Colombia | El que polariza es el Capital: del centro político y otros cuentos – Por Jesus Fernando Alavez Salazar
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Ser radical es tener criterios bien formados para reconocer y sentir las raíces de donde proviene la savia de la propia cultura y de la personalidad. Esta es una tesis clásica de los revolucionarios desde 1789. Pero, a diferencia de la deformada interpretación partidista […], o de la reducida interpretación socialdemócrata, en América Latina ha surgido una escuela socialista crítica y humanista que busca raíces propias en los antecedentes telúricos de cada cultura y en cada nación, para reconstruir sociedades en crisis, como la nuestra.
Orlando Fals Borda, El socialismo Raizal y la Gran Colombia Bolivariana.
Por Jesus Fernando Alavez Salazar
En junio de 2020 el micrositio #ElTornillo, de Irantzu Varela, despertó en mí el interés de escribir sobre la neutralidad, o lo que mal llaman “centro político”. En el episodio Irantzu analiza la equidistancia. Es hasta este momento en que mis trabajos de investigación sobre Colombia y América Latina junto con mis intereses más insubstanciales se interceptan.
Colombia es uno de los países latinoamericanos en el que más ha impactado este discurso. No es el único en la región, sin embargo, Colombia proyecta particularidades histórico-sociales que han hecho que tal falacia perdure de forma consistente. En el contexto del largo conflicto armado, el desarrollo del pensamiento crítico colombiano se encontró -y se encuentra- permanentemente acecho de muerte. Asimismo, ante el desdibujamiento del bipartidismo desde el último tercio del siglo XX, el sistema de partidos colombiano fraguó una de las más grandes fachadas de las democracias representativas en América Latina: el pluripartidismo; dando pauta, con ello, a supuestas representaciones de centro dentro del espectro político.
Empero, la mayoría de los análisis electorales en Colombia tienden, por un lado, a personalizar los procesos en torno a la democracia representativa; una herramienta analítica muy seductora que sin embargo vela infinidad de contradicciones sociales, como el papel que juega la ideología, por dar un ejemplo. Por otro lado, la democracia, sea cual sea el epíteto con la que se nombre, se problematiza poco, sobre todo porque la suma de estudios de esta forma de gobierno y gobernabilidad la desvinculan del capitalismo-neoliberal en contextos de violencia, como es el caso colombiano, y se convierte a la sazón en un tabú con prácticas clientelares sumamente arraigadas. Es entonces que la idea del “centro político” toma fuerza bajo la premisa de una imperante necesidad de conservarse equidistante entre dos posturas extremas. No en vano tal falacia es generalmente acompañada del discurso personificado de la polarización social.
En la actual contienda electoral colombiana dichos extremos son ilustrados por la figura del progresista, Gustavo Petro, quien se apuntala a la coalición del Pacto Histórico y el candidato que surja de las derechas entre Óscar Iván Zuluaga (candidato del Centro Democrático luego de una polémica contienda intestina) y el posible repliegue del partido oficialista a la estrategia de la llamada Coalición de la Experiencia. La idea de los extremos personificados entre Petro y Uribe y la polarización que supuestamente causan estos personajes, se reproduce todos los días por los medios masivos de difusión e influye categóricamente sobre la cultura política del grueso de colombianas y colombianos. Era de esperarse que un contexto como este diera lugar a propuestas de apariencia neutral. Ya había sido el caso del enrevesado Mockus, a quien muy a pesar de su poca audacia y la deformidad de su propuesta le había bastado la neutralidad para sostener una contienda ante Santos.
La reunión del 28 de noviembre (que parroquialmente llamaron cónclave) en la que un grupo de políticos en representación de al menos nueve partidos políticos se vieron las caras para dar forma a la Coalición Centro Esperanza. El estandarte del “centro político” entró a la contienda al integrar a Alejandro Gaviria como una conjeturada imagen apolítica con altas posibilidades de derrotar a los extremos. Podríamos seguir hablando de nombres, pero historizar la objeción del cómo llegamos aquí, perdería sentido y razón de ser.
Para desmontar la idea del “centro político” y de la simplista polarización personificada debemos tener claro que en América Latina y el Caribe, la abrumadora desigualdad debe concebirse como polarización. Sí, aquí apelamos a la máxima de Karl Marx en el capítulo XXIII de su obra cumbre, Crítica a la Economía Política, mejor conocida como El Capital.
Si la ley general de la acumulación capitalista pudiese exponerse en una sola palabra esa sería polarización. Por un lado, una minoría empresarial se hace cada vez más poderosa a través de la acumulación casi ilimitada; por otro lado, crecen a diario las cifras de trabajadores pauperizados y también la sombra de un crecimiento poblacional relativamente excedentario. Estampa real y dolorosa de Colombia donde, según las cifras del DANE, para el año 2020 el 42.5% de la población colombiana se encontraban en la pobreza, el 30.4% en condición de vulnerabilidad, el 25.4% en la eufemística “clase media” y solo el 1.7% en la clase alta. Por tanto, a la clase trabajadora-popular pertenecen el 98.3% de colombianos.
Un país en el que su seguridad y sistema alimentario son más que frágiles, donde las brechas territoriales son avasallantes, donde la pobreza extrema y el subempleo crecen aceleradamente y donde los Acuerdos de Paz han sido saboteados sistemáticamente por el gobierno nacional.
En ese sentido es claro que los candidatos que quieren gobernar a Colombia representan intereses político-económicos, pero casi nunca son los intereses de las mayorías desde su realidad material, más sí en un sentido aspiracional. La visión simplista que personifica la polarización social, si no es advirtiendo que el o la candidata son representantes de la clase dominante y parte de la élite gobernante hace aguas y apuntala los análisis fútiles.
La carga ideológica de lo que históricamente ha representado el conservadurismo, y su partido fue retomada y potenciada con ahínco guerrerista por el partido Centro Democrático en el marco de la Política de Defensa y Seguridad Democrática, señalando, irresponsable pero exitosamente, a sus adversarios electorales de comunistas, socialistas o juntándolo todo en categorías inexistentes como “castrochavistas”.
En tanto, el pensamiento progresista y radical de izquierda se diluyó entre partidos y movimientos que no tenían la menor opción de un triunfo, posterior al fallido intento electoral de la organización armada insurgente maoísta Ejército Popular de Liberación (EPL), reconfigurada como movimiento Esperanza, Paz y Libertad y del embate sistemático que significó la extinción de la Unión Patriótica (UP).
Esta última experiencia democrática electoral se presentó como un horizonte esperanzador principalmente después de los resultados de las elecciones de 1986. Su estrategia consistió en realizar un partido en el que convergieran otros movimientos, algunos de ellos clandestinos y otros provenientes de la sociedad civil, no necesariamente a favor de la estrategia guerrillera, pero todos bajo el entendimiento de que podían formar una oposición más organizada.
Con esta estrategia organizativa, la UP rompió el paradigma electoral bipartidista que seguía vigente, aunque disimuladamente. Hoy, dentro de las limitaciones, oportunidades y mentises que el juego electoral colombiano imprimió desde la Constitución de 1991, el Pacto Histórico recoge parte de esa esperanza, pese al cisma interno que tiene con sus polémicos allegados y su giro pragmático. Hay que asumirlo pues dentro de sus contradicciones y su margen de maniobra con base en su proyecto político.
No es para nada un proyecto socialista, representa un progresismo tardío que ya ha tenido experiencias similares en América Latina con dos casos recientes: el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México y Alberto Fernández en Argentina. El resto de candidatos fuera del Pacto Histórico representan el continuismo en mayor o menor gradualidad.
Retornando a Irantzu Varela, coincidimos en que el centro en política es una toma de postura, una decisión y por tanto como punto equidistante y neutral ¡No existe! tan es así que la llamada Coalición Centro Esperanza trastabilla por sí sola cuando uno de sus miembros más fuertes, Sergio Fajardo, afirma estar desposeído de ideologías pese a que la realidad no solo colombiana sino también propia le escupe en la cara. Casi como acto fundacional de sus aspiraciones, antes incluso de tener a su candidato oficial, nace de él el primer acuerdo: no apoyar a Gustavo Petro en una segunda vuelta. Muestra clara de una posición tendenciosa varias veces repetida en escenarios latinoamericanos, volteemos a ver lo ocurrido recientemente en Argentina o Chile, por citar dos ejemplos.
En efecto, estamos ante un panorama polarizado, pero no por dos personificaciones políticas sino por lo que representan e impulsan ellos y los demás candidatos en el marco de un capitalismo-neoliberal profundamente beligerante. La Coalición Centro Esperanza, retomando las palabras de Ana María Arango, “lo único que tienen en común es que sus proyectos políticos no son de cambio, a lo sumo son de reforma y buscan desesperadamente separarse de las dos corrientes predominantes en el país”.
Aún falta bastante camino por recorrer, pero al cierre de este 2021 la estrategia del “centro” se limita a forjar una elección de derechas versus Petro, tal y como fue en el 2018, solo que mejor orquestada pese a que digan lo contrario.
Los extremos no se tocan en política, la desigualdad polarizante no lo permite. El “centro político” carece de condiciones gestantes debido a que es una postura con horizontes despolitizantes cuya finalidad es soterrar la explotación y las opresiones que le acompañan, porque el que polariza es el Capital y el centro político es un cuento más.