Charly García: un mito que sobrevive a la par de su inmensa obra

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El extrovertido músico, que supo trasladar la figura del «rockstar» al plano nacional, que registró su propía versión del «Himno Nacional Argentino» y que comenzó su camino musical bajo la fuerte influencia de «The Beatles», se convirtió en un pilar de la cultura nacional.

Por Romina Grosso

Genial, polémico, lúcido y, en muchos pasajes de su trayectoria, adelantado a su época, Charly García, el hombre de oído absoluto que siempre supo reinventarse, marcó la historia del rock argentino y devino en un pilar de la cultura nacional a partir de una obra rica e influyente.

Charly trasladó al plano local la figura del «rockstar», con algunos escándalos públicos incluidos, y su sensibilidad musical lo llevó a crear un estilo único que le permitió atravesar diferentes etapas –que van desde el rock progresivo al rock sinfónico, las influencias de la new wave y el uso de máquinas, el folk y sus conocimientos de la música clásica volcados a la canción-, sin perder la identidad.

Ya sea al frente de populares bandas como Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán, o en su brillante etapa solista, sostuvo esta actitud con una obra capaz de conciliar alta calidad y popularidad.

Muchas de sus canciones se erigieron en clásicas bandas de sonido de distintos momentos de la historia reciente, tal como ocurre con «Aprendizaje», «Canción para mi muerte», «Películas», «Peperina», «No llores por mí, Argentina», «Los Dinosaurios», «No bombardeen Buenos Aires», «No me dejan salir», «Demoliendo hoteles», «No voy en tren» y «Filosofía barata y zapatos de goma», entre tantos otros.

También registró una versión del «Himno Nacional Argentino», en 1990, que desató polémica pero, con el paso del tiempo, se convirtió en número puesto en muchos actos institucionales.

Nacido el 23 de octubre de 1951 en una familia de buen pasar económico en el barrio porteño de Caballito bajo el nombre de Carlos Alberto García Moreno, inició sus estudios musicales a los cuatro años en el Conservatorio Thibaud Piazzini, donde recibió una rigurosa educación artística que le permitió aprender a tocar de manera prematura obras de Bach, Mozart y Chopin, entre otros clásicos.

Su primer acercamiento con la música

Su vida cambiaría, según sus propias palabras, cuando descubrió la música de The Beatles, la banda de la que dijo que «había inventado la juventud», y decidió darle rienda suelta a su reprimido impulso de componer música.

Con Nito Mestre, su compañero de la secundaria Dámaso Centeno, formó Sui Generis, donde desplegó, hasta su separación en 1975 con entonces inéditos recitales multitudinarios en el estadio Luna Park, una obra viva hasta el día de hoy.

La segunda mitad de los ’70 mostró a un García más cercano al rock progresivo, el cual asumió de manera magnífica, uso de Mellotron mediante, en La Máquina de Hacer Pájaros y, más tarde, en Serú Girán, formación en la que también brillaban David Lebón, Oscar Moro y un joven Pedro Aznar.

Este período se caracterizó además por la capacidad de Charly para contar el oscurantismo al que la dictadura cívico-militar había sometido a la Argentina, sobre todo a partir de canciones como «No te dejes desanimar» de La Máquina y «Canción de Alicia en el país», de Serú.

En «Peperina», de 1981, el último disco de estudio de Serú Girán, García anticipó lo que vendría en su etapa solista. Trabajos como «Yendo de la cama al living» y fundamentalmente «Clics Modernos», marcaron el ingreso del rock argentino a la modernidad, con influencias de la new wave y el uso de máquinas.

En 1984, Charly editó «Piano Bar», un disco en donde regresa a un sonido más rockero, sobre todo a partir del recurso de volver a grabar con una banda estable (integrada, entre otros, por un joven Fito Páez). «Demoliendo hoteles», «Cerca de la revolución» y «Raros peinados nuevos» son algunos de los temas destacados de este gran trabajo.

Su reinvención

Tras un frustrado proyecto de disco conjunto con Luis Alberto Spinetta del que apenas sobrevivió el icónico «Rezo por vos» y el lanzamiento de «Tango», un disco con Pedro Aznar con una fuerte presencia electrónica, en 1987 editó «Parte de la religión», donde sintetiza su gusto por las innovaciones tecnológicas y la energía de una banda tocando en vivo. Las publicaciones de «Como conseguir chicas» y «Filosofía barata y zapatos de goma, dieron paso al fallido aunque redituable regreso de Serú Girán, hasta que en julio de 1994 grabó «La hija de la lágrima», su séptimo disco de estudio presentado como una ópera-rock que contempló piezas instrumentales, canciones memorables como «Víctima», otras pegadizas como «La sal no sala» y «Chipi-chipi» y un concepto sonoro que marcó el rumbo de lo que vendría.

En medio de una producción caótica y dispar (que incluyó «Estaba en llamas cuando me acosté», un «Unplugged» para la cadena MTV, «Say no more», «El aguante» y dos discos en vivo: «Demasiado ego» y «Charly & Charly», que registró un recital privado para el entonces presidente Carlos Menem), compartió con su amada amiga Mercedes Sosa el excepcional «Alta fidelidad» (1997).

Tras un recital gratuito compartido, el nuevo siglo lo encontró arrojándose desde el noveno piso de un hotel mendocino a una pileta de natación tras una febril noche, reponiendo la dupla con Nito Mestre (a partir de «Sinfonía para adolescentes») y publicando discos como «Influencia» y «Rock and roll yo», hasta una crisis psiquiátrica y por adicciones de la que fue rescatado por Ramón «Palito» Ortega.

El lento regreso a la actividad incluyó la salida de «Kill Gil», la puesta «Líneas Paralelas (Artificio imposible)» en el Teatro Colón y un nuevo disco, «Random», lanzado en febrero de 2017, además de esporádicos recitales titulados «La Torre de Tesla» en los teatros Coliseo y Gran Rex y el estadio Luna Park que agotaron localidades y funcionaron como postales de una vida artística genial que se celebra y se recrea y a la que le sumará –al menos- un disco más que está prácticamente terminado.

Telam


Charly García: 70 años hablándole a tu corazón

Este sábado festejará nada más y nada menos que siete décadas de vida. Un repaso por la monumental obra de uno de los artistas populares más originales e influyentes de la cultura argentina.

Por Fernando Herrera

Desde hace medio siglo su figura interviene en nuestra existencia haciendo de la música un vehículo de conmoción social, a remolque de las más hondas alegrías, frustraciones y emergencias colectivas. Pero la interiorización de su obra es tan profunda y cotidiana que no resulta sencillo comprender su verdadera dimensión. Es Charly: todos sabemos de quién se trata. Siempre está, nos orienta, nos vive. Este sábado 23 de octubre, Carlos Alberto García Moreno cumple 70 años. Y con el hecho, con la cifra, la obra de una de las mayores referencias de la música popular argentina de todos los tiempos se nos vuelve a presentar con una fuerza inagotable, con una vigencia histórica de la cual muy pocos artistas pueden preciarse.

Es cierto que se puede teorizar, diseccionar sus formas, su estética musical, su lírica… Pero al mismo tiempo hay un pálpito que nos atraviesa, más allá de todo: ¿dónde termina su influencia, dónde empieza nuestra vida? La respuesta a tal pregunta, si la hubiera, tendría que dar cuenta de lo que él ha hecho de nuestro mundo: de por qué Charly nos enseñó cómo sentir al unísono la belleza y la precariedad inmensurables del aquí y el ahora. Su encuentro con la verdad del arte ha fusionado amor y dolor, deseo y realidad, poder y destrucción, consagrando el más acabado mapa del sentir porteño, argentino y moderno. Su oído absoluto no es solo una excepción técnica: es, primero, un modo de receptar el inconsciente colectivo, el magma subterráneo de la sensibilidad social y de la música como actividad crítica, intempestiva, litúrgica. Sí, “La locura es poder ver más allá” (“El tuerto y los ciegos”).

De Sui Generis a su etapa solista, García ha sido un maestro a la hora de orientarse en el arte del sonido, haciendo de la canción un emblema con el que mantener la mirada a la oscuridad del presente. En cada momento de nuestra historia, de su historia, ha sabido conjugar su más íntimo desgarro con una sociología de gran singularidad, demoliendo los prejuicios de un sentido común anquilosado y perverso: “Este mundo te dirá que siempre es mejor mirar a la pared” (“Ojos de videotape”). Charly siempre ha hablado de sí mismo, pero con la gracia de ser siempre otro, un dispositivo de amor y de resistencia. Su precisión narrativa es la de quien observa y es observado: la de quien puede objetivar el mundo y al mismo tiempo estar en vilo. De ahí que su yo podamos cantarlo casi siendo él, lo cual reviste algo mágico, explosivo, único: “Será que nací en el sur, será que encendí la luz de tu amor” (“Piano bar”).

Los Beatles y Los Gatos

Hijo de una familia acomodada de Caballito, los García Moreno, sus innatas aptitudes musicales lo llevaron a estudiar piano en el conservatorio Thibaud Piazzini, donde a los 15 años ya se había graduado. Luego, tal como le pasó a Luis Alberto Spinetta, llegarían los Beatles y todo cambiaría. “Soñaba que tocaba con ellos”, contó. El posterior descubrimiento de Los Gatos, Tanguito, Moris, Almendra y Manal también será clave para impulsar con Nito Mestre, y con el apoyo de Billy Bond y Jorge Álvarez, su primer proyecto: Sui Generis. Archiconocidos y celebrados hasta hoy, Vida (1972), Confesiones de invierno (1973) y Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974) retratan una cotidianidad idílica, no menos díscola, que irá madurando hacia una mayor complejidad. Aquello fue “una ínfima revolución en la historia argentina”, según Charly. Una visión de la música como antítesis del autoritarismo. El futuro la haría no tan ínfima.

Tras la disolución de Sui, a finales de 1975 se une a Oscar Moro, Carlos Cutaia, Gustavo Bazterrica y José Luis Fernández, y forma La Máquina de Hacer Pájaros, banda cuyo encanto instrumental no exento de melancolía luce una complejidad armónica y rítmica inauditas. La formación dio a luz dos álbumes notables (el disco homónimo en 1976 y Películas en 1977), marcados por una riqueza instrumental subyugante y una mayor unidad entre composiciones y arreglos. Si bien hay en La Máquina un tono de ficción, la historia impone un dramatismo que se deja ver en los climas y las letras. Es la época de Invisible, Crucis, Alas, Espíritu, Bubú y MIA, un magnífico elenco progresivo que preanunciaba una vuelta de tuerca: Serú Girán.

A estas alturas, la carrera de García se iba haciendo más nítida. Su nueva propuesta, tramada con David Lebón, Pedro Aznar y la fidelidad de Oscar Moro, desencadenaría un fenómeno musical sin precedentes, ya con un perfil más depurado. Editados año tras año entre 1978 y 1981, los cuatro discos de Serú Girán nos siguen iluminando desde el Olimpo de nuestra música popular: Serú Girán, La grasa de las capitales, Bicicleta y Peperina no solamente conservan el temblor del instante, sino que incluso han crecido en su fecundidad, en su belleza, en su ironía. El misterio del tiempo les ha guardado un lugar de excepción, una meta perenne que cumplir tanto por los mensajes solapados que el grupo le enrostró a la dictadura como por haber sostenido sus convicciones durante la penuria genocida. “Eiti Leda”, “Viernes 3 am” (cuya difusión fue prohibida por el Comfer en 1981), “Cinema verité” y, sobre todo, la críptica y acusatoria “Canción de Alicia en el país”, están sin lugar a dudas entre los temas más logrados de nuestro rock.

La nueva ola

Esa profusión que reunía a los Beatles, el tango, el folk, el jazz, la música clásica, Erik Satie y la experimentación progresiva en un itinerario inédito en Latinoamérica, aún no había tentado con aspereza los confines de la subjetividad social. Para ello, ya como solista, a partir de 1982 Charly transmutará en un imperativo de mayor vértigo. Lo cual, tras el nivel alcanzado por Serú Girán, implicará desafíos de fuste: acercarse a la new wave, al mismo pop que había cuestionado, a los sintetizadores y cajas de ritmo, sin renunciar a su enfoque creador e interpretativo.

Aunque fue muy criticado (“Dos, cero, uno. Transas”), con su gran obra, Clics modernos, García salió más fuerte: no solo continuó siendo un altísimo compositor, sino que desde entonces su cuerpo, su carne, sería el centro irradiador del que surgirá todo. Pasando de la épica a la lírica, la indómita luz se hizo carne en él: “Hoy estoy como un jet, perdido entre las nubes sin señales para ver adónde estoy, pero mi corazón no es ciego”. También en eso ha sido pionero. En ponerles el cuerpo a las canciones: “Charly es su música”, llegó a decir Spinetta en 1986, tras el célebre proyecto de grabar un disco juntos que no logró concretarse.

La nómina solista también es fenomenal, difícil de igualar no solo acá, sino en el mundo: Yendo de la cama al living (1982), Clics modernos (1983), Piano bar (1985), Parte de la religión (1987), Cómo conseguir chicas (1989), Filosofía barata y zapatos de goma (1990), La hija de la lágrima (1994), Say no more (1996)… Y así hasta Random (2017). Entretanto, el encierro al final de la dictadura; Malvinas; las promesas de la democracia y su declive; cientos de colaboraciones; su excelencia al producir a Los Abuelos de la Nada, GIT, Los Twist o Suéter; el Himno; su “Tango” con Pedro Aznar; Serú en el ’92; su Alta fidelidad con Mercedes Sosa; la reunión de Sui Generis en el 2000, y los peligros del solipsismo, la autoinmolación y el escándalo que ya quedaron atrás.

Charly es un ser icónico, un contemporáneo que se ha dejado la piel en el trip de percibir la época desde las profundidades del subsuelo: “El rock en el fondo es angustia. Es angustia ante un mundo que es injusto, corrupto y pervertido”. Pero también: “La alegría no es solo brasilera, no mi amor” (“Yo no quiero volverme tan loco”).

Obra descomunal

Resulta inviable resumir una obra tan descomunal en unas pocas palabras. Con todo, se puede decir que su enorme capacidad como compositor, su gran audacia y su prodigiosa convicción como cantante, conjugada con su forma de hallarle el sonido a los tiempos que corren son valores que distinguen a Charly de cualquier otro músico o compositor de este planeta. ¿Quién canta con su capacidad de persuasión, con el tono de quien nos interpela al límite de sí mismo? El vínculo subterráneo entre su figura y un público que también ha fecundado su creatividad con una escucha devota, sintoniza la decisiva influencia que viene teniendo en el rock y el pop en castellano desde hace casi medio siglo. No es extraño que la palabra corazón esté tan presente en sus letras, porque de ahí viene su obra, y allí mismo se dirige. Donde ya no hay género, ni concepto, ni estilo. Solo hay música: solo está Charly.

Tiempo Argentino

 

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