Cuba: ¿comienza una nueva era? ¿Fue 2021 la semilla del cambio? ¿Veremos cambiar a Cuba? – Por Jorge Dávila Miguel
Por Jorge Dávila MiguelLos conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continuada en su profesión hasta la fecha. Tiene posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Sociales, así como estudios superiores posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Actualmente, Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald, en la cadena McClatchy, y analista político y columnista en CNN en Español. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Mira más en cnne.com/opinion
Paula Bravo, una inteligente editora de Opinión de CNN, me pide que dé respuestas a las preguntas de este titular. Y me pongo a la tarea. Confuso, pero orientado. Cansado, pero optimista. Valiente, pero cobarde. ¿Será posible brindar un criterio sensato con premisas tan contradictorias?, ¿cabrá una opinión que haga justa esta columna?
Temo que no, porque tanto en La Habana como en Miami y Washington, donde “se decide” la realidad cubana, se vive cautivo de premisas también contradictorias y sus resultados, muy a menudo, resultan fallidos. Pero empecemos.
Pelea fundamental y contrincantes
Washington precisa, con su política hacia Cuba, a las otras dos ciudades del conflicto. Porque desde allí se ejerce el embargo comercial contra Cuba, que La Habana odia y Miami adora. El Gobierno cubano aspira a arreglarse con Washington, mientras desprecia a Miami, porque prefiere hablar con “los jefes” y no con “los empleados”. Pero dicha analogía, aunque cautivadora, no es exacta ni buena, porque no fueron otros que los exiliados de Miami quienes gestionaron y lograron el endurecimiento del embargo hasta su forma actual en la primera mitad de los años 90. La Fundación Nacional Cubanoamericana, capitaneada entonces por Jorge Mas Canosa, logró dos leyes: la Torricelli (1992) y la Helms-Burton (1996) que son por las que desde hace 29 años (1992) Cuba comenzó su protesta ante las Naciones Unidas, obteniendo grandes victorias en ese foro, al que Estados Unidos no hace caso.
En 2017 fueron varios legisladores cubanoestadounidenses, entre senadores y representantes, quienes llevaron al presidente Donald Trump a emitir sus 243 medidas contra Cuba. Y más importante aún, y son también los legisladores cubanoestadounidenses republicanos, ahora sumados al senador demócrata cubanoestadounidense Bob Menéndez, quienes lograron que el presidente Biden haya seguido sin chistar la política de Trump hacia Cuba, cuando había prometido todo lo contrario.
Además, la clase política cubana en Estados Unidos, muchos de los que están en el exilio, e incluso muchos de los que literalmente no son ya exiliados, porque acostumbran a viajar a Cuba, estarían encantados con el desprecio de La Habana porque les alimenta su desprecio cerval a la “cúpula de poder” cubana.
¿Comienza una nueva era?
No. Porque la idiosincrasia política del Gobierno cubano, y los cubanos que lo apoyan, es radicalmente contraria a la de los opositores y el exilio, y muestra exactamente la misma polarización y odio que hace 60 años. Ambos se consideran poseedores de la verdad absoluta sobre la naturaleza de las cosas, entre las que se encuentra Cuba, y por tanto son superiores moralmente, ambos. Y a ninguno de los dos, aunque lo repitan, les interesa primordialmente cómo ven las cosas los de abajo. A la luz de los últimos hechos, no veo elementos de una “nueva era”. Porque tanto en La Habana como en Miami gobiernan los extremos. Y para ambos, la nacionalidad, el ser cubano, su simple opinión, no perfecta, pero siempre oportuna, significa absolutamente nada, si no comulga con una de las de ellos. “Gusanos” y “clarias”, exiliados y comunistas se insultan los unos a los otros, sin comprender que el verdadero drama cubano es que tirios y troyanos son, en esencia, iguales. Dos extremos que se tocan, y que a pesar de sus distantes ideologías, terminan por ser lo mismo.
Tomemos, por ejemplo, “la continuidad”, precepto político ideológico en La Habana, cual artículo de fe. No se sabe en realidad qué significa ni hasta dónde llega dicha continuidad. Solo que indica fidelidad al pasado. A aquel tiempo, cuando vivía y gobernaba Fidel Castro, un estadista que jugó con las posibilidades políticas de su época hasta la saciedad. Primero porque era una época de confrontación social mundial, segundo porque tenía el apoyo soviético a su desorganizada economía, y tercero porque sencillamente era Fidel Castro. Existía, estaba vivo, era primus inter pares, admirado y despreciado internacionalmente por tirios y troyanos. Su influencia y liderazgo trascendió ampliamente las fronteras cubanas. ¿Quien de los bien alimentados burócratas gubernamentales puede ser igual a Fidel Castro?
Pero es que en Miami también reina “la continuidad”. Sin nombrarla como en Cuba, pero existe. Heredera política de quienes salieron de Cuba al principio de 1959. No pervive casi nada, de los exilios posteriores, que identifique al exilio con corrientes menos autoritarias, más liberales, más ilustradas, pluralistas o simplemente democráticas. Nada ha cambiado en propósitos ni métodos. Si se toma hoy un programa de Armando Pérez Roura, fallecido radical anticastrista de la radio miamense, y se pone al aire 30 años después, no habría variación alguna en el mensaje. Los radioyentes se emocionarían, pensarían de nuevo, como Willy Chirino, que el fin de “los castros” Ya viene llegando, para decepcionarse una vez más, poco después, como con el reciente y fracasado 15 de noviembre en Cuba. Último apocalipsis de tantos vaticinados ya que terminarían con el comunismo cubano, y que, para no variar, también falló.
Y Washington, sorpresa, sería un entusiasta de “la continuidad” de los comunistas y exiliados cubanos, ya que después de 60 años de embargo, lo que se le ocurre es innovar con más de lo mismo. Con la excepción de Barack Obama, cuya política abrió las puertas del entendimiento, pero el Gobierno cubano tuvo miedo porque pensó que el imperialismo se le quería colar por la cocina. Y el exilio lo rechazó, porque también tuvo miedo: la solución cubana pasaba por la paz, no por una derrota sanguinaria del sistema cubano.
La semilla del cambio
Toda sociedad humana cambia constantemente, y también la cubana. Efectivamente, cambió con las medidas sociales y económicas impulsadas por Raúl Castro, insuficientes, pero que indicaban adónde se podría llegar, y así fue la respuesta de la población cubana a ellas.
El problema fundamental para el tratamiento adecuado de toda semilla, incluso en temas económicos y sociales, es saber cómo cultivarlas y la libertad para ejercer dicha sabiduría hacia un fin provechoso: el bienestar de la población. No existen hojas de ruta en el desarrollo seminal, y menos posible es querer llegar a un glorioso fin en que concuerden el fruto de las semillas con el cronograma político ideológico del partido. En el caso cubano, podemos ver que además de la pandemia y el embargo estadounidense, no fue nada feliz la instrumentación de la unificación monetaria, y la actualización, hecha sin el rigor necesario, después de años de pausadas reuniones y decisiones gubernamentales.
Por todo lo anterior, la semilla del cambio económico existe, pero es indispensable que los jardineros sepan como permitir que se convierta en frutos. Y si el cambio productivo tiene lugar, las semillas para un Estado socialista de derecho ya prometido deberían tener los mismos preceptos de cuidado, y de libertad para su consecución. Porque no solo de buena comida vive el hombre. Y ese es el fin de todo Gobierno, con el pueblo y para el pueblo.
¿Veremos cambiar a Cuba?
El deseo del cambio existe, la necesidad también. Todos lo esperan de la situación actual, la diferencia es hasta dónde desean ese cambio, según sea su convicción política.
Habría al menos cuatro caminos fundamentales, con algunas variantes cada una que sería extenso considerar.
- Que el Gobierno cubano fuera capaz de satisfacer las necesidades crecientes de la población, tal como decían los viejos manuales marxistas, incluidas las legales y morales.
- Que se logre un diálogo de reconstrucción nacional entre las fuerzas opositoras internas y externas, con aceptaciones ideológicas por ambas partes, ya que, si las fuerzas del exilio quisieran participar en ese proceso, implicaría naturalmente el cese del embargo estadounidense.
- Que la propia política estadounidense solicite a Biden una revisión del caso cubano y que dicha solicitud arroje medidas positivas respecto al comportamiento social de Cuba y, sobre todo, respecto al embargo comercial.
- Que empeore la situación económica y política en Cuba hasta el punto que Estados Unidos intervenga en la isla. Esta última opción, sería la más peligrosa y lamentable, no solo para la ciudadanía cubana, sino para la soberanía e historia política de Cuba, ya que Washington volvería a intervenir flagrantemente en ella.
Esto último depende grandemente de lo que suceda antes en dos lejanos teatros geopolíticos: Ucrania y Taiwán. Como se sabe, Rusia y China, que amenazan esos territorios, abogan por un mundo multipolar, ––contrario al mundo unipolar actual donde EE.UU. ejerce una hegemonía planetaria–– cada polo con su zona de influencia, y determinadas por una potencia militar. De llegar el mundo multipolar, que disminuiría la importancia planetaria de Washington, ya sabemos cuál sería la zona de influencia estadounidense.
No sé qué situación catalizadora podría facilitar la colaboración entre el Gobierno cubano y el exilio. En este momento es como un cuento de hadas, pero a veces el futuro se esconde en los pliegues de la realidad.
Y que el gobierno cubano evolucione, sea capaz, no solo de definir en incontables reuniones del Partido Comunista como quiere que sea Cuba para gobernarla, sino que pegue el oído a la tierra, a la realidad del cubano de a pie y sea capaz de hacer progresar al país, a pesar del embargo económico. Cosa poco fácil, pero que, de lograrlo, aunque fuera solo un poquito, habríamos dejado de ser, por primera vez en nuestra historia, dependientes de un Gobierno extranjero.
Respecto a una evolución de la política de Biden respecto a Cuba, hay que considerar la mala posición del presidente en el escenario nacional e internacional. Aquello de que “Cuba no es una prioridad”, sería una respuesta muy posible, además de real para la situación de Estados Unidos.
Así que, Paula, hemos terminado el ejercicio en la cantidad de palabras concedidas. Ansío que hayan merecido la pena, y sin dudas, creo firmemente que veremos cambiar a Cuba aunque deseo, casi con fervor, que no sea para lo peor porque sabemos, lamentablemente, que ese es el camino más andado.