Migración, el negocio – Por Luis Hernández Navarro

1.646

Por Luis Hernández Navarro*

En Tres veces mojado, Los Tigres del Norte, esos cronistas imprescindibles del sentir y las peripecias migrantes, se canta y se cuenta la historia y sacrificios de un salvadoreño en la búsqueda del sueño americano. La canción, compuesta por el migrante Enrico Franco Aguilar, dice: Son tres fronteras las que tuve que cruzar, / por tres países anduve indocumentado, / tres veces tuve yo la vida que arriesgar, / por eso dicen que soy tres veces mojado.

La pieza, prácticamente un himno para quienes ejercen su derecho de fuga desde Centroamérica, narra los enormes sufrimientos que hay que hacer para traspasar fronteras sin papeles. En Guatemala y México, cuando crucé, / dos veces me salvé me hicieran prisionero; / el mismo idioma y el color, reflexioné, / cómo es posible que me llamen extranjero, dice el corrido.

El drama de los migrantes centroamericanos, como ejemplifica la canción, es más grave que el de los mexicanos en Estados Unidos. Antes de llegar a su destino final deben recorrer México, sufrir penurias extremas, hostilidad y extorsión de las policías y exponerse a asaltos y secuestros, y –las mujeres– a violaciones.

Vergonzosamente, se generalizan en el país las opiniones de que los migrantes dañan a la comunidad, que son delincuentes y criminales. Culpan a hondureños, guatemaltecos, salvadoreños, y ahora a haitianos, de la inseguridad que se vive . Se comportan con ellos de la misma manera en que actúan muchos estadunidenses con los paisanos que cruzan la frontera.

Migrar es una experiencia ambivalente. Quien toma la decisión de ir a hacer su vida fuera de las fronteras nacionales deja atrás violencia, inseguridad, pobreza, penurias y opresión y busca hacer realidad sus fantasías. La pobreza no es lo único que obliga a emigrar. El emigrante quiere vivir. Sin embargo, a menudo, sus deseos se transforman en pesadillas. El trágico accidente en Chiapa de Corzo, Chiapas, en el que fallecieron al menos 55 migrantes, que viajaban hacinados en un tráiler al servicio de una mafia de traficantes de personas, es la demostración de cómo esa huida hacia una vida mejor termina en ocasiones en desgracia.

Como lo ha narrado Alberto Pradilla, los accidentados tuvieron que pagar a los polleros 11 mil dólares por adulto y 4 mil por un menor, para ser trasladados de la frontera a Houston, Texas (https://bit.ly/3IJlZG3).

Matteo Dean, joven investigador sobre el mundo laboral, trágicamente fallecido, explicaba en La Jornada las limitaciones semánticas del término migrante y el cómo estos límites del idioma, expresan la incapacidad para abordar esta papa caliente. “Al escribir la palabra migrante –advirtió–, la mayoría de los programas de edición de texto de los ordenadores marcan error. El corrector explica que existe la palabra inmigrado o emigrante. Esta ausencia de la palabra migrante del cuadro semántico no es una casualidad. ¿Límites de un idioma? Quizás, o tan sólo límites de un lenguaje que aún no es capaz o no quiere ser capaz de explicar –y reconocer– un fenómeno real: el del migrante”.

La migración es tanto una herencia colonial como una criatura del neoliberalismo. Su acción ha modificado las fronteras humanas. La geografía del capital no es una geografía con confines claros entre centro y periferia. Cada vez hay más periferia en el centro y centro en la periferia. Un seguimiento del flujo migratorio actual no puede detenerse en una espacialidad norte-sur, porque ya no es posible trazar confines precisos, absolutos. Hay una redefinición geográfica continua.

Las fronteras de la explotación se reproducen en el espacio trasnacional. A través de territorio mexicano buscan llegar subrepticiamente a Estados Unidos, ciudadanos de las más diversas naciones y regiones del planeta: además de centroamericanos, brasileños, haitanos, chinos y coreanos, de Congo, Camerún y Sierra Leona.

La frontera es un sistema de exclusas que se llena o vacía dependiendo de las necesidades de la fuerza de trabajo y de las presiones para bajar su costo. La llave que cierra a muchos la entrada a la tierra de la gran promesa la abre a otros. En Estados Unidos la clase trabajadora no sólo tiene dos sexos, sino muchas nacionalidades.

Dispuestos a trabajar más horas por menos salario y sin seguridad social, los trabajadores sin papeles hacen posible que los grandes señores del imperio prosperen, y que se realicen labores que otros no quieren efectuar. Los trabajadores emigrantes en las metrópolis, afirma John Berger, son inmortales: son siempre intercambiables. Tienen una sola función: trabajar.

Guatemala es una gran bodega en la que se almacenan drogas, armas, piratería, autos robados y seres humanos, negocio de bandas criminales con redes de complicidad entre autoridades chapinas y mexicanas. Están integradas verticalmente. Sus mercancías entran a México por una porosa frontera de 965 kilómetros. En los 20 municipios chiapanecos enclavados en ese territorio cuentan con infraestructura, organización y relaciones para mover impunemente los productos hasta su destino.

En México, rutas y fronteras militarizadas obligan a indocumentados a caer en manos de polleros y crimen organizado. Según el Instituto Nacional de Migración, este año fueron detenidas 225 mil personas, 35 mil en operativos contra tráileres. Muchas más cruzaron hacia acá.

En la frontera sur se vive una crisis humanitaria. No es resultado de alguna conspiración. Es producto de haber convertido a la Guardia Nacional en una especie de Border Patrol subrogada, internalizando la política migratoria de Estados Unidos.

*Periodista y escritor mexicano, editor de la página de Opinión de La Jornada de México

Más notas sobre el tema