Enfoques feministas: La impostura verde de las big tech – Por Camila Nobrega y Joana Varon
Por Camila Nobrega y Joana Varon*
En lugar de atacar los problemas causados por el sistema, se multiplican las falsas soluciones, dirigidas por su misma lógica extractivista. Es necesario llegar hasta donde se conectan las cadenas de producción; identificar los territorios, las relaciones, los bienes comunes y los imaginarios.
Carteles, vídeos, discursos. La palabra «forest» (bosque) se exhibía por doquier, junto a stands higienizados y plantas uniformemente podadas, colocadas geométricamente que marchitaban lentamente bajo la luz artificial. Eran intentos de representar la «naturaleza» en la 25ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25) en IFEMA –Feria de Madrid–, que tuvo lugar en diciembre de 2019, y fue la última edición presencial antes de la pandemia de COVID-19. El enorme tinglado parecía una feria tecnológica, y de hecho la tecnología también estaba presente, en diferentes capas.
Entre las supuestas innovaciones para «combatir el cambio climático» había ideas hiperbólicas como espejos gigantes para reflejar los rayos solares o una especie de aspiradora que se colocaría en el espacio para extraer el dióxido de carbono de la atmósfera, todo ello bajo la palabra de moda «geoingeniería». Muchas empresas tecnológicas también subieron al escenario para anunciar cómo ese campo podría salvar el planeta. La directora de Google Earth, Earth Engine y Outreach, Rebecca Moore, escribió, por ejemplo, que la empresa estaba «haciendo posible que todos construyan un mundo más sostenible», [1] en referencia a su asociación con el Programa de Medio Ambiente de la ONU. Este último lo anunció como «una asociación mundial que promete cambiar la forma en que vemos nuestro planeta»,[2] posicionando a Google Earth Engine como nuestros nuevos ojos para afinar nuestra visión de todo el planeta.
Semanas antes, a finales de noviembre de 2019, también escuchábamos a representantes de algunas de estas mismas empresas tecnológicas en otro escenario diplomático de la ONU, celebrado en Berlín: el 14º Foro de Gobernanza de Internet (IGF), organizado bajo el tema general «Un mundo. Una red. Una visión». Pero, ¿la visión de quién? De nuevo, una ambición planetaria, esta idea de cómo debemos ver el mundo y, de nuevo, la tecnología se situaba –o intentaba situarse– en el centro. Poco a poco, los lenguajes y las narrativas de los gobiernos y los representantes de la industria empiezan a asimilarse en estos dos escenarios, incorporando la comprensión de las tecnologías como «herramientas» –a veces como las principales– para resolver los problemas humanos, desde la pobreza hasta la democracia y el cambio climático. Una peligrosa mezcla de «economía verde» y tecnosolucionismo que, en conjunto, están convirtiendo en negocio las reivindicaciones de los grupos marginados.
Este análisis es el resultado de nuestro esfuerzo conjunto para identificar un ciclo de narrativas recurrentes promovidas en estos espacios de poder. Si bien estos foros representan un escenario de la política internacional, también están marcados por su distancia con las personas y los movimientos que quieren hacer frente no sólo al cambio climático, sino mostrar la evidencia de la injusticia socioambiental causada por el sistema socioeconómico neoliberal que vivimos hoy en día, en nuevas formas de relación colonial. Movimientos que señalan la necesidad del reconocimiento de las múltiples formas de existencia, de los usos históricos y de la gestión colectiva de los territorios,[3] como es el caso de las prácticas de pueblos indígenas, de la agricultura familiar y otros. Movimientos que buscan un uso y desarrollo más autónomo, horizontal e incluyente de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para proteger, y no amenazar, los derechos humanos fundamentales. Aunque la diversidad es un principio básico para un mundo no monocultural, las tierras y los medios de subsistencia son cada vez más engullidos por, entre otros, los discursos del tecno-solucionismo y las narrativas de la economía verde. Y aquí aclaramos que no se trata de negar la importancia del debate climático y de los foros internacionales. Por el contrario, la discusión que traemos es para profundizar los procesos democráticos, y no lo contrario, como intentan hacer las corrientes de extrema derecha al apropiarse del debate sobre el clima y negarlo, haciendo todo más absurdo y profundizando el racismo, la xenofobia y las desigualdades.
Para develar las relaciones de poder no debemos separar el análisis de las acciones de las miradas críticas hacia los discursos que pretenden subordinar nuestros cuerpos y territorios. Silvia Cusicanqui, pensadora decolonial aymara, aplicó el concepto de gatopardismo a la forma en que los gobiernos responden a las necesidades de las comunidades indígenas: «Cambiar para que todo siga igual»,[4] escribió. El gatopardismo se define como «la filosofía o estrategia política de abogar por cambios revolucionarios, pero que en la práctica sólo modifican superficialmente las estructuras de poder existentes».[5] Al observar las narrativas y las prácticas del big tech (las grandes empresas tecnológicas) que se maquillan de “verdes”, nos planteamos la cuestión de cómo éstas son expresiones de la política del gatopardismo. Como también dijo Cusicanqui «No puede haber discurso de decolonización, ni teoría de decolonización, sin una práctica decolonizadora». Esto no sólo significa ampliar el debate sobre estos temas, sino cuestionar quién, después de todo, ha tenido espacio para hablar, crear soluciones y señalar los riesgos dentro del sistema en el que vivimos. ¿Cuáles cuerpos tienen el poder de decir no a algunas de las soluciones propuestas?
Inspirándonos en las teorías y prácticas feministas, con este análisis esperamos contribuir a la construcción de una visión analítica decolonial de los discursos que permiten un lavado de imagen verde (o impostura verde) y los del tecnosolucionismo en el debate público. Aportamos dos perspectivas diferentes: una centrada en las implicaciones de los derechos humanos en el desarrollo y despliegue de las tecnologías, y otra en los discursos dominantes en los conflictos socioambientales y sus consecuencias en los territorios. Ambas perspectivas utilizan un enfoque feminista para desvelar las relaciones de poder. Por lo tanto, si bien nos centramos aquí en las grandes empresas tecnológicas, nuestro objetivo es entender sus vínculos con otros actores poderosos, como los gobiernos y las empresas de otros sectores económicos.
Economía verde: nuevos nombres, mismos objetivos
Entre 2019 y 2020, sintiendo la presión de las protestas de consumidores/as e incluso de los empleados/as, ahogados/as por el humo de los incendios en San Francisco, sede de Silicon Valley, y aprovechando el revuelo en torno a la economía verde, las grandes empresas tecnológicas asumieron una serie de compromisos en materia de cambio climático. Google prometió funcionar las 24 horas del día con energía libre de carbono en todos sus centros de datos y campus para 2030. Apple anunció que «cada dispositivo de Apple vendido tendrá un impacto climático neto cero» para 2030. Microsoft prometió ser «carbono-negativo en 2030 y para 2050 eliminar del medio ambiente todo el carbono que la empresa haya emitido».[6] Facebook, haciendo caso omiso de su propio discurso público de centrarse en las emisiones de carbono, construyó una página web que consume muchos recursos, más sucia que el 73% de las páginas web analizadas por la Calculadora de Carbono de Sitios Web,[7] para prometer «emisiones netas de gases de efecto invernadero» para la cadena de valor de la empresa en 2030.
Además, Amazon –nunca hay que olvidar que se refiere a la multinacional de base tecnológica con sede en Seattle, que tomó el nombre de la mayor selva del mundo– se comprometió a que las emisiones de carbono de toda su actividad serán nulas para 2040. También anunció un Climate Pledge Fund (Fondo de Compromiso Climático) de miles de millones de dólares para invertir en startups que desarrollen «tecnologías sostenibles y descarbonizadoras». La iniciativa fue muy criticada por quienes señalaron que utilizar el modelo de capital riesgo para financiar soluciones no hace sino alimentar el mismo sistema que está produciendo injusticia socioambiental.
El Fondo fue también una respuesta –y una huida– a un escándalo que se desató luego de que la empresa amenazara con despedir a un grupo de empleados que hablaron sobre «el papel de Amazon en la crisis climática». En este contexto, el CEO Jeff Bezos dijo: «Nosotros podemos salvar la Tierra. Eso va a requerir un esfuerzo colectivo de las grandes empresas, las pequeñas empresas, los estados nacionales, las organizaciones mundiales y los individuos». Pero… ¿quiénes son exactamente «nosotros»?
¿Gatopardismo? Bueno, la última vez que la mayoría de las grandes empresas tecnológicas actuaron juntas fue probablemente cuando todas ellas bloquearon las cuentas de Trump en las redes sociales, un caso típico de una situación en la que no había nada más que temer, nada más que perder y nada más que hacer, aparte de intentar mejorar su imagen pública.
Es parte de la estrategia mediática de estas empresas para garantizar que sus «acciones verdes» se comuniquen ampliamente en las campañas de marketing y en los medios de comunicación. (Un dato a tener en cuenta: probablemente no es casualidad que Bezos, uno de los hombres más ricos del mundo, se convirtiera en el único propietario del Washington Post, una fuerza poderosa en la configuración de la política estadounidense). Pero estos compromisos están muy alejados de la transparencia en su propia dinámica empresarial, y es más probable que se utilicen como instrumentos para mantener el statu quo y la lógica de reproducción capitalista. No podemos olvidar que, incluso después de anunciar sus objetivos en el mercado del carbono, Facebook también fue señalado y avergonzado por beneficiarse de anuncios que negaban el cambio climático, algunos de los cuales incluso calificaban al cambio climático como un engaño. Un informe de InfluenceMap[8] reveló «51 anuncios de desinformación sobre el clima, ejecutados en las plataformas de Facebook en los Estados Unidos, durante la primera mitad de 2020», que registraron «8 millones de impresiones en el semestre.» El informe también señaló que sólo uno de estos anuncios fue retirado por Facebook.
El Grupo Carta de Belém, agrupación brasileña de activistas e investigadores sobre justicia socioambiental, identifica este tipo de proceso como un fenómeno al que «el capitalismo le da otros nombres para seguir reproduciendo sus formas de acumulación». Es decir, los nombres cambian, pero la lógica de extracción y destrucción continúa.[9] El grupo señala que la idea de desarrollo y progreso conocida durante décadas como «desarrollo sostenible» dio espacio a nuevos proyectos de futuro, entre ellos, la economía verde. Sin embargo, la «economía verde» está directamente relacionada con la financiarización de la naturaleza y la llamada «gestión verde» de actividades como la tala de árboles. Estos enfoques mantienen el business as usual, pero aparentan ser verdes y estupendos, y así escapan a la responsabilidad de responder realmente a los cambios estructurales. Ahora estamos asistiendo a una ola de tecnología verde, y muy probablemente otros frutos como los «datos verdes» están en camino.
En las últimas décadas, las empresas se han visto presionadas para publicar informes medioambientales. Los compromisos de las empresas en materia de cambio climático suelen venir acompañados de páginas web atractivas y bacanas. Mientras tanto, hay una cantidad importante de información oculta en esos informes –o que se omite de ellos–. Así que decidimos seguir algunas pistas…
Minerales tecnológicos: conflictos sobre nuestros cuerpos y territorios
Desde 2010, las empresas estadounidenses que cotizan en bolsa tienen la obligación de revisar en sus cadenas de suministro la presencia de estaño, tungsteno, tantalio y oro (3TG) –los llamados «minerales de [zonas en] conflicto»–, para revelar el uso de minerales originarios de la República Democrática del Congo (RDC) o de los países limítrofes.
Para tratar de cumplir con la normativa estadounidense, y al igual que otras empresas tecnológicas, Alphabet Inc, la empresa matriz de Google, publica anualmente su «Informe sobre minerales de conflicto». Echamos un vistazo al informe de 2019, publicado en la sección de «relaciones con los inversores» de su página web. (De por sí nos llamó la atención que no se dirigiera a los consumidores ni al público en general). En las conclusiones, el informe afirma:
Tenemos motivos para creer que una parte del 3TG utilizado en nuestros productos procede de los Países Cubiertos. Aunque no hemos identificado ningún caso de abastecimiento que apoye directa o indirectamente el conflicto en los Países Cubiertos, no declaramos que ninguno de nuestros productos esté libre del conflicto en la RDC. En algunos casos, la información proporcionada por nuestros proveedores no era verificable o estaba incompleta y, por lo tanto, no pudimos verificar con certeza el origen y la cadena de custodia de todo el 3TG necesario en nuestros productos.[10]
Mientras que la evaluación de la empresa se limita a la República Democrática del Congo y a los Países Cubiertos (es decir, los países fronterizos con la RDC), los datos del informe muestran que los 3TG utilizados por Google proceden de diferentes partes del mundo, incluido Brasil.
Si bien la legislación estadounidense sólo hace referencia a la RDC y a los países limítrofes, la Guía de Debida Diligencia de la OCDE para las Cadenas de Suministro Responsables de Minerales en las Áreas de Conflicto o de Alto Riesgo[11] amplió la definición de las zonas a tener en cuenta:
Las áreas de alto riesgo pueden incluir zonas de inestabilidad política o represión, debilidad institucional, inseguridad, colapso de la infraestructura civil y violencia generalizada. Estas áreas a menudo se caracterizan por los abusos generalizados a los derechos humanos y violaciones al derecho nacional o internacional.
Alineada con esa definición de la OCDE, la normativa europea,[12] firmada en 2017 y en vigor desde enero de 2021, va más allá de exigir la presentación de informes y la diligencia debida y «exige a las empresas de la UE en la cadena de suministro que se aseguren de importar estos minerales y metales únicamente de fuentes responsables y libres de conflictos.»
Según el Atlas de Conflitos Socioterritoriais Pan-Amazônico,[13] entre 2017 y 2018, Brasil fue el campo de batalla de 995 conflictos socioambientales en la región amazónica, el mayor número entre los países vecinos. Desde entonces, ese número ha aumentado bajo el desmantelamiento de las políticas ambientales por parte de la presidencia de Jair Bolsonaro, una amenaza recurrente que ha ocupado repetidamente los titulares internacionales. Bajo el actual gobierno federal, alrededor de 3.000 solicitudes de permisos de minería en tierras indígenas en la «Amazonía Legal» de Brasil están siendo procesadas por la Agencia Nacional de Minería. Y al menos 58 ya han sido autorizadas, a pesar de estar ubicadas en territorios indígenas. Este escenario dibuja una situación de «debilidad institucional», «inseguridad», «violencia generalizada» así como «abusos de los derechos humanos» que podría calificar fácilmente a muchos territorios donde se está desplegando la minería en la región amazónica como «áreas de alto riesgo afectadas por conflictos».
Como ambas somos originarias de Brasil, decidimos comprobar qué empresas con sede en el país aparecían en el «Informe sobre minerales conflictivos» de Google. Descubrimos que 13 empresas de fundición de Brasil son proveedoras de Alphabet para los cuatro tipos de minerales enumerados en el informe. Estas empresas son: AngloGold Ashanti Corrego do Sitio Mineracao, Marsam Metals, Umicore Brasil Ltda., LSM Brasil S.A., Mineração Taboca S.A., Resind Indústria e Comércio Ltda., Estanho de Rondônia S.A., Magnu’s Minerais Metais e Ligas Ltda., Melt Metais e Ligas S.A., Soft Metais Ltda., Super Ligas, White Solder Metalurgia e Mineracao Ltda. y ACL Metais Eireli.[14]
Una investigación inicial ya demuestra conflictos socioambientales en estas áreas. Por ejemplo, el proveedor Mineração Taboca explota la mina de Pitinga en el municipio de presidente Figueredo, una fuente de tantalio y también uno de los mayores yacimientos del mundo de casiterita, que es la principal fuente de estaño. Según un atlas independiente de conflictos sociales y ambientales, organizado por la Universidad Autónoma de Barcelona (Atlas Global de Justicia Ambiental – EJATLAS), el complejo minero de Pitinga es «emblemático por la injusticia histórica de Brasil contra la población indígena y la minimización sistemática de la contaminación ambiental y los riesgos asociados a las presas de retención de residuos».[15]
El proyecto de EJATLAS añade: «La mina alberga grandes depósitos de niobita (mineral de niobio) y tantalita (mineral de tantalio), cuya extracción ha cobrado importancia con el auge de la industria electrónica en las dos últimas décadas, así como de uranio». En efecto, el tantalio es un material clave para la industria electrónica, y Brasil posee el 61% de los yacimientos de tantalio del mundo. Algunos de ellos bajo los bosques, en tierras indígenas, como la Mina de Pitinga. «Mina de Pitinga» se puede encontrar en Google Earth, con una imagen de kilómetros de devastación en medio de la selva amazónica.
La historia de la deforestación, la ocupación de tierras indígenas y la corrupción que rodea a la mina de Pitinga han sido denunciadas[16] por la agencia de noticias independiente y de investigación Amazonia Real, dirigida por mujeres. Más específicamente, sobre Mineração Taboca, un informe del Instituto Socioambiental (ISA)[17] también revela que la empresa realiza actividades mineras en las tierras indígenas de los Waimiri-Atroari para extraer casiterita (estaño).
Es muy probable que Mineracão Taboca sea sólo un ejemplo más de una situación recurrente. La lista de empresas fundidoras del informe de Google muestra que muchas de ellas están ubicadas en Rondônia, uno de los estados más deforestados de la región amazónica, donde la minería juega un papel importante. En 2019, 34 municipios de ese estado estaban registrados en la Agencia Nacional de Minería. Mientras tanto, los datos de 2019 de un proyecto llamado Latentes, coordinado por la agencia de periodismo independiente Livre.jor, también mapearon 126 conflictos socioambientales relacionados con la minería en Rondônia.[18] Además, según EJATLAS, AngloGold Ashanti, otra empresa de la lista, está involucrada en al menos 22 conflictos en todo el mundo.
¿Cuántas minas se están abriendo en la selva o se están explorando para proporcionar metales a las empresas big tech? ¿Y qué otros megaproyectos que implican la extracción de bienes comunes están relacionados con la producción de tecnología por parte de las grandes empresas? Está claro que limitarse a presentar números mágicos sobre el mercado del carbono está muy lejos de cualquier enfoque tangible hacia la justicia socioambiental, y aún más de cualquier enfoque decolonial de las tecnologías.
Del extractivismo al colonialismo de los datos: la IA (no) salvará el mundo
Más allá de convertir las demandas de justicia socioambiental en metas del mercado del carbono, las big tech se han apresurado a entrar al debate, no sólo al promover una nueva «economía verde», sino también al apresurarse a sugerir la posibilidad de un «nuevo mundo» o «nueva Tierra». Por supuesto, uno lleno de tecnología. En sus relatos, la inteligencia artificial (IA), los sensores, los satélites, las aplicaciones, las redes sociales y muchos datos siempre pueden salvarnos, a nosotros y al planeta, del cambio climático. Demuestran una habilidad impresionante para pasar de ser la causa del problema a ser los salvadores del futuro: un futuro más vigilado y controlado.
Pero, como dijo una vez la académica y activista Audre Lorde, que se autoidentificaba como lesbiana negra feminista: «¿Qué significa que se utilicen las herramientas de un patriarcado racista para examinar los frutos de ese mismo patriarcado? Significa que sólo son posibles y admisibles los perímetros más estrechos del cambio». Tomamos prestado este pensamiento del ensayo «Las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo» para reutilizarlo en este escenario: ¿Qué significa que las herramientas de las empresas monopólicas extractivistas de datos se utilicen para resolver los problemas que ellas mismas causaron?
Al navegar por el bombo promocional de la IA, no es raro ver a las big tech presentarse como las proveedoras de las herramientas para salvar el planeta. Google dice que está entrando en «la lucha contra la deforestación ilegal, con TensorFlow»,[19] (el marco de aprendizaje automático de código abierto de la empresa). La idea es difundir sensores de Internet de las Cosas (IoT) en la selva amazónica para alimentar con datos sonoros geolocalizados un programa de IA que pueda reconocer, por ejemplo, el sonido de las motosierras. Por un lado, la empresa extrae los minerales que causan la deforestación y amenazan las tierras y los modos de vida de los indígenas; por el otro, ofrece la IA para conectar con lo que algunos han llamado torpemente el «Internet de los árboles». ¿Qué puede salir mal?
Pero aparte de Google, prácticamente todas las grandes empresas tecnológicas tienen una iniciativa de IA centrada en cuestiones medioambientales. Microsoft tiene su «IA para la Tierra» que alimenta su servicio de computación en la nube Azure; IBM también está dando prioridad a las «soluciones para proteger el medio ambiente» mediante centros de datos; Amazon está financiando startups con su Climate Pledge Fund. Y la lista sigue.
No es casualidad que, aunque el «medio ambiente» se haya convertido en uno de los cuatro ejes temáticos del IGF 2020, la sesión principal de ese eje también situara a las tecnologías digitales como «catalizadores del desarrollo sostenible», destacando su «rol crítico en la protección del planeta». Otra sesión denominada «Tecnología para el planeta» partió del entendido de que «para avanzar en algunos de estas grandes problemáticas medioambientales, necesitamos datos, muchos, muchos datos», como dijo el director general de una empresa británica que utiliza Azure de Microsoft.
No es que no nos gusten los datos y la ciencia de los datos; pero es preocupante ver, de nuevo, la promesa de que los «big data» desempeñarán el papel de salvar el planeta. De nuevo, se trata de empresas monopólicas, que ya han extraído muchos recursos de nuestros territorios y datos sobre nuestras mentes y cuerpos, que se presentan como capaces de llenar el vacío dejado por los gobiernos en la vigilancia y actuación contra la deforestación, y otros factores que contribuyen al cambio climático, mientras utilizan sus últimas tecnologías de vanguardia para extraer y poseer aún más datos geopolíticos.
Los ingresos y el valor de mercado de Amazon, Alphabet, Apple y Microsoft ya son comparables a los de las mayores compañías petroleras. Y estos gigantes no se lo pensaron dos veces antes de dar un mordisco a los beneficios de las industrias de los combustibles fósiles, entrando en compromiso con ellas bajo la narrativa de la sostenibilidad medioambiental, presentando sus tecnologías, de nuevo, como salvadoras del futuro. Del big data, al big oil. Un informe de Greenpeace[20] muestra que, al menos, Google, Microsoft y Amazon han servido a industrias de combustibles fósiles como Shell, BP, Chevron, ExxonMobil y otras, con computación en la nube e IA que les ayudaría a descubrir, extraer, refinar, distribuir y comercializar petróleo y gas. En 2018, Google llegó a contratar a Darryl Willis, antiguo presidente y director general de BP Angola, como vicepresidente de su nuevo departamento: Petróleo, Gas y Energía para Google Cloud. Pero la hipocresía de mantener esos contratos fue demasiado flagrante, incluso para ellos: después del informe, algunos declararon que dejarían de hacer herramientas de IA para el petróleo y el gas. (Willis trabaja ahora como vicepresidente global de Energía en Microsoft.) Pero nada se ha dicho, por ejemplo, de que estas empresas desarrollan IA para los agronegocios que deforestan la Amazonia para plantar soja para el mundo.
El paradigma actual de utilizar los datos como herramienta para concentrar el poder y las ganancias es preocupante. Como dijo una vez Silvia Federicci en una conversación radiofónica online con Silvia Cusicanqui,[21] «Los equipos digitales alimentan los mercados de extracción y expropian los bienes comunes de la tierra». Los datos bajo la narrativa de la economía verde están abriendo espacio para más extractivismo de datos y más negocios basados en datos. Es más gatopardismo. Un cambio para que nada cambie.
La investigadora ecuatoriana Paola Ricaurte señaló cómo estos enfoques extractivistas de datos a los problemas humanos son una forma de neocolonialismo: «Las economías centradas en los datos fomentan modelos extractivos de explotación de recursos, la violación de los derechos humanos, la exclusión cultural y el ecocidio. El extractivismo de datos asume que todo es una fuente de datos. Desde este punto de vista, la vida misma no es más que un flujo continuo de datos».[22]
Durante décadas, las narrativas recurrentes de las grandes empresas tecnológicas consistieron en presentarse como «los campeones de la libertad en Internet» para «salvar las democracias». El resultado: ahora vivimos en una era de capitalismo de la vigilancia, que alimenta la desinformación, el odio, la polarización, la manipulación y –en definitiva– muchas ganancias. Ahora, van a salvar a todo el planeta… con datos.
Pero, como dice sabiamente Shoshana Zuboff, nuestro objetivo analítico no será «una crítica exhaustiva de estas empresas como tales». Lo que ella quiere decir es que las empresas forman parte de un panorama más amplio que hay que comprender. En este sentido, Zuboff añade:
En su lugar, [deberíamos] considerarlas como las placas de Petri en las que se examina mejor el ADN del capitalismo de vigilancia. Así como la civilización industrial floreció a expensas de la naturaleza y ahora amenaza con costarnos la Tierra, una civilización de la información conformada por el capitalismo de la vigilancia y su nuevo poder instrumental prosperará a expensas de la naturaleza humana y amenazará con costarnos nuestra humanidad.[23]
Si bien concordamos con Zuboff, no concebimos esta división entre naturaleza y humanidad. Estos dos elementos siempre han sido inseparables. La extracción de los bienes comunes se ha producido con frecuencia en paralelo al control y a la «extracción» de nuestros cuerpos. El capitalismo de vigilancia agrava este potencial de extraer datos respecto a nuestros cuerpos y territorios.
Conclusiones
Especialmente en el contexto de la nueva pandemia del coronavirus, la tecnología está invadiendo, cada vez más, muchos aspectos de nuestras vidas, lo que significa un mayor consumo de energía, que exige más banda ancha, centros de datos, dispositivos y minerales. La narrativa superficial de «la nube» es abstracta, pero la realidad es bastante concreta. Se trata de la rápida invasión de territorios de los que la gente depende para su sustento, el intento de manipular nuestras mentes y cuerpos, ya que nos llaman usuarios y usuarias y nos quieren adictos a plataformas extractivas de datos. Extracción de bienes comunes, de imaginarios, de preferencias –todo esto para generar más ganancias. Amazon, Google, Facebook han informado del aumento de sus ingresos hasta en el 2020, cuando la economía mundial entra en crisis por la pandemia.
En lugar de atacar los problemas causados por el sistema en el que vivimos, se multiplican las falsas soluciones, y están dirigidas por la misma lógica extractivista que causó la mayoría de los problemas.
Mientras los movimientos e iniciativas sociales en diversas partes del mundo luchan por construir redes que conecten a las personas desde los contextos locales, haciendo visibles las diferencias a las que se enfrentan nuestros cuerpos dependiendo de quiénes somos, las soluciones desde arriba ganan un espacio masivo de debate y proyección. El fortalecimiento de los monopolios y la concentración del poder han sido la tendencia. Como resultado, las desigualdades se profundizan en todo el mundo.
A través de enfoques feministas, hemos buscado algunas raíces de la problemática y hemos intentado ayudar a reorientar el camino de la crítica. En lugar de hacer cálculos sobre los árboles plantados como forma de compensar los impactos en el medio ambiente, queremos otro camino. Queremos llegar hasta donde se conectan las cadenas de producción; identificar los territorios, las relaciones, los bienes comunes y los imaginarios que afectan. ¿Qué dinámicas hay detrás de la producción y el uso de la tecnología? ¿Qué desigualdades se refuerzan? Algunas de ellas ya se han presentado en esta investigación, pero aún queda mucho camino por recorrer.
Camila Nobrega es periodista y desarrolla el proyecto Beyond the Green. Es candidata al doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad Libre de Berlín – División de Género y miembro del colectivo Intervozes en Brasil. @camila__nobrega; medium.com/nobregacamila; https://intervozes.org.br
Joana Varon es fellow de Tecnología y Derechos Humanos en el Centro Carr de la Harvard Kennedy School y fundadora/directora de Coding Rights. @joana_varon; medium.com/codingrights
[1] Moore, R. (2019, 10 diciembre). How we power climate insights and action. Google. https://blog.google/products/earth/powering-climate-insights-and-action
[2] UN Environment. (2018, 16 julio). UN Environment and Google announce ground-breaking partnership to protect our planet. UN Environment. https://www.unenvironment.org/news-and-stories/press-release/un-environment-and-google-announce-ground-breaking-partnership
[3] Los movimientos feministas y de mujeres en América Latina –principalmente las mujeres indígenas y las que se definen como feministas comunitarias– han desarrollado una comprensión de los territorios no como sinónimo de tierra, sino como una noción más compleja que cuestiona la concepción académica occidental. «La relación que tenemos con el territorio no es una relación de la tierra como materia, es una relación ancestral del territorio como cuerpo y espíritu», dice Célia Nunes Correa –Célia Xakriabá es su nombre indígena– en su tesis de maestría de 2015, titulada «El barro, el genipapo y la tiza en el hacer epistemológico de la autoridad Xakriabá: Reactivación de la memoria por una educación territorializada».
[4] Rivera Cusicanqui, S. (2012). Ch’ixinakax utxiwa: A Reflection on the Practices and Discourses of Decolonization. South Atlantic Quarterly, 111(1), 95-109.
[5] https://en.wiktionary.org/wiki/gatopardismo
[6] https://en.wiktionary.org/wiki/gatopardismo
[7] https://www.websitecarbon.com
[8] InfluenceMap. (2020). Climate Change and Digital Advertising: Climate Science Disinformation in Facebook Advertising. https://influencemap.org/report/Climate-Change-and-Digital-Advertising-86222daed29c6f49ab2da76b0df15f76
[9] Grupo Carta de Belém. (2020). Territórios: Resistências, Direitos e Bem Viver. https://www.cartadebelem.org.br/wp-content/uploads/2020/12/AT_02-Livro-15x21cm-Vers%C3%A3o-06-WEB.pdf
[10] Alphabet Inc. (2019). Conflict Minerals Report for the year ended December 31, 2019. https://abc.xyz/investor/static/pdf/alphabet-2019-conflict-minerals-report.pdf
[11] OECD. (2016). OECD Due Diligence Guidance for Responsible Supply Chains of Minerals from Conflict-Affected and High-Risk Areas. Third Edition. OECD Publishing. https://dx.doi.org/10.1787/9789264252479-en. (2da edición en español)
[12] https://ec.europa.eu/trade/policy/in-focus/conflict-minerals-regulation/regulation-explained
[13] Comissão Pastoral da Terra. (2020). Atlas de Conflitos Socioterritoriais Pan-Amazônico. https://www.cptnacional.org.br/component/jdownloads/summary/76-publicacoes-amazonia/14207-pt-atlas-de-conflitos-socioterritoriais-pan-amazonico
[14] Fuente: https://abc.xyz/investor/static/pdf/alphabet-2019-conflict-minerals-report.pdf
[15] https://ejatlas.org/conflict/pitinga-mine-amazonas-brazil
[16] Albuquerque, R. (2016, 6 June). Mina do Pitinga, 35 anos de controvérsias e nada a comemorar. Amazonia Real. https://amazoniareal.com.br/mina-do-pitinga-35-anos-de-controversias-e-nada-a-comemorar
[17] Rolla, A., & Ricardo, F. (2013). Mineração em Terras Indígenas na Amazônia Brasileira. Instituto Socioambiental (ISA). https://www.socioambiental.org/sites/blog.socioambiental.org/files/publicacoes/mineracao2013_v6.pdf
[18] Lázaro, J. (2019, 4 April). Nova vítima das barragens, Rondônia tem 126 conflitos socioambientais ligados à mineração. Livre.jor. https://livre.jor.br/nova-vitima-das-barragens-rondonia-tem-126-conflitos-socioambientais-ligados-a-mineracao
[19] White, T. (2018, 21 marzo). The fight against illegal deforestation with TensorFlow. Google. https://blog.google/technology/ai/fight-against-illegal-deforestation-tensorflow
[20] Donaghy, T., Henderson, C., & Jardim, E. (2020). Oil in the Cloud. Greenpeace. https://www.greenpeace.org/usa/reports/oil-in-the-cloud
[21] https://reboot.fm/2020/06/04/silvia-rivera-cusicanqui-silvia-federici-in-discussion
[22] Ricaurte, P. (2019). Data Epistemologies, the Coloniality of Power, and Resistance. Television & New Media, 20(4), 350-365. https://doi.org/10.1177/1527476419831640
[23] Zuboff, S. (2019). The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power. Public Affairs.
*Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 554: Tecnología y medio ambiente: Respuestas desde el Sur 02/11/2021