Elecciones a la tica – Por Arnoldo Mora Rodríguez
Por Arnoldo Mora Rodríguez*
Al término de la actual campaña electoral nadie –excepto en las redes sociales- parece haberse enterado o, al menos, dado mucha importancia a la misma, como lo demuestra el hecho de que prácticamente la mitad de los electores dice no haber tomado una decisión definitiva sobre qué candidatos elegir o preferir.
Esto no quita, aunque parezca un tanto paradójico, que los ciudadanos no den importancia a la política; lo cual se demuestra en el hecho de que muchos, dichosamente la mayoría, reconocen estar preocupados por el futuro del país, por lo que dicen estar decididos a ir a votar el próximo domingo.
La proliferación de partidos se debe a que el interés por la política de parte del ciudadano ha cambiado. Ciertamente hay un rechazo hacia los partidos tradicionales, que se extiende a lo que se suele denominar despectivamente “los políticos”. La gente suele decir: “yo no me meto en política”, con no disimulado desprecio hacia quienes lo hacen, como si de delincuentes se tratara.
Sin embargo, este interés en fundar partidos y lanzarse de candidato, demuestra que el interés por la política sigue vivo en el subconsciente colectivo del costarricense. Esa aparente contradicción tan sólo es el reflejo de una realidad más profunda; el costarricense quiere hacer política, pero de otra manera; no desprecia la política como tal sino la forma como se ha hecho tradicionalmente, al menos en las décadas más recientes.
Tal actitud se debe a que ya la democracia representativa está en crisis (¿terminal?). Hoy debe buscarse una forma de estructurar la participación en el quehacer político por parte del ciudadano, de todo ciudadano cualquiera sea su condición y su ideología, de manera directa y sin más condiciones que las fijadas por la ley. Estaríamos hablando, entonces de una democracia directa y participativa; lo cual pone en jaque el funcionamiento habitual de los partidos políticos.
Por el momento tienen otras preocupaciones, como la incontenible ola de contagios de nuevas y peligrosas mutaciones del coronavirus, lo mismo que la grave situación económica y social que azota al país y se manifiesta en las desorbitantes cifras de desempleados o sumidos en la economía informal.
Como si lo anterior fuera poco, a ello se suma el hecho, insólito en nuestra historia política, de la cantidad surrealista de candidatos a la presidencia y, sobre todo, a ocupar un lugar en la Asamblea Legislativa. Los votantes ni en sueños podrían imaginarse la cantidad de opciones que se les ofrecen.
Por eso no hay que extrañarse de lo que, a contra pelo de lo habitualmente sucedido en campañas anteriores, las encuestas no arrojen datos contundentes ni muestren tendencias definitivas, sobre quiénes serán los candidatos que elegirán los electores para que sean diputados, ni quiénes sean los dos candidatos que logren una mayoría suficiente que les dé la posibilidad de disputar en abril la silla presidencial.
Las cifras que alcanzan para ocupar los cinco o seis primeros lugares, que podrían ser considerados como serios contendientes, son demasiado pequeñas, pues no llegan al 20%, como para decir que estas tendencias son definitivas. Ya en las elecciones pasadas durante el mes de enero se dieron sorpresas; por lo que bien podría aparecer también ahora un acontecimiento imprevisto, que altere el ritmo de la contienda electoral y nos depare sorpresas el primer domingo de febrero.
En un ambiente fluido, de gran volatilidad de la voluntad ciudadana, aventurarse a predecir quién ganará, o ni siquiera quiénes serán los elegidos para disputarse en abril la presidencia, no pasa de ser una especulación que tiene más de deseos subjetivos que de base objetiva. Esto, no obstante, sí parece haber dos cosas claras, a saber, que habrá segunda vuelta en abril y que el hecho de que alguien quede en la primera vuelta no tiene garantizado que va a ganar en la segunda.
La importancia de la primera vuelta es cada vez mayor, pues allí se escogen a los integrantes de la Asamblea Legislativa, dado que la tendencia actual es que, quien gana la presidencia llega a Zapote muy debilitado debido a que contaría con una fracción parlamentaria muy limitada, como es el caso actual.
En consecuencia, el país tiende a convertirse de facto en una república semiparlamentaria; el poder de los diputados es cada vez mayor y, siendo probable que haya dispersión de partidos y, por ende, diversidad, tanto ideológica como indisciplina partidaria, cuando no ruptura total, en los diputados, la fluidez de acuerdos y desacuerdos será la nota característica de este parlamento.
De ahí la importancia de quién sea nombrado ministro de la presidencia por el primer mandatario, pues él será su representante político por excelencia, jugando en la práctica el papel de una especie de primer ministro. Por su parte, los diputados están conscientes de ello y ejercerán su poder cada vez más enérgicamente, como lo han demostrado en esta legislatura cuando a cada pequeño o gran escándalo, convocan a rendir cuentas ante sus comisiones a miembros del Poder Ejecutivo, incluido al propioPresidente de la República.De ahí la enorme importancia de las primeras elecciones.
Los ciudadanos deben estar muy conscientes de quiénes desean los compatriotas que asuman una curul en Cuesta de Moras, pues un principio fundamental de la ética política establece que, entre más poder se tiene, más responsabilidad se adquiere. En una época como la actual, sumida en una turbulencia e incertidumbre generalizadas en el mundo entero, es obvio que este ambiente repercutirá en las decisiones que democráticamente tomarán los ciudadanos y que marcarán, en buena medida, los derroteros que Costa Rica asumirá a corto y mediano plazo.
* Filósofo costarricense, ex Ministro de Cultura y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.