Iván Duque: “Guste o no, mi gobierno deja la mayor inversión social en la historia de Colombia

1.321

Por Jan Martínez Ahrens

El mandato de Iván Duque ha entrado en la recta final. El próximo 7 de agosto, a las tres de la tarde, el jefe de Estado más joven de la historia reciente de Colombia abandonará con 46 años la Casa de Nariño y empezará la extraña vida de los expresidentes. En esa etapa, Duque planea estar más cerca de su familia y dedicar tiempo a escribir sobre su personaje favorito: Simón Bolívar. “Quiero hacer una biografía retadora, profundamente política, que evite los lugares ya explorados”, dice el mandatario sentado sobre una tarima recubierta de terciopelo rojo en la Plaza de Armas de Bogotá. Ahí, al aire libre, concede la entrevista a EL PAÍS.

Es un día genuinamente bogotano. Gris y soleado al mismo tiempo. A Duque se le ve más sosegado que en mayo pasado, cuando una ola de protestas incendió el país. Alejada aquella tensión, su presidencia recorre los meandros finales con unas cotas de popularidad bajas (él lo discute) y eclipsado por la efervescencia preelectoral que sacude a Colombia. Duque parece consciente de ello y a lo largo de la entrevista se afana en destacar lo que considera los logros de su mandato.

Durante su mandato, Colombia ha sufrido el embate de la pandemia, un huracán de fuerza 5, las mayores revueltas en 70 años, una crisis migratoria sin precedentes… ¿Qué le ha costado más gestionar?

El momento más difícil fue el intento el año pasado de ciertos sectores de bloquear todo el aparato productivo del país. Yo respeto la protesta social pacífica, pero ahí se vio el deseo de los grupos armados y de la criminalidad organizada de empujar a Colombia al colapso. Pese a ello, logramos el mayor crecimiento económico en casi 115 años.

¿Puede repetirse el fenómeno?

Esto es algo que puede ocurrir no solo en Colombia, sino en el mundo entero. En España, vivieron un fenómeno doloroso en Cataluña. En Francia, con los chalecos amarillos… lo hemos visto en muchos lugares. Uno de los retos de la democracia moderna es saber responder a las reclamaciones pacíficas y justas de los ciudadanos, pero también operar con el Estado de derecho y con la respuesta proporcional y ajustada a los derechos humanos de la fuerza pública, porque nadie puede pisotear los derechos de otros. Esos retos se vuelven aún más complejos cuando hay personajes que quieren capitalizar políticamente el malestar, generar odio y desestabilización.

Y volviendo la vista atrás, ¿qué cambiaría de lo que hizo?

Siempre hay cosas que uno piensa que las hubiera podido hacer mejor o antes. Por ejemplo, con la reforma fiscal nos faltó más pedagogía y hacer entender al país que se trataba de un cambio estructural para los próximos 50 años. No importa; aprendimos la lección, la retiramos y luego conseguimos sacarla adelante.

Usted llegó al Gobierno de la mano de Uribe, pero las relaciones se agriaron. ¿Qué ha pasado?

Yo llegué de la mano de más de 10 millones de votos. Llegué después de haber pasado por un proceso abierto a todo tipo de escrutinios y debates. Gané primero en mi partido 16 encuestas, no se perdió ni una sola. Fui luego a una consulta abierta y obtuve cuatro millones de votos. En la primera vuelta de las elecciones logré siete millones de votos, y en la segunda, 10 millones. Con el expresidente Uribe no tengo sino amistad, lo he admirado siempre y le reconozco su aporte a la historia de Colombia. Podemos tener diferencias, pero en el disenso se logran muchas cosas. Hoy tengo con él una relación personal y profesional inmejorable, y espero mantenerla así siempre.

¿Y no le han dolido las críticas que le ha hecho?

En política uno tiene que saber diferenciar los tipos de crítica. Cuando son constructivas, hay que asumirlas con humildad, y cuando son destructivas, pues sencillamente no atenderlas. Yo siempre he notado en Uribe un interés constructivo; podemos tener diferencias, las hemos tenido y las seguiremos teniendo; eso forma parte de las relaciones personales y políticas. Pero tengo la tranquilidad de que hemos gobernado con el plan de gobierno con el que fuimos elegidos. Todos los días trabajamos para cumplir esas 203 propuestas.

Entra en la recta final de su mandato con un índice de popularidad muy bajo, ¿a qué lo atribuye?

Depende, depende… la semana pasada salió una encuesta que me daba el 40%. En general, me estoy manteniendo en números muy similares a la votación que tuve en la primera vuelta. Trabajo todos los días para mejorar, pero no amarrado ni intimidado ni coaccionado por las encuestas. Más importante que una encuesta es cumplir el plan de Gobierno.

Durante las revueltas de la primavera pasada expresó su deseo de lograr un gran pacto con todos los partidos. Y esto no ha sido posible.

Pero hay cosas que se logran. En diciembre pasado obtuvimos el respaldo unánime del Congreso a la ley de acción climática. Esto demuestra que se pueden hacer pactos sobre temas que nos unen. También conseguimos un gran apoyo del Congreso a la agenda social y aprobamos la reforma fiscal, la más grande de este siglo, con más del 70% del voto. Siempre hay causas comunes que están por encima de las rencillas cotidianas.

Habla de unanimidad pero en el panorama político colombiano lo que se observa es atomización y mucho enfrentamiento.

No es un fenómeno solamente colombiano. En España, por ejemplo, nunca antes había estado la política tan polarizada como ahora, con una coalición de Gobierno que tiene incluso que aliarse con separatistas. También ocurre en Estados Unidos, Francia, Italia, Reino Unido… La política es cada vez más compleja; las noticias falsas se mueven con facilidad, las redes sociales son instrumentos para ventilar odios y fragmentar las sociedades. Esos fenómenos, exacerbados por una pandemia y por el deseo de muchos de lograr el liderazgo a base de promover el caos, hacen que la política esté más polarizada. Es un fenómeno de nuestro tiempo que pone a prueba las democracias. No tenemos que tenerle miedo, pero tenemos que aprender cómo resolverlo.

Hablando de la polarización, hay muchos que consideran que el uribismo, y desde luego Álvaro Uribe, han polarizado este país.

Cuando la política se mira con la perspectiva de las barras bravas, siempre se va a tratar de buscar culpables. Aunque muchos tratan de ubicarlo en los extremos, Centro Democrático es un partido donde las líneas extremas son minoría. La gran mayoría de las personas que están en el partido han estado abiertas a construir consensos en el Congreso y otros sectores. Lo que pasa es que en la política actual vivimos más la apariencia que la realidad, pueden más las percepciones que los hechos.

¿Y cómo analiza lo que está ocurriendo con la coalición de centro?

Yo siempre me he considerado de extremo centro. ¿Y qué quiere eso? Pues nunca salir del centro. Pero yo veo que hay sectores que son de centro-izquierda y que quieren acreditarse como de centro y se pelean y se insultan y se señalan… De todos modos, el escenario político colombiano se decantará con las consultas del próximo 13 de marzo. Entonces tendremos un panorama electoral mucho más claro.

¿Y cuál es su candidato preferido?

No tengo candidatos preferidos.

¿Qué piensa de Rodolfo Hernández?

Es un candidato que en este momento está presentando sus ideas. Él estuvo en la gestión local y ha iniciado un recorrido nacional, y me parece bien que esté en la actividad política, planteando temas y tesis. La política es de plantear tesis. Es importante que en este debate que se viene, los colombianos pueden diferenciar entre los que quieren construir y los que quieren destruir, entre los que son demagogos y los pedagogos, entre los que quieren una sociedad que conviva exitosamente con el sector privado y los que llegan con un discurso de expropiador y de ruptura frente a la iniciativa privada.

¿Y no teme alguna interferencia violenta en el proceso electoral? ¿Algún atentado o magnicidio?

Desafortunadamente, este tipo de asuntos han estado presentes en Colombia en múltiples ocasiones. El terrorismo trata de buscar espacios para generar zozobra, pero el Estado es ahora más fuerte y tiene más capacidad para prevenir actos criminales. Si el terrorismo pretende manchar la elección, será primero golpeado contundentemente. Y desde luego, que el ELN no busque a través del terror concesiones de negociación porque nadie va a ceder.

¿No se ha planteado una negociación?

¿Qué tipo de negociación se puede plantear? Cuando llegué a la presidencia, analicé los 17 meses de conversaciones del Gobierno anterior: hubo 400 actos de terrorismo, 100 asesinatos y más de 10 secuestros. Ante eso dijimos que cualquier espacio de construcción de paz partía de la base de liberar a los secuestrados y poner fin a los actos criminales. ¿Cómo respondieron ellos? Con barbarie, asesinando 22 jóvenes que estaban formándose para servirle a Colombia. Y ahora persisten en la violencia; es terrorismo demencial. Solo puede haber una oportunidad creíble de conversación si ponen fin a los actos criminales, lo demás sería avalar el crimen como un vehículo de negociar con el Estado. En una democracia, ese tipo de prácticas deben ser rechazadas claramente; este país da garantías para que las personas puedan elegir libremente sin que tenga que existir un arma de por medio.

Los últimos datos del Fondo Monetario Internacional destacan el crecimiento de Colombia. En 2021, el PIB subió en torno al 10% y para 2022 se prevé un aumento superior al 4%, muy por encima en ambos casos de la media latinoamericana. ¿Pero hasta qué punto ese crecimiento ha sido percibido por los más desfavorecidos?

Se lo voy a devolver de esta manera: cuando empezó mi Gobierno, alrededor de 3 millones de hogares recibían transferencias económicas, ahora son casi 10 millones. Es decir, esta reactivación ha tenido presente el apoyo a los más vulnerables. También hemos tomado medidas para mantener el poder adquisitivo de los trabajadores: a lo largo de mi presidencia el aumento real acumulado del salario mínimo ha sido del 11.6% frente al 11.3% de los ocho años del Gobierno anterior y del 9.7% de 2002 al 2010. Eso muestra que el crecimiento ha tenido equidad.

Pero la inflación (5,6%, el año pasado) sigue en alza y eso afecta a quienes menos tienen, ¿por qué no consiguen atajarla?

Lo mismo está pasando en España, Alemania, Italia, Francia, Reino Unido, Estados Unidos… Hay un fenómeno inflacionario mundial detonado por factores externos, como la disponibilidad de contenedores, el aumento en los costos de flete o las dificultades en la cadena logística mundial. Es un reto complejo. Si crece la inflación, normalmente hay que subir tasas para contenerla, pero hacerlo ante un fenómeno que es abiertamente externo no necesariamente lo conjura. Por eso hay que aplicar finura: controlar la inflación para que no se convierta en algo que termine afectando a los más vulnerables y, por otro lado, mantener políticas de control a través de tasas sin restar dinamismo económico. La inflación ciertamente es el impuesto más costoso para los vulnerables.

¿No cree que las altas cifras de pobreza de Colombia indican un fracaso histórico en la redistribución de la riqueza?

Primero tenemos que celebrar los logros. ¿Por qué? Hace 40 años no existían las transferencias económicas para los más vulnerables. Hoy estamos garantizándolas a casi cuatro millones de hogares a través del ingreso solidario y, si sumamos todo, hablamos de casi 10 millones. Además, están mejorando la expectativa de vida, las muertes por desnutrición, la mortalidad maternal posparto… Respecto a la pobreza, claro, vino la pandemia y nos llevó a que pasara del 37% al 42% de la población. Pero si no hubiéramos tomado medidas, habríamos superado el 50%. Hoy el reto es recuperar los niveles prepandémicos y seguir a la baja. Espero que este año podamos dejar a Colombia casi en niveles prepandémicos en materia de pobreza y con un dinamismo económico que permita al próximo Gobierno seguir esa senda.

Hablando del próximo Gobierno, a la izquierda se le atribuye mayor capacidad de redistribución. En Colombia, no ha habido gobiernos de izquierda. ¿No cree que esto es una anomalía?

Me fascina que me diga usted que los gobiernos de izquierda siempre son…

Yo digo que se les atribuye.

Bueno, pues se les atribuye, pero le voy a decir algo. Muchos desde la izquierda han tratado de catalogarme como de extrema derecha. Y un Gobierno como el nuestro, ¿qué le deja a Colombia? Primero, la mayor inversión social en educación pública superior. Segundo, haber duplicado los beneficiarios de los programas sociales. Tercero, haber realizado el 50% de todas las transferencias económicas hechas en 20 años, así como la mayor asignación de subsidios de vivienda de interés social y la mayor entrega de títulos de propiedad en el campo. Eso son hechos incontrovertibles. A muchos partidos de izquierda en América Latina les gusta hablar en contra de la pobreza, pero la multiplican porque entorpecen la inversión y la iniciativa privada, y fracturan las sociedades. Muchos de esos fenómenos de izquierda radical convierten las democracias en dictocracias y luego en dictaduras. Les guste o no les guste a muchos, este Gobierno deja la mayor inversión social en la historia de nuestro país.

En Colombia no dejan de morir asesinados firmantes de los acuerdos de paz, activistas de los derechos humanos. Es una sangría masiva, ¿qué está pasando?

Empecemos por llamar a las cosas por su nombre. ¿Quién ha matado a la gran mayoría de personas en proceso de reincorporación? Las disidencias de las FARC, el ELN, el clan del Golfo, Los Pelusos y Los Caparros, organizaciones que existían antes de la firma. Yo pregunto: ¿Iván Márquez, Jesús Santrich, El Paisa, Romaña… [líderes de las disidencias de las FARC] no fueron firmantes de la paz? Todos esos delincuentes volvieron al terrorismo y han atentado contra quienes están aportándole a la reincorporación. Hay que enfrentarse a ese crimen organizando y eliminar esos símbolos del mal, sacarlos de circulación. Pero también hay que encarar la causa de todos esos fenómenos, que es el narcotráfico. Y aquí, a pesar de los obstáculos judiciales que hemos tenido que sortear, le hemos mostrado al mundo que contuvimos el crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos y que hemos golpeado las estructuras más temidas del narcotráfico, y eso incluye la captura de Otoniel, el más peligroso narcotraficante en este país desde Pablo Escobar.

A usted le acusan desde algunos sectores de no haber apoyado lo suficiente el desarrollo de los acuerdos de paz.

Cuando el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, vino hace unos meses puso a Colombia como un referente para el mundo. No le pongamos a esto mezquindad, no le pongamos politiquería, miremos los hechos: este Gobierno ha demostrado su compromiso con la paz con legalidad y lo mantendrá hasta el último día, el 7 de agosto a las 3.00 de la tarde.

¿Y no ha cambiado su visión a lo largo del mandato respecto a cuando usted era candidato y criticaba el acuerdo?

Sí, y la verdad, yo creo que hay algo que a mí me tocó el alma. Me he dedicado a escuchar y he ido a hablar con muchas de las familias en proceso de reincorporación. Y tengo la firme convicción de que quienes están apostando genuinamente por ello deben contar con el respaldo nuestro. Yo termino el 7 de agosto, pero después, mi voz, mi trabajo estarán orientados a seguir ayudando a esas personas para que su proceso sea exitoso. Seguiré siendo un defensor de la paz con legalidad, seguiré siendo una voz exigente de verdad, justicia, reparación y no repetición. Yo no estoy haciendo esto porque me toque o porque alguien me haya obligado, yo hago esto por convicción. No busco premios, lo que busco es que esas personas que apostaron por la reincorporación tengan un ciclo de vida exitoso y que puedan darse cuenta que su camino con las armas siempre estuvo equivocado y que es mucho más grande la Colombia que construye en paz, armonía y consonancia con el Estado de derecho.

¿De qué ha servido su cerco diplomático a Venezuela?

No es solo mío. Mi política con Venezuela no ha sido unilateral, ha sido multilateral. La prueba de ello es que hay más de 55 países que no reconocen a Nicolás Maduro como autoridad legítima en Venezuela. Eso es un logro.

Pero Maduro sigue, y su objetivo era que se fuera.

Sí, tristemente, pero que 55 países del mundo se hayan dado cuenta de que es un oprobio reconocer ese régimen es un logro. También lo es que haya una voz legítima y democrática para que la resistencia al régimen sea reconocida, respaldada y aplaudida internacionalmente. Al mismo tiempo le hemos demostrado al mundo que podemos ser fraternos con los hermanos venezolanos que huyen de esa dictadura, dándoles estatus de protección temporal, sin dejar de denunciar a quien es el Slobodan Milosevic de América Latina.

El País

Más notas sobre el tema