – Por Equipo de Redacción de desdeabajo

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Por Equipo de Redacción de desdeabajo*

Son triunfos de los de abajo, en muchos casos logros colectivos, pero pasan sin pena ni gloria: no los celebra el establecimiento –es apenas obvio– pero tampoco la izquierda –incomprensible.

Empezando el mes de febrero, algunos noticieros informaron que los compatriotas que por diversos motivos han tenido que abandonar el país, en gran porcentaje producto de las nefastas políticas económicas y sociales implementadas por los gobiernos hasta ahora conocidos, y por ello buscando mejores condiciones de vida para ellos y los suyos, giraron a sus familias durante el 2021 un total de 33,8 billones de pesos. Sin esos giros, muchas más personas hubieran vivido una época de pandemia en muy precarias condiciones.

El tamaño de su esfuerzo y su aporte, fruto de trabajo arduo, seguramente vendiendo su fuerza de trabajo en jornada doble, sometiéndose a muchas horas de explotación diaria, equivalen a casi cuatro reformas tributarias de las pretendidas por este gobierno. Estos billones de pesos equivalen, en dólares, a 8.597 millones, algo así como la mitad de lo que Ecopetrol, la mayor empresa del país, informó que produjo durante 2021, un año excepcional y de ganancias históricas.

La noticia nos permite recordar que el país, sus poblados rurales y urbanos, los han construido los de abajo, que con esfuerzo descomunal abrieron trochas, avanzaron monte adentro, en el caso del campo, eligiendo zonas para vivir, levantando sus viviendas, primero en tapia y luego con otros materiales; trazaron sus calles, demarcaron y abrieron la plaza central, las zonas de encuentro y de mercadeo, levantaron en el curso de años la iglesia del poblado, y de manera simultánea canalizaron aguas y fueron montando los servicios públicos.

Pero asimismo levantaron infinidad de barrios en las ciudades, abrieron calles, tendieron los cables para la luz, construyeron canales para evacuar las aguas negras, reservaron algunos terrenos para resolver en el momento necesario asuntos colectivos y, llegado el momento, edificaron allí salones comunales, un centro escolar o el edificio para atender todo lo concerniente a la salud.

Poco a poco, en el curso de decenas de años, fueron construyendo el país. El Estado intervino, no se puede negar, pero en muchas ocasiones llegó a resolver demandas colectivas tras uno o varios paros cívicos, y en no pocas ocasiones a reprimir y tratar de desalojar –en defensa de la propiedad privada– lotes de engorde tomados por decenas de familias para levantar allí sus viviendas, derecho negado históricamente.

El esfuerzo de miles de brazos, de miles de cuerpos, continúa dejando huellas colectivas a lo largo y lo ancho del país. Ahora mismo, en el momento de leer este editorial, producen en distintas coordenadas nacionales lo que muchos vamos a comprar en las tiendas o los supermercados. Y sueñan con tener tierra propia, otros un pequeño taller, muchos un capital con el cual comprar un lote de mercancías y salir a venderlo por los barrios del lugar donde viven. Sin duda, otros sueñan con vivir dignamente, con decoro, no necesariamente en abundancia.

Y cuando nada de esto funciona; cuando no se logra resolver el sustento diario con salario asegurado, aquellos no se resignan. No pocos acuden al rebusque por medio del hurto de lo ajeno, con ingenio y picardía, pero también atizando la violencia, irrespetando la tranquilidad y la vida, en la mayoría de ocasiones, de sus pares de clase; otros, que no son pocos, acuden al negocio de drogas ilícitas, y mercadean al por menor o se enrolan en bandas al servicio de sus grandes mercaderes. Pero miles de miles, tras endeudarse, parten hasta más allá de las fronteras nacionales a resolver sus vidas y la de los suyos. Y el fruto de su trabajo, en miles de millones de dólares, los disfruta la clase dominante criolla, que con ese flujo de dinero ve cómo la economía nacional deja de deslizarse hacia el pozo de la crisis económica y social; y también los gozan, como es el propósito de quienes los giran, sus familias, mejorando sus condiciones de vida.

¿Cómo no celebrar un triunfo de estos? ¿Por qué la izquierda desconoce un logro de tamañas dimensiones? ¿Por qué quienes piensan en otra sociedad posible no ondean las banderas que les recuerden a unos y otras que los de abajo son los verdaderos artífices de lo que somos y tenemos, y que el futuro –ojalá con mejor horizonte– depende de los brazos, la cabeza y la inmensa capacidad de trabajo de millones que siempre han sido excluidos?

Es aquella una actitud incomprensible, manifiesta también al obligar al actual gobierno a guardar y dejar para otra administración pública la reforma tributaria que pretendió aprobar en el año 2021. Como se recordará, de manera paradójica, una vez conocido que se archivaba tal pretensión, el liderazgo social no llamó de manera oportuna a la celebración colectiva de ese logro, perdiendo la oportunidad de hacer del mismo un suceso de peso político y cultural que quedara marcado, como sello imborrable en la memoria colectiva, dejando en ella la impronta imborrable de que protestar, movilizarse, actuar en común, defender los derechos individuales y colectivos, vale la pena. Al proceder así, se olvida que no es suficiente poner el huevo sino que, como dicen por ahí, también hay que cacarearlo.

Al así proceder, y la protesta social extenderse más allá de lo políticamente aconsejable, con lo cual se fue desgastando y en no pocos casos cayendo en el desprestigio ante núcleos específicos de la población, el efecto del triunfo anotado, como de otros propósitos igualmente conquistados en esas jornadas, perdieron parte de su efecto psicológico, con su positiva extensión sobre el entramado de la cultura y de los imaginarios de la sociedad.

Estamos, por tanto, ante una carencia en el accionar de las fuerzas sociales de carácter alternativo, que actúa con inexpresiva calidez política y cultural para sembrar y extender imaginarios colectivos, para construir las bases de lo que debemos y podemos ser con acciones y mensajes, símbolos y abrazos de alegría, música y colores, y otras muchas formas de entretejer, de alguna manera para educar y recordarles a propios y extraños que construir otro país sí es posible, pese a los obstáculos que se encuentren en el camino que se recorra en pos de semejante propósito.

Hay allí poca calidez, desacierto a la hora de desplegar otra política, una sin clientelas ni manipulaciones y sí de integración y beneficio común, también reflejada en su desinterés por los triunfos de los deportistas, cantantes, artistas, científicos, etcétera, alcanzados por equipos de varias disciplinas, así como personas de diversa procedencia y afinidades políticas. Unos y otras, formados en sus mejores cualidades, en muchas ocasiones, a puro pulso, es decir, por esfuerzo propio-familiar y, en el mejor de los casos, con el apoyo de amistades.

Son aquellos unos significativos triunfos de la totalidad que somos, junto con cada uno de estos motivos de felicidad colectiva, tenemos un espacio para recordar que al país lo hacen los de abajo, y que a ese conjunto social le corresponde también diseñar el país de sus sueños y ponerlo en marcha. Pero este potencial humano y social termina a la hora de constituir gobierno, por la cultura política predominante, delegando en una persona elegida por voto, y el equipo de asesores de todo tipo escogido tras su elección, el rumbo del país. El acto de delegar se realiza sin mecanismos de control efectivo sobre quien recae tal responsabilidad, el que, si de buen gobierno se trata debiera hacer causa común con esas mayorías para darle piso efectivo a un sistema opuesto a los intereses y las costumbres de quienes por siglos han detentado el poder.

Es acierto o error de quienes administran si así proceden, si aceptan o desconocen esta realidad, y, por tanto, si ejercen su función con citación o consulta constante al denominado constituyente primario, no solo para votar una reforma u otra disposición sino también para diseñar planes de gobierno y formas de implementarlos, de modo que el gobierno sea una democracia realmente deliberativa, participativa, plebiscitaria; una democracia efectiva, con un gobierno del pueblo y para el pueblo que haga realidad y dé cuenta de los sueños y las necesidades colectivas, sin ponerse al servicio, como ha sido la constante, de unos pocos.

Es propio de un gobierno que se diga popular y además ejerza como tal, recordar en todo momento que es el producto en todos los planos de la acción colectiva, del esfuerzo de los de abajo, y que sus posibles logros serán más o menos potentes si está relacionado con quienes constituyen y reúnen la energía de nuestra vida real. Porque, como dice el apóstol cubano, “Conocer es resolver” y “Pensar es servir”.

Obrar de otra manera es camino abonado para que los mismos de siempre, de manera directa o en cuerpo ajeno, continúen determinando el presente y el futuro de las mayorías nacionales.

¿Garantizará alguna de las personas que están en lista para la elección presidencial de mayo próximo la concreción de este reto?

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